Juan Carlos Vila, Instituto Emmanuel Mounier. Miembro de la Asociación Cultural Tremn.

(Comunicación presentada en las II Jornadas de la Asociación Española de Personalismo:

La filosofí­a personalista de Karol Wojtyla, Universidad Complutense de Madrid,

16-18 de febrero de 2006)

1. Introducción

Cuando hablamos de personalismo, obviamente hablamos de la persona, y una saludable aproximación a ésta es la de tratarla como voluntad intencionada; acción de una identidad hacia sí misma y hacia el exterior. Una acción siempre dirigida hacia un fin, como la punta de la flecha, que siempre mira hacia su objetivo, y éste siempre recibe la mirada fija del volente que tensa su arco y se lanza en plenitud a ser, a cumplir con el fin que de él se espera. La diferencia con el símil, es que arquero y flecha son un mismo ser, la persona, que es la única entidad viva capaz de reflexividad intencional, que se tensa y se lanza.

Pero esa acción se hace narración que da sentido a la realidad en una donación amorosa de tres momentos: Es rostro que se ama, ama y es amado, se ordena en relación al otro. Es narración y realidad narrada, en continuo diálogo, relación creadora de nudos de filiación encarnados y/o trascendentes. Somos tapiz multicolor, donde el espesor viene dado por las relaciones establecidas, como representa Charles Péguy[1] en distintas de sus obras, donde la labor bien realizada, bien terminada, amada, se entreteje con hilos en principio dispares, pero que juntos, y harmoniosamente trenzados, generan algo que no existía antes. Las hebras dialogan unas con otras, algunas consigo mismas, y van conformando línea a línea, la modulación de una historia contada trenza a trenza. Y en esa imagen final tenemos a la persona actuando, pleonasmo poco considerado. Es en la acción donde se presenta la persona, y configura la realidad, que no es sino la historia misma.

Así, la relación necesaria entre la persona y la realidad es el compromiso; el carácter histórico de la persona exige el compromiso como condición a la narración de su proceso de humanización, a ser persona. Nos hacemos comprometiéndonos con los demás, con nuestro entorno vital, con nuestras circunstancias. Comprometerse con ellas es salvarlas, y como decía Ortega en el final siempre olvidado de su tan citada frase, debo salvarlas para salvarme yo[2].

La plasmación de la historicidad de la persona es acto puramente libre. De una libertad basada en la voluntad de tomar conciencia de su propia responsabilidad consigo misma y con los demás; porque la narración es colectiva, la historia es historia de la comunidad, y ésta es expresión viva del compromiso de las personas que la forman. No existe comunidad sin el compromiso de sus miembros, como no existe cuerpo sin el compromiso del acorde funcionamiento de cada miembro, con la diferencia de que en la comunidad el compromiso es libre.

Esta acción viene marcada por el hecho de que todo contacto con la realidad implica impureza. Encarnar nuestra vocación es el objeto de nuestra acción, que comprometida, responsabilizada, se sabe deudora del don recibido. Quedamos en ese momento expuestos a las consecuencias de nuestras acciones y las de los otros.

Finalmente, nuestra acción compromete asumir el sentido de nuestra responsabilidad frente a la comunidad, y para aquellos que obtienen el don de la fe, frente a Dios.

2. Acción y compromiso; comunidad e historia.

Ambos temas son cruciales en Landsberg, a los que dedica textos fundamentales como “El sentido de la acción”[3] y “Reflexiones sobre el compromiso personal”[4]. Ambos pertenecen a la época del exilio, o sea al momento en el que Landsberg se encuentra personalmente en la situación de mayor compromiso personal con su realidad.

Pero aquí no me voy a centrar en estos textos, sino en una breve carta del año 40 que Mounier le remite a Landsberg, para entrar en la concreción de lo personal; y en las “Reflexiones para una filosofía de la guerra y la paz”, del congreso Esprit de julio del 39[5].

Hay una unidad indisoluble entre lo individual y lo colectivo, somos solidarios con el resto de las personas, con su historia; la nuestra, la suya, la de todos es una sola historia común, y es la de la implicación en la realidad, la de convertirnos en un gajo más (engager en francés, comparte raíz con gajo, parte de un todo).

Además, el compromiso debe ser totalmente libre, para diferenciarlo de los actos puramente estéticos o intelectuales, y de la ciega sumisión. No hay neutralidad posible en el compromiso, no hay lugar a la asepsia del compromiso; uno se embarra dentro de las impurezas que rodean siempre al compromiso, y lo hace libremente; no hay coacción, y no hay sobrecargas. Y por ende, no existe compromiso solitario.

En el proceso de conocimiento, en nuestra incansable búsqueda de la verdad, sólo el compromiso puede darnos las claves correctas de hacia donde dirigir nuestras miradas; no hay, en el sentido fuerte de “no debe haber” inteligencia aislada. Landsberg preferirá la fórmula “pensamiento que se compromete”, a “pensamiento comprometido”. Y del conocimiento que se compromete, surge una forma científica de aproximación a la realidad de tipo personalista, ya que la realizamos de una forma integral, desde todas las formas de conocimiento; el método científico, principalmente tras el positivismo, llevó a cabo una disección metodológica que fue apartando modos de aproximación como poco fiables, y finalmente los arrinconó en el baúl de lo imposible.

Lo que se pone en juego en esto del compromiso, son los valores que marcan nuestro camino. Son ellos quienes van a ayudarnos a determinar lo acertado o no de nuestros actos, de nuestras elucidaciones; son luces que iluminan el camino, pero luces que habrá que mantener; son esas piedras blancas que Landsberg encuentra por su camino, que no flores[6].

Ser humano y ser persona no son lo mismo. Se es persona; humano se hace uno en el transcurso del devenir de la vida, de nuestra historia personal. Comprometiéndonos hacemos vivo el proceso de humanización; ¿pero como se compromete una persona que se encuentra postrada por una enfermedad que le impide incluso el reconocimiento de lo real? Básicamente por que no estamos solos. Porque nuestra existencia está ligada al colectivo. La pequeña hija de Mounier, que acabará muriendo, reducida al mero estar y padecer desde casi el principio de su existencia, tiene un rostro y es parte de nuestra historicidad; se ha hecho acontecimiento entre nosotros, por eso puede decir Mounier: “Estamos con vosotros junto al lecho de nuestra hija, …. nuestra fraternidad con vosotros es la más viva que ser pueda dar”[7].

Incluso, en la misma carta, que Mounier le envía a Landberg utilizando la identidad falsa que le protegía de la ocupación nazi, le recuerda algo a Landsberg, que parece haber olvidado, al dolerse por un artículo en el que Mounier critica los ambientes cristianos, más preocupados por lo privado; “¿Lo que te ha preocupado, es que pidiese una acción de presencia…?”[8]. ¿Acaso no recuerda Landsberg la necesidad de hacerse presente también desde el ser cristiano, ante la barbarie que acontece en Europa? Evidentemente sí, pero notemos aquí la sorpresa en Mounier. Qué más importante que esto en estas circunstancias, máxime tras todo lo escrito por Landsberg al respecto.

Pero no habla de ceguera. El compromiso debe ser total y libre; en cuerpo y alma. Estamos ante una toma de responsabilidad por parte de la persona, hacia sí misma y hacia las demás. No hay imprevisión, no hablamos de heroicidad. Es precisamente lo contrario, pues nuestro proceso de formación requiere de libertad, pero responsable. Estamos hablando de fidelidad. Y esta no es inmovilismo, sino que debida siempre a la dirección elegida experimenta la conversión, dentro de esa fidelidad. Landsberg fue fiel a su línea marcada; su compromiso con la libertad le envió a arriesgar la vida en la zona ocupada y no salir para los Estados Unidos; Mounier y su esposa, se mantuvieron firmes en la cabecera de su hija, pero también en el compromiso marcado a través de Esprit: “No está como quisiera, pero creo igualmente que dará una bocanada de aire fresco a muchos”[9].

Y es la guerra lo que lleva a Landsberg a hablar de la necesaria diferenciación entre individuo y persona, ligando expresamente a ésta y a los valores como una sola cosa, sólo separables realizando una abstracción. Pero también le lleva a diferenciar colectivo de comunidad. Siendo para el individuo, el mal la infelicidad, y su culmen la muerte, para la persona “el mayor mal temporal es la esclavitud de la comunidad y de las personas que la componen”[10]. Y por tanto, persona y comunidad forman una unidad. No llega tan lejos Landsberg para hablar de comunidad como persona de personas; la comunidad es la concreción de la vocación personal.

Sólo queda responsabilidad cuando hablamos de conjugar las vocaciones personales. La persona es responsable de sus actos, y en ellos debe tener siempre presente a la comunidad, por tanto su vocación siempre deberá estar ordenada a ella. La historia de la comunidad se escribe pues de las vocaciones conjugadas. Para otro momento queda analizar el problema de la paz y la guerra; belicismo y pacifismo.

3. Landsberg, Péguy y el Personalismo Comunitario.

Charles Péguy va a resultar maestro de formas dispares y para muchos pensadores del siglo XX. Su vitalidad, que han permitido atesorar una obra prolija en apenas 41 años de vida, y su espiritualidad, son un referente de vida contracorriente dentro de su compromiso, preservándose la perseverancia en los valores y las lealtades; una fe siempre dispuesta al encuentro. El aporte de la influencia trenzada, combinada, de Péguy y Landsberg dará lugar a lo que hoy llamamos Personalismo Comunitario.

Podemos verlo en tres puntos fundamentales en la plasmación de pensamiento y acción en una filosofía, tiene a mi parecer, tres claves fundamentales:

3.1       La revolución será personal o no será

El cambio verdaderamente profundo, la verdadera revolución, la que realmente afecta en la historia, la que se convierte en acción comprometida, comienza desde el interior de la persona, es voluntad con una clara vocación de transformación. De la necesidad de las transformaciones sociales no dudaba, y por ello era un socialista de convicción clara. Pero de la misma manera, creía en la necesidad de que hubiera una revolución interior que hiciera posible una “ciudad armoniosa”.

Esa ciudad situada en un lugar fuera del tiempo, en la utopía generadora de esperanza, horizonte que la historia nunca alcanza, pero al que siempre tiende, esa es la morada en la que mística y política se encuentran de forma natural, en una sola y harmoniosa trenza de los hilos del tapiz con el que Péguy veía que se tejían los acontecimientos.

Péguy habla de una transformación que sólo mediante la educación puede conseguirse. Una educación que hable a la razón, no a la del número, en la que Péguy desconfía como su maestro Pascal, sino a la de la palabra, la del diálogo. Educación como crecimiento personal, crecimiento interior, crecimiento espiritual que culmine en una transformación tal que sea capaz (que sea competente diríamos hoy) en la ciudad armoniosa. Educación que es también fundamental en Landsberg; proceso de diálogo del que surge la palabra como rastro del maestro. Rastro de maestría, vida hecha verdadero magisterio, academia platónica contrapuesta a la Academia.

3.2       Reconstrucción de presente y futuro

El presente de Péguy es la modernidad; con matices, la misma modernidad que es nuestro presente. Una modernidad que cuenta con tres siglos entonces, y ya se anuda como soga corrediza estrangulando toda opción de transformación. Se impone reconstruir desde un paradigma distinto, y es lo que plantea Péguy que debemos realizar partiendo de las bases del fin de la Edad Media. Reconstruir ese periodo de tiempo que llamamos el Renacimiento, recomenzar donde se torcieron los caminos emprendidos para traer una razón diferente, una razón dialogante, valga la redundancia. Una reconstrucción que no parte de la destrucción del presente, valga también indicarlo para evitar suspicacias.

Landsberg lanzará sus primeras andanadas de juventud analizando caminos que le sirvan para retomar su mundo en la Edad Media; explorará a Agustín y Buenaventura. Amor y espiritualidad para afrontar una época de dolor y desesperanza como la de entreguerras en la Europa de los años veinte del siglo pasado. También recogerá el rastro en Pascal, y como Péguy, va a cargar con Pascal como acompañante de bolsillo, y con el va a saltar por encima de Descartes. Reconstruir la modernidad va a ser lo opuesto a lo que luego se convierta en su deconstrucción o en la posmodernidad. Superar a Descartes desde antes de Descartes.

Y el presente se reconstruye con voluntad de futuro, de horizonte que va más allá de lo que somos hoy; con una revolución. Ese concepto de reconstrucción del presente, es la revolución para Péguy, un renacer para el mañana, en una ciudad nueva y harmónica que contemple la ciudadanía y la individualidad; es una reconstrucción histórica, económica, política. En Landsberg el tema de la revolución permanecerá de forma secundaria tomando un papel predominante la idea de compromiso. Compromiso con el propio presente, con la historia.

4. Mounier y Landsberg.

El papel central del compromiso en el pensamiento de Landsberg, se convertirá en el nexo de unión con el pensamiento de Mounier. El carácter histórico de la vida humana, para Landsberg, exige como hemos visto, el compromiso como condición de  humanización; siendo esta básicamente historicidad. Será un término muy común entre sus compañeros de Esprit en la primera época.

La confluencia de Landsberg y Mounier en el tiempo es muestra de la potencia de la sinergia. El Personalismo Comunitario está lleno de vidas concluidas en breve tiempo; la media de la mayor parte de los pensadores personalistas de la primera mitad del siglo XX está en la cuarentena, y muchos de ellos acabarán de forma violenta; Rosenzweig, Kolbe, Bonhoeffer, Stein, Landsberg y Péguy murieron directamente por culpa de alguna de las dos grandes guerras; Simone Weil y Mounier de enfermedad. El compromiso llevado hasta sus últimas consecuencias, el compromiso con la historia y con la comunidad, engarzadas en el punto de inflexión más complejo de la persona: la muerte.

Y el legado en el Personalismo Comunitario de su confluencia se puede resumir en:

4.1       Búsqueda de las raíces desde la Edad Media

Se trata fundamentalmente de la confrontación entre la postura positiva y la negativa. La primera, la de la búsqueda constante, la de la afirmación por encima de todo de lo que se considera fundamental. A la contemplación, a la afirmación por antonomasia, le sigue un no que es delimitador, no negador. Esa es la Edad Media, sus luces. La Edad Moderna, para Landsberg se caracteriza porque impera la negatividad. Es una constante negación, que empieza por la duda, y apenas consigue afirmar un mínimo, que tampoco nos ha ayudado mucho; cogito ergo sum.

El planteamiento renacentista, en cambio, será básicamente afirmador. Seguro de la importancia de la persona y de Dios, el conocimiento parece avanzar de la mano del arte, y parecemos lanzados hacia delante, como llevados de la mano de Dios. Pero pronto surgen las dudas, y llegan las “certezas” de la ciencia, de las que hemos hablado poco más arriba.

La seguridad que rebosa la Edad Media en ese plan divino que rige el mundo, ese optimismo metafísico, guiará incluso a quienes van hacia la Modernidad; Galileo sin ir más lejos. La ordenación a un fín, la teleología imperante, es imprescindible para que la certeza absoluta en el mundo, impere en la Edad Media, y se sostenga esa credulidad, esa simplicidad de Juana de Arco, que tan bien verá Péguy. Además, en la Edad Media hay una guía clara, para quienes se cuestionan el mundo; el Evangelio. Y esto en la Europa cristiana; en el orbe musulmán sucede lo mismo, la guía espiritual de Mahoma y el Corán, dan firmeza de criterios éticos a quienes se preguntan por ello, y buscan la unidad de pensamiento y acción.

4.2       La pedagogía necesaria

El sentido pedagógico en Landsberg tiene una clara raíz platónica, o quizás debiéramos decir socrática. Todo aquello que de socrático puede haber en la Academia, Landsberg lo va a utilizar como base de su criterio pedagógico, y para indicar la necesidad de comprender la filosofía como vida, como la vida misma. Enseñar con el ejemplo; transmitir conocimiento con la vida; incitación a la sabiduría. La constante necesidad de enfrentar el problema de la verdad con el diálogo; y la ineludible existencia de la autoridad concedida, la del maestro por el discípulo. Dos cuestiones de gran importancia en el criterio pedagógico.

Aprender y enseñar; binomio imprescindible del proceso de perfeccionamiento del ser humano, de la persona. Servir a la verdad en Sócrates es servir al perfeccionamiento humano, y llevar esta postura a las últimas consecuencias es parte integrante de ser un pedagogo. Que la propia vida sea enseñanza, ejemplo, es la culminación del compromiso con uno mismo y con la comunidad. Ser personalista para Landsberg es hacer de la vida una constante paideia; ser una marca en el camino, una piedrecilla blanca más, de las que hablábamos antes.

Conclusión

No quisiera concluir sin una referencia a la relación entre el personalismo expuesto más arriba, y del que habla Karol Wojtyla en diferentes obras y artículos[11], para quien “persona” es “ser bueno como hombre”[12].

Habría que distinguir en este caso un personalismo que pone el acento en la persona como fin en sí mismo, receptáculo de una dignidad intocable, que tiene su origen en concepciones de corte agustiniano, incluso en Buenaventura, y un personalismo que pone el acento en la diferenciación de individuo y persona, siendo ésta una característica del ser humano, poseedora de capacidad moral y de elección, donde la dignidad se obtiene a través de los actos, idea de corte tomista. Estaríamos hablando de una concepción moral del ser humano.

Es innegable que ambas tratan a la persona. Siendo formas diferentes de abordar los problemas del personalismo, nunca deberían resultar antagónicas, ya que parten de una familiaridad que las coloca cuando menos en paralelo.

Lo que es lamentable, es la poca incidencia en estudios que pongan en relación las diferentes formas de abordar la persona; quizás por que hasta el momento ha sido olvidada como objeto de la filosofía encontramos tan poco escrito sobre las diferentes maneras de abordar este interesante tema.

Creo la figura de Karol Wojtyla es un ejemplo de lo expuesto sobre Landsberg; la coincidencia en el tiempo histórico permite encontrar los paralelismos de compromiso. Probablemente diferentes concepciones en cuanto a la acción, y distintos focos de interés.

[1] C. PÉGUY Œuvres en prose, Ed. Gallimard, Paris, 1957

[2] JOSÉ ORTEGA Y GASSET, OOCC. Meditaciones del Quijote, Madrid, pp. 309-400. Sería de mucho interés que se tomara en cuenta la visión orteguiana sobre El Quijote, vista desde el punto de vista de la acción que desarrollan Sancho y D. Quijote, y el compromiso con su realidad, y qué tipo de realidad cuestionan, o más bien, a qué tipo de razón.

[3] PAUL-LUDWIG LANDSBERG, Problemas del personalismo, Ed Mounier Colec Persona 17, Madrid 2006, pp. 71-88

[4] Ibid pp 23-36. De todas maneras es de reseñar la versión italiana aparecida junto a un interesante trabajo de Marco Buccarelli y Fabio Olivetti; Landsberg, Paul Ludwig Landsberg, “Scritti Filosofici” Volume I- Gli anni dell’esilio (1934-1944) Ed. San Paolo 2005

[5] Ibid  pp 97-118.

[6] Ibid pp. 149

[7] EMMANUEL MOUNIER, OOCC Volumen IV, Ed. Sígueme, Salamanca 1988 pp. 771-772 y PAUL LUDWIG LANDSBERG, Scriti Filosofici Volumen I, San Paolo, Roma 2005 p. 777

[8] Sólo en el texto en italiano del libro citado anteriormente.

[9] Ibid.

[10] P.L. LANDSBERG, Problemas del personalismo, p 111

[11] Sólo por poner un ejemplo, basta leer la trilogía  KAROL WOJTYLA, Mi visión del hombre, El hombre y su destino, El don del amor, Ed. Palabra Madrid.

[12] En El hombre y su destino, p. 289