(Ponencia presentada en las III Jornadas de la Asociación Española de Personalismo:

«Foro de filosofí­a personalista», Centro Universitario Villanueva. Madrid, 16-17 de febrero de 2007)

Krzysztof Guzowski, Universidad Católica de Lublin de Juan Pablo II, Polonia.

Introducción

La mayoría de los personalismos, es decir, de los conceptos antropológicos, muestran a la persona de diferente manera: desde una idea general del hombre hasta percibirlo como un método, todo esto, dificulta hoy en día a los personalistas el acuerdo entre sí, y el personalismo aún es visto solamente como una parte de una cierta antropología. Quisiera mostrar en esta exposición que el personalismo no es solamente una parte de la antropología, sino la antropología par excellence, así, cuando decimos: antropología, debemos pensar al mismo tiempo en: “el personalismo como el sistema que contiene todo el mundo del hombre, es decir, la totalidad del hombre como sujeto corpóreo-espiritual y todo el universum de las relaciones, en las cuales él, como persona, revela sus propiedades cognitivas, creadoras y espirituales”. La persona siempre se hospeda en el mundo del espíritu y de la acción, y hospeda al mundo en sí mismo interiorizando cada relación y definiéndola ad extra. Esta experiencia de la persona “de estar en el mundo”, “en sí mismo”, “en otros” y “fuera de su mundo” determina al ser humano como hospitalario, abierto, dinámico y trascendente. De la necesidad interior (subjetividad) y de las condiciones ontológicas (la estructura, es decir, el equipamiento de la persona), la persona establece el contacto con el mundo y constantemente tiende a trascender sus propias limitaciones. Por eso, para construir una adecuada ontología de la persona, primero hay que construir una adecuada metafísica del personalismo, la cual nos permite ver al ser en la perspectiva de la persona y en su ontológica “hospitalidad” en el mundo. De lo contrario todo el mundo se quedaría como una masa anónima, “un océano de monadas”.

Gracias a la capacidad de la persona, en el mundo sucede constantemente una compenetración (perijoresis) no solamente de diferentes formas de existir. La persona dirige su conocimiento, su síntesis, hace real el lenguaje, lo expresa y le pone nombre a lo que sucede en ella, fuera de ella y por encima de ella (la autoconciencia, la experiencia, el conocimiento concreto y objetivo, el conocimiento trascendente, la intuición). La persona humana gracias a su construcción,  es a la vez inmanente y trascendente respecto a la realidad. Así la persona humana está en relación con el mundo de otras personas, el mundo de las cosas y el mundo del Absoluto (que no es ni el mundo de los hombres, ni el de los seres creados). De todo lo dicho anteriormente propongo mi hipótesis de la “antropología de la hospitalidad”. La hospitalidad es la experiencia primitiva y universal de todas las culturas, por tanto nos sustituirá los términos: relación, diálogo, trascendencia.

La evolución del planteamiento de la persona desde la singularidad hacia la relacionalidad

El pensamiento europeo se concentraba en el pasado en las pruebas de separación de la persona del “resto” de la realidad y tenía suficientes motivos. Se pretendía demostrar que el hombre es una “totalidad” completa en contraposición a las tendencias panteístas y materialistas, las cuales veían al hombre únicamente como un ejemplar de la especie, un fragmento de la realidad “cualitativamente” igual al resto de la realidad. En aquel tiempo se trataba de acentuar la excepcional dignidad del hombre en el mundo de las criaturas. Se arrastra hasta hoy esta comprensión de la persona en las diversas formas del individualismo. En la célebre definición de Boecio: persona est naturae rationalis individua substantia, el principal acento está puesto sobre “la sustancia individual”, es decir, sobre la separación de la persona del mundo y del cosmos. Ya se dijo mucho acerca de esta definición, pero es importante que tengamos en cuenta que ella ayudó a profundizar en aquel tiempo, lo que es esta “sustancia individual”, y además dirigió la atención hacia el misterio de la existencia personal. Al comienzo de la Edad Media se puso de relieve la existencia personal que se definió con el término “subsistentia”, lo que significaba dicha existencia en sí, por sí y para sí. Entonces ya se definía a la persona como la existencia substancial, individual, particular, única en su especie, incomunicable, irrepetible [existentia singularis, incommunicabilis, irrepetibilis; Richard de san Víctor, santo Tomás de Aquino, Juan Duns Escoto]. Evidentemente no es verdad que la metafísica expresa solamente la naturaleza general del hombre. En el mencionado planteamiento de Boecio, la persona es un individuo irrepetible y no la especie humana en general.

El pensamiento humano, observando el fenómeno de la persona, descubrió un nuevo elemento esencial ontológico, es decir la subjetividad, el “yo”, autoconciencia, reflexión, hondura subjetiva, psíquica. Este rasgo lo veían: san Agustín, los agustinos y las cristianas tendencias místicas. En el campo de la filosofía tan sólo en el siglo XVII Cartesius vio en el hombre “ego cogitans”, el sujeto.

El pensamiento humano madura, y después de la etapa de la definición de la persona en sí misma, llega el tiempo de percibir a la persona en cuanto a la relación. Para este planteamiento de nuevo fue importante la aportación de san Agustín, que definía cada persona de la Santísima Trinidad a través de la relación, más tarde santo Tomás de Aquino profundizó en este planteamiento. Para él la persona no es solamentela subsistentia, sino también la relación substancial. En el contexto personal, entendemos la relación, no en el sentido psicológico, como de una relación con los demás, “la comunicación”, sino en el sentido ontológico. La persona es relación en el sentido activo, porque forma otras personas, y también las cosas, entrando con ellos en las relaciones “totales”. Al mismo tiempo la persona es relación en el sentido pasivo, es decir, es el resultado de estar en la relación con otras personas, y cosas. Se puede decir que justamente por eso la persona es estructura fundamental de la realidad social y cósmica, porque es “relación autoconsciente, racional y llega a conocer” en el mundo. La persona por eso no es algo estático, sino justamente como la relación substancial – ella se hace a sí misma a través del mundo de otras personas, donde se eleva a las dimensiones más altas de su propia existencia y conciencia. La relación hacia el mundo de las cosas es secundaria, pero puede ser creativa, sobre todo como resultado del encantamiento de la belleza del universo.

En el tratamiento de la persona, como “yo substancial” y como “la relación substancial” esta presente implicite la indisoluble relación con el mundo. En la primera definición el elemento “cósmico” esta presente en la más amplia comprensión de la existencia. La persona es existencia separada, particular y autónoma, pero participa en la existencia común (esse commune) de los hombres y de las cosas. Es una existencia separada en el mundo, gracias al mundo y a través del mundo. Aquí hay que recordar la escatológica dimensión de la persona, una cierta extensión temporal y espacial, porque la existencia personal sucede en relación con las circunstancias, los lugares y el tiempo. El hombre a través del cuerpo está inmerso en la corriente de la vida, y conscientemente participa en ella.

En la segunda definición como la sustancia-relación, se es persona gracias a la relación ontológica con otras personas, en el contexto del mundo y de las industrias humanas, como la cultura y la técnica. La persona vive gracias a la relación hacia otras personas, lo que al mismo tiempo significa “el hospedaje” de los otros en ella misma, su aceptación, la apertura a todo el mundo personal de ellos. Así en la comunidad de las personas se puede afirmar la génesis de la persona, porque el intercambio y la relación mutua entre las personas significan una  apertura a la vida de las otras  personas con los que estamos en relación. Pero todo lo que está fuera de la realidad personal, el mundo no personal, constituye el contexto para la personalidad.

En consecuencia, la persona hay que definirla integralmente como “subsistencia subjetiva y la relación en el seno de su ser”. El personalismo no es solipsismo. La persona real, no meramente mental, se realiza en la relación hacia otros seres personales, hacia Dios y hacia las personas creadas, individuales y colectivas, y en relación a la totalidad del ser: la tierra, el mundo, la realidad celestial.

La ontología de la hospitalidad

 

Habría que empezar el tema de la ontología de la hospitalidad desde la visión de la relación de san Agustín y de santo Tomás, ellos superaron a las categorías de Aristóteles favoreciendo a la doctrina de las Personas en la Santísima Trinidad. Ellos crearon la base del concepto “de la relación substancial”. La persona es la relación substancial o la sustancia que se relaciona. Para Aristóteles el ser, en el sentido propio, es solamente la sustancia, la relación en cambio es la mínima categoría accidental. En la doctrina de la Trinidad sucede de alguna manera una identificación dialéctica entre la sustancia y la relación en base a la identidad de la naturaleza. La persona se realiza, se hace a sí misma, se realiza temáticamente porque en la esencia es la relación con otras personas, y con el mundo de las cosas. La persona es pues, la sustancia y la relación al mismo tiempo. Parece que esta idea de la persona excluye el individualismo y el colectivismo, porque la persona no existe sin otras personas y sin mundo material, ni tampoco la colectividad existe sin la subjetividad de las personas.

La sola estructura del cuerpo humano es relación con la naturaleza humana, con el mundo material y biológico. La persona se conoce a sí misma en la relación consigo misma, y el rasgo primordial de la corporeidad de la persona es la sexualidad. El cuerpo humano no es un conjunto de características anatómicas, sino la conciencia co-social y el estatus, escatológico. A  través del cuerpo llega el comunicado a nuestro “yo” acerca de quien llegaré a ser. Este comunicado, obliga a nuestro “yo” para que esté orientado hacia la creatividad, hacia la creación de la propia historia. El “yo” humano es desde los primeros momentos de la existencia “despierto” e “incluido” en las relaciones hacia las personas, y al propio cuerpo (que en el caso del sufrimiento parece ser ajeno), y hacia el medio biológico. No es así, que la persona está separada de la realidad  por un muro creado por su propia conciencia y el cuerpo. El rasgo fundamental de la persona es que ella es “hospitalaria” hacia lo “otro” y hambrienta de lo nuevo que viene desde fuera de su propia experiencia. Lo “otro” le da la vida y al mismo tiempo está inscrito en la estructura de la persona. Es verdad, que no hay en el mundo dos personas idénticas y es cierto que el contenido de la existencia humana es “estar con otros” o confrontarse con “lo otro”. Si no fuera por el amor espiritual que conecta los mundos separados y es capaz de unir lo que es diferente, el mundo humano sería una película de terror y locura. Tal vez por eso, los que no sintieron nunca el amor, experimentan su existencia como  un  peso y una pérdida.

Precisamente en el campo del amor se aclara en cierto modo una dicotomía entre la existencia individual, substancial y “encerrada, y la existencia como relación. KarolWojty?a define el amor como “el regalo de sí mismo para otra persona”. “Darse a sí mismo” significa abrir la puerta del misterio de su existencia, confiar éste misterio a otro, sumergirse en otro, en su historia personal. Darse a sí mismo es al mismo tiempo la capacidad de recibir al otro tal como es. Por eso, el amor significa tanto el regalo, como la capacidad de recibirlo. Se da aquí una profunda dialéctica; de salir de la propia substancialidad hacia el otro y hacia la realidad, y al mismo tiempo de regresar a sí mismo (reditio ad seipsum) juntamente con los demás y la realidad asimilada. Se es persona, en el pleno sentido, gracias a la naturaleza humana, más aun gracias a la esfera personal. Es decir sin la libre voluntad y sin la razón no se podría hablar ni del amor, ni de la relación.

La idea de la relación se entiende demasiado objetiva y generalmente, mientras que la relación en el mundo de las personas, es la hospitalidad: es un salir al encuentro de si mismo de dos diferentes sujetos. La hospitalidad evoluciona y cambia “los colores” dependiendo del encuentro con las personas concretas. Por eso podemos hablar también de la metafísica del personalismo y de la causalidad personal (de eso trataremos más tarde). La primera etapa de la hospitalidad consiste en ocuparun espacio común, en la segunda etapa se da la comprensión de “lo otro” o “lo diferente”  y la aceptación de ello en el propio mundo, en la tercera etapa de la hospitalidad sucede la recepción de “lo otro” o “lo diferente” como un modelo para construir el propio mundo y la atenta escucha de “lo otro” o “lo diferente”, en la  cuarta etapa de la hospitalidad, se equipara las diferencias y se construye un mundo común que en el lenguaje esta denominado como “nosotros”.

La casualidad personal

 

Como resultado llegamos a un concepto de la “persona social”, aunque eso supone salir fuera de la filosofía clásica. Es preciso construir el ancho y dinámico sistema del personalismo. Este personalismo no es solamente entender que el hombre es persona (la antropología del personalismo), lo que comparten casi todos los pensamientos, entre otros el marxismo, fenomenología, hermenéutica filosófica, el liberalismo y otros, sino también todo el sistema intelectual, que interpreta y explica toda la realidad desde la perspectiva de la persona. Para el sistema de personalismo – de la escuela de Lublin – el fenómeno de la persona humana es el punto de partida para la construcción del personalismo como tal y es el método al mismo tiempo. Pues sobre la base del personalismo y de lo dicho hasta ahora, formulamos la hipótesis de que la sociedad concreta, real, definida por las fronteras materiales y temporal-espaciales tiene un carácter personal, es “persona”, o al menos quasi-persona (K. Wojty?a). Es decir, el carácter personal y ontológico tiene no solamente una determinada persona, sino también la comunidad de las personas (la sociedad).

En consecuencia cada sociedad tiene su “sustancia” sobre la base de la naturaleza humana, el “yo” común, el  “nosotros”. Tiene su común: existencia, destino (esse commune), actividad (etos), su cultura. Aquí la dimensión natural y espiritual se junta aunque la dimensión espiritual tiene la primacía y el carácter teleológico. Se puede afirmar que la sociedad tiene sus propias estructuras y funciones. A saber común: existencia, conciencia, voluntad, sentimientos, trabajo y vida que en ciertos casos es al mismo tiempo real y biológico. “La persona social es la sociedad de las personas, que es el producto de sus capacidades de correlación basados en la naturaleza” (Bartnik).

La ontología de la hospitalidad se puede explicar de manera grafica a través “de la causalidad personal”. La sociedad no es solamente un resultado de la participación de muchas personas en el bien común (Tomás de Aquino), y no es accidental referente al ser (en el campo de la metafísica). El misterio de esta gran “hospitalidad” que sucede en cada sociedad natural, es la “causalidad personal” que es fundamental para la existencia del hombre. En el mundo de las personas, como en el universo mismo existen y actúan las causas. Sin embargo la influencia reciproca que se da entre ellas lleva un rasgo de la persona y de su grandeza. Nos damos cuenta que en la existencia personal, la sociedad está continuamente “presente” aunque con diversa intensidad. En cada sociedad participamos como unos eslabones en una gran cadena. Cuanto más estamos influenciados positivamente por las personas-eslabones, en cuanto ellos nos atraen, tanto más nosotros mismos aportamos a la sociedad y tanto más “somos” sujetos de ella misma. La sociedad “explota” a los individuos, siempre y cuando ellos mismos participan en el bien común perfectamente, es decir, entregando sus personalidades. Esta unión puede suceder gracias a la participación no parcial, sino completa de la persona, donde se revela y realiza el hombre en toda la verdad de su existencia. Esta sociedad no puede fundamentarse únicamente sobre los ideales, sino también sobre el bien común. Por eso siempre la cuna de la sociedad estatal y de cada institución son las comunidades naturales. Por ejemplo la familia donde se descubre la verdad de su propia existencia que es la humanidad, afirmada en el amor de los padres. Sobre este fondo se ve con más claridad “la causalidad personal”. El hombre que experimenta el amor para preservar esta experiencia de la comunión con los demás es capaz entregar su propia vida.

La trascendencia y la hospitalidad

 

La persona humana está sumergida en la realidad y al mismo tiempo la transciende. Si la persona (individual) es capaz de transcenderse, entonces de alguna manera la sociedad también es capaz de transcenderse. La sociedad la entendemos como la suma de muchos sujetos (individuos). En la sociedad la vida del sujeto (individuo) se defiende de ser tratada de manera instrumental. La persona es el ser más perfecto, trascendental respecto al mundo impersonal, por eso para “encarnarseo para poder asumir la existencia biológica, su “yo(la conciencia) tiene que conceder a los valores materiales un valor absoluto. Tal vez por eso la gran calidadde la relación con otras personas, protege nuestra existencia de la ilusión y del abandono de la verdad sobre la esencia de la propia humanidad a favor de la mentira. A pesar de que el hombre se realiza solamente en el mundo de las personas y de los valores “que sirven a la vida” (K. Popielski), los valores sustitutivos y temporales pueden tener la influencia suficiente, en caso de que la falta de calidad de los valores espirituales se sustituye por la cantidad de los valores pasajeros.

La trascendencia supone una determinada ontología, según la cual la persona es un ser, (un ente), una existencia real y completa, y no solamente una idea, un modelo, un concepto, un valor o una forma. En la civilización de hoy hay una cierta tendencia de regreso a un concepto reduccionista del hombre, según cual el hombre es “un animal racional”. Hoy en día se percibe también al hombre solamente como la razón, la mente o el pensamiento. Sucede también un tipo de reduccionismo pitagórico, es decir el hombre se percibe solamente como un número, una cantidad, un pensamiento encarnado, una parte de la conciencia en la naturaleza y en el mejor de los casos la palabra o un fenómeno lingüístico.

La información adquiere una particular categoría “antropológica”. El hombre tendría que ser un receptor de la información, un efecto de la información o un artífice de ella (libre o incluso no libre). Tendría que ser un ser (ente) que construye sobre la base de la informática y gracias a la ayuda de las reglas de ella (por ejemplo J. Habermas). En este caso tendríamos que hablar no solamente sobre la sociedad de la información y de la informática, sino también del hombre “informativo” e “informático”. La sociedad tendría que ser un conjunto de la información y digamos un ente informativo. Hay que subrayar, que desde Hegel, que en los tiempos modernos redujo al hombre al “logos” o un “concepto”, es cada vez más común la práctica de la “in-formación” como un método básico y único de “formar” al hombre como el individuo y como la sociedad. En este contexto se muestra el tema de la naturaleza de la información. En la práctica sucede, con frecuencia, que domina la ideología o la propaganda muchas veces sin alguna referencia a la verdad, a la moralidad o a otros valores más altos. Se da una enorme estrechez mental, como si el hombre como persona, individual y colectiva, sería casi totalmente un producto de la información, entendida como; el signo, el comunicado, la idea, la frase, la teoría, la narración. Por esa razón el papel de los medios de comunicación es tan importante y por eso se observa una continua batalla por tener sus propios medios de comunicación.

El planteamiento ontológico muestra la trascendencia de la persona en muchos niveles. La persona incluso aplastada por una avalancha de información, busca el verdadero intercambio, busca el mundo personal. Este deseo “de la hospitalidad” está inscrito en el ser de la persona y se expresa en su trascendencia. Pretendemos mostrar, que hoy en día el mundo de la comunicación, de los medios de comunicación no cumple esta función (salvo algunas excepciones). Es así porque favorece a la propaganda y no es capaz de escuchar. Para salvaguardar el mundo personal, es necesario que los medios de comunicación aprendan a escuchar y, luego a hablar. Esto no puede tener lugar únicamente en el campo de las investigaciones sociológicas como por ejemplo sobre las tendencias o de la moda, etc. Es necesario el regreso a la verdad sobre el hombre.

Aquí presentamos unas observaciones al respecto:

a. En primer lugar la persona es más que una pura información, que el mero pensamiento humano, que una “frasedirigida hacia la realidad objetiva; la persona vence todo el extremo agnosticismo e inmanentismo cognoscitivo;

b. La persona sobrepasa los límites de la existencia material y biológica,  preservando su individualidad e independencia ante las condiciones biológicas y sociológicas;

c. La persona humana es el centro de la espiritualizacióndel mundo. En el hombre el mundo alcanza una dimensión super-material (transciende lo material) sobre todo a través del arte y de la cultura. En la creatividad el hombre imprimeuna huella espiritual en la materia.

d. La trascendencia en el mundo personal no es solamente hacia fuera, sino también hacia dentro. La persona se adentraconstantemente en su mundo interior apartándose del mundo de los fenómenos. Esta trascendencia hacia dentrotiende hacia la mística y hacia lo infinito.

e. A través de la observación de la belleza de la naturaleza y del análisis del pasado, el hombre transciende hacia la Persona Divina. Resumiendo, la persona humana es la relación trascendental en todo su ser.

 

Conclusión

El personalismo no se limita solamente a la personología, es decir, a la ciencia de la existencia de la persona. El personalismo trata del ser en si mismo en el aspecto de la relación hacia la persona. La persona como punto de partida en la interpretación del ser y de la existencia no se limita solo a su marco, a su “soledad”, como decía E. Lévinas, sino que se refiere también al ser en general. El personalismo no es solipsismo (Fichte), ni idealismo, ni reduccionismo (las modadas de Leibniz). Sobre todo “el ente común” (ens commune) y „la existencia común” (esse commune) constituyen la base de la realidad del ente personal (ens personale, esse personale) y la necesaria co-relación de la persona (ens relativum). El hombre como persona podía existir únicamente en la co-relación con el ente común y, no aparte de él.

El personalismo no comienza con la definición de la persona, sino con la vivencia directa y con la  experiencia del fenómeno del mundo personal. La completa definición de la persona es un punto de llegada.

Hay una gradación en la analogía del ser: Dios, la persona humana, la realidad impersonal. La existencia personal es siempre un ser par excellence y un premodelo de la realidad. La persona es la norma, la razón, la llave, el objetivo y el sentido de toda la realidad, y al final, el fin para sí mismo (autoteleología). Esto no es un idealismo, porque todo lo que existe realmente y lo que puede existir, hace referencia al mundo de la persona. De esta manera se completa el llamado en la cosmología el “principio antrópico” según el cual todos los parámetros del Universo están configurados de tal manera, para que pueda ver la vida y los seres personales.

La realidad en general tiene una estructura hacia-personal. La realidad tiene una relación interior hacia el proceso cognitivo (a la verdad), hacia el deseo y aspiración (al bien), hacia: el amor, la belleza, la autoexpresión, la libertad, la autodeterminación, el valor y la creatividad. Todo esto puede darse definitivamente en la co-relación con la persona o con las personas. La persona es “el nombredel ser, el motivo de su realidad y su autenticidad.

Solamente en la persona y por ella el mundo puede conocerse a sí mismo. Por eso hay que hablar del personalismo sistemático o de la antropología de la hospitalidad, para darse cuenta que el mundo existe en la relación hacia la persona humana y en ella. En su estructura subjetivo-objetiva el mundo encuentra su síntesis y su plenitud. El mundo de la persona es un mundo hospitalario: en él las diversas realidades no se contraponen o destruyen, sino reciben unas nuevas maneras de existir.