(Comunicación presentada en las II Jornadas de la Asociación Española de Personalismo:

La filosofí­a personalista de Karol Wojtyla, Universidad Complutense de Madrid,

16-18 de febrero de 2006)

José Damián Ruiz Pastor,   Profesor de Filosofía en el IES “Isabel Perillán y Quirós” (Campo de Criptana). Doctorando en Filosofía por la Universidad de Murcia.

  1. Introducción

 “Tratan de comprenderme desde fuera. Pero sólo se me puede entender desde el interior”[1], estas palabras de Karol Wojtyla encierran la clave de comprensión de su biografía así como la del modo de proceder de esta comunicación. El punto de partida será las propias experiencias vitales de nuestro autor, así no podré dejar de lado los avatares vividos por Wojtyla en su Polonia natal, especialmente, durante el nazismo y el comunismo e igualmente tener en cuenta las principales obras de carácter filosófico de Wojtyla, Amor y responsabilidad, El hombre y su destino, Persona y acción y Memoria e identidad, también hay que tener presentes los  distintos discursos pronunciados por Juan Pablo II a diferentes pueblos y en distintas instituciones, especialmente en la UNESCO y la ONU. Por tanto, se trata de llevar a cabo la tarea de decantar hasta la impersonalidad las experiencias subjetivas de Wojtyla sobre la cultura y su función, para que queden establecidas como teorías, a pesar de que él mismo no pretende esto[2].

Tanto en su vida como en sus obras y discursos queda clara una idea: la cultura es el elemento fundamental para la afirmación de la identidad nacional de un pueblo y de la identidad personal de sus ciudadanos. Incluso, considera Wojtyla, es un “elemento emancipador frente a la coacción contra los pueblos”[3].

  1. La cultura, el verdadero motor de la historia

El obispo de Orleans, Jean-Marie Lustiger, pensó tras escuchar a Juan Pablo II en la UNESCO el dos de junio de 1980, que “por fin alguien había dicho que la economía no gobernaba el mundo, y que la cultura era el verdadero motor de la historia”[4].

Por tanto, para Karol Wojtyla, frente a la idea, tan ampliamente extendida y que tanto ha calado en el inconsciente colectivo de la sociedad occidental, de que son fuerzas impersonales como la política y, sobre todo, la economía las que hacen que la historia avance, piensa que es la cultura lo verdaderamente prioritario y que, en verdad, la historia se va escribiendo a partir de ella y de las ideas que la conforman, además si se subordina la cultura a la economía y a la política se suprimirían las cuestiones más urgentes de la vida y el único resultado posible sería la desintegración social. Desde mi punto de vista la tesis de que la cultura es el motor de la historia es también contraria a Fukuyama y su tesis del fin de la historia.

2.1 Dos sentidos de la cultura

 

            2.1.1 Cultura y ser humano

Que la cultura es el motor de la historia significa, en primer lugar, que “es propio de la persona humana el no llegar a un nivel plena y verdaderamente humano si no es mediante la cultura”[5], es decir, el ser humano es el “hecho fundamental y primero”[6], es el verdadero sujeto, no un simple objeto manipulable, de la historia.

Así, si existe una idea defectuosa de ser humano, habrá una cultura que origine aspiraciones destructivas; se entiende así la continua lucha de Karol Wojtyla durante toda su vida por aclarar, desde un punto de vista antropológico, el verdadero sentido de la naturaleza humana, una naturaleza que conecta con la trascendencia, de ahí que la defensa de la vida, incluso la no nacida aún[7].

      2.1.2 Cultura y nación

Que la cultura es el motor de la historia significa, también, que las naciones, al igual que cualquier otro tipo de comunidad, no pueden apoyarse en factores cambiantes, como puede ser la acción de gobierno concreta de unos gobernantes determinados en un momento puntual aprovechando, desde la ingeniería política, una mayoría en un Parlamento y tampoco puede apoyarse en factores coyunturales que determinan la marcha de la economía, una economía cada vez más global y dónde los gobiernos nacionales cada vez tienen menos capacidad de maniobra y más dependencia de instancias supranacionales.

El profesor Urbano Ferrer lo expresa de manera clara cuando afirma que “las diversas formas de comunidad, incluida la nación, no se apoyan en el poder político, ni en factores coyunturales, sino en la unidad de su cultura”[8]. Frente a estos factores cambiantes o coyunturales, las naciones deben apoyarse en la unidad de sus propias culturas, en este factor es dónde está la clave para la afirmación identitaria de una nación.

Así, frente a la idea de cultura como arma arrojadiza entre territorios o entre distintas opciones políticas, ésta debe ser el principal talento de una nación, ese que no hay que enterrar y guardarlo para siempre decir que lo tenemos intacto, aferrándonos a él dogmáticamente y que no lo hemos perdido sino que debe ser cultivado, cuidado, enseñado… para que crezca y, desde la aportación individual de cada ciudadano, se multiplique y aumente. Karol Wojtyla ha dejado esta idea clara en todas las ocasiones en las que explicaba que Polonia había afirmado su identidad desde la cultura haciendo frente a las presiones exteriores, ya fuesen del nazismo o del comunismo. Weigel lo relata del siguiente modo, “y fue durante la larga y oscura noche de la ocupación que Wojtyla empezó a experimentar el activismo cultural, la defensa de la identidad cultural nacional, como medio de resistencia y liberación políticas, un particular enfoque de la política de la revolución que, 40 años después, alteraría el curso del siglo XX”[9].

  1. El cultivo de los valores morales y los bienes naturales

Hasta ahora he hablado de la importancia de la función que, para Wojtyla, cumple la cultura y lo que eso significa para el ser humano y para la identidad de las naciones. Pero, ¿a qué idea de cultura me estoy refiriendo?, es decir, ¿cómo entiende la cultura nuestro autor?

Para comprender la concepción sobre la cultura en Karol Wojtyla, se puede atender a Edith Stein cuando afirma la cultura como “creación del espíritu humano en la que han encontrado expresión todas las funciones vitales esenciales del hombre”[10]. Entiende, por tanto, la cultura Wojtyla en su sentido etimológico, como cultivo – colere- de los valores y bienes naturales.

“En la cultura se reflejan los valores morales, cuyo cultivo exige hacer frente a las tentaciones materialistas de la sociedad actual, que trata de inhibirlos. Tales valores son la alegría interior, el respeto a la vida –propia y a la de los demás- y a las leyes de la institución familiar, la primacía de la verdad en la conducta de los hombres, la confianza recíproca, las virtudes humanas en general…; de estos principios brota la cultura verdadera”[11], de esta forma aclara Urbano Ferrer la idea de cultura en Wojtyla.

3.1 Valores que hay que cultivar

 

            3.1.1 El respeto a la vida

Para Karol Wojtyla toda vida humana, desde la fecundación, debe ser respetada. Toda vida humana es digna. La dignidad la posee todo ser humano desde el inicio de su existir. El profesor Urbano Ferrer defiende que “ni siquiera es condición suya que tenga que hacerse consciente,… para atribuírsela; tampoco deja alguien de tenerla en razón de sus acciones. Propiamente no está en el hombre ni ganarla ni perderla”[12].

Además en relación al respeto a la vida, nunca olvidó Wojtyla el respeto a la propia vida, aquí vale más su propio ejemplo, de lucha coherente hasta el final de sus días, que cualquier tipo de explicación teórica. Hay quién incluso ha visto en los últimos años de su vida un ejemplo de cómo vivir la tercera edad, algo que por motivos obvios, no ha podido enseñarnos Jesús con su propia vida.

            3.1.2 La familia como primera comunidad educativa y socializadora

Wojtyla afirmó ante la UNESCO que esa institución “no puede descuidar ese otro punto absolutamente primordial: ¿Qué hacer para que la educación del hombre se realice sobre todo en la familia?”[13]. Wojtyla siempre entendió la familia como un valor fundamental. La entendió como “communio personarum”. Juan Manuel Burgos nos presenta en su obra Antropología: una guía para la existencia, un análisis muy acertado sobre la familia y además, recoge una cita del propio Karol Wojtyla que puede servirnos para aclararesta cuestión, “la familia es el lugar en el que todo hombre se revela en su unicidad e irrepetibilidad”[14].

El propio Burgos continúa afirmando que “la familia es el lugar donde amamos de manera más decisiva, donde desarrollamos al máximo nuestra capacidad de amor, entrega y donación y donde están los seres que dan sentido a nuestra vida”[15]. Por tanto, queda claro que la familia “nos arraiga también no solo a nivel personal, sino territorial y cultural”[16].

 Wojtyla lo tenía bastante claro, para él la primera y fundamental tarea de la cultura es la educación, educación para que el ser humano llegue a ser cada vez más, ser más y no sólo tener más, y, que a través de lo que tiene, sepa ser cada vez más con los otros. Para esta primordial tarea, la primera escuela es la familia, en su seno el ser humano empieza a hacerse como persona, y no sólo una primera escuela en el sentido temporal sino que se hace imprescindible la implicación total de las familias en la educación a lo largo de toda nuestra vida.

           

3.1.3 El amor como base de las relaciones entre las personas

        El amor es otro de esos temas centrales para Karol Wojtyla, tanto es así que dedicó una parte importante de su obra a explicar este valor fundamental, cabe destacar Amor y responsabilidad. Se puede hablar de amor en diferentes sentidos, pero todos esos sentidos tienen algo en común, la entrega desinteresada al otro, una entrega que debe ser sincera y completa. La clave, por tanto, del amor para Karol Wojtyla está en la donación, en ser uno con el otro.

         Karol Wojtyla defiende que todo ser humano “está obligado a un amor que abarca a todos los hombres, incluidos los enemigos.Cuando estaba escribiendo el estudio Amor y responsabilidad, el más grande de los mandamientos me pareció una norma personalista. Precisamente porque el hombre es un ser personal, no se pueden cumplir las obligaciones para con él si no es amándolo. Del mismo modo que el amor es el mandamiento más grande en relación con un Dios Persona, también el amor es el deber fundamental respecto a la persona humana, creada a imagen y semejanza de Dios”[17]

            3.1.4 El ser humano abierto a la trascendencia

En la Centesimus Annus, Wojtyla defiende que “la antropología cristiana es, en realidad, un capítulo de la teología”, argumenta que “todo hombre lleva dentro de sí la imagen (y semejanza) de Dios y, por tanto, merece respeto”[18]. Además, en la Mulieris Dignitatem afirma que “decir que el hombre ha sido creado a imagen y semejanza de Dios quiere decir también que el hombre está llamado a existir para los demás”[19]. La trascendencia del ser humano abre la puerta a la verdadera libertad, la que encuentra su plena realización en la aceptación de la ley de Dios. Igualmente ocurre en el terreno de la autonomía, ya que el ser humano desde la autonomía de su razón no puede crear por sí mismo las normas y valores morales. Además, Dios abre en el ser humano la puerta de la esperanza.

           

3.1.5 La afirmación del hombre por él mismo y no por otra cosa

Defiende Wojtyla la cultura como modo específico del existir y del ser de las personas. Viven siempre las personas según una cultura que le es propia y que, a su vez, crea entre los hombres un lazo que también le es propio. Gracias a la cultura accede más al ser, es más gracias a ella. Así, el ser humano es “el único sujeto óntico de la cultura”[20], su único objeto y término. Lo fundamental es la naturaleza del ser humano y sólo en segundo lugar su relación con los productos, de ahí que el ser humano no pueda ser considerado un producto más.

Wojtyla defiende que “la relación del ser humano con el tener es relativa, no insignificante, pero sí relativa porque sirve para ayudar a ser más en todas las dimensiones de su existencia, pero no es un factor creador de cultura, ésta se sitúa en relación necesaria y esencial a lo que el hombre es, ya que él se desarrolla en la dimensión fundamental y esencial de su existencia y su ser, la cultura. De este modo el ser humano no puede ser considerado un útil, un medio sino el fin más importante de la existencia”[21].

El profesor Rodrigo Guerra lleva a cabo un estudio muy certero sobre esta cuestión en su obra Afirmar la persona por sí misma,  al hacer un análisis comparativo sobre la idea del ser humano como fin en sí mismo en Kant y en Wojtyla[22].

  1. Desde la cultura a la identidad personal

Karol Wojtyla aseveró que “no se puede pensar una cultura sin subjetividad humana y sin causalidad humana; sino que en el campo de la cultura el hombre es siempre el hecho primero: el hombre es el hecho primero y fundamental de la cultura”[23]. Así, lo que el hombre es, es la clave constitutiva de la cultura, sin subjetividad no hay cultura, sin subjetividad material ni espiritual. El ser humano se expresa en y por la cultura, es su “sujeto y artífice”[24].

La cultura, por tanto, no es el resultado de las condiciones de su existencia ni de la relación de producción de una época concreta. Es el hombre, íntegramente considerado, la dimensión fundamental de la cultura; “el hombre integralmente considerado, el hombre que vive, al mismo tiempo, en la esfera de los valores materiales y espirituales, el respeto a los derechos inalienables de la persona es el fundamento de todo”[25], tanto el respeto a las necesidades materiales: el hambre, como a las espirituales: libertad religiosa, uno de los valores fundamentales del Concilio Vaticano II.

Es ésta la doble lucha, por las necesidades materiales y espirituales, que acompañó a Wojtyla toda su vida, tanto que en su discurso a la ONU en 1979, dijo que “sin esto no hay paz que valga”, esta lucha es la que sirvió de norte a tantos y tantos discursos en todas las partes del mundo y a todas las instituciones y organizaciones, pero estos problemas de la existencia humana muestran la reciprocidad que presentan respecto de los problemas culturales. ¿En qué sentido? En el sentido de luchar desde la cultura por estas dos realidades, la material (lucha contra el hambre y las desigualdades) y la espiritual (libertad religiosa). Esta idea es un faro en la vida de Karol Wojtyla, desde el teatro rapsódico de juventud en Polonia, cuando Karol no eligió la lucha armada ni el sabotaje clandestino, sino el poder de la resistencia a través de la cultura, del poder de la palabra, hasta el final de sus días como Sumo Pontífice.

La cultura, o más preciso, su significación esencial, consiste en ser una característica fundamental de la vida humana como tal, así la vida del ser humano sólo es “verdaderamente humana gracias a la cultura”, como expresa Urbano Ferrer. No puede prescindir de ella, es un poderoso lazo en la vida humana en sociedad, y su florecimiento es la renuncia al éxito inmediato, al consumismo y a las demás formas de materialismo. Es un elemento integrador en la sociedad y el ser humano es el hilo conductor.

El ser humano está obligado a cultivarla –la cultura- si pretende ser parte integrante de esa sociedad, al menos, si pretende serlo conscientemente.

El hombre no vive aislado sino que con-vive en libertad con otras personas, debe participar con otros, significa que debe desarrollarse como persona, pero también en la búsqueda del bien común. Debe mantener una actitud no conformista, en ella abandonaría su libertad, una actitud no manipuladora, donde haga que el otro pierda su ser, una actitud, en definitiva, solidaria, donde la libertad individual se pone al servicio del bien común, la plenitud de nuestro ser la encontramos en el complemento con los otros. El ser humano es ser humano en la acción, ésta debe ir encaminada al bien común. El ser humano no debe reprimir sus acciones pero sí canalizar su ser en acciones que nos hagan más ser humano. El centro del ser humano está en las acciones morales, ahí reside su libertad. Soy alguien cuando las cosas no me suceden sino que yo las sucedo a ellas, hago que sucedan.

La cultura es un sistema auténticamente humano, una síntesis espléndida de lo espiritual y lo material[26]. Es la llave que abre la puerta del avance y la elevación de los hombres, es imposible que el simple progreso económico libere al hombre. La dignidad humana, ser más, es algo que depende de la cultura. El hombre crea cultura en comunión con otros. Se comunican, colaboran… se reflejan en ese trabajo común que es la cultura. Urbano Ferrer afirma “tampoco la identidad personal, inseparable de su naturaleza, queda detrás y al margen de las presuntas “máscaras” culturales, sino que la forja de su cultura y el diálogo imprescindible con los demás son el cauce habitual para el reconocimiento completo de la propia identidad”[27]. Wojtyla lo expresa afirmando que “la vida humana es cultura también en el sentido de que el hombre, a través de ella se distingue y se diferencia de todo lo demás que existe en el mundo visible: el hombre no puede prescindir de la cultura”[28].

  1. Desde la cultura a la identidad nacional[29]

Karol Wojtyla tuvo muy presente esas palabras de Pío XII cuando afirmaba que “la vida nacional es, por sí misma el conjunto operante de todos aquellos valores de la civilización que son propios y característicos de un determinado grupo, de cuya espiritual unidad constituyen como el vínculo (…) En su esencia, pues, la vida nacional es algo no político (…) La vida nacional no llegó a ser principio de disolución de la comunidad de los pueblos más que cuando comenzó a ser aprovechada como medio para fines políticos, esto es, cuando el Estado dominador y centralista hizo de la nacionalidad la base de la fuerza de expansión”[30]. En este sentido el profesor Urbano Ferrer afirma que “ni la nación ni el Estado son meras contingencias históricas. Si bien hay que situarlos en un contexto de surgimiento y están sujetos en su desarrollo a los condicionamientos de cada época, responden como comunidades a una razón de ser esencial, que tiene su referente ontológico y ético en la estructura coexistencial de la persona. Más en concreto, es el lado exterior de la persona lo que posibilita ambas formaciones. El ámbito de la nación (…) nutrido de las tradiciones lingüísticas y culturales”[31].

En función de lo anterior se puede entender lo que afirma Wojtyla. “La cultura –dijo al Cuerpo Diplomático el 12 de enero de 1981- garantiza el crecimiento de los pueblos y preserva su integridad (…) En este sentido se puede decir que la cultura es el fundamento de la vida de los pueblos, la raíz de su identidad profunda, el soporte de su independencia y su supervivencia”, igualmente afirma que “decir cultura es expresar en una sola palabra la identidad nacional que constituye el alma de esos pueblos y que sobrevive a pesar de las condiciones adversas”. Esta idea la muestra Wojtyla con su propio ejemplo cuando relata “soy hijo de una nación que ha vivido las mayores experiencias de la historia, que ha sido condenada a muerte en varias ocasiones por sus vecinos, pero que ha sobrevivido y que ha seguido siendo ella misma”[32]. Así la soberanía nacional se fundamenta en virtud de su cultura.

La nación es la gran comunidad de los hombres y mujeres que están unidos por diversos vínculos, pero sobre todo, precisamente, por la cultura. La nación existe por y para la cultura. Una nación es espiritualmente independiente gracias a la cultura. Esta idea no es una simple teoría de Karol Wojtyla, sino que es en lo que creyó, lo que defendió y lo que trató de inculcar durante toda su vida, para entender esto claramente se puede hacer memoria y recordar las exhortaciones de Juan Pablo II a los aborígenes australianos y su pensamiento sobre lo acaecido en Filipinas con el ascenso al poder de Corazón Aquino[33].

No sólo defendió estas ideas en discursos, si acudimos a su obra Memoria e identidad, nos dice que “nación designa una comunidad que reside en un territorio determinado y que se distingue de las otras por su propia cultura”[34].

En el discurso del Santo Padre a la ONU en octubre de 1995, afirmó que “nadie –ni un Estado, ni cualquier otra nación u organización internacional- tiene derecho a afirmar que una nación individual no merece existir (…) La historia nos muestra que, en circunstancias extremas (como las vividas en mi tierra natal), la cultura garantiza la supervivencia de la nación tras la pérdida de su independencia política y económica”. De hecho cuando Wojtyla analiza el concepto de patria suele distinguir dos elementos fundamentales, una parte material, el territorio, y otra espiritual, los valores de la cultura -”en el concepto mismo de patria hay un engarce profundo entre el aspecto cultral y el material, entre la cultura y la tierra”[35]- y defiende que, cuando una nación es atacada en su territorio, incluso se ve despojado de él, siempre surge con gran dinamismo la reivindicación cultural, el patrimonio espiritual de un pueblo.

  1. Cultura, cultura y … cultura

La cultura es el verdadero motor de la historia y eso exige una relación adecuada entre política y cultura, entre economía y cultura, no debemos dejarnos vencer por la civilización del dinero, por el economicismo, ya sea desde una visión comunista o desde el propio capitalismo.

La cultura es el camino, por tanto, para  alcanzar y afianzar la identidad personal y la nacional.

La prioridad de la cultura ha sido una lección que Wojtyla ha puesto siempre en práctica, desde Asia hasta América Latina, es el reto para el nuevo milenio para las nuevas y también para las asentadas democracias. “Si la cultura es el motor de la historia, se debe consolidar los cimientos de una cultura moral pública enérgica, capaz de disciplinar y reorientar la gran energía humana desatada por la libertad”[36].

Siete décadas de reflexión intelectual y experiencia personal le habían servido para profundizar y consolidar su teoría (la cultura es el motor de la historia), que refutaba la tesis contemporánea  de que los dos motores del cambio histórico son la política y la economía, idea que defendió y puso en práctica hasta en su mayor momento de debilidad física al final de su Pontificado.

            Para finalizar vuelvo al ya mencionado discurso a la UNESCO en junio de 1980. Juan Pablo II concluyó diciendo que la oportunidad de dirigirse a la cúpula de la UNESCO satisfacía “uno de los deseos más profundos de mi corazón”, expresa Wojtyla, “se me ha concedido decirles a todos ustedes, decirles y gritarles desde el fondo del alma: ¡Sí! ¡El futuro del hombre depende de la cultura! ¡Sí! ¡La paz del mundo depende de la primacía del Espíritu! ¡Sí! ¡El provenir pacífico de la humanidad depende del amor!”[37]

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[1]              WEIGEL, G. Testigo de esperanza, Plaza Janés, Barcelona 1999, p. 24. Esta idea se la expresó Wojtyla al propio Weigel en una de sus conversaciones para la realización de la bibliografía. En general es muy recomendable para entender la vida y obra de Karol Wojtyla leer esta magnífica bibliografía en su totalidad. La lectura de estas páginas aclara el contexto histórico-social en el que se enmarca la vida de Wojtyla.

[2]              Así, al menos, lo expresa Karol Wojtyla en su obra Memoria identidad.

[3]              Idea que se repite en la mayoría de escritos y alocuciones de Karol Wojtyla, tanto ante instituciones oficiales como cuando se dirige a determinados grupos sociales en diferentes países.

[4]              Citado en KWITNY, Man of the Century, pp. 361-362.

[5]              Gaudium et Spes, n. 53

[6]              Discurso a la UNESCO, n. 8. La lectura de este discurso es imprescindible para entender la posición de Karol Wojtyla ante el tema de la cultura. Además, muy apropiado para la comprensión del discurso es leer la obra de Urbano Ferrer, Juan Pablo II y el orden social, Eunsa, Pamplona 1981.

[7]              Cualquiera de las obras citadas de Karol Wojtyla aclaran meridianamente esta cuestión. Además, en la obra de Juan Manuel Burgos, Antropología: una guía para la existencia, Ediciones Palabra, Madrid 2005, podemos encontrar un completo análisis antropológico del ser humano desde una inspiración wojtyliana.

[8]              FERRER U. , Juan Pablo II  y el orden social, Eunsa, Pamplona 1981, p. 72. En esta obra se hace un análisis de distintos documentos de Karol Wojtyla sobre temas sociales, jurídicos y políticos.

[9]              WEIGEL G., Testigo de esperanza, Plaza Janés, Barcelona 1999, p. 76.

[10]             STEIN E., La estructura de la persona humana, Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid 1998. En esta obra encontramos un amplio y fino análisis de la esencia del ser humano. Ser humano entendido como cuerpo y alma, como ser social y abierto a la trascendencia.

[11]             FERRER U., Juan Pablo II y el orden social, Eunsa, Pamplona 1981, p. 73.

[12]             FERRER U.¿Qué significa ser persona?, Palabra Madrid p 268

[13]             Discurso a la UNESCO, n. 12. Para profundizar en esta misma idea es útil leer también el epígrafe 11 de ese mismo discurso.

[14]             Juan Manuel Burgos la toma de WOJTYLA, La familia como “communio personarum”, en El don del

                amor. Escritos sobre la familia, Palabra, Madrid 2000, p. 228.

[15]             BURGOS J.M., Antropología: una guía para la existencia, Palabra, Madrid 2005, p. 319.

[16]             BURGOS, Antropología, p. 318

[17]             WOJTYLA, K. Memoria e identidad, La esfera de los libros, Madrid 2005, pp. 164-165.

[18]             Carta Encíclica Centesimus Annus, Ediciones Paulinas p 94.

[19]             Carta Encíclica Mulieris Dignitatem, Ediciones Paulinas p 19.

[20]             Idea que defiende el autor en Persona y acción y en el Discurso a la UNESCO.

[21]             Discurso a la UNESCO, n.7

[22]             GUERRA LÓPEZ, R. Afirmar la persona por sí misma, Comisión Nacional de los Derechos Humanos, México 2003.

[23]             Discurso a la UNESCO, n.8

[24]             Ibi

[25]             Ibi

[26]             Un amplio estudio sobre esta cuestión lo encontramos en E. STEIN, La estructura de la persona humana, Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid 1998.

[27]             U. FERRER, ¿Qué significa ser persona?, Ediciones Palabra, Madrid 2002, p.163.

[28]             Discurso a la UNESCO, n.6

[29]             Para una visión más completa y global sobre este tema puede acudirse a Memoria e identidad, pp. 101-111

[30]             FERRER, U. Juan Pablo II y el orden social, Eunsa, Pamplona 1981, p. 72

[31]             FERRER, U. ¿Qué significa ser persona?, Ediciones Palabra, Madrid 2002, p.229.

[32]             Discurso a la UNESCO

[33]             WEIGEL G., Testigo de esperanza, Plaza Janés, Barcelona 1999, pp. 679-684 y 702-703

[34]             WOJTYLA, K. Memoria e identidad, La esfera de los libros, Madrid, 2005, p. 90.

[35]             Ibi, p.79

[36]             WEIGEL, Testigo de esperanza, p. 1127

[37]             Sentencias finales del Discurso a la UNESCO.