Filósofo y teólogo español (San Sebastián, 1898-Madrid, 1983), discípulo de Ortega y de Heidegger. En su pensamiento, Dios es el fundamento último de la realidad, y la existencia humana, un hallarse entre las cosas y un realizarse con ellas; el hombre está ligado a Dios por la religión, que es «religación». Desarrolla el concepto de inteligencia sentiente.


Por Juan José Garcí­a

Quizá lo medular del pensamiento de Zubiri sea sostener que la función propia de la inteligencia es aprehender las cosas como reales, en su formalidad de realidad, una formalidad rigurosamente sentida, por la cual el sentir mismo del hombre es intelectivo -contrariamente a lo propio del sentir animal que es exclusivamente sensible. Esto implica que cuando por su sentir intelectivo el hombre capta algo, eso «queda» como algo «otro» bajo la formalidad de realidad, no sólo como un estí­mulo, que es lo que ocurre en el animal. Lo que equivale a decir que la inteligencia es «sentiente» y no «sensible», según sostiene la teorí­a clásica según la cual la inteligencia recibe el material sensible que transforma en inteligible por el intelecto agente.

Por tanto para Zubiri hay un acto único de sentir con un momento intrí­nseco inteligente o, lo que es lo mismo, hay un acto único de inteligir con un constitutivo momento sentiente. Ninguno de los dos momentos puede faltar en este acto que es único porque no se trata de potencias distintas que actúan conjuntamente en un mismo proceso, en el que cada una aportarí­a su propio acto. De ahí­ que su noción de realidad no sea la misma que la del «realismo ingenuo» así denominado por el filósofo): algo que existe independientemente de mí­. Para evitar ese posible equí­voco en algunas oportunidades la llamó «reidad»: aquello «otro» que capta el hombre a través de su inteligencia sentiente y que queda como «de suyo» en la aprehensión primordial, entendida por el filósofo como el exordio de la intelección. Un comienzo que deberá ser completado por la función de la inteligencia que llamó «logos» ¿qué es «en realidad» ese de suyo?-, sin salirse todaví­a de la intelección, y por la razón, que trasciende la impresión de realidad y especifica qué es en la realidad lo que como «en propio» quedó actualizado en la inteligencia sentiente.

Además el hombre, partiendo de esa reidad, puede buscar el fundamento de la misma, porque se experimenta arraigado a algo que en cierto modo lo tiene poseí­do y de donde recibe toda su capacidad para realizarse, para ser (en Zubiri el ser es la reactualización en el mundo de la realidad, que es lo prioritario). En su búsqueda para identificar ese fundamento el hombre puede descubrir que esa realidad fundante de toda otra es Dios. De ahí­ que lo que Zubiri al final de su vida llamó «apoderamiento» para enfatizar la í­ndole metafí­sico-antropológica del mismo, en sus primeros escritos lo designó con la palabra «religación» -uno de sus aportes más personales a la filosofí­a actual.

Xavier Zubiri nació el 4 de diciembre de 1898 en San Sebastián. Fue un hombre í­ntegramente dedicado a la reflexión y al estudio, alejado de los medios de comunicación y de los ámbitos que hubiesen supuesto para él un estilo de vida diferente del que se habí­a impuesto a sí­ mismo. Unas palabras de su mujer, Carmen Castro, escritas en Madrid y leí­das por el Embajador de España en Argentina, con ocasión de la presentación que se hizo en Buenos Aires del libro en homenaje al filósofo, Hombre y realidad, dan un perfil de su personalidad, que coincide con otros testimonios: «Exigente fue consigo mismo en todos los órdenes desde el material al menos tangible. (…) Ha renunciado siempre en su vida a cuanto pudiera apartarle siquiera un breve tiempo de su quehacer intelectual. Y no se piense que su retraimiento del vivir público, por así­ decirlo, su concentración en sí­ mismo, se debí­a a que fuese un viejo ogro encerrado en la madriguera de sí­ mismo. No lo era. Ante todo, porque no fue viejo ni el dí­a de su muerte; ni fue jamás ogro sino persona en extremo sociable. Era Xavier la simpatí­a en persona, el amigo fiel, entregado a la amistad, el que no podí­a vivir sin amigos, (…). Mucho sufrí­a Xavier cuando la elaboración de su pensamiento exigí­a la renuncia a la presencia de amigos queridí­simos y gratos, la renuncia a mil cosas atractivas para él, pero que hubieran ocupado en su vivir un tiempo sin duda irrecuperable. (…) no se permití­a pausas en el trabajo, sino cuando el propio trabajo las exigí­a, cuando era ya excesivo el esfuerzo realizado. Y la razón de este modo suyo de trabajar es que Xavier -él mismo lo decí­a siempre- no era filósofo, ni profesor de filosofí­a, sino profeso en filosofí­a. Y su entrega al hacer creador-filosófico, (…) pasaba por delante de todo lo grato; pero nunca pasó por delante de lo humanamente necesario: acudir a un amigo, o a una criatura cualquiera en situación apremiante, dura, grave».

Unos párrafos antes, puntualiza Carmen Castro: «Insisto en la humildad de Xavier. Estaba tan seguro de no ser tonto como de no ser genio. Nadie se atrevió nunca a llamárselo cara a cara; se veí­a muy bien que le hubiera escalofriado constatar que se le tuviera por genial filósofo. Tanto es así­, que ante la posible aparición del vocablo se le ensombrecí­a la frente».

Estudió el bachillerato en el Colegio Católico de Santa Marí­a, en San Sebastián; pasando después al Seminario Conciliar de Vitoria, donde se ordenó sacerdote el 22 de septiembre de 1921, después de haber obtenido el tí­tulo de Doctor en Filosofí­a y Teologí­a por la Universidad Gregoriana de Roma el año anterior, cuando sólo tení­a veintiún años.

Entre 1919 y 1920 estudió con Ortega en la Universidad de Madrid. Fue discí­pulo suyo, hecho reconocido por el propio Zubiri en dos artí­culos publicados con ocasión de las «bodas de plata» de Ortega con su cátedra y el dí­a de la muerte del filósofo -este último, con pequeñas modificaciones, se incluyó en el número extraordinario de Revista de Occidente,conmemorativo del centenario del nacimiento de su fundador [3]-. Y aunque después se apartó del magisterio de Ortega, aún en el año de su muerte reeditó, con variantes mí­nimas, lo que habí­a publicado el mismo dí­a del fallecimiento de Ortega, muestra elocuente de su admiración y agradecimiento.

Fue Ortega quien puso en contacto a Zubiri con la fenomenologí­a husserliana, a la que dedicó sus primeros trabajos. En 1921 fue a la Universidad de Lovaina, en cuyo Institut Supérieur de Philosophie presentó una memoria de licenciatura con el tí­tulo Le probléme de l’objectivité d’après Ed. Husserl, I: La logique pure, primera parte de un trabajo intelectual que completará con su tesis doctoral, Ensayo de una doctrina fenomenológica del juicio, dirigida y presentada en la Universidad de Madrid por el mismo Ortega, y que publicó al año siguiente.

Aunque en 1926 Zubiri ganó por oposición la cátedra de Historia de la Filosofí­a en la Universidad de Madrid, dos años después interrumpió la docencia para ampliar sus estudios en Alemania, Friburgo, donde siguió cursos con Husserl, ya a punto de jubilarse, y posteriormente con Heidegger, su sucesor.

En Friburgo, centro de su residencia con estancias importantes en Berlí­n y Viena, siguió estudios de fí­sica teórica con Schrödinger, de matemáticas con Zermelo y de filologí­a griega con Jaeger. «De todo ello -sostiene Pintor-Ramos- recibió dos sugerencias decisivas: en primer lugar, la nueva ciencia apuntaba a un concepto de naturaleza que tornaba obsoletos algunos planteamientos filosóficos que aún se seguí­an defendiendo; por otra parte, el programa heideggeriano fue un acicate para intentar una reforma radical del concepto mismo de filosofí­a».

En 1931 se reincorporó a su cátedra en Madrid y reanudó sus tareas docentes. Inició la publicación de una serie de trabajos importantes que eran avances de un proyecto filosófico ambicioso.

Cuando estalló la guerra civil se encontraba en Roma. Allí­ tramitó su reducción al estado laical y contrajo matrimonio en 1936 con Carmen Castro, hija de Américo Castro. El resto de la guerra civil lo pasó en Parí­s donde dictó algún curso en el Instituto Católico. Durante este perí­odo se dedicó fundamentalmente al estudio de lenguas orientales con filólogos destacados como Deimel, Dhorme o Benveniste.

Regresó a Madrid en el otoño de 1939. El entonces obispo, Leopoldo Eijo y Garay, le comunicó que de acuerdo a lo establecido por el Derecho canónico no podí­a ejercer una actividad pública, como es la docencia, en las diócesis donde habí­a oficiado como Sacerdote, San Sebastián y Madrid. Se trasladó entonces a Barcelona, donde enseñó durante dos cursos en la Universidad, tras los cuales pidió la excedencia de la cátedra y volvió a residir en Madrid, A partir de entonces, 1942, tuvo que limitarse a dar cursos privados o semi-privados, con invitaciones restringidas y de forma esporádica en la Sociedad de Estudios y Publicaciones, patrocinado por el Banco Urquijo. La situación económica se le hizo bastante precaria.

Abellán-Mayo puntualizan que la situación económica «sólo cambió en alguna medida a partir de 1972, al constituirse el «Seminario X. Zubiri», cuyo órgano de expresión fue la revista Realitas[5]; el grupo de profesores que desde allí­ estudió su obra y lo acogió cálidamente fue decisivo para que culminasen algunas de sus investigaciones más importantes. Entre esos estudiosos es de justicia citar los nombres de Alfonso López Quintás, Diego Gracia, Ignacio Ellacurí­a, Antonio Pintor-Ramos, A. Ferraz Fayos».

En 1944 publicó Naturaleza, Historia, Dios. En 1962, Sobre la esencia, que se traducirí­a al alemán en 1968 y al inglés en 1980. Y en 1963, Cinco lecciones de filosofí­a.

En 1973 dio un curso de doce lecciones en la Facultad de Teologí­a de la Universidad Gregoriana (Roma) sobre El problema teologal del hombre. La primera parte de ese curso fue el texto básico para la elaboración de El hombre y Dios, libro póstumo en cuya redacción final estaba trabajando cuando le sorprendió la muerte.

Recibió el doctorado honoris causa en Teologí­a, concedido por la Universidad de Deusto. En esta ocasión pronunció una lección en el paraninfo de dicha Universidad el dí­a 1 de octubre de 1980, que apareció al año siguiente en la revista Estudios eclesiásticos con el tí­tulo «Reflexiones teológicas sobre la Eucaristí­a» El texto, muy reelaborado, proviene de una de las clases de la tercera parte del extenso curso que dictó en 1971, «El problema teologal del hombre: Dios, religión, Cristianismo».

En 1980 publicó el primer volumen de Inteligencia sentiente: Inteligencia y realidad. En 1982 apareció el segundo: Inteligencia y logos. Y en 1983, el tercero: Inteligencia y razón.

Se publica la traducción inglesa de Naturaleza, Historia, Dios en 1981, con una nueva “introducciónâ de Zubiri en la que resume las tres etapas de su filosofí­a.

Un año antes de su muerte se le concedió el premio Ramón y Cajal a la investigación, recientemente instituido.

En 1983 comenzó la revisión para la versión definitiva de El hombre y Dios.

Falleció el 21 de septiembre en Madrid. Comenta A. Pintor-Ramos: «Zubiri conservó hasta su última hora una asombrosa lucidez mental, no mermada por la graví­sima operación que habí­a sufrido pocos años antes. Apenas aparecí­an rasgos imperceptibles, sobre cuyo alcance nos interrogábamos preocupados, de que la edad iba haciendo su obra. Él tení­a perfectamente asumida la posibilidad de desaparecer fí­sicamente en cualquier momento y así­ fue, precisamente en el momento más inesperado para todos».

Al año siguiente apareció póstumamente El hombre y Dios, primero de una serie de inéditos, a los que han seguido: Sobre el hombre (1986), Estructura dinámica de la realidad (1989), Sobre el sentimiento y la volición (1992), El problema filosófico de la historia de las religiones (1993), Los problemas fundamentales de la metafí­sica occidental (1994), Espacio, Tiempo, Materia (1996), El problema teologal del hombre: Cristianismo (1997), El hombre y la verdad (1966) (1999), Primeros escritos (1921-1926) (1999), Sobre la realidad (1966) (2001), Sobre el problema de la filosofí­a y otros escritos (1932-1944) (2002), El hombre: lo real y lo irreal (2005), Tres dimensiones del ser humano: individual, social, histórica (2006), y Escritos menores (1953-1983) (2006).

La Fundación Zubiri ha continuado publicando sus obras inéditas. Y nuevas ediciones de otras ya publicadas: Sobre la esencia, que incluye las notas manuscritas que Zubiri tení­a en el ejemplar que él usaba habitualmente, y Espacio, Tiempo, Materia con un texto inédito sobre la materia, posterior al que habí­a aparecido en la primera edición. Recientemente Cinco lecciones de filosofí­a que incluye un curso inédito: «El sistema de lo real en la filosofí­a moderna».

BIBLIOGRAFÍA SOBRE ZUBIRI (esencial)

AAVV, Del sentido a la realidad. Estudios sobre la filosofí­a de Zubiri, (Prólogo de Diego Gracia), Editorial Trotta / Fundación Xavier Zubiri, Madrid, 1995.

Ética y Estética en Xavier Zubiri, (Introducción de Diego Gracia), Editorial Trotta / Fundación Xavier Zubiri, Madrid, 1996.

Abellán, José Luis – Mallo, Tomás, “La obra filosófica de Xavier Zubiriâ, en: La escuela de Madrid. Un ensayo de Filosofí­a, Asamblea de Madrid, Madrid, 1991, pp. 89-112.

Bañón Pinar, Juan, Metafí­sica y noologí­a en Zubiri, Publicaciones Universidad Pontificia, Salamanca, 1999.

Cabria Ortega, José Luis, Relación Teologí­a-Filosofí­a en el pensamiento de Xavier Zubiri, Editrice Pontificia Universití Gregoriana, Roma, 1997.

Cerezo Galán, Pedro, “Tres paradigmas del pensamiento español contemporáneo: trágico (Unamuno), reflexivo (Ortega) y especulativo (Zubiri), Isegorí­a, N° 19, Diciembre 1998, Madrid, pp. 97-136.

Ferraz Fayos, Antonio, Zubiri: el realismo radical, Ediciones Pedagógicas, Madrid, 1995.

Garcí­a, Juan José, Inteligencia sentiente, reidad, Dios, Servicio de Publicaciones de la Universidad de Navarra, Pamplona, 2006.

Gracia, Diego, Voluntad de verdad. Para leer a Zubiri, Labor, Barcelona, 1986.

Pintor-Ramos, Antonio, Génesis y formación de la filosofí­a de Zubiri, 3a ed., Universidad Pontificia, Salamanca, 1996.

Realidad y sentido. Desde una inspiración zubiriana, Publicaciones Universidad Pontificia de Salamanca, Salamanca, 1993.

Realidad y Verdad. Las bases de la filosofí­a de Zubiri, Publicaciones Universidad Pontificia, Salamanca, 1994.

Sáez Cruz, Jesús, La accesibilidad de Dios: Su mundanidad y transcendencia en X. Zubiri, Universidad Pontificia, Salamanca, 1995.

C. Castro de Zubiri, «Xavier en persona», en M. L. Rovaletti (Compiladora), Hombre y realidad. Homenaje a Xavier Zubiri 1898-1983, Eudeba, Buenos Aires, 1985, pp. 6-7.

ídem, p. 5.

Cf. X. Zubiri, «Ortega, maestro de la filosofí­a», en Sobre el problema de la filosofí­a y otros escritos (1932-1944), Alianza Editorial / Fundación Xavier Zubiri, Madrid, 2002, pp. 265-270.

A. Pintor-Ramos, «Zubiri. In memoriam», Cuadernos Salmantinos de Filosofí­a, N° X, 1983, p. 300.

El primer número se publicó en 1974; el último volumen (III-IV) en 1979.

J. L. Abellán-T. Mallo, La escuela de Madrid. Un ensayo de Filosofí­a, op. cit., p. 97.

«Cuando un año antes de su muerte se le concedió el premio Ramón y Cajal, (…) y sus amigos lo felicitábamos alborozados, él nos decí­a que lo esencial es que por primera vez en España se habí­an acordado de la filosofí­a reconociéndola como trabajo de investigación y eso le satisfací­a profundamente; en cambio, le parecí­a un ‘detalle despreciable’ que fuese su persona el objeto de tal reconocimiento». A. Pintor-Ramos, «Zubiri. In memoriam», op. cit., p. 303.

En esa oportunidad, el premio fue otorgado también a otro investigador, Severo Ochoa. El discurso de Zubiri con tal motivo, «Qué es investigar», fue publicado por el periódico Ya, de Madrid, el 19 de octubre de 1982.

Cf. A. Pintor-Ramos, X. Zubiri. In memoriam, p. cit., p. 303.