(Comunicación presentada para las V Jornadas de la Asociación Española de Personalismo.

Madrid, Universidad San Pablo- CEU, 13-14 febrero 2009)

                   ESTHER SESTELO LONGUEIRA[1]

 Es para mí­ un honor estar hoy aquí­ participando en las V Jornadas de la Asociación Española de Personalismo, a través de este Congreso que tiene por tí­tulo El giro personalista: del qué al quién. Y, dentro de mi perfil, que paso a explicarles a continuación, me propongo exponerles mi visión personal de cómo puede ser el giro personalista de la filosofí­a del siglo XX en el campo de la Estética y, concretamente, de la Estética de la Música.

Y antes de comenzar realmente la difí­cil tarea de mi función, me van a permitir ustedes que les indique que, como doctora en Musicologí­a e Historia y Ciencias de la Música, y también con varios Tí­tulos Superiores de Conservatorio, creo aunar una visión teórica y práctica de la Música, para poder reflexionar con ustedes, desde mi experiencia, en su relación con el desarrollo del ser personal y el humanismo, y en el papel de este arte en la educación y en la sociedad.

Aunque mi mayor experiencia como docente es dentro del ámbito de los Conservatorios, es decir, la formación de jóvenes en el camino profesional de la Música, también hace ya algunos años que estoy vinculada a la Universidad, dedicándome a la investigación y al pensamiento de diferentes aspectos de la Musicologí­a en particular, y del Arte en general, por lo que mi Discurso, va a versar, sobre una reflexión intelectual de cómo es posible innovar en la educación y en la formación del ser personal a través del Humanismo de la Música, y cómo esto nos puede conducir a una verdadera transformación social.

Lo primero que hay que reconocer, en la asignatura de Música de los últimos planes educativos frente a los antiguos, es el cambio de quiénes tienen la responsabilidad de impartirla. Antes, aunque esta asignatura estuviese configurada, el único criterio que se seguí­a para su impartición, era comprobar qué profesores del claustro tení­an disponibilidad horaria. Es decir, no habí­a intención alguna de crear una red de especialistas responsables de impartir dicha enseñanza, por lo que ésta nací­a, desde su inicio, en una materia “sin importancia”, donde ese profesor, obligado a impartirla, intentaba cubrir el expediente de la mejor forma posible, por lo que la exigencia a los alumnos estaba en proporción a esta realidad y, como conclusión, la configuración de asignatura relevante y necesaria era inexistente.

Esta situación, poco a poco, ha ido cambiando, por lo que, desde hace años, especialistas en Música se encargan de esta responsabilidad. Ya sean los diplomados de la Facultad de Ciencias de la Educación, encargados de la enseñanza primaria, o los licenciados de los Conservatorios y Facultades de diferentes Universidades, es decir, los Profesores Superiores de distintas especialidades instrumentales o teóricas, y los musicólogos o especialistas en Historia y Ciencias de la Música, actuales docentes de la enseñanza secundaria y superior.

Entonces, y si en apariencia, el panorama de la enseñanza de la Música ha mejorado cualitativamente al estar en manos, en principio, de los especialistas en la materia, y digo en principio, porque intuimos, en la actualidad, cierto peligro de que esto vuelva a la situación anterior, pero, insisto, si tenemos en cuenta la situación de mejora ¿cuál es el problema?, ¿dónde está el fallo?, ¿por qué no se ha operado un verdadero cambio en el concepto del hecho musical?, ¿se pueden, realmente, realizar innovaciones en la educación a través del Humanismo de la Música?, ¿son posibles los cambios en la educación y en la formación musical, en aras de un verdadero descubrimiento del ser personal, en aras de una verdadera transformación social donde no solo esté presente lo común, lo general, lo propio de todo ser humano, sino lo irreductible, lo individual, lo estrictamente personal?

En mi opinión, Sí­. Sí­ son posibles los cambios. Sí­ se pueden realizar innovaciones importantes en la educación musical y en la formación de cada persona a través de la Música. Pero, para ello, hay que realizar un diagnóstico honesto de la realidad, hay que establecer, sinceramente, el verdadero estado de la cuestión para llegar hasta el fondo, visualizar el fallo o los fallos y amputarlos de raí­z o, al menos, transformarlos. Tenemos que llegar a la esencia para comprender qué es lo que se está haciendo de forma inapropiada.

Pero antes de comentar la verdadera razón de esta problemática, no podemos ignorar que todaví­a hoy encontramos en la calle (auténtica ágora de nuestros dí­as, gracias o a pesar de los mass-media), la negativa a considerar útil, o conveniente, una atención adecuada a la educación musical dentro de la formación general de los ciudadanos. Y sorprende que quienes niegan la virtud formativa de la música, generalmente se desentienden de la teorí­a de dicho arte y carecen de vivencias ejemplarizantes, únicas ví­as que autorizarí­an ese saber que dogmatiza, sin ellas, contra la educación que Grecia colocó en la raí­z de nuestra cultura. Pues como Hegel certifica, la Música «era una de las materias principales en la enseñanza griega y en la educación de los griegos, en general».

El verdadero problema es que seguimos poniendo un barniz en torno a la Música. El sistema sigue sin mostrar a los padres, a los profesores, a los alumnos y a la sociedad, en general, que la Música es una enseñanza vital en la educación, vital en la formación, una experiencia vital para el desarrollo del propio ser humano, de la persona como quién.

Y ¿por qué es una enseñanza fundamental, y prioritaria, en la educación y en la formación de verdaderos seres humanos, en la formación de la persona como quién? Porque ésta no sólo aporta conocimientos y desarrolla habilidades, como lo hacen otras materias. Hablo de los soportes cientí­ficos donde se fundamenta, tales como el desarrollo de la abstracción, del concepto espacial, del concepto fí­sico-matemático, del de la memoria, etc… Pero, además, y todaví­a más importante y que la distingue frente a otras enseñanzas: porque potencia los valores humanos y espirituales que ayudan a vivir, que ayudan al desarrollo de un ser humano libre, inteligente y solidario quien, además, practica la excelencia en el camino del descubrimiento de la belleza.

Hoy contemplamos, con estupor, cómo esta sociedad traslada los valores espirituales por la ambición desmedida de lo material, quedándose desprovista de toda aspiración estética. La agresividad, violencia y vulgarización de los medios de comunicación son el reflejo de una sociedad que retrocede en la búsqueda de los valores intelectuales, estéticos, humanos y espirituales. Tenemos que poner los medios para que esto cambie; para que esta desalentadora realidad de hoy no se convierta en el peligro irremediable del mañana. La Música, nos puede ayudar en esta tarea, en esta responsabilidad.

Por eso, lo que tenemos que demostrar y divulgar es el gran poder formativo y de comunicación que tiene el arte musical. Todaví­a muchas personas reducen este arte a un medio decorativo, a un medio de diversión que hace hincapié en la sensibilidad y en el buen gusto. No podemos ignorar que, además de eso y en un nivel superior, la experiencia musical puede contribuir, y contribuye eficazmente, a nuestro crecimiento y maduración como personas.

La Música significa mucho más de lo que habitualmente se piensa, incluso entre los propios profesionales y aquí­ está uno de los fallos del por qué no se produce la revolución en el planteamiento de la misma, ya que el  sistema, los especialistas, y la sociedad en general, no se han planteado su verdadera dimensión. Por ello debemos reflexionar profundamente sobre su alcance y sentido global, porque el tener la facultad de lo profundo, de lo creativo, de lo contrario a lo aparente, y del valor de la comunicación, significa, sin lugar a dudas, algo valioso, un tesoro, una meta a alcanzar, algo que nos va a ayudar a traspasar lo humano para llegar a lo transcendente.

í‰ste serí­a el secreto, la clave. Porque la Música es un fenómeno real basado en la razón y en las capacidades intelectuales, en la inteligencia de muchas personas dotadas para ello y que, durante años y de forma constante, se esfuerzan por descubrir sus posibilidades. Pero la Música también es una capacidad que podemos descubrir todos si se nos revela de forma adecuada, si nos rodeamos de personas que la crean, porque tienen ese don, para nosotros después recrearnos en ella y con ellos. Porque ese es el verdadero descubrimiento: que todos podemos crear a través de otros. Porque la Música está viva, no es una realidad objetiva como otras, no es externa, sino interior, y que podemos generar a través de los otros, en solidaridad, en comunión, a través de esa cadena humana que puede llegar a formar una gran espiral cósmica, que se alimenta de las vibraciones de esa resonancia.

Y quiero hacer hincapié en esto. En la suerte de poder ser creativos sin necesidad de ser originales, es decir, de crear algo de la nada. Porque hay que decir las cosas claras: nadie puede crear algo de la nada, ni los genios más grandes de la historia. Porque si pensamos eso nos convertirí­amos en demiurgos, en la proliferación de esos hombres-dioses contemporáneos.

Porque todos los grandes músicos se convierten, de alguna forma, en grandes eclécticos, utilizando todo lo existente cuando les conviene, pero con la originalidad de su singularidad. Y deben sentirse orgullosos de practicar ese eclecticismo que no es, ni más ni menos, que utilizar la tradición. Porque utilizando la tradición se siente el orgullo de formar parte de la historia, de esa gran relación de personas privilegiadas que intentaron e intentan aportar su mejor legado a la humanidad. Por eso nosotros, los que tenemos alguna responsabilidad intelectual, creativa, docente o educativa, dentro del ámbito musical, debemos transmitir que, a través de la Música, podemos sentirnos orgullosos de formar parte de esa gran cadena, ser eslabones sólidos de la misma para que esa historia no se rompa.

Porque, por supuesto, determinados aspectos de la Música son susceptibles de un profundo análisis intelectual. Pensemos, y como comentaba anteriormente, en sus bases cientí­ficas. Porque ya no hay que explicar que la Música es una ciencia, eso ya está demostrado y la comunidad cientí­fica ya ha llegado a esas conclusiones. Pero si se quiere ejemplificar en algo, pensemos en la ciencia de la armoní­a y de la composición, de las relaciones matemáticas de la interválica, de la acústica, de las relaciones fí­sicas de las vibraciones del sonido, en general, y del que genera la organologí­a, en particular, de las formas musicales, de las técnicas interpretativas… Pero después, hay algo que nos infunde todaví­a más admiración y respeto, lo que muchos denominan inspiración, algo misterioso, enigmático, que hace traspasar esa barrera de lo cientí­fico, una creación que no representa algo intelectualmente conforme a un fin o utilidad, sino que, justamente, lo rebasa y supera para conferirle calidades y cualidades sentimentales e imaginativas que hacen traspasar la barrera de lo humano, para sentir que se ha alcanzado la obra de arte en ese camino de perfección y de belleza.

Pero, a pesar de esto, no debemos obviar, y como decí­a anteriormente, que el hombre crea estas geniales obras musicales dentro de esa herencia histórica que le ha hecho llegar hasta aquí­. í‰ste es otro gran descubrimiento de las aportaciones formativas de la Música: el que crea y potencia a hombres libres y autónomos, pero en la humildad de que son parte de esa gran cadena humana, esa gran relación de seres humanos que nos recuerdan que no estamos solos, que nos recuerdan nuestra misión en la vida y nuestra importancia, pero también nuestra fragilidad.

Todas estas reflexiones me llevan a confesarles mi convicción más í­ntima y personal acerca de lo que es la verdadera filosofí­a de la Música y de su poder formativo. Que aparte de todos esos logros demostrables y objetivables, de los que sólo son privilegiados unos pocos, la Música nos descubre y nos eleva a la verdadera madurez humana, es decir, nos ayuda a desarrollar las más importantes capacidades de los verdaderos seres humanos si logramos captar, debidamente, su mensaje de humanismo y de belleza.

Porque hay que recordar que el humanismo, como concepto, surge en el Renacimiento a través de unos pensadores que hicieron revivir las lenguas y el arte clásico, artistas que se apartaron de las ideas de la Edad Media, tratando de sustituirlas por una concepción más humana del mundo. Se vive con ellos la aventura de la ciencia, la sed de los descubrimientos, que constituyen la juventud misma del nuevo siglo XV en Florencia. Los objetivos del arte se hacen autónomos, el gusto por el mundo sensible es decisivo, y el cuerpo y la figura humana son las primeras conquistas. Porque, finalmente, en el siglo XVI, la estética del Renacimiento italiano se distingue por el descubrimiento del individuo. Y en el paso del primer al segundo Renacimiento, los artistas son hombres sabios, cuyo denominador común consiste en divinizar la vida. Miguel íngel, Rafael, Giotto, Tiziano, Tintoretto, Leonardo… Estructura, proporción, dimensiones, simetrí­as, asimetrí­as, perfección, color, sensualidad, amor profano, amor divino, tierra, cielo, bien, mal, virtud, defecto, espiritualidad, hombre…, rasgos y antagonismos de este arte humanista.

Y la Europa de los siglos XV y XVI presenciaba, también, cómo la Música experimentaba el redescubrimiento de las antiguas culturas de Grecia y Roma. Porque la Música habí­a adquirido una extremada complejidad en los ritmos y en las voces, derivando en obras de enorme dificultad no sólo de interpretación, sino de entendimiento. Esto llevaba a una máxima abstracción y falta de entendibilidad. Por esta razón, muchos querí­an un cambio: humanizar la música. Ockeghem y sus discí­pulos -Obrecht e Isaac- comenzaron este cambio, restaurando el equilibrio entre lo mí­stico y lo expresivo; pero fue Josquin des Prez quien dio un paso más, utilizando todos los recursos disponibles para adecuar la Música al significado de las palabras y poder expresar la profundidad de cada emoción. Esto es lo que se denominó música reservata.

Y centrándonos ahora en el Renacimiento en España, persistí­an, por un lado, las ideas de la Edad Media y el sentimiento religioso y, por otro, conviví­an las mezclas incesantes de Oriente y Occidente. Estos dos elementos, que contribuyen a formar el arte español, explican la forma natural de cómo España acepta las contradicciones y las fusiona, ya que en la oposición misma, se halla la base de su historia: occidente y oriente, música universalista con sello español, espí­ritu arábigo y aires mudéjares…

Pero el Renacimiento español también se identifica con Fray Luis de León, con Góngora, con la disciplina amatoria de Platón, en la que casi todos nuestros autores mí­sticos del Siglo de Oro se encuentran influidos. Destacando a nuestro poeta mí­stico San Juan de la Cruz, poeta con un lenguaje humano y terrenal, pero aspirando a ser eternamente espiritual. ¿Y qué decir de nuestro español adoptivo El Greco? Humanista Greco-italiano que se hace español en Toledo gracias al estudio y convivencia con la multiplicidad de culturas aportadas por esta ciudad y, además, mostrando su espiritualidad.

Y es de justicia resaltar también el extraordinario panorama del Renacimiento musical español, debido a la importancia que España adquiere en este momento. Porque es necesario recordar que, desde que Cervantes escribe su primera obra hasta su muerte, se suceden en España 50 magistrales años de Música, quizás, los mejores de la historia de la música española. El estilo que ahora practican los maestros españoles es plenamente internacional, un lenguaje universal. Tomás Luis de Victoria, Guerrero, Morales o Diego Ortiz, los vihuelistas y organistas, como Cabezón, gozan de unánime estima en toda Europa.

Este espí­ritu de internacionalidad, de universalismo, de independencia, de riqueza y calidad creadora, y de humanismo profano, que quiere ser espiritual y transcendente, es la dimensión del Humanismo de la Música: una dimensión que se convierte en el mejor valor educativo y formativo, un valor que transforma a la persona, que la mueve en ese giro personalista del qué al quién convirtiéndose, así­, en un verdadero transformador social.

Porque en la filosofí­a del humanismo, la belleza sensible glorifica las más elevadas manifestaciones del arte, y éste magnifica al hombre. Y los artistas humanistas intentan divinizar la vida, pero también intentan humanizar el arte para quedarse con la esencia, con la entendibilidad, con el valor de la comunicación. Porque, además de aportar su fuerza inspiradora, y todo el valor intelectual del que debe estar provista toda obra bien hecha, intentan conseguir que la Música sea expresiva y llena de emoción.

í‰ste es el mensaje y el gozo que tenemos que transmitir a nuestros jóvenes y a la sociedad. Un mensaje de belleza, de comunicación, de humanismo, de espiritualidad, de universalidad. No sigamos, por el contrario, en esa dudosa costumbre de igualar y unificar, empeñados, por ejemplo, en que todos nuestros niños aprendan por obligación, o imposición, un determinado instrumento de viento, instrumento que muchos padres, acaban rechazando, por esos sonidos estridentes y desafinados que sus chicos provocan en esas ansias de mejorar que denota la práctica. No quiero que piensen que no le doy valor a la práctica instrumental, todo lo contrario, cuando mi formación parte de ahí­. Lo que quiero transmitirles es que eso no es lo más importante y que estudiar un instrumento requiere, por desgracia o por realidad, unas habilidades y un talento que no todos poseen. Debemos, por lo tanto, empeñarnos en lo contrario, en descubrir el talento que todos tenemos: por ejemplo, la capacidad de amar, como también la capacidad de descubrir y disfrutar de la belleza. Y el aprendizaje de la Música, a través de esto, es el camino.

Y, sobre todo, démosle contenido humano y espiritual a la Música, matizando al sistema, formando a nuestros profesionales y convenciendo a los padres, colegas y al resto de la sociedad, del poder formativo de la Música, aunque nunca imponiendo, sólo proponiendo. Porque esa es la fórmula: no sólo enseñar doctrina, sino mostrar herramientas para que cada uno en libertad escoja su camino. Pero les aseguro que, si le damos la importancia y el valor formativo real que tiene la Música, y la divulgamos así­, tendremos más posibilidades de que el camino escogido sea el de la Belleza, el de la Verdad, el del Verdadero Encuentro.

Colaboremos con pasión en la educación y formación de nuestros jóvenes, en particular, y de nosotros los adultos, en general, pero no sólo preocupados de dar contenidos cuantificables, sino de construir hombres fuertes que entiendan el camino del esfuerzo, para llegar al camino de la perfección, que valoren la importancia de su singularidad, pero en el orgullo de formar parte de un colectivo, que disfruten de la fortaleza psicológica que les da su propia soledad y libertad, cuando descubren, siendo creativos a través de la Música, que nunca están solos.

Decí­a Platón en la República: «La primací­a de la educación musical, ¿no se debe (…) a que nada hay más apto que el ritmo y la armoní­a para introducirse en lo más recóndito del alma y aferrarse tenazmente allí­, aportando consigo la gracia y dotando de ella a la persona rectamente educada, pero no a quien no lo esté? ¿Y no será la persona debidamente educada en este aspecto (en la música) quien con más claridad perciba las deficiencias o defectos en la confección o naturaleza de un objeto y a quien más, y con razón, le desagraden tales deformidades, mientras, en cambio, sabrá alabar lo bueno, recibirlo con gozo y, acogiendo su alma, nutrirse de ello y hacerse un hombre de bien (…)?».

La clave de una buena educación es motivar, entusiasmar a los niños, jóvenes y adultos con los grandes valores y, para ello, basta mostrárselos con toda su riqueza. La Música, con más intensidad que otras disciplinas y que otras artes, ayuda con eficacia a la formación de nuestra personalidad, ya que provoca la potenciación de nuestras facultades: los sentidos, la atención, la memoria, la imaginación, el sentimiento, la capacidad creativa, la inteligencia…

Pero todas estas facultades, necesitan ser trabajadas de forma adecuada, y no superficialmente, comenzando, primero, a través del trabajo en la creación o búsqueda de nuestro oí­do interior, de nuestra escucha. Porque hay que enseñar no a oí­r, sino a escuchar. Hay que formar desde este parámetro, para poder diferenciar y reconocer, internamente, un sonido, un intervalo, una célula, un motivo o sujeto, una frase… A la vez que dar herramientas para reconocer los diferentes estilos musicales, las distintas arquitecturas de una obra musical para, después, contextualizarlas antropológica, sociológica e históricamente en el concepto historiográfico de la Música llegando, al final, al verdadero entendimiento de la misma. Porque, de esta forma, iremos integrando todas estas facultades, hasta darnos cuenta de que somos nosotros los que, ahora, estamos creando, de nuevo, esa obra de arte, porque nos estamos re-creando en ella. Por eso estamos siendo creativos, porque todo nuestro ser está vibrando con la razón y la emoción del despertar del conocimiento y del sentimiento.

Porque también nos habremos dado cuenta en lo que consiste el verdadero lenguaje musical, el verdadero secreto de este lenguaje universal, de este lenguaje humano y espiritual. Porque cuando reparamos en él, somos conscientes de que debemos hacerlo en recogimiento, en silencio. Podemos decir que estamos ante un sonido silencioso, porque necesitamos escucharlo y sentirlo interiormente, necesitamos vibrar con él y en él, sentir sus vibraciones y campos de resonancia preparándonos, así­, para el encuentro con nosotros mismos, con los otros y con la Verdad.

Decí­a Stravinsky en su famoso libro Poética Musical: «el sentido profundo de la Música, y de su finalidad esencial, es el de promover a una comunión, a una unión del hombre con su prójimo y con el Ser».

Innovemos y cambiemos el sentido de la educación a través de la Música. Descubramos y ayudemos a una verdadera transformación social a través de la Música. No veamos para otro lado. Tenemos una gran responsabilidad. Hay que formar a personas que salgan al mundo, a personas cultas que se distingan por la excelencia y a personas sensibles, no sólo porque cultiven la práctica del buen gusto, sino porque sepan reflexionar y sentirse orgullosos de disfrutar de su libertad, de su singularidad y de su diferencia. Tenemos que formar en esta filosofí­a para que, después, ellos puedan formar bien a otros. Les aseguro que el Humanismo de la Música, que el arte musical, les ayudará y nos ayudará a conseguirlo, les ayudará y nos ayudará a encontrar nuestro camino y, después, a no apartarnos de él, sino a encontrarnos con nosotros mismos y, en ocasiones, con él.

El arte musical, el humanismo de la Música así­ entendido, cumplirá con los requisitos que Juan Pablo II ha solicitado a la filosofí­a de nuestra época: poseer «un alcance auténticamente metafí­sico, capaz de trascender los datos empí­ricos para llegar, en su búsqueda de la verdad, a algo absoluto, último y fundamental».

Y en esta misma lí­nea, decí­a Julián Marí­as en su libro Mapa del mundo personal: «Vivir personalmente quiere decir entrar en últimas cuentas consigo mismo, mirar al fondo, y encontrar que no hay fondo. Es la vivencia desazonante de la infinitud finita, de la limitación inagotable. El hombre, si es veraz, encuentra que es ‘poca cosa’; y al mismo tiempo descubre, con asombro y cierto espanto, que es una persona en la que se podrí­a ahondar indefinidamente, más aún, que invita a ello, que lo reclama, y si no se hace se tiene la impresión de estar huyendo de uno mismo. (…) El carácter finito, limitado, insatisfactorio, pero a la vez proyectivo, futurizo, ilusionado del hombre podrí­a expresarse en seis palabras: ser persona es poder ser más».

Les aseguro que con la Música la persona «podrá ser más».

Y así­, parafraseando a Marianne von Werefkin, esposa y colaboradora de mi admirado Jawlensky, pintor-músico, músico-pintor, que hací­a eslabón con otros muchos que creí­an no sólo en la integración de todas las artes, sino en la importancia de la Música como origen o punto de unión entre todas -en ese posicionamiento estoy yo-, pintores-músicos, músicos-pintores que revolucionaron el arte plástico de las décadas de la primera mitad del siglo XX, estoy hablando de Kandisky, Nijinsky, Ciurlionis, Scriabin, Kupka, Ender, Carrá, Romani, Schíllenberg, Delaunay, Picabia, Severini, Macke, Paul Klee y Jawlenskyâ, pues decí­a Marianne von Werefkin que «Sólo entenderemos la obra de arte en toda su dimensión, cuando advirtamos en qué medida el artista ha sabido convertirse en maestro de la vida».

Les aseguro que los que se aproximen al Arte de la Música, a las figuras de los grandes músicos y al Humanismo de la Música, van a sentir una transformación, van a encontrar razones suficientes para creer en una sociedad mejor, donde hay seres humanos que ejemplifican el por qué de esta vida y de nuestra misión en ella consiguiendo unos, e intentando otros, la ansiada meta: ser o intentar ser -además de grandes genios o, simplemente, dignos profesionales- verdaderos seres humanos, personas en contenido y dignidad, personas únicas y singulares, verdaderos maestros de la vida.

 


[1] Doctora en Musicologí­a, Licenciada en Historia y Ciencias de la Música y Premio Extraordinario de Tesis y Doctorado 2005-2006, por la Universidad Complutense de Madrid. En posesión de varios tí­tulos de Profesor Superior de Conservatorio, y con una dilatada experiencia teórico-práctica en las Ciencias de la Pedagogí­a y de la Psicologí­a, es, por Concurso Oposición, Profesora de Música y Artes Escénicas en la especialidad de Piano, ejerciendo su titularidad en la capital de España -en la actualidad, en excedencia voluntaria-. Imparte cursos especializados de técnicas pianí­sticas, oposiciones y música en general, siendo reclamada con asiduidad para dictar conferencias en distintas universidades e instituciones de los Estados Unidos, Hispanoamérica y España. Es escritora de publicaciones especializadas y de investigación y, en los últimos años, también está realizando incursiones en la literatura más generalista. Es Académica de Número y Correspondiente de Academias Nacionales e Internacionales y Miembro de Asociaciones de Escritores y Artistas.