raissaportadaReseña de Piero Viotto: Raissa Maritain: una sombra luminosa. A través de sus amistades y escritos. Club de Lectores, Colección Encuentros. Buenos Aires, 2010, pp.414.

Por Nieves Gómez

Piero Viotto nos ofrece ahora mediante el Club de Lectores argentino una nueva obra que trae a la luz -la filosofí­a es aletheia, desvelamiento- los lúcidos escritos de Raí¯ssa Maritain, inmejorable compañera del filósofo Jacques Maritain.

Nacida en Rusia de familia judí­a en 1883, y pronta lectora en ruso y en francés, tuvo que exiliarse muy joven con su familia a Francia. Sus recuerdos adolescentes están ligados al cultivo de la música, gracias al piano comprado por su padre.  Fue alumna en la Universidad de Parí­s – donde habí­a estudiado botánica, geologí­a, fisiologí­a y embriologí­a en la facultad de ciencias- del filósofo Henri Bergson, junto con Charles Péguy, Ernest Psichari, Anna de Noailles y Henri Focillon. Intensos años universitarios, en los que conoció a un activo Jacques, comprometido con los abusos sufridos por los estudiantes socialistas rusos. í‰poca también de profunda búsqueda filosófica y de descubrimiento de la emoción artí­stica. No es difí­cil imaginar a la escritora, que tantas veces experimentó el sobrecogimiento de la vivencia estética y supo describirlo tan bien, contemplar a Rembrandt y Zurbarán, a El Greco y a Giorgione en El Louvre, de la mano de su compañero. O verlos paseando por el Jardí­n Botánico de la capital francesa, tomando hondas decisiones vitales.

También de estos años universitarios datan sus afanes con el griego, que le permitieron adentrarse en Plotino y Platón. Sin olvidar sus incursiones a Pascal, Nietzsche, San Agustí­n o Ruysbroeck.

Grandes amigos de Ernest Psichari, Charles Péguy y Léon Bloy, la apasionada influencia de este último llevó al matrimonio Maritain a bautizarse como católicos. “La joven -escribió Léon Bloy sobre Raí¯ssa, refiriéndose a su primer encuentro, el 20 de junio de 1905- “es una judí­a rusa de proporciones minúsculas. […] En este ser fascinante y frágil hay un alma capaz de hacer arrodillar a los robles. Desde los primeros dí­as su inteligencia me ha dejado estupefacto” (278). De esta manera empezará una búsqueda de la sabidurí­a en común que les ocupará ya toda la vida.

Instalados en Parí­s, su hogar será de 1929 a 1939 “una casa abierta a todos, de cualquier lugar que vinieran, con el fin de reunirse en una amistad común en la búsqueda de la verdad”. Así­ fueron estos intensos años en los que organizaron constantemente encuentros culturales, atrayendo a cientí­ficos, novelistas, artistas, músicos, teólogos y filósofos, incluso polí­ticos, de la talla del artista bielorruso Marc Chagall, del compositor ruso Nicolás Nabokov, el compositor Maxime Jacob, el músico español Manuel de Falla, el polifacético y polémico Jean Cocteau, el matrimonio formado por Pierre van der Meer, escritor holandés y Christine van der Meer, pintora belga. Asimismo, allí­ conocieron a la actriz Eva Lavallií¨re, al escritor americano Julien Green, a la filósofa alemana Edith Stein y a muchos otros.

Esta última, ya como religiosa, escribió al matrimonio Maritain al recibir el libro de Raí¯ssa El ángel de la escuela: “Nunca he olvidado las horas pasadas en vuestra bella casa, y desde entonces los recuerdo en la oración. […] Debemos conservar este ví­nculo, aunque no podamos volver a vernos jamás” (292).

Especialmente en este sentido, la obra hace honor a su subtí­tulo, ya que nos muestra el entramado de ricas relaciones humanas que fueron capaces de crear los Maritain allí­ donde estuvieron.

Presionados por los graves acontecimientos europeos de 1939, se ven obligados a emigrar a América, un enorme desgarrón para Raí¯ssa, porque sabí­a de la cruel persecución hacia sus hermanos de raza; Nueva York será su nuevo hogar, y allí­ no cesará tampoco su actividad cultural, a la vez que trabajan para restablecer la paz e inyectar nueva vida espiritual en la vieja Europa, fragmentada por la II Guerra Mundial.

Raí¯ssa se afana con diversas conferencias, con su faceta de poetisa, sobre todo con su indispensable vida espiritual. Y la amistad, siempre la amistad. La vemos organizando un cí­rculo de estudio y formación para jóvenes de Ottawa, a los que traza, como sabia educadora, las pautas para una auténtica educación intelectual, a la vez que se ocupa con su habitual actividad espiritual y su apoyo a la obra de Jacques. í‰l mismo escribirá tras la muerte de Raí¯ssa, en el escrito con sus apuntes sobre mí­stica y teologí­a, poesí­a y música, filosofí­a, que salió a la luz con el nombre de Journal: “Su preocupación por mi trabajo de filósofo dominaba todo lo demás, por esa especie de perfección que esperaba de él. Raí¯ssa sacrificó todo por este trabajo. No obstante todas las penas, morales y fí­sicas, y, en algunos momentos, una casi completa falta de fuerzas, lo logró, porque la colaboración que siempre le habí­a pedido -releer el manuscrito de todo lo que escribí­ en inglés- era para ella un deber sagrado” (244).

Después de tres años (1945-1948) de trabajo diplomático en Roma, en los que Maritain ejerció de embajador de la República Francesa ante la Santa Sede, seguirán 10 en Princeton. Finalmente, poco después de regresar al anhelado Parí­s, Raí¯ssa sufre una hemorragia cerebral, de la cual muere pocos dí­as después.

Ante el amigo de tantos años, el escritor americano converso desde el protestantismo, Jules Green, vemos a un filósofo Maritain volcado hacia su mujer, una presencia femenina en absoluto pasiva: “[Al volver del entierro de Raí¯ssa] En la profundidad de mi pena he tenido la impresión de que Raí¯ssa me esperaba en el salón lleno de flores; su atmósfera, su espí­ritu, con esa gracia y esa dulzura, leve y grave, con esa seguridad, que emanaban de ella. Julien, ¿cómo podrí­a ser feliz? He perdido la presencia fí­sica de la que amaba más que a mí­ mismo. […] Y en mi tristeza siento al mismo tiempo una cierta alegrí­a (la palabra inglesa “elation” podrí­a ser más exacta)” (299-300).

Las sabrosas “Notas” sobre algunas relaciones humanas, con las cuales el escritor italiano ha complementado acertadamente los comentarios sobre las obras de Raí¯ssa nos muestran a una mujer humaní­sima y culta, sufriente y llena de ternura. Un ahijado suyo, el también polémico Maurice Sachs, dirí­a de ella: “Ella evocaba a mis ojos las santas mujeres de la primera edad cristiana: bella, con toda la cálida luminosidad de su raza, pero reservada, apasionada, espiritual, como esas hijas de Galilea en las cuales el ardor entusiasta habí­a consumido todo apetito carnal. Pertenecí­a exactamente a ese tipo de judí­as animadas por una llama mí­stica, dotadas de un alma vertical, de la tierra al cielo” (308).

Esto es precisamente lo que expresa el Journal, del cual escribió Jacques Maritain, recomendándoselo a un amigo, sacerdote italiano, como “lo más precioso que puedo regalarle”: “En efecto, querí­a transcribir rápidamente una parte de las notas que he encontrado en los cuadernos de Raí¯ssa referidos a su vida interior y cuya lectura me ha conmovido y maravillado. Porque conocí­a sí­ su vida de oración y de sufrimiento […] y sin embargo ha sido como si ella misma me abriese los ojos” (326).

En este libro vemos a una mujer sensible a la experiencia estética escribir ante la conocida pieza de Stravinsky: “La fiesta de la primavera me parece siempre más bella cada vez que la escucho. Toda Rusia está presente en esta música” (251); o trazar en un rápido esbozo su búsqueda interior: “ívida del verdadero saber, no sabí­a dónde encontrarlo. A los doce años lo ubicaba en la medicina, a los dieciocho en las ciencias, a los veinte en la metafí­sica, a los veintidós en la teologí­a. Ahora sé que se halla exactamente más allá, y que la santidad, cuando se le añade, lo hace crecer infinitamente, y que la sabidurí­a, […] puede prescindir de todo” (248). O usar de la poesí­a, ese lenguaje que no es un juego de palabras ni una escapatoria a la realidad, sino un método de conocimiento que empieza con el volverse hacia sí­, con el ensimismamiento.

La obra presente nos permite asomarnos igualmente a su libro Poémes et essais, también editado por Jacques, obra que causó la exclamación de Pablo VI: “¡Querido e ilustre Profesor! Regalo precioso, el libro que Usted me enví­a: por la dedicatoria, con la cual se me honra; por la Persona, que en ella revive, habla, sueña, canta y adora; y por la fascinación del candor sentimental, de música espiritual, de tendencia hacia lo inefable que emana de sus páginas. Invita a pensar, a orar; suscita la nostalgia de la contemplación y ofrece a quien está sediento de ella algunos sorbos de consuelo. Sólo puedo pensar en este libro como emanado de la conversación con usted, en una mutua atención a los misterios de la realidad […]” (322).

Como legado, nos ha dejado unos escritos penetrantes de razón vital femenina, de los cuales da buena cuenta el libro actual, trazando un recorrido fascinante por los caminos intelectuales, estéticos y mí­sticos experimentados por la escritora: El prí­ncipe de este mundo, Los dones del Espí­ritu Santo, La vie donnée -de tan bello tí­tulo-, Carta nocturna, Las grandes amistades, Henri Bergson, Marc Chagall, Léon Bloy, peregrino del absoluto, En la oquedad de la roca, Poemas y ensayos y el ya citado Journal. También refleja inmejorablemente este libro el enorme mapa personal de los tres Maritain -ahí­ está esa otra sombra luminosa que fue Vera, la hermana de Raí¯ssa-, quienes extendieron su esplendor cultural y su riqueza humana a todos aquellos que se acercaron a compartir su vida.

El especialista Piero Viotto, dedicado largos años a la profundización y difusión del pensamiento de los Maritain, contribuye con esta nueva obra sobre Raí¯ssa a esclarecer las intensas relaciones personales que la rodearon, dando con ello razón de la calidad humana de la escritora.