(Comunicación presentada en las IV Jornadas de la AEP: Julián Marí­as: una visión responsable.

7-9 febrero 2008. Universidad Complutense de Madrid-

Universidad San Pablo CEU)

…..animae dimidium meae.

Horacio, Odae I, 3.

Dedicado a dos de mis mejores amigos e historiadores como yo: Francisco José Rodrigo Luelmo y Alberto Gómez  Lázaro, en cuya amistad me gozo.

Este pequeño trabajo pretende hacer una exploración por la obra de Julián Marías para ver la importancia y la manera de ver esta relación humana tan importante como es la amistad.

LA AMISTAD Y LA FILOSOFÍA

Desde los mismos orígenes de la filosofía en el sg. VII en Asia Menor ha surgido el tema de la amistad desde la perspectiva del pensamiento cuando se ha tratado de entender a los hombres y sus circunstancias, sobre todo las referidas a sus relaciones con otras personas (la ética y la moral) como a los fines de la vida humana y su influencia en ellos: la felicidad.

Así tenemos el ejemplo de Platón con su amistad con su maestro Sócrates, que se refleja en sus “Diálogos “, en los memorables pasajes de la “Ética Nicomaquea”, el libro VIII y IX, las doctrinas de epicúreos u estoicos como se puede ver en la obra de Seneca (“Cartas a Lucilio”) y en el tratado de Cicerón “De Amicitia”. Se concibe la amistad como la relación de sinceridad establecida por los hombres virtuosos basada en la fides o confianza entre las dos personas y en el desinterés en esa relación. Su finalidad es la de vivir de manera recta y la de buscar la felicidad juntos.

Con el cristianismo el concepto de amistad se espiritualiza como se puede ver en las “Confesiones” de San Agustín y se sigue tratando por ser uno de los pilares de la doctrina moral, tanto filosófica como teológica. No solamente porque se trata de un asunto que ya de suyo tiene una indudable importancia para la vida humana personal, sino porque tiene además numerosas implicaciones éticas y políticas. A este respecto fueron muy célebres dos tratados del siglo XII sobre la amistad, el de Pedro de Blois y el de Aelredo de Rieval, sobre todo para explicar la amistad espiritual que debía darse entre los monjes. Por supuesto que de la misma manera se escribía sobre el amor profano, pero sobre todo se estudiaba el amor espiritual, que abarcaba un mayor ámbito. En el siglo XII encontramos rasgos de ese amor universal profesado por San Francisco quien se inclinó a escribir sobre el cariño a las cosas e incluso sobre cierta forma de «amistad» con los seres animales como se puede ver en su “Canto a las Criaturas”; tanto en la orden franciscana, con San Buenaventura, como en la orden Dominicana con Santo Tomás, el tema de la amistad interpersonal encontró un cuidadoso estudio.

De este se narra en las crónicas el sincero aprecio que tuvo con su prójimo y su gran sentido de la amistad, lo que seguramente formó parte de la santidad que lo caracterizó. Paseaba por los campos y alrededores de París con sus discípulos de la universidad, departía amistosamente con sus compañeros frailes del convento, a tal punto que, debido a su sencillez y humildad, decían que daba gusto vivir con él. Su gran amistad con San Alberto Magno, que fue su maestro, era notable, pero más notable aún fue su amistad con su discípulo, amanuense y secretario Fray Reginaldo de Priverno, quien prácticamente lo cuidó durante sus últimos años y se encargó de relatar los rasgos mas humanos y conmovedores de este monje santo, sumido al parecer en las más profundas especulaciones.

La orden cisterciense cuenta en la segunda mitad del siglo XII con dos autores que ofrecen sendos tratados sobre la amistad: Aelredus Rieuallensis (1109-1166), De spiritali amicitia[1],y Petrus Blesensis († ca. 1199), De amicitia christiana[2] .

Durante el Renacimiento se continúa con este tema pero decae a partir del siglo XVIII debido a que durante este siglo, y fundándose sobre las ideas del siglo anterior, que fue el verdaderamente creativo e innovador, se sustituye la visión personal del hombre por una concepción racionalista, mecánica y por no decir de cosa del ser humano[3].

Con la vuelta renovada de la concepción personal del hombre a partir de los descubrimientos filosóficos de Ortega y Gasset y de su discípulo Julián Marías (de quién este trabajo trata) el tema de la amistad renace en el pensamiento de la filosofía como una realidad que hace el hombre y con la cual vive y es influido. Veremos que concepción tiene nuestro autor sobre la amistad y que importancia le otorga pero ahora vamos a entrar en como vivió la amistad y que vio en ella.

UN EJEMPLO PERSONAL

La mejor manera de conocer y entender verdaderamente  cualquier realidad es la de haberla vivido, es decir, haberla hecho parte de nuestra vida y de su argumento. Por ello no hay mejor forma de entender el concepto de amistad de María que ver un caso que le sucedió a él: su amistad con su maestro Ortega y Gasset.

La amistad con su maestro comenzó no conociéndolo cara a cara sino a través de sus obras como él mismo lo cuenta: “A Ortega empecé a leerlo con un confuso sentimiento de codicia: cada página daba una posesión, un enriquecimiento. Pero no se trataba de saber, sino de ser: lo que se enriquecía era la propia realidad.”[4] De este texto se pueden sacar dos conclusiones: La interpenetración de la personas sin conocerse menos por sus escritos, que no impide la amistad sino que permite hermanar almas a través de los siglos y lugares y cuyo mejor ejemplo es el de Dante y Virgilio tal como se demuestra en la “Divina Comedia”. De ello habla también Quevedo en sus conocidísimos versos: “vivo en conversación con los difuntos/y escucho con mis ojos a los muertos”. La segunda conclusión es lo que reporta vitalmente la amistad: un  enriquecimiento de la propia persona, no por compartir con la otra persona la vida esta se adelgaza sino que se amplia con mayores posibilidades. “Nunca dudé que en muchos sentidos empezaba allí una nueva etapa de mi vida…”[5] La confluencia de los argumentos vitales de las dos personas produce un cambio profundo de la trayectoria vital de cada uno. Si la amistad esta fundamentada en el amor, la virtud y el respeto mutuo no sólo no se abandonan la vocación que cada persona tiene que ser en su vida sino que se afirma con rotundidad. El verdadero amigo por el hecho de serlo tiene que ayudar a la persona que ama a ser el que tiene que ser, es decir, a lograr la perfecta felicidad. Por ello constituye un enriquecimiento vital y más cuando ayuda a aflorar potencialidades ocultas. Así le sucedió a Marías en su relación con Ortega: “Ortega nos iba moldeando el alma. La palabra “autenticidad”, que en tantas bocas es solo una palabra, iba siendo para nosotros el santo y seña de nuestras vidas.”[6]. Reacuérdese que  en la terminología orteguiana, alguien autentico es aquel que ha respondido afirmativamente a su vocación más profunda.

De ello se desprende que entre los amigos hay un conocimiento del otro profundo, más intuitivo que racional porque la libertad humana hace que elijamos en cada momento si seremos fieles a nosotros mismos o no, a seguir nuestra vocación. No se puede deducir en los seres humanos su comportamiento futuro determinado porque es una realidad abierta, en construcción. Toda libertad tiene ese peligro que es, a su vez, hermoso. El conocimiento de la otra persona es, como ya hemos dicho intuitivo e imaginado pero no por ello menos real sino más profundo y que se manifiesta en todo su ser. Así describe Marías a Ortega: “ Cuando entró en el aula miré por primera vez su rostro: grave y a la vez amistoso, surcado de arrugas profundas, con algo de labrador y de emperador romano al mismo tiempo. Los ojos claros, penetrantes, pero sin dureza; no atravesaban como el acero, sino como la luz. De cuando en cuando se le encendía la faz con una sonrisa alegre y caliente, con un relámpago de gracia española. Empezó a hablar. Acaso su voz era lo primero que decía quién era Ortega: estaba todo en ella. Grave, a veces ronca; notas bajas, dramáticas, al final de las frases; llena de matices expresivos. Las palabras parecían rodar entre sus dientes, salir de entre sus labios, destinadas a cada uno de nosotros. Las palabras eran en su boca más palabras que en otra alguna. (…) Las manos de Ortega, sobre la mesa, iban diciendo su parte con sobrios, elegantes gestos mediterráneos: gravedad y gracia en un ademán” Hay que recordar que estas palabras están escritas con décadas de diferencia con el hecho, por lo que detalles que pasaban un poco desapercibidos ahora cobraban un valor especial para Marías y eran ( y son) mas inteligibles que en el primer encuentro.

Para Marías la amistad se basa tanto en el amor como en el respeto a la intimidad y en este caso es un respeto intelectual, en el cual las opiniones del otro se respetan por que se ve su justificación racional, no con una falsa beatería, que en definitiva es falsa por ser adulación y la verdadera amistad se basa en la verdad compartida: “Ortega tenía que ganar mi estimación y mi adhesión-la nuestra, mejor dicho-, cada día, cada lección, en cada tesis enunciada. El entusiasmo de la víspera no le servía al día siguiente: tenía que hacer sus pruebas ante duras, juveniles, mentes inexorables.”[7] Todo para que Ortega fuera el que tuviera que ser. La otra realidad de la amistad es el amor, no el que hay entre hombre y mujer (es una grave carencia de la lengua española que no exista como en el griego palabras como “amor de amistad”, philía, “amor carnal”, eros y “amor espiritual”, agape) como se demuestra en el siguiente pasaje exteriorizándose en un gesto: “ Un día, el gesto generoso de Ortega al alargarme sin una palabra , las pruebas de imprenta de un programa en que se leía: “Instituto de Humanidades”. Y debajo: ” Organizado por José Ortega y Gasset y Julián Marías.” Era el final de 1948, tan cerca y tan lejos.”[8]. Pero la prueba más fehaciente de la amistad entre dos personas es que la muerte nos la separa sino que la conservan más allá. Lo dijo Quevedo en sus versos: “Serán ceniza, mas tendrá sentido;/ Polvo serán, mas polvo enamorado” pero dejemos al propio Marías decirlo en un pasaje  memorable: “Nunca sabría lo que debo a Ortega. No es posible decirlo: hay que serlo. Y esto mismo requiere el tiempo de una vida. Pocas veces he sentido más radicalmente la finitud humana que ahora, al morir mi maestro Ortega, mi mejor amigo; y no porque él ha muerto, no porque me sienta inclinado a pensar “no somos nada”- lo grave sería pensar que no somos nadie-, sino porque ese dolor y esa pérdida no se pueden experimentar de una vez, y hay que irlos pasando. Y eso es la vida, como Ortega enseñó: lo que hacemos y lo que nos pasa. A mi –y a tantos otros-me ha pasado Ortega, y ahora perderlo.

Unos meses después de nuestro primer encuentro en Lisboa, me escribió Ortega: “En realidad, con usted las cartas tendrían que ser el cuento de nunca acabar, el auténtico “unendliches Gespräch”-que decían los Schlegel.” Como creo en la vida perdurable, cuento con esa conversación infinita. Y como también creo en la resurrección de la carne, espero oír otra vez su voz entrañable y sentir en mi mano su mano eternamente amiga”[9].. Como decía San Juan de la Cruz: el Amor sólo necesita la figura y la presencia del amado.

CONCLUSIÓN

Este pequeño trabajo iba a continuar con un resumen de las ideas que tenía Marías y que estaba expuestas de una manera más filosófica pero me he dado cuenta al comentar estos pasajes, que no exceden en total de cuatro páginas sobre su entrañable amistad con Ortega, que en ellos se pudiera encontrar la clave para entender en profundidad los desarrollos de su pensamiento posterior sobre el tema. Por esto he decidido ahorrar al lector el comentario de los desarrollos de este tema y centrarme en su núcleo personal y vital, que en mi humilde opinión son los más interesantes y la clave de lo demás.

Así para Julián Marías la amistad es una relación humana y personal  que se basa en el amor, condición fundamental de la persona, en la cual se influyen y se enriquecen las vidas y los argumentos de dos vidas al ayudar a seguir la vocación con mayor autenticidad consiguiendo la felicidad. Por ello la amistad está basada en la entrega y la generosidad de uno mismo porque el fin de la vida está más allá de esta. Al estar fundamentada en el amor es necesario el respeto y la ilusión por la persona del otro y por sus posibilidades que se esta deseando que se cumplan y desarrollen en todo su poder pero manteniendo la intimidad del amigo protegida. De aquí surge la fidelidad y la lealtad tan resaltada desde siempre. Es en definitiva, un respeto amoroso. Y por ultimo, al fundarse sobre el amor se desea que dure para siempre y más allá de la muerte porque el amor es el que derrota a esta.

[1]Seguimos la edición crítica de Anselm Hoste en Aelredi Rieuallensis  opera omnia (CCCM), vol. I, Turnhout, Brepols, 1971, pp. 279-350. P. 105-110.

 [2] PL 207, Petri Blesensis opuscula. De amicitia christiana, cols. 871-896

[3] MARÍAS, JULIÁN. España Inteligible, Razón Histórica de las Españas. Barcelona, Alianza Editorial, 1985 (2002). P. 303.

[4]MARÍAS, JULIÁN. .Acerca de Ortega . Madrid, Espasa-Calpe, 1991 P. 105

[5]Ibd. P. 100

[6] Ibd. P. 101

[7]Ibd. P. 101

[8] Ibd. P. 104.

[9] Ibd. P. 104