Armando Rojas, Libertad y neurobiología (Universidad Católica de Colombia)

(Ponencia presentada en el I Congreso Iberoamericano de Personalismo -VI Jornadas de la AEP, ICF- Guatemala, 25-27 de julio de 2011)

RESUMEN

 

El debate sobre el libre albedrío en el ámbito de las ciencias neurológicas es apremiante realizarlo, en la medida en que éstas nos ofrecen una imagen del hombre caracterizada especialmente desde el punto de vista biológico. En este contexto es pertinente el pensamiento de Viktor Frankl, al brindarnos en sus reflexiones una concepción de la libertad humana que se enraíza en la compresión del hombre como persona-totalidad, pues, de la imagen que cada quien se hace de sí mismo, depende sus horizontes de posibilidad y procesos de personalización.

 Palabras clave: libertad, persona, ciencia, mente, cerebro

 

ABSTRACT

 

The debate on the free will in the area of the neurological sciences is urgent to realize, in the measure that offer us an image of the man characterized specially from the biological point of view. In this context, Viktor Frankl’s thought is pertinent, giving us in his reflections a conception of the human freedom that is based on the compression of the man as person – totality, so, of the image that everyone it is done selfsame, depends on his horizons of possibility and processes of customization.

 Key words: freedom, person, science, mind, brain

Preámbulo  

 

La libertad humana no es algo que esté fuera de nosotros mismos, no es una cosa como las otras cosas del mundo, no es un objeto. Es una dimensión constitutiva de nuestro ser, es nuestro ser mismo, ser libre, es ser persona. Sin libertad no podríamos hablar de persona”

Bajo la idea de la libertad humana podemos indicar infinidad de aspectos, si se suprimiese ésta idea, no nos sería posible hablar de humanidad. Dicho valor tiene muchas caras y perspectivas desde las cuales puede ser tratado: “Podemos hacer referencia a la libertad de opinión, de conciencia, de religión, de expresión y de prensa” (Coreth, 1991,  p. 138). Reflexionar en torno a las estructuras sociales que la facilitan o la obstaculizan. Analizar algunos enfoques políticos de la libertad: como el liberalismo, la concepción republicana o el comunitarismo. Pensar sobre las características esenciales que la constituyen o, hablar de la libertad interior o psicológica.  La historia es testigo de la tinta que ha corrido tras el desarrollo de la cultura occidental y de las luchas que se  han librado para hacer que los hombres y mujeres que pueblan el mundo sean cada vez más libres. En fin, la libertad humana es el supuesto básico de nuestra sociedad y nuestra cultura.  Sin embargo, nuestra  historia también  es testigo de los intentos teóricos y prácticos que se han llevado a cabo para suprimir dicho valor. Desde el plano teórico, las formas  de determinismo coinciden en reducir a la persona al ámbito material. De acuerdo con este materialismo, todo está sujeto a una determinación causal de procesos físicos, químicos, fisiológicos y biológicos; y el actuar humano no sería más que la forma de proceder del acontecer material. Este materialismo ha sido sostenido hoy día  por algunos representantes de las ciencias neurológicas, quienes han retornado al viejo problema cuerpo y espíritu bajo la denominación “mente–cerebro”. Parte de la reflexión filosófica se ha valido de dos tipos de argumento para afirmar la realidad del libre albedrío: La  vivencia cotidiana de la libertad y el proceso del conocimiento.

 

1. La experiencia de la libertad y el proceso del conocimiento

En nuestra vida diaria “Nos sabemos libres, nos experimentamos continuamente  enfrentados  a nuevas decisiones que reclaman nuestro juicio, y ante las cuales nosotros mismos tenemos que tomar posición por esta o aquella posibilidad de actuación, por este o aquel valor” (Coreth, 1991, p. 143). He ahí la suprema responsabilidad, la decisión que tengo que tomar es intransferible, nadie me puede reemplazar en esta tarea. Hemos de sopesar, tomar una postura y responsabilizarnos de ella. Por ejemplo: “en su auto-comprensión cotidiana, los propios investigadores del cerebro presuponen sin cesar que ellos mismos, sus colaboradores y pacientes son sujetos responsables de las acciones que realizan” (Küng, 2007,  p. 184). Además, cuando la naturaleza  instintiva  nos oprime, podemos resistirnos  y optar por un valor ético específico. Ante la pereza de cumplir con una tarea determinada, anteponemos el valor de la firmeza. En otros momentos elegimos el silencio para no responder airadamente ante quien creemos nos ha ofendido. Todas estas vivencias hacen patente nuestra libertad.

Cada persona experimenta una y otra vez  a los demás como impredecibles a causa de su libertad. Ocurre con frecuencia que una persona dice “sí” cuando se espera de ella un “no”, puede elegir callar cuando se le pregunta, claudicar de un propósito cuando los demás tienen puesta sus  esperanzas en él. Pero eso no es todo:

Los seres  humanos nos vemos enfrentados a procesos que requieren tiempo y que exigen reflexión, como la elección de profesión, la aceptación de un empleo, la búsqueda de pareja, lo cual indica que hemos de confrontarnos con distintos contenidos de pensamiento y alternativas de acción, decidirnos y, dado el caso, corregir nuestras propias decisiones (Küng, 2007,  p. 185).

Creo que podría  continuar citando muchos ejemplos en los que nos vemos enfrentados a la experiencia de la libertad, como el hecho de las promesas, el perdón, la capacidad de mantenernos en la palabra o de renunciar a ella. Basten todos estos casos para confirmar que vivimos bajo el supuesto de la libertad. Sin éste  valor, no podríamos hablar de persona humana, de responsabilidad, de cultura.Sin libertad, nuestra vida no tendría razón de ser.

Así mismo, en la relación con los otros, no podemos movernos más que bajo el supuesto de su libertad. No intentamos actuar sobre el otro de un modo mecánico, como si fuera una cosa o un objeto impersonal, recurrimos al consejo  y la exhortación, exponemos los motivos, en otras palabras, intentamos persuadir. Por otra parte, en nuestra sociedad, “conceptos como bien y mal, justo e injusto, premio y castigo, no tendrían sentido alguno y ni siquiera podrían entenderse en su significación, si en el fondo de los mismos no latiese la experiencia radical de la libertad, que es la que le confiere verdadero sentido” (Coreth, 1991,  p. 144).  Siguiendo esta línea de reflexión, el filósofo francés  Luc Ferry,  considera bastante convincente el argumento del mal radical, a la hora de acentuar la experiencia de la libertad como un fenómeno básico y distintivo de la existencia humana. El autor sostiene que aunque muchos puedan pensar que los animales son tan crueles  y agresivos como los seres humanos, el mal radical “reside no sólo en el hecho de hacer daño sino en el de adoptar el mal como proyecto, la teología tradicional lo designaba como lo demoníaco. Ahora bien, lo demoníaco parece ser lo propio del hombre, como prueba el hecho de que no existe nada en el mundo animal semejante a la tortura” (Comte-Sponville y Ferry,  1999, p. 36). Parece ser que esta es una realidad que no podemos evadir, la persona humana es el único ser que puede planear el mal, ejecutarlo e infligir dolor a los demás sin otro fin que el propio placer, es decir,  puede ir a los excesos, es capaz de hacer el mal por el mal, pero también tiene la posibilidad de la generosidad desbordante.

En concreto la experiencia de la vida cotidiana nos hace patente el hecho de que continuamente estamos obligados a elegir, a reflexionar, a sopesar los motivos, responsabilizarnos de nuestras propias elecciones,  tomar una postura y elegir un comportamiento determinado, aceptar esto o rechazar aquello. Todas estas experiencias que  vivimos, las expresamos por medio de conceptos, de juicios, es decir, nos comprendemos a nosotros mismos y el mundo que habitamos por medio de nuestro pensamiento.

El segundo  elemento está relacionado con el proceso del conocimiento como camino sucesivo que nos permitirá acceder a la comprensión y la afirmación de la libertad. Veamoslo rápidamente, aunque sea de un modo rudimentario. El  primer  acercamiento que tenemos con el mundo se da por medio de nuestra sensibilidad: “oímos, tocamos, vemos algo”. De este modo el mundo exterior  penetra en nuestra conciencia y por medio del concepto recogemos  el contenido esencial de lo que pensamos. Este es el elemento que nos permite  evidenciar lo que sabemos acerca de algo. De ahí  que por más que se critique  el pensar  conceptual como una forma de distorsionar  la realidad, el hombre no puede pensar más que por medio de conceptos.

Pero, ¿qué es el concepto? La primera evidencia que tenemos es que el concepto no es el término, no es el nombre de las cosas. Los nombres se mantienen, pero los conceptos cambian con el tiempo. Así, por ejemplo, el término  “átomo” ha permanecido  desde  Leucipo a la física nuclear;  lo mismo ha pasado con el término “hombre”, de Aristóteles a Max Scheler, el nombre ha permanecido, pero el concepto ha cambiado muchísimo, posee una nueva significación. De esta manera podemos usar los mismos nombres, las mismas expresiones gráficas a lo largo de la historia, pero el significado que le atribuimos va cambiando de acuerdo con el avance del conocimiento. El concepto tampoco es la palabra, pues algo que pensamos lo podemos expresar con palabras de distintos idiomas.  ¿Qué es entonces el concepto? No es algo material, tampoco es un fenómeno que podemos captar por medio de los sentidos. La voz latina conceptus viene de concipere,  que significa  precisamente abarcar, recoger con la mente y no con los sentidos (ver: Dión, 1995, p. 32).

El pensamiento humano parte de la realidad concreta y singular, y de esta experiencia saca conceptos universales y abstractos –abstraere–, sacar de. Abstraer es quitar las notas particulares  para quedarse con lo más general. Veámoslo con un ejemplo: Nosotros aprendemos cosas singulares y concretas, esta mesa, esta lámpara, este  libro. Estos objetos se nos presentan como un fenómeno sensitivo. Cuando entiendo lo singular  como algo,  no  estoy más que pensando en conceptos. “Cuando digo, ‘libro, silla, lámpara’, no estoy hablando de una realidad concreta y singular, sino de todos los objetos que caen bajo esa denominación; estoy hablando del concepto de silla, libro y lámpara en sentido universal” (Coreth, 1991p. 122). De ahí que puedan existir muchos tipos de libros: grandes, pequeños, de pasta dura, blanda, de lujo, rústicos, de distintos colores y ediciones, pero todos tienen en común que son un libro.

Por otro lado, “no sólo formamos conceptos de cosas aprehensibles por los sentidos, es decir, de cosas que poseen una realidad material. También formamos conceptos que se distancian de esta materialidad, por ejemplo: bueno y malo, posible, necesario, causa y efecto;  y aquellos que excluyen toda realización material como supra-sensible, espiritual, absoluto, infinito, divino, eterno, omnipotente” (Coreth, 1991, p. 125). En general podemos formar conceptos de todas las afirmaciones filosóficas que se refieren al ser, a Dios. Aquí no nos interesa demostrar la validez de estos conceptos, si son ciertos o no, lo fundamental es que el ser humano tiene la libertad de pensarlos.

Esta breve indagación nos permite sacar a la luz tres características esenciales respecto del conocer conceptual: i) El concepto es inmaterial, no es una cosa que podamos captar por medio de los sentidos. Las cosas están sometidas al espacio y al tiempo, pero el concepto trasciende esta realidad material, mostrando con ello que el “pensar es una actividad del espíritu humano”. ii) El concepto es universal  y abstracto, mientras que las cosas son singulares, particulares  y concretas. Gracias a esta capacidad del ser humano de dirigirse de la realidad concreta a conceptos generales, es posible evidenciar que el “pensamiento sólo puede darse desde la libertad por la que el hombre se libera  de la vinculación a la naturaleza” (Coreth, 1991, p. 123); lo cual significa que la persona no está limitada por el entorno, sino que puede innovar, inventar, crear. iii) Finalmente esta capacidad del ser humano de pensar conceptos que trascienden toda realidad y realización  material, nos hace patente con toda claridad su radical libertad, pues “pensar sólo es posible  en el marco de la libertad del espíritu” (Coreth, 1991, p. 125). Es a partir de esta experiencia que podemos hablar de poesía, música, arte, cultura, historia, religión, filosofía, en una palabra, vivir humanamente.

Ahora bien,  pensar no es solamente un conocer conceptual, sino, y ante todo, es un conocer enjuiciador, por medio del juicio  afirmo o niego, digo que algo es verdadero o falso. Este hecho evidente del juicio, de su  afirmación o negación, presume como condición  esencial  el ejercicio de la libertad. “El hombre no puede afirmar algo si antes no posee la libertad para negarlo”  nos dice Viktor Frankl (1994, p. 173). En consecuencia, cuando un científico  niega la libertad, con anterioridad a esa negación tiene que ser libre para poder hacerlo, en otros términos, “la negación de la libertad presupone la libertad para decir no”.

Lo que se ha dicho hasta el momento puede resumirse del siguiente modo: Primero, aunque la libertad sea negada en el plano teórico, en la práctica, en la vida cotidiana, nos “experimentamos” como seres libres, vivimos bajo el supuesto de la libertad, y esto no lo hace solamente el hombre común, también lo hace el científico, quien al igual que todos nosotros se ve continuamente  enfrentado a diversas decisiones que reclaman  su postura. Segundo, la realidad del pensamiento nos muestra  que se requiere como condición necesaria  la libertad, para poder formular conceptos y para expresarnos por medio de juicios que nos permiten a su vez comprendernos a nosotros mismos y comprender el mundo que habitamos.

2. La neurología y libertad humana en la obra de Viktor Frankl

Ahora bien, cierto enfoque de la  neurobiología parece no tener en cuenta esta evidencia. No se nos ha de hacer  extraño, ya que las capacidades de nuestro cerebro nos dejen realmente admirados, de tal modo que muchas mentes ilustres lleguen a afirmar que todo lo humano pude entenderse a partir de él. Efectivamente, el conocimiento, la evolución humana, la aparición de la cultura, la tecnología, el placer, el desarrollo de la inteligencia, el afecto, la solidaridad, los juicios morales, las relaciones sociales, todo lo que somos, pasa a través de nuestro cerebro. Él es como el director de orquesta de nuestras funciones. Sin cerebro no habría humanidad ni consciencia, nos dice el destacado neurólogo Nolasc  Acarín, en este sentido:

Se explican las emociones y la motivación como funciones cognitivas dependientes de dos estructuras cerebrales específicas: el sistema límbico y el córtex prefrontal. La alteración de estas estructuras trastorna la capacidad emocional, la motivación y el comportamiento (…) Quizás el caso más famoso de lección frontal fue el de Phineas Gage, un técnico en los barrenos de los EE.UU en la segunda mitad del siglo XIX. Como consecuencia de un accidente, una barra de hierro le perforó el córtex prefrontal, se repuso bien pues la herida fue muy limpia, sin otros traumatismos. A partir del accidente su vida cambió completamente, fue incapaz de mantener su empleo, y de ser atento y cariñoso se volvió huraño y mal educado, su vida acabo en una exhibición de circo (…)  Ello nos muestra, que las capacidades y funciones mentales tienen una base neuronal, si ésta se altera se trastorna el pensamiento, la voluntad y los sentimientos. (2010, p, 227 y 255)

De acuerdo a lo dicho, el correcto desempeño de las estructuras del cerebro hacen posible nuestros ideales de fraternidad; al igual que las iniciativas e ideas perversas, en caso de ser afectados por  una grave lesión. Por lo cual, no debe sorprendernos la tesis que afirma la realidad de la consciencia como una capacidad emergente del cerebro, así como el agua emerge del hidrógeno y el oxígeno convirtiéndose en un producto distinto de los gases de los que procede. De este modo piensa el filósofo Norteamericano John Searle, quien intenta a partir de esta postura rechazar tanto el dualismo como el materialismo, no quiere  separar o suprimir ninguno de los fenómenos humanos, para él, la consciencia no se opone a lo físico se incluye dentro de él, lo objetivo y lo subjetivo no son entidades separadas. La consciencia nace de lo biológico,  y se explica a través de él, como una realidad distinta de lo biológico, tal como el agua se diferencia del oxígeno y el hidrógeno de los que proviene. Véase por ejemplo  de sus obras: La mente, una breve introducción, especialmente los capítulos cuatro y cinco. Mente, lenguaje y sociedad, los capítulos dos, tres y cuatro. El misterio de la consciencia y la primera parte del texto Libertad y neurobiología.

Tal postura, admite la consciencia pero al costo de explicitar la concepción de aquello que nos hace humanos, a un producto caracterizado a partir de lo biológico. En primer lugar, asumir lo biológico como base para desentrañar el misterio de nuestro ser, es un intento fabuloso, pero  es de por sí una forma elegante de monismo, aunque Searle no lo considere de ese modo. En segundo lugar,  implica reducir a objeto todo lo que nos constituye como tal. También en  filosofía de acuerdo a su contexto histórico podemos encontrar ejemplos en los que se ha privilegiado alguna dimensión de lo humano como punto de partida para hacer patente la totalidad de su ser, poniendo el énfasis en la libertad (Sartre), el estar arrojados y el ser para la muerte (Heidegger), las relaciones humanas, (Buber, Levinas, Gabriel Marcel), las situaciones límite (Jaspers), la angustia y el sin sentido  (Kierkegaard y Cioran),  el conocimiento, el lenguaje o la realidad histórica entre otros.

La reflexión actual en antropología filosófica permite arriesgar la siguiente afirmación: “no existe ningún punto de partida concreto absolutamente válido, ningún fenómeno que goce de un privilegio exclusivo. Ser hombre significa una pluralidad esencial de dimensiones, en la que no sólo experimentamos el mundo, sino que nos experimentamos a nosotros mismos” (Coreth 39). Comprender al ser humano como persona-totalidad requiere un gran esfuerzo de visión  y de diálogo en la complementariedad de los saberes. Supone que el estudioso de las ciencias  biológicas, como el psicólogo tenga de antemano una idea de lo humano para que proyecten sus descubrimientos sobre esa pre-comprensión sin supeditar la totalidad de lo que somos, a sus hallazgos particulares. En el corazón de este diálogo se avizoran dos cuestiones de vital importancia: el punto de partida desde el cual vamos a entender nuestra humanidad y su sentido y el método mediante el cual se pretende lograr dicha comprensión. La filosofía personalista ha realizado sus aportes a esta cuestión, especialmente de la mano de la fenomenología,  pero tiene todavía trabajo por adelantar.

El neuropsiquiatra y filósofo Viktor Frankl en el contexto de esta discusión, particularmente en la década de los años cincuenta a los ochenta se impondrá la tarea de ofrecernos una imagen del hombre en la que se nos haga visible la totalidad de lo humano. Sus diez tesis sobre la persona son una muestra de ello, pronunciadas por primera vez en inglés, al final de la década de los cuarenta y publicadas  en  castellano en el ochenta y ocho en el texto La voluntad de sentido. Allí nos  habla de la persona como un ser espiritual y único, individual e insumable, existencial y dinámico, poseedora de un centro y con capacidad para comprenderse así misma sólo  desde la perspectiva de la trascendencia. Esta trascendencia hay que entenderla como la fe del hombre en el sentido. Según Frankl la persona es la constitución de lo físico, lo psíquico y lo espiritual y es precisamente la realidad espiritual la que le da la posibilidad a la persona de distanciarse de lo psicofísico. Éste distanciamiento se da gracias  a la capacidad humana de la libertad, la cual no puede ser alcanzada por las ciencias empíricas, en sus palabras:

El fenómeno originario de la voluntad libre pertenece,  pues, al ámbito de la meta psicofísica. El científico como tal sólo puede ser determinista. Pero ¿quién es sólo científico? También el científico es, más allá de todas las actitudes científicas, un ser humano: plenamente hombre. También el objeto que estudia el científico. También el hombre es más de lo que la ciencia natural puede ver en él. La ciencia natural sólo ve el organismo psico-físico, no la persona espiritual. Por eso tampoco puede ver esa autonomía espiritual del hombre, que corresponde a éste a pesar de la dependencia psicofísica (Frankl, 1994, p. 177).

La “libertad humana pertenece al plano del espíritu” y aunque el ser humano esté condicionado por la realidad psicofísica y el entorno, en lo más profundo de su ser, sigue siendo libre, es decir, no está determinado por ningún valor superior o inferior, ni por sus instintos, ni por su carácter:

Es verdad que el hombre, a veces, no es libre de hecho –nos dice Frankl–; pero potencialmente sigue siendo libre. En efecto, cuando no aparece como libre, es porque ha renunciado –libremente– a su libertad. Cuando el hombre es arrastrado por los instintos se “deja llevar” de ellos. El hombre puede, pues, responder a sus instintos; pero esta misma respuesta depende de su responsabilidad. Según esto, el hombre posee la libertad en cada caso, pero la posee no sólo para ser libre, sino también para no serlo. Posee la libertad para elevarse y dejarse caer en los instintos (Frankl, 1994, p. 174).

“Ningún objeto, bien o valor por elevado, loable y significativo que sea, nos determina a elegirlo” (Coreth, 1991, p. 148). Precisamente aquí  radica la esencia de la libertad; el hombre no está determinado a optar por un bien en particular, sino que tiene la posibilidad de responder a él. Puede ser que  un valor en específico ejerza sobre nosotros una fuerza bien intensa, no puede en últimas determinarnos; de hecho experimentamos con mucha frecuencia que nos vemos solicitados a elegir un valor inferior en contra de uno superior, por ejemplo, un placer sensual en vez de la fidelidad o la autenticidad. Igualmente, aunque la fuerza motivante sea lo bastante persistente, ésta nunca nos determina, pues con anterioridad la persona ha tenido la oportunidad de abrirse a  ese valor, a ese bien.

La persona, tampoco está condenada a elegir un valor inferior o a dejarse llevar por los instintos. Si esto es así, repitámoslo nuevamente: es porque con anterioridad ha elegido dejarse determinar por ellos. En otras palabras, no depende del ser humano tener instintos o no, pero sí, la actitud que asume ante ellos, así expresa su propia singularidad. Es responsable de actuar desde los instintos o de responder contra ellos. En este mismo sentido, muchas de las disposiciones psicológicas y el factor genético que el hombre ha recibido como dote constituyen su carácter, pero la persona puede tomar postura frente a él porque es libre. Al respecto  Viktor Frankl cita el siguiente caso:

El doctor J. –nos dice– es el único hombre que he encontrado en toda mi vida a quien me atrevería a calificar de mefistofélico, un ser diabólico. Se le conocía como «el asesino de Steinhof», nombre del gran manicomio de Viena. Cuando los nazis iniciaron su programa de eutanasia, tuvo en su mano todos los resortes y fue fanático en la gran tarea que se le asignó: hizo todo lo posible para que ningún psicótico escapara de la cámara de gas. Acabada la guerra, cuando regresé a Viena, pregunté por él. Me dijeron que los rusos lo habían encerrado en una de las celdas de reclusión de Steinhof, hasta que un día la puerta apareció abierta y no se le volvió a ver. Supuse que, como a muchos otros, sus camaradas le habían ayudado a escapar, y estaría camino de Sudamérica. Pero recientemente vino a mi consulta un diplomático austríaco que había estado preso tras el telón de acero muchos años, primero en Siberia y después en Lubianka, una famosa prisión, en Moscú. Mientras le hacía un examen neurológico, me preguntó de pronto si yo conocía al doctor J. Al contestarle que sí, me replicó: “Yo le conocí en Lubianka. Allí murió de cáncer de vejiga, cuando tenía alrededor de los 40 años. Pero antes de morir, sin embargo, era el mejor compañero que se pueda imaginar. A todos consolaba. Mantenía la más alta moral concebible. Fue el mejor amigo que yo encontré en mis largos años de prisión”. (Frankl, 1995, p. 150)

Esta historia nos muestra claramente que no es posible predecir la conducta de un ser humano, de un modo definitivo, pues el hombre es algo más que psique;  no sólo posee libertad frente a las influencias de su medio ambiente, sino también frente a la influencia de su propio carácter. Si no gozara de su capacidad de autodeterminación, querría decir que no existiría ninguna posibilidad de crecimiento, de desarrollo personal, de conversión o de transformación interior, de libertad para configurar su personalidad y para ser de otro modo, para autorrealizarse. Si no fuera así, las distintas formas de psicoterapia que intentan liberar al hombre de sus problemas internos, no tendrían ningún valor. De hecho sólo se pueden hacer porque se parte de la afirmación imperante de la libertad.

Conclusiones y consecuencias

 

Permítanme finalmente sugerir algunas conclusiones de esta reflexión

En primer lugar, en vez de confrontación, diálogo con las ciencias biológicas. Según he entendido, esta es la actitud que asume Viktor Frankl al presentar sus reflexiones sobre la persona. Para él, la comprensión que cada ser humano  se forjar de sí mismo  determina en gran parte sus horizontes de posibilidad y de personalización. Ello significa que aunque seamos presa de los condicionamientos psicofísicos como la coacción, el miedo, la codicia, los hábitos, el alcoholismo, la inconstancia, la drogadicción,  la sugestión, la ignorancia, las limitaciones y deformaciones del conocimiento, la neurosis y enfermedades mentales, el peso de la herencia y el carácter, podemos asumir una posición ante ellas de acuerdo a la imagen que tengamos del ser humano. En este sentido es que podemos preguntarle a las ciencias biológicas por la  antropología y epistemología con que ellas operan, si corresponden a una imagen del ser humano como persona, o si con su visión no está dando una forma de comprensión que acota el sentido de lo humano y quizás por ello esté también contribuyendo con las formas de  despersonalización que se encarnan en la cultura.

En segundo lugar: ¿Por qué la preocupación por la afirmación de la libertad?, es gracias a ella que el que el ser humano tiene la posibilidad de cambiarse a sí mismo y de asumir una actitud frente a los acontecimientos y condicionamientos que se le presentan. En esta dirección que se puede entender la idea de Frankl, según la cual el hombre no es solo libre de algo sino para algo, libre para cambiarse a sí mismo y para asumir una actitud. Igualmente gracias a esta libertad es posible hacer un acto de confianza en nosotros mismos y en la humanidad, en su potencial para  aprender a vivir con mayor equilibrio y con sentido tal como lo indica Viktor.  En la tradición filosófica de la mano de algunos autores, por ejemplo  Rousseau, nos ha llegado la convicción de que somos libres por naturaleza: yo me preguntó ¿a nosotros no nos convendría más bien pensar, no que somos libres por naturaleza, sino que tenemos la capacidad de serlo? Para que seamos más conscientes de la necesidad de ejercitarnos en la conquista de nuestra propia libertad y la de los otros. En una palabra, no basta con afirmar la libertad, también es necesario lograrla.

En tercer lugar: Cuando los estudiosos de las ciencias biológicas intentan tematizar la comprensión de la realidad humana a partir de la visión exclusiva de su perspectiva ¿por qué razón lo hacen? Creo que es básicamente porque quieren desprenderse de todo asomo de pensamiento metafísico al considerar que dicha reflexión contribuye prácticamente en nada con el desarrollo de su saber. En este punto la tarea de quien cultiva el pensamiento filosófico, en especial la filosofía personalista ¿no consiste acaso en mantener vivo el diálogo, en dejarse cuestionar y poner  al descubierto tanto las fuentes de referencia de su propio pensar como las de su amigo el científico, ¿no será que de este modo podemos llegar a una mayor autocomprensión de lo  humano? Por otra parte, si se renuncia a toda forma de pensar que incluya el carácter reflexivo de la indagación metafísica no sé cómo podría sustentarse conceptos como los de persona, o  mantenerse el diálogo con los saberes que  pretenden fundar su conocimiento exclusivamente en el dato empírico.

No he pretendido traer algo para enseñarles, sólo he sugerido unos puntos que también son de mi interés particular, con el fin de poder aprender de sus comentarios y reflexión.

REFERENCIAS  BIBLIOGRÁFICA

  • ACARÍN, Nolasc. (2010) El cerebro del rey: vida, sexo, conducta, envejecimiento y muerte de los humanos. 8ª  ed. Barcelona: RBA Libros S.A.
  • CORETH, Emerich. (1991) ¿Qué es el hombre? Traducción de Claudio Gancho. 6ª ed. Barcelona: Herder.
  • COMTE-SPONVELL André y FERRY Luc. (1999). La sabiduría de los modernos Traducción de María José Furió. Barcelona: Península.
  • DIÓN,  Martínez  Carlos. (1995).  Curso de lógica. 3ª ed. México: Mc Graw Hill.
  • FRANKL, Viktor. (1995). El hombre en busca de sentido. 17ª  ed. Barcelona: Herder.
  • _______________. (1994). El hombre doliente. 3ª  ed. Barcelona: Herder.
  • _______________. (1994). La voluntad de sentido. 3ª  ed. Barcelona: Herder.
  • KÜNG,   Hans. (2007). El principio de todas las cosas; ciencia y religión. Traducción de José Manuel Lozano Gotor. Madrid: Trotta.
  • SEARLE. John R. (2006). La mente, una breve introducción. Traducción de Horacio Pons. Norma: Bogotá.

Otros textos consultados para la realización del escrito:

  • ECCLES, John. (1992) La evolución del cerebro, creación de la conciencia. Traducción de Francisco José Rubia Vila. Labor: Barcelona, véanse con especial interés los tres últimos capítulos.
  • MORA, Francisco. (1996). El cerebro íntimo, ensayos sobre neurociencia. Ariel: Barcelona. Para nuestro tema véanse el capítulo 10, sobre el desarrollo de la mente como fenómeno material y el capítulo once sobre el problema mente-cerebro y la naturaleza humana.
  • De John Searle véanse los otros textos referidos en el escrito.
  • llGUARDINI, Romano. (2000) Lecciones en la Universidad de Münich. Traducción de Daniel Romero y Carlos Díaz. 2ª ed. Madrid: BAC.
  • JENA – JACQUES, Rousseau. (2005). Discurso sobre el origen y los fundamentos de la desigualdad entre los hombres y otros escritos. Traducción de Antonio Pintor Ramos. 5ª ed. Madrid: Tecnos.