La versión española de Europa

Nieves Gómez Álvarez*

(Comunicación presentada en las IV Jornadas de la AEP:

«Julián Marí­as: una visión responsable»

7-9 febrero 2008. Universidad Complutense de Madrid-

Universidad San Pablo CEU)

1.     Julián Marí­as: un español europeo (y americano)

 

«España -escribió el americano Washington Irving en 1829- ofrece una noble severidad que está perfectamente en armoní­a con la manera de ser de los habitantes; y yo me explico mejor al arrogante, intrépido, frugal y sobrio español y su arrojo en los peligros […] desde que he visitado el paí­s en que habita. Hay algo también en los severos y sencillos paisajes del territorio español que imprime en el alma un sentimiento de sublimidad» [1].

El escritor habí­a descubierto viajando por nuestra Andalucí­a cómo es, no sólo el paisaje español, sino también cómo este es uno de los elementos configuradores del carácter de sus gentes. Nada hay para conocer a un carácter nacional, pues, como verlo desde fuera. ¿Es posible para alguien conocer las virtudes y defectos de sus conciudadanos tanto como son conocidos instintivamente por los extranjeros? Podrí­amos preguntarnos cómo ha sido la mirada de Marí­as hacia sus semejantes, cómo los ha visto «desde dentro», ya que él mismo era un español, pero también «desde fuera», dado que ha sido durante buena parte de su vida un viajero infatigable, para quien, como escriben en clave de humor sus hijos, no vale el «jet lag».

En este sentido, él mismo ha expresado claramente cómo su paso por América, más en concreto por Estados Unidos -sin excluir por supuesto su profundo conocimiento de Hispanoamérica y de sus posibilidades-, le hizo ver de un modo nuevo la realidad española; se puede decir que su visión ha cobrado algunos de los tintes que se expresan en el texto de Irving: una España recia, valiente, incluso romántica [2] y en la cual la vida cobra un sabor distinto a la que se gusta en otros lugares.

Podrí­amos comprobar cómo, tras su estancia en América, Marí­as ha descubierto, quizás por contraste, la realidad de España y su inclusión en Europa, en Occidente.

«Habí­a pasado trece meses fuera de España. Habí­a conocido los Estados Unidos y buena parte de América del Sur; habí­a tenido experiencias interesantes, que habí­an de ser decisivas en mi vida. […] Pero habí­a perdido algo más de un año de España. […] Sentí­ profunda alegrí­a al volver a vivir en Madrid, en España, que comprendí­a mejor al verla con una mirada que se contraí­a desde un horizonte más amplio. Y el conocimiento de América tuvo para mí­ un efecto inesperado y de gran alcance. Me hizo, en alguna medida, despegar de la angostura del presente […] me remitió a una visión viva de la historia» [3].

Esta visión viva de la historia es el fundamento del tono esperanzador con el que el filósofo ha tratado siempre el tema nacional; más allá de los posibles errores del pasado, más allá de una interpretación partidista de la historia, Marí­as se empeña en mantener el rostro hacia el futuro, sabiendo que la historia la escriben los españoles, los europeos, los occidentales actuales.

¿Será quizás la mirada de Marí­as hacia España despreciativa, prepotente, disgustada? ¿O no será más bien apreciativa, realista, vital? En suma, podríamos concluir que Marí­as mira a España, y sobre todo a los españoles, con una mirada de amigo, de un amigo siempre a la espera, pero que también viene de lejos, que conoce mundo, y sabe distinguir lo mejor de lo peor.

Un ejemplo muy interesante, para llegar a comprender cómo Marí­as se ha sentido español, pero español europeo fue la relación mitad intelectual mitad amigable con diferentes grupos de estudiantes americanas procedentes del Mary Baldwin College, que a partir de 1962 viajaron a la Pení­nsula para ampliar conocimientos sobre España y su cultura realizando un junior year en Madrid. Tras esta experiencia, fecunda en muchos sentidos, Marí­as pudo escribir cómo estos cursos fueron muy positivos no sólo para las alumnas, sino también para los profesores que las acompañaron intelectualmente: «La impregnación de España no tení­a equivalente. Cuando estas muchachas volví­an a su paí­s, guardaban una huella indeleble. […] Pero lo que tení­a honda significación para estas muchachas americanas era también una profunda experiencia para nosotros» [4].

La siguiente pregunta serí­a en qué sentido estas jóvenes estudiantes americanas, que Marí­as caracteriza como una modalidad de mujer en la que belleza e inteligencia van a la par [5] han contribuido a que el propio filósofo modifique (a mejor) su imagen de España y los españoles, así­ como su capacidad de cooperación mutua; otros textos muestran cómo ha sido esta modificación y hasta qué punto ha sido decisivo «el descubrimiento de España por estas muchachas que, desde su generosidad vital, se enfrentan con un paí­s distinto y extraño, lo van explorando, se equivocan y rectifican, lo malentienden y vuelven a mirar, se van impregnando de su sustancia. Si hay algo conmovedor, es esta asimilación de una nueva forma de vida, este encariñamiento con la lengua, el paisaje, los gestos, los modos de vivir, las costumbres, las comidas, las personas. Ese proceso, parecido a un injerto, en virtud del cual la joven receptividad de estas americanas se enriquece y modifica con una nueva manera de ser y vivir» [6]. Esto significa que las jóvenes americanas daban una nueva visión sobre España misma, muy valiosa para los españoles: «Y entonces aparece una España que no es la nuestra, la de todos los dí­as, […] una España vista con retinas nuevas y limpias, ligeramente magnificada, idealizada, puesta en conexión con un pasado que olvidamos a menudo o invocamos en hueco. El que ha hecho la experiencia de este contacto de las chicas americanas con España podrá decir cuánto le han ayudado a veces a entenderla mejor, a reconciliarse con muchas vetas suyas, a recordar que lo trivial no es sólo trivial» [7].

Desde este punto de vista, se puede comprender la denominación que Marías hizo de sí­ mismo, sin que ninguno de los sustantivos ni tampoco de los adjetivos (ni tampoco de la conjunción [8]) sea poco importante: «escritor español y profesor americano» [9].

Esta especial relación con Estados Unidos no es contemplada por el pensador como un elemento que excluya de ninguna manera la pertenencia a Europa; por el contrario, en el pensamiento de Marí­as queda reflejado de un modo muy claro cómo hay una realidad que engloba a ambos continentes, que está por encima de ambas pero que a la vez necesita de la intensa personalidad diferenciada de los dos. «Ésta es Occidente, […] una unidad histórico-social superior, dentro de la cual tenga Europa su función y su verdadera realidad⻝ [10].

Dejando aparte la implicación polí­tica y social que el término Europa pueda significar -y de las cuales se pueden encontrar numerosas referencias en la extensa obra del filósofo [11]-, se puede analizar brevemente cómo ha contemplado Marí­as a su continente desde su conciencia de intelectual. Marí­as se ve a sí­ mismo como un español europeo, ciertamente, pero habría que añadir con anterioridad como un intelectual español europeo. Europa es, más que nada, desde este punto de vista, un proyecto, y por lo tanto, un plan que implica una mirada al futuro y una colaboración entre varios integrantes que mantienen una identidad propia, la cual se constituye por una lengua o lenguas nacionales, por un patrimonio cultural, por una historia con sus aspectos positivos y negativos, por sus ciudadanos maduros y libres que aspiran a ser dueños de sus propias vidas. Pero, un aspecto más, que no se puede olvidar, y que va más allá de una consideración polí­tica, y que puede ser aportada por la visión humanista de Marí­as, es el análisis de los deseos, de las ilusiones se podrí­a decir, de los ciudadanos europeos.

En este sentido, Europa consiste en «segregar perpetuamente invención, ilusión» [12], que pueden ser irradiadas de muy diferentes formas, desde la creación artí­stica, la investigación cientí­fica, la gestión polí­tica, la difusión del pensamiento en todas sus formas, las comunicaciones humanas, e incluso la vida cotidiana, de modo que cada paí­s europeo se armonice con los demás como en una orquesta.

El mejor valor de Europa, por tanto, no es la uniformidad, sino, por el contrario, su diversidad. Su mayor riqueza está en su proyecto, que se refiere a la unidad abierta a Occidente y el deseo constante de trascenderse hacia lo otro [13]. Ser europeo se convierte, pues, en el pensamiento de Marí­as, en una llamada a la mejor autenticidad y a la vez a la mejor capacidad de asociarse al ritmo y a la voz de cada uno de los otros paí­ses.

Podrí­amos pasar a analizar cómo, desde este mapa inicialmente trazado, es la versión española de Europa.

2.     Las posibilidades españolas en el contexto de Occidente

El tí­tulo de mi comunicación es, como ya han podido escuchar, «La versión española de Europa». He querido escoger este tí­tulo en un sentido que me parece es necesario aclarar; «versión» en este contexto, no quiere decir «visión sesgada» ni tampoco «manipulación», sino que he tomado este término de un tipo de arte que ha conseguido de Marí­as muchos y excelentes artí­culos y que le ha permitido considerar imaginativamente -desde esa peculiar forma de realidad que tiene la imaginación- las enormes posibilidades humanas. «La versión española de Europa» debe sugerir entonces algo similar a lo que significa contemplar una pelí­cula en versión original.

El intenso y profundo interés que Marí­as ha dedicado a tratar el tema de España y los españoles debe interpretarse en este sentido, y nunca en una afirmación estéril de tiempos pasados o en una actitud nostálgica o reaccionaria. Marí­as ha dedicado muchas páginas a esta cuestión porque esta versión, simplemente, estaba sin hacer, desde el punto de vista intelectual; el filósofo ha rodado, podemos decir, esta versión, en las horas de composición de sus obras de pensamiento, en sus innumerables artículos, todaví­a por clasificar, en sus viajes, en sus conferencias, en su aportación polí­tica para el avance de la democracia en España, en su interés por la vida nacional.

Ante una merecida posición en una universidad americana, Marí­as ve a España desde lejos y concluye: «A pesar de todo [lo que habí­a ganado en la estancia prolongada en Estados Unidos], se fue decantando en mí­ la resolución de volver a España, de vivir en mi paí­s, dentro de mi lengua, de continuar todas las cosas a las que habí­a puesto mi vida. […] Además, pensaba que el ser español, con alguna fidelidad y esmero, no estaba nada mal» [14]. Sin embargo, a la vez se puede encontrar otro tono, que contrasta con el optimista, y que es uno de los más notables del carácter de Marí­as: el realismo.

A la vez que siente, desde Estados Unidos, su pertenencia plena a España y a Europa, anticipa las dificultades inmensas que esta resolución de volver le traerí­a posiblemente: «Si lo aceptaba [el ofrecimiento en la Universidad de Yale para ser full professor], lo tení­a todo resuelto, mientras que en España me esperaban dificultades, riesgos, sinsabores y, lo peor de todo, decepciones» [15]. Desgraciadamente, Marí­as no se equivocó; como bien se sabe, su autenticidad humana le conllevó muchos problemas, que él afrontó con total serenidad, consciente del riesgo que habí­a corrido y siempre por encima de la mezquindad humana con la que se tropezó en numerosas ocasiones, irritada por su inmensa altura moral (y a la que, dicho sea de paso, él no hizo nunca demasiado caso, ocupado como estaba en cosas realmente interesantes) [16].

Considerar esos dos sentimientos experimentados por Marí­as, que mira a la lejana España desde la apetecible y tentadora América es la clave para comprender cuáles son las posibilidades españolas en el contexto de Occidente. El pensador, como ya se ha dicho, siente por un lado, que no puede dejar de sentirse español, que para él significa pertenecer a «la primera nación europea en el sentido moderno de la palabra, inventora de la Nación como forma polí­tica y social, como unidad proyectiva de la convivencia» [17], a una de las naciones que ha configurado la realidad efectiva del mundo; ser español significa para el pensador pertenecer a un paí­s europeo de extrema originalidad [18], capaz de aportar elementos de gran valor en un proyecto colectivo caracterizado por la convivencia pacífica de distintas poblaciones y culturas [19]. España es, en suma, un deseo, que la hace más europea que el resto de las naciones de Europa: «España es europea porque lo ha querido, porque se puso tenazmente a esa carta, cuando parecí­a inexistente, cuando la empresa de restablecer la España perdida no tení­a ni la menor probabilidad de conseguirse» [20].

Marí­as mira a España desde la lejaní­a y siente que ésta ha sido precoz en Europa, allá por el siglo XV; en realidad considera que ha sido España quien ha dado a Europa la pauta de cómo ser europea, porque le ha aportado un salto cualitativo y cuantitativo: un nuevo estilo de diplomacia, de gobierno, de comercio, de sistema de alianzas, de colaboración entre pequeñas y grandes unidades sociales. España, que entró en Europa con vitalidad y energí­a, consciente de su propio valor y originalidad y dispuesta a suscitar la originalidad de los otros paí­ses europeos, ha sabido sentirse a sí­ misma como una unidad y a la vez -de nuevo la lógica del también- ha hecho a Europa sentirse como una colectividad, como un «nosotros» [21], en el que cada uno es importante: «[…] es España el elemento que provoca el proceso nacionalizador y modernizador del resto de Europa» [22]. Marí­as insiste en la apertura a la innovación, en la valentí­a de buscar nuevas formas de ser, en desarrollar plenamente la personalidad española en el contexto de la actualidad: «ser español quiere decir intentar serlo de una manera nueva, llevando a su plenitud las posibilidades acumuladas en largos siglos de ensayos» [23]. Es decir, Marí­as considera que la España europea está por hacer todaví­a. Pero, a la vez que toda esta riqueza como nación, Marí­as ve los errores de los españoles; desde la altura conseguida por Estados Unidos en ese momento histórico, que dista mucho de la realidad española, el pensador sabe que se va a encontrar con trabas que van a poner dificultades a sus palabras y con enfrentamientos que proceden… de los defectos españoles colectivos.

El ensayo «Una psicologí­a del español» [24], en el que el pensador analiza Los españoles en la historia, de Menéndez Pidal [25] puede dar pistas en este sentido: los españoles se caracterizan por la sobriedad, la idealidad, el individualismo, que tienen una doble cara, la positiva o la negativa. La positiva implica que el español se contenta con poco, vive con sencillez, sabe soportar y superar las contrariedades y mantener su resistencia en niveles infrahumanos; siente un gusto especial por lo aventurero y las empresas arriesgadas; tiene un equilibrio entre el aspecto contemplativo y el activo que, cuando es maduro, es difí­cil de encontrar en otras latitudes; es generoso y sabe mantener la serenidad, el sosiego en circunstancias extremas, desafiando el peligro; tiene una noción de que todos los hombres, a fin de cuentas, son iguales y le disgusta la prepotencia, de manera que puede localizar dónde está la injusticia y siente aversión a ella.

Del lado negativo, el español es escasamente imaginativo, se conforma con demasiado poco y obstruye en su propia vida posibilidades latentes, desprecia el valor de la vida, en el sentido de que no considera importante la calidad de felicidad que se puede conseguir en la vida cotidiana, antes que en las ocasiones extraordinarias (tiempo libre, ocio, vacaciones), es decir, el español medio no disfruta con su trabajo; es desorganizado, en lo que se refiere a la gestión económica. Finalmente, su tendencia igualitarista, su tendencia a uniformarlo todo y a no saber distinguir los matices le hace ser superficial, extremoso, radical y, aún peor, profundamente resentido y envidioso ante el bien de otros. Este rasgo es el que explica la aversión del español a lo nuevo, a lo mejor, y la tendencia a la inferioridad, intentando buscar siempre un resquicio de rebajar la excelencia y de descalificar totalmente al enemigo; en este sentido, la mirada del español hacia la realidad es insana, porque busca defectos -o los inventa, deformando la realidad- e ignora cualidades, minimiza la realidad y en consecuencia, la deforma, haciéndose a sí­ mismo incapaz de apreciar los valores positivos de otros [26].

Estas barreras son las que Marí­as, desde el otro lado del Atlántico, preveí­a en sus conciudadanos; sin embargo, es necesario añadir que de ningún modo son, como todo lo psicológico, rasgos permanentes, sino que dependen del grado de madurez humana de cada español o española y de su capacidad de autosuperación [27]. La posición de Marí­as tiene mucho de la actitud azoriniana, que comienza observando con pesimismo los defectos españoles, pero experimenta una transición hacia el fino humor inteligente [28]. Las posibilidades españolas en el contexto de Occidente dependen, por lo tanto, de las posibilidades de cada español o española; de sus cualidades individuales y colectivas.

3.     La concordia posible: mirando hacia el futuro

Llegamos finalmente a la «parte práctica»: ¿cómo considera Marí­as que es posible una nueva España europea, en el sentido de que sepa tomar lo mejor del pasado y a la vez superar sus errores, de manera que esté a la altura de Europa y ésta a la altura de los tiempos? Algunas de sus ideas, que sólo se pueden esbozar aquí­, son:

A)    A nivel personal: la excelencia personal, la autenticidad, el valor y sabor de la vida cotidiana, rasgos que el español debe aprender, ya que no los considera ni siquiera como tales valores [29]. El valor del esfuerzo y el disfrute del propio trabajo, el fomento de la creatividad buscando nuevas soluciones positivas; la superación de toda actitud resentida o envidiosa, que rebaje a otros. En definitiva, la «liberación del tópico», que consiste en atreverse a no ser mediocre y la superación del inmovilismo.

B)     A nivel colectivo: el cultivo de la amistad entre hombre y mujer, que podrí­a ser la clave para el éxito del proyecto colectivo que es España, al contar con dos formas complementarias de ser persona [30]; el fomento del trabajo en equipo y las necesidades comunes, lo cual implica una gran dosis de generosidad vital; el difí­cil equilibrio polí­tico-social de respetar las diferencias regionales y a la vez de hacer que cada región se sienta integrante del proyecto común que España [31]; la conciencia de pertenecer a una España europea, mediante la valoración de la vida intelectual y el cultivo de la racionalidad, la investigación [32], la apertura del horizonte de los jóvenes, con la implicación en un futuro pací­fico común [33]. Una atención especial merecerí­a también la relación con América, en cualquiera de sus formas: Norte, Centro o Sur, de modo que España pueda realmente ejercer como la Plaza Mayor de Hispanoamérica, en la que haya respeto mutuo. Una afirmación repetida de Marí­as es el hecho de que España es una de las naciones más originales de Europa por el hecho de ser una «supernación transeuropea» [34], es decir, que desde su constitución como nación no ha sido nunca ni sólo española ni sólo europea. A nivel colectivo más amplio, es decir, atendiendo no sólo a España sino también al conjunto de Europa, Marí­as considera que podrí­an marcarse unas pautas de ayuda para el futuro de la Unión Europea, lo que él denominó el «programa europeo» [35], capaz de inspirar entusiasmo a los europeos actuales, que consiste en:

  1. Superar el provincianismo: Europa debe tomar posesión de sí­ misma y de su propia identidad, de manera que todos los europeos lo sean 100% y procuren que los demás también lo sean.
  2. Organizar el patriotismo europeo, que va más allá de meras consideraciones económicas, polí­ticas o histórico-culturales y se refiere a una «fuerza viva actuante» [36] dentro de cada europeo.
  3. Buscar la personalidad histórica unitaria y su papel propio dentro de Occidente, es decir, en colaboración con América.
  4. Inventar nuevas formas de convivencia, que va más allá de la coexistencia, con las otras formas de cultura.

Finalmente, se pueden tomar estas palabras como una hoja de ruta para el futuro:

«Europa es una y múltiple, extravertida, nunca encerrada, transeuropea y futurista. Un continente viejo, pero no vuelto al pasado […]. Sólo se vuelve a él, solo lo necesita para poder de verdad inventar el futuro. Europa no tiene tanta fuerza como Norteamérica, o Rusia, ni tanta riqueza como aquella, ni más inteligencia, ni tan alta moral. Sólo tiene más historia y más imaginación. íšnicamente falta que las ponga en juego para inventar su auténtico proyecto y hacer de él la punta de la flecha de Occidente» [37].


* Doctoranda en Filosofí­a y azafata en el Aeropuerto de Madrid.

[1] W. IRVING: Leyendas de la Alambra  (14ª ed.), Colección Austral, Espasa Calpe, Madrid, 1991, p. 30.

[2] Añade el autor americano: «Pero, ¡qué paí­s es España para un viajero! La más miserable posada está para él tan llena de aventuras como un castillo encantado, y cada comida constituye por sí­ misma toda una hazaña» (W. IRVING, cit., p. 34); estos rasgos y otros, atractivos para un viajero, son los que le llevan a concluir una calificación de nuestro paí­s quizás excepcional para los propios españoles: «romántica España», que no excluye otros elementos, como la peligrosidad de la vida o la inseguridad.

[3] J. MARíAS, Una vida presente, Memorias II. Alianza Editorial, Madrid, 1989 (1ª reimpr.), pp. 51-52.

[4] J. MARíAS, Una vida presente, Memorias II, cit. p. 193.

[5] En este sentido se puede consultar el capí­tulo «La mitad femenina» de Los Estados Unidos en escorzo en J. MARíAS: Obras completas III. Revista de Occidente, Madrid, 1964, pp. 456-463.

[6] J. MARíAS: El cine de Julián Marí­as. Volumen I. Escritos sobre cine (1960-1965). (Fernando Alonso, comp.). Royal Books, S.L, Barcelona , 1994, p. 456.

[7] J. MARíAS: El cine de Julián Marí­as, cit. p. 456.

[8] La simple conjunción «y» nos puede llevar a pensar en el tipo de lógica que está presente en todo el pensamiento de Marí­as, que podrí­a ser considerada como la «lógica del también», es decir, en desechar toda visión parcial de la realidad y en saber armonizar aspectos que parecen incompatibles. En este sentido se puede considerar no sólo su profunda pertenencia a Europa, y con ella a Occidente, sino que una vez más, el filósofo se supera a sí­ mismo mostrando un gran interés por otras formas de cultura como la india o la japonesa sin que eso signifique un desprecio de lo propio (se pueden consultar a este respecto Imagen de la India, Israel, una resurrección en J. MARíAS: Obras completas VIII, Revista de Occidente, Madrid, 1970)o las páginas dedicadas al paí­s oriental en sus memorias, J. MARíAS: Una vida presente. Memorias III, Alianza Editorial, Madrid, 1989, 355-365).

[9] J. MARíAS: Una vida presente, Memorias II, cit. p. 53.

[10] J. MARíAS: La justicia social y otras justicias. Seminarios y Ediciones, S.A., Madrid, 1974, p. 92.

[11] Algunas de ellas son, además del ya citado La justicia social y otras justicias, «El pensamiento europeo y la unidad de Europa» en El intelectual y su mundo (Obras completas IV. Madrid, Revista de Occidente, 1968), «Sobre Europa», en El oficio del pensamiento (Obras completas VI. Madrid, Revista de Occidente, 1970) y «El proyecto de Europa», en Los españoles (Obras completas VII. Madrid, Revista de Occidente, 1966 (3ª Edición)

[12] J. MARíAS: Obras completas VII. Revista de Occidente, Madrid, 1966 (3ª ed.), p. 266.

[13] Cf. J. MARíAS: Obras completas VII, p. 267.

[14] J. MARíAS: Una vida presente. Memorias II, cit. p.118. 

[15] Ibid. p.118.

[16] El testimonio más creí­ble puede ser quizás el de sus propios hijos, que contemplaron el abismal contraste entre las opiniones sesgadas y calumniosas y la extraña felicidad realista de Marí­as, quien no perdió jamás el entusiasmo por la vida: «[…] mi padre, que fue un gran enamorado de la vida y que no perdió jamás las ganas de vivir, ni en las circunstancias más adversas y penosas» en: A. MARíAS: La huella de Julián Marí­as: un pensador para la libertad: Homenaje a Julián Marí­as, Dirección General de Archivos, Museos y Bibliotecas, 2006, p. 142.

[17] J. MARíAS: España inteligible. Razón histórica de las Españas. Alianza Editorial, Madrid, 2005, p.23.

[18] J. MARíAS: Ibid. p. 56-57.

[19] Importante aspecto en la unidad de la diversidad han sido, a juicio de Marí­as, las raí­ces cristianas de Europa, de las que una visión intelectual inteligente y seria no puede prescindir: «Los europeos se sienten primariamente cristianos, y no sólo en religión, sino en todos los órdenes de la vida, por la presencia de la otra fe y el otro estilo vital solidifica su creencia y la extiende por todo su horizonte» (Ibid, p. 105). Demasiado largo serí­a explicar cómo la profunda pertenencia que Marí­as ha sentido respecto a España va unida con su personalidad de creyente maduro y sólidamente formado, que nunca se ha avergonzado de mostrar, y que explica en parte su sorprendente fecundidad intelectual y su madurez humana.

[20] Ibid. 117.

[21] El hecho de que España no es prepotente, ni excluyente, queda manifestado en la definición del concepto de nación, que es una palabra relacional, semejante a «hermano», es decir, que siempre implica términos de referencia, considerados al mismo nivel aunque distintos (cf. Ibid. 152-153).

[22] Ibid. 159.

[23] Ibid. p. 16.

[24] J. MARíAS: Ibid., pp. 44-52.

[25] M. PIDAL: «Los españoles en la historia», introducción a Historia de España. Volumen I (España primitiva. La prehistoria). Espasa Calpe, Madrid, 1995 (7ª ed.), pp. IX-CIII.

[26] Un pensador de la altura de Ortega ha escrito certeramente sobre esta tendencia española, como se puede consultar en las Meditaciones del Quijote (3 ª ed., prologada y comentada por Julián Marí­as). Cátedra, Letras Hispánicas, 1984. Un ejemplo de ello puede ser el siguiente texto: «Los españoles ofrecemos a la vida un corazón blindado de rencor y las cosas, rebotando en él, son despedidas cruelmente. Hay en derredor nuestro, desde hace siglos, un incesante y progresivo derrumbamiento de los valores» (Ibid., p. 49).

[27] Reveladoras son también las palabras de Ortega referentes a la variación ontológica que se produce en la persona cuando ama la realidad, sea en la forma que sea -en la amistad, en la relación hombre/ mujer, en el amor al propio paí­s, etc-: cuando el hombre o la mujer aman, amplí­an su individualidad y establecen lazos, ligaduras con la realidad (cf. Ortega: Meditaciones del Quijote, 48-49). Es cada persona, por lo tanto, quien decide libremente si su actitud ante la realidad es la del amor o la del odio.

[28] Sobre este tema, se puede consultar la excelente obra de D. FRANCO: España como preocupación. (2º ed.) Alianza Editorial, Madrid, 1998, obra a la que Marí­as ha acudido en numerosas ocasiones (Ibid. 15).

[29] En este sentido, Marí­as, conocedor de la vida cotidiana en otros muchos paí­ses, se decanta por la vida cotidiana en España, porque tiene un «plus de vitalidad, de temperatura, de incentivo» (J. MARíAS: Obras completas VIII, Revista de Occidente, 1970, p.245); un ejemplo de ello es la vida andaluza.

[30] La confianza que ha depositado Marí­as en la relación de amistad entre hombre y mujer a nivel humano pero también en el campo profesional excede del tema de esta comunicación; sólo a modo de ejemplo: «Lo que una mujer como tal ve, no lo puede ver un hombre, y por eso es capaz de enriquecer y completar la intelección de lo real. He hablado de <<la fascinadora impresión de inteligencia que nos hace siempre la mujer bien dotada y bien instalada en su condición de mujer. Fascinadora, porque nos descubre algo nuevo, una manera distinta de ver las cosas, una perspectiva desconocida, un relieve inesperado de las mismas cosas» (J. MARíAS: Introducción a España como preocupación, cit., 16-17). Y a nivel social: «Si algún dí­a los hombres […] encuentran en su imaginación las palabras justas -no aprendidas- que tienen que decir a sus mujeres, se encontrarán un enriquecimiento inesperado, con insospechados yacimientos, […]. Para esa perfección [de un paí­s] harán falta millones de horas de conversación amistosa, jovial, conmovida, apasionada- entre un hombre y una mujer» (J. MARíAS: Obras completas III, Revista de Occidente, Madrid, 1964, p. 463).

[31] «La región es una maravillosa, entrañable realidad, hecha de formas cotidianas, de recuerdos, de costumbres, de finas modulaciones, de proyectos; es un instrumento que se incorpora, bien templado, a una orquesta» (J. MARíAS: Obras completas VIII, Revista de Occidente, Madrid, 1970, 387).

[32] A juicio de Marí­as, la vida intelectual española tiene grandes posibilidades durante el s. XX y de cara al futuro. Se pueden consultar la serie de artí­culos incluí­da en Los españoles.

[33] El ejemplo vital de Marí­as en este caso es único; conocida de sobra es su debilidad por los jóvenes, y especialmente por los suyos, los españoles, a los que quiso educar para que tuvieran una libertad madura (cf. J. MARíAS: Una vida presente. Memorias III, cit. p. 255).

[34] J. MARíAS: España inteligible, cit. 169 y J. MARíAS: La justicia social y otras justicias, cit. 137.

[35] J. MARíAS: La justicia social y otras justicias, cit. p. 93

[36] Ibid. p. 93

[37] J. MARíAS: Obras completas VII, cit. 270-271.