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“False friends” los hay en todas las lenguas [1], esos términos que parecen relacionarse con algo que tenemos en mente, con “lo que nos suena”, pero que resultan referirse a otra realidad completamente distinta. Es un fenómeno que suele darse en la relación interlingüística, pero que también puede darse en el ámbito de la propia lengua.

En español una de las palabras que nos hace tropezar frecuentemente en este sentido es antropología. Para muchos, esta palabra se refiere vagamente al estudio de hombres salvajes en medio de una selva tropical, a encontrar huesos o a aventureros tipo Indiana Jones que, látigo en mano, se dedican a descubrir rarezas.

Curiosamente, el sentido primero de esta palabra, incluso pensando en su etimología, es “lo que se refiere al hombre (en sentido genérico), lo humano en su sentido más amplio”. Desde este punto de vista, la otra significación, no más que un tópico, queda como una primera denotación bien pobre de la realidad a la que esta palabra hace referencia.

Es decir, que bajo la antropología caen todos los temas que hacen al hombre, a la mujer, más humanos. Uno de esos temas es, sin lugar a dudas, la amistad.

Durante mucho tiempo se ha comprendido sobre todo, que la amistad era un tema exclusivo entre hombres que comparten temas comunes; el hecho de que la mujer no estuviera presente en los ámbitos sociales y de que las formas de ser mujer estuvieran marcadas por usos y vigencias muy determinados hacían extremadamente difícil una amistad lograda entre hombre y mujer, en la que más que nada, importan las personas.

Difícil pero no imposible, porque en otras épocas ha sido cotidiano buscar este tipo de relación bajo la forma de relaciones familiares, por ejemplo entre hermanos o parientes. No ha sido infrecuente la relación de amistad tampoco en otros periodos la amistad marido/ mujer.

Hoy día, sin embargo, esta posibilidad está al alcance de cualquiera como tal posibilidad. Pero el hecho de que sea posible acceder a la otra forma de ser persona no asegura de ningún modo que se llegue al nivel de una amistad madura, serena y continuada.

Entre los obstáculos que “una amistad delicadamente cincelada[2]” debe superar se encuentran muchos tópicos de los hombres hacia las mujeres y viceversa, las actitudes extremistas (machistas por un lado, feministas por otro), las suspicacias y el sexualismo (intento de interpretar sexualmente al ser humano completo y de reducirlo a esta única parcela), que estropean la justa relación de igual a igual que constituye esta forma de amistad. Entre esta última forma de error se podría hablar de las erróneas actitudes paternalistas/ maternalistas (propias, por supuesto de otra relación, pero no de este tipo de amistad), el afán de controlar o dominar al otro/ a la otra. Cualquiera de estas actitudes estropea en su raíz la valiosa relación de amistad que podría constituir contar con el amigo o con la amiga.

Por supuesto, la madura amistad hombre/ mujer requiere de discreción, su sustancia es el respeto admirativo y excluye toda forma de cotillería o de mal gusto.

Cuando se han saltado todas estas vallas, todavía no está todo hecho, porque como todo lo humano, cada amistad es única y está hecha de los contenidos personales que cada una de las dos partes ponga en juego en ella. Éstos pueden ser aficiones comunes, que pueden ir desde los intereses culturales hasta la práctica de deportes, la música o los viajes a nuevos países, pero en todo caso, la amistad hombre-mujer está hecha de lo que las personas mismas son.

En este sentido, Marías escribió: «Siempre he creído que nuestros mejores amigos son nuestras amigas –y viceversa-; que si alguien es capaz de comprender desde cerca otra vida humana y darle efectiva compañía, es una persona del otro sexo”[3].

¿Por qué? Porque en este tipo de amistad se participa de la otra forma de ser persona y esto es lo que más fascina. En ella entra en juego la persona como tal, y la persona sexuada (que no sexual). Es decir, la amistad es una forma de experimentar con más autenticidad lo que somos ambos: personas, y a la vez, de ser conscientes que lo somos de dos formas distintas y complementarias, persona masculina, persona femenina. Ante la mujer amiga, el hombre experimenta que lo es y, a la vez, que su masculinidad se enriquece gracias a la forma de captar la realidad que la mujer tiene y a su forma de interrelacionarse. “Lo que una mujer como tal ve, no lo puede ver un hombre, y por eso es capaz de enriquecer y completar la intelección de lo real»[4]. La amistad hombre-mujer consiste, ante todo, en un verse reflejado con estima en el espejo que constituyen los ojos del otro sexo.

Y, por supuesto, viceversa, ante el hombre amigo, las mujeres somos conscientes de que hay otra forma de hacer las cosas, de situarse frente a la realidad, de valorar y estimar, de organizar mentalmente la información; ante el amigo intelectual o el amigo escritor, captamos –probablemente admiramos- otra forma de razonar, otro modo complementario al nuestro de relacionar los campos del saber[5]. Ante la mujer amiga, el hombre elimina la posible tosquedad; gracias al hombre amigo, la mujer vence inseguridades, se hace más firme. Ambos se comprometen en una forma de afecto no posesivo y descubren nuevos horizontes personales.

Una misma humanidad, dos formas de ser persona: uni-dualidad [6]. Por esta razón doble es la amistad uno de los temas antropológicos de mayor alcance, ya que en él se juega el hecho de que nos sepamos como hombre, como mujer respectivamente.

Y, a la vez, de participar de la otra forma de ser persona, para lo cual se requiere de una doble actitud: la distancia del respeto, la cercanía de la estima. Un difícil equilibrio de espacios vitales que excluye la actitud invasiva (demasiado cerca) y la frialdad indiferente (demasiado lejos) a partes iguales.

Esta participación admite, por supuesto, grados, dependiendo del tiempo y autenticidad de la amistad, pero también de otros factores, como las edades de cada uno, las generaciones, las nacionalidades de origen, la formación intelectual cuando existe, los intereses humanos.

La vida de Julián Marías es una muestra de la fecundidad vital y de los grados de felicidad que conlleva la amistad hombre-mujer, en todas las posibilidades indicadas: amistad que se enriquece con el injerto del enamoramiento en la relación con su mujer, Dolores Franco; amistad con sus compañeras de estudios; amistad con mujeres mayores que él; amistad con muchachas más jóvenes que él (sus alumnas, tanto españolas como americanas); amistad con muchachas mucho más jóvenes que él (su primera nieta); amistad con sus lectoras y asistentes a sus conferencias; amistad con multitud de mujeres a las que conoció en sus frecuentes viajes; amistad con mujeres profesionales, especialmente con las intelectuales y las escritoras. Incluso una amistad muy especial, de la que él habla expresamente, cual es la amistad con actrices, a través de su afición por el cine, y que le ha hecho tener una imagen viva, actuante, de las mujeres reales.

No en vano escribió: «La amistad ha tenido enorme papel en mi vida. Y mis amigos han solido ser duraderos. […] Por supuesto, cuando hablo de amistad me refiero a la de personas de los dos sexos, y sobre todo con mujeres, más próxima y verdadera que la que se puede tener con la inmensa mayoría de los hombres. Mis mejores amigos, con media docena de excepciones masculinas, han sido a todas las edades mis amigas» [7].

Todo un universo de relaciones humanas que le han hecho consciente de que la mitad femenina tiene mucho que aportar en la construcción del mundo y de que este modo de participación en la otra forma de ser persona es fecunda en muchos sentidos.

A continuación se desarrollan brevemente cada uno de estos tipos de amistad, en un intento de dar a comprender la doble dimensión señalada –uni-dualidad y participación- de la amistad intersexual. En muchos casos, los nombres de las amigas de Julián Marías aparecen en las memorias con adjetivos cálidos, cercanos, rodeados de cariño, y es que «para mi nada se entiende sin nombres propios de persona»[8].

Amistad a la que sobreviene el injerto del enamoramiento (Dolores Franco)

La amistad Julián Marías/ Dolores Franco comenzó en un examen, aquel que les hizo ganar a los dos el Premio Extraordinario de Bachillerato, a él en Ciencias, a ella en Letras[9]. Pero el trato propiamente hablando de amistad, comenzó en las aulas universitarias y se prolongó largos años, hasta que, durante un verano, a través de la correspondencia epistolar, según narró Marías años adelante en Una vida presente, la amistad se vio transformada en una relación de otro signo, sin perder nada de la amistad previa. La relación fue en principio amistad, claramente explicado por él mismo:

«Había ciertamente excepciones. Con Lolita tuve una amistad clara y muy intensa desde los primeros días de convivencia en la Facultad. Hablábamos interminablemente, con extraña comprensión mutua, pasábamos mucho tiempo juntos, con otros amigos o a solas. Era una muchacha de inaudita limpidez, transparente y profunda al mismo tiempo. De asombrosa inteligencia –para los estudios, por supuesto, pero sobre todo vital, capaz de atención ilimitada, con casi patológica ausencia de egoísmo, sobria y llena de ternura. La amistad entre hombre y mujer alcanzó con ella una fuerza e intensidad que no había conocido, que ni siquiera hubiera creído posible. En su compañía, no solo me sentía mejor que con nadie, mejor que me había sentido nunca, sino algo que en aquella circunstancia era precioso: me sentía plena, claramente yo mismo. Se pensará que me había enamorado de ella. No se me pasó por la cabeza. Aquella relación única, más valiosa que ninguna otra, se me presentaba según lo que muchos años después he llamado otro vector: era amistad, la forma suprema de la amistad. Mis sentimientos amorosos iban en otra dirección […][10].

Pero queda transformada, tras años de trato, en otra forma de relación, sin perder, como ya se ha señalado, el valor de la amistad:

«Mi amistad con Lolita no había hecho sino crecer; cada vez era más cercana, frecuente, entrañable. […] con un valor extraordinario […] me parecía una persona maravillosa, que estaba dando su medida»[11].

En la descripción de esta variación destaca sobre todo la actitud de respeto hacia la intimidad de Lolita y hacia sus decisiones; no es tampoco de poca importancia el hecho de que, una vez más, esta proyección amorosa aparece ligada a una amistad muy intensa y de que era un hecho irreversible: «La relación anterior no estaba negada ni anulada, subsistía como antes, pero se había producido un injerto transformador que lo elevaba todo, le daba una prodigiosa intensidad y una tonalidad nueva. Comprendí que aquello era irreversible, que Lolita iba a ser para siempre mi proyecto, mi destino»[12].

Efectiva y felizmente, lo fue. En todos los escritos en los que Marías habló de su mujer queda patente este hecho: la relación marido/ mujer llegó a tener una enorme calidad por la amistad anterior, en la que contaban intereses culturales (filosofía, literatura, idiomas; es suficientemente significativa la admiración de ambos por la poesía de Pedro Salinas), afición a viajar (a Lolita le fascinaba la ciudad de Toledo, pero también supo captar la belleza de Estados Unidos, de México e Inglaterra, de Francia e Italia, de los lugares que posteriormente visitaron juntos[13]), pero en la que sobre todo fueron decisivas las personas mismas.

Hay innumerables textos que confirman esta realidad y que dan idea del insuperable grado de amistad que tuvo que existir entre ambos. La fascinación mutua y la idea de que existió una relación de igual a igual, en cuanto a intereses y a objetivos comunes aparece en muchas ocasiones; de hecho, Marías expresó claramente que Lolita fue siempre su primer público y que a ella le debemos su enorme y maravillosa obra: «yo escribía leyendo cada página a una mujer que entendía admirablemente y a fondo la filosofía –apenas exagero si digo que escribía para leérselo, aunque a la vez tenía presente el aspecto rigurosamente público que debe tener todo lo que se imprime-. En todo caso, nunca he escrito para profesores, menos aún para críticos. Y no se olvide que la relación con Lolita era precisamente amorosa. Por extraño que pueda parecer, esto es un ingrediente esencial de toda mi obra, y es menester decirlo si he de intentar aclarar su sentido»[14].

Otro de esos textos es el siguiente, magnífico resumen de una vida en común: “Todo lo imaginábamos, lo proyectábamos, lo comentábamos juntos»[15]. «El unendliches Gespräch, la conversación infinita […] eso había sido desde 1931 mi relación con Lolita»[16]. O: “En esto, como en todo en mi vida, Lolita fue decisiva; siempre hizo posible lo mejor que yo tenía que hacer”[17].

Y a la vez que le ayudó a ser él mismo, la relación con su mujer supuso encontrarse con otra forma de razón vital y con otra forma de inteligencia; al prologar la segunda edición del libro de Dolores Franco, el propósito de Marías fue “describir la fascinación que he gozado, que ha enriquecido mi capacidad de entender durante casi toda mi vida”[18].

Quizás las mentes más críticas puedan pensar que esta convivencia ideal es fruto precisamente del espíritu “idealista” de Marías y que de algún modo él podría haber recordado y descrito así su vida con Lolita, en los años posteriores a su muerte. Pero otras personas que pudieron acceder a la intimidad de este hogar concuerdan con esta realidad; un apoyo son las palabras llenas de respeto que escribió Beejee Smith, una de las alumnas americanas a las que el matrimonio Marías dio clases en su propia casa en Madrid[19].

El último texto puede (y debe) ser interpretado en dos sentidos: Marías está hablando en un sentido primero de la fascinación que siempre sintió por su mujer; pero también, en sentido amplio, de la admiración por una forma de razón vital femenina, que él sintió siempre complementaria a la suya, y en la que se deben incluir no sólo su mujer, sino también sus numerosas amigas.

Más curioso aún, al investigar con alguna profundidad en Una vida presente, es el hecho de que Marías ha tenido una idea muy clara y madura de los grados de la amistad, y que la amistad amorosa o amor amigable hacia Lolita ha estado en la cima de su mapa afectivo, pero a la vez ha coexistido con otros niveles de amistad, sin ninguna suspicacia por ninguna de las partes.

Es más, la opinión y la experiencia de Marías ha sido que el vector principal de amistad/ amor, cuando es realmente auténtico y maduro, se profundiza cuando existen otros vectores de amistad[20]. En este nivel tiene sentido hablar de otras formas de amistad como las siguientes.

Amistad con sus compañeras de estudios (mismo nivel generacional)

Cuando pasó a segundo de Bachillerato, Marías acudió al Instituto Cardenal Cisneros de Madrid y allí tuvo la posibilidad de saber cómo era la convivencia en las aulas con la otra forma de ser persona.

Marías fue de la opinión que la educación mixta puede tener sus pros y sus contras, pero lo que sí manifestó claramente fue el hecho de que los chicos salían más favorecidos cuando las chicas están en las aulas: «El instituto era mixto, con chicos y chicas […]. Fue un cambio importante, y absolutamente positivo. No éramos muy civilizados, pero la presencia de las muchachas era un freno a la barbarie. Además, su presencia, su conversación, la familiaridad con ellas, todo era una adquisición inesperada. Y no había nada más decente[21] y limpio. De Cisneros procedían mis primeras amigas –algunas lo siguen siendo-; a otras las perdí de vista, pero son muchas las que perviven en mi memoria. Los catedráticos las trataban con suma cortesía, y a la vez con naturalidad, sin olvidar que eran niñas o poco más»[22].

La idea de que la amistad chicos/ chicas con intereses intelectuales comunes es una forma de relación de igual a igual, en la que prima (o debe primar) el respeto, está ya presente cuando Marías se refiere a estos años de juventud: «La coeducación nos hacía tratar habitual y espontáneamente con chicas de nuestra edad; mejor dicho, de nuestras edades: en 2º eran todavía niñas; en 6º, muchachas; por lo general, las mismas: habíamos asistido a su florecimiento»[23].

En octubre de 1931 Marías ingresó en la Universidad Central de Madrid, en principio simultáneamente en la Facultad de Ciencias y Filosofía, a partir del segundo año, por voluntad propia, con dedicación plena solo a la segunda, facultad que él denominó años adelante “simplemente maravillosa, la mejor institución universitaria de la historia española, por lo menos después del Siglo de Oro […];probablemente […] la mejor Facultad de Europa»[24]. En ella Marías entabló profundas amistades, masculinas y femeninas, con las que compartía, lógicamente, intereses intelectuales, pero en las que contaron las personas mismas.

Sin embargo, las amistades femeninas de esta época significaron mucho, entre otras cosas, por el ambiente inigualable donde se originaron: la Facultad regida por la mano experta de Manuel García Morente, un grupo de profesores entre los que destacaban Ortega, Zubiri, el propio Morente, Besteiro, la lectura directa de los clásicos y sobre todo, unos estudios hechos por auténtica vocación intelectual hicieron de aquellos años una época muy intensa y valiosa, de tal manera que todos los que participaron en esta época sintieron que con la Guerra Civil se había perdido algo único en la vida cultural española.

Respecto a las amistades de esa época pudo escribir con entera verdad: «Fue la ocasión de descubrir en su plenitud la amistad intersexuada, entre hombre y mujer, que me ha parecido siempre una de las realidades más valiosas de la vida. Las muchachas de la Facultad eran con bastante frecuencia atractivas; no solo por su belleza, en algunos casos muy alta, sino por su gracia, ingenio, inteligencia, capacidad de ternura. Había gran naturalidad en el trato, que no excluía la cortesía –la grosería no tenía buena prensa entre nosotros, ni estaba de moda-. Las chicas tenían fuerte sentido de su dignidad […]. Es decir, si las chicas salían con sus compañeros […] era porque tenían gusto en ello […]. De ahí la espontaneidad, la comodidad de las relaciones, sin suspicacia ni recelo. Había enamoramientos en la Facultad, por supuesto: a veces, a la amistad le sobrevenía un «injerto» amoroso»[25].

Algunos de los nombres que nos ha dejado Marías en sus memorias son los de María Gómez Pamo, Nieves Targhetta[26] y otra atractiva compañera en las clases de Zubiri[27]. En otro fragmento nombra a María Luisa Oliveros, se pueden destacar algunas más, Pilar Enciso, unas chicas del Instituto Escuela (la hija de Morente, María Pepa, María Vergara, Lola Enríquez, Conchita Puig); también Soledad Ortega[28].

A estos se añadían algunos, llegados a mitad de la carrera, entre los que cita a Margarita Sánchez –ya conocida en el Instituto-, María Rosa Alonso (de Canarias) y Consuelo Moreno.

Además de estas compañeras de clase hay otro episodio muy interesante que revela las capacidades de joven profesor de Marías, y que le valió un gran aprecio entre amigas y entre profesores. Está narrado en Una vida presente bajo el título “Mi ensayo de profesor”[29].

Ante el examen intermedio de algunas compañeras de carrera, pero no de sección, Marías fue requerido por ellas para explicarles la filosofía, y así se vio en la tesitura de tener que leer mucho y prepararse por su cuenta para hacer frente, “él solo ante el peligro”, a todas las preguntas de sus amigas, que no se contentaban, por cierto, con explicaciones superficiales. Lo más increíble de este episodio es la conclusión a la que llegó Marías, subrayada en negrita (subrayado mío): «Lo más interesante era que las chicas, que eran encantadoras e inteligentes, no me tenían ningún respeto, porque yo era un estudiante como ellas; no cabía usar el argumento de autoridad; exigían entender por qué eran las cosas así, por qué tal filósofo pensaba una teoría y por qué al siguiente le parecía inadmisible. Es decir, para que lo entendieran todo, tenía que entenderlo primero yo. No es para dicho el esfuerzo que tenía que hacer; pero, en primer lugar, lo pasábamos muy bien: era una delicia ver a aquellas muchachas curiosas, con cabezas claras, un poco irónicas, tratando de penetrar en la filosofía; pero además tuve que esforzarme por poner en claro, en sus líneas generales, toda la filosofía occidental; nadie, ni siquiera mis maestros, me había enseñado tanto como aquellas chicas«[30].

Se puede recordar no sólo que estas primeras alumnas de Marías pasaron con pleno éxito el examen de filosofía –Lolita especialmente, con grandes felicitaciones del propio Ortega-, sino que además la Historia de la Filosofía[31], un enorme éxito editorial, tanto en España como en Estados Unidos, nació de estas clases particulares, en las que Marías aprendió a explicar filosofía a mil leguas de todo lenguaje críptico y muy cerca de la claridad orteguiana.

Amistad con mujeres mayores que él

La apertura vital de Marías hizo que bien pronto se diera cuenta de las posibilidades que tiene compartir amistades con personas de otras generaciones, con lo que esto conlleva de ampliación del horizonte biográfico e histórico. «Había tenido una rica experiencia de amigas, muy variadas, no solo de mi edad, sino algunas, en plena juventud, bastante mayores que yo, pronto de varios países, sin interrupción, a todos los niveles de vida. Estas amigas, no solo eran muy distintas como mujeres, sino que me habían dado diversas formas de amistad. Cada una tenía su <<argumento>> propio y me había descubierto aspectos que rara vez se tienen presentes»[32].

En este apartado, por lo tanto, tendrían que entrar las mujeres mayores que él con las que entabló una relación de estima, entre ellas su propia madre, María Aguilera y las familiares de su mujer.

Pero las memorias son también testigo de que muy pronto aparecieron otras amistades femeninas en la vida del filósofo, y con las que mantuvo un trato muy delicado (las visitaba cuando iba de viaje, se escribían frecuentemente). Marías calificó la experiencia de la amistad a este nivel profundo como la experiencia del “hacer pié”[33], de encontrar un apoyo en la vida.

El verano de 1934 fue muy intenso para el joven Marías, en las aulas de la Universidad de Verano de Santander; allí, además de intereses propiamente culturales, enlazó dos amistades que durarían mucho tiempo: una rusa y otra austriaca, Olga Ginsburg de Bauer y Gisela Ephrussi de Bauer; con esta última se reencontraría muchas veces en México, también en otras ocasiones[34]. En las memorias ha quedado constancia de la altura humana y cultural de esta mujer.

Otras mujeres con las que también mantuvo una relación muy especial fueron Dolores Cebrián, la mujer de Julián Besteiro[35], para la que fue un gran apoyo en los momentos duros de la prisión y muerte del que fuese maestro de Marías; Rosa Ortega, la mujer de Ortega, de la que Marías escribió un lúcido artículo, “Rosa Ortega o la conformidad” y algunas referencias en las memorias[36]; Julia Guinda, la mujer de Azorín; “Goyita”, la mujer de Fernando Chueca[37], “con su gran atractivo, su vitalidad, su propensión a la alegría, se sumó después, y no solo como mujer de Fernando, sino también en su propio nombre»[38].

Amistad con mujeres menores que él (alumnas españolas y americanas)

La experiencia como docentes de Julián Marías y de Dolores Franco les proporcionaron también muchas amistades de generaciones más jóvenes.

Lolita era profesora de literatura española y de francés en el colegio de San Luis de los Franceses y allí tuvo contacto con muchas jóvenes que les mantuvieron a los dos con una mentalidad abierta hacia los logros y carencias de las nuevas generaciones españolas. Algunos de los nombres propios que nos han quedado a través de las memorias son: Maruja Riaza, Luisa Elena del Portillo, Julita Churtichaga, María Antonia Rodulfo y Conchita Zamacona[39]. Algunas de ellas han escrito con posterioridad a la muerte de Marías lo que significó humanamente la amistad con el filósofo: una relación insustituible.

Pero sobre todo llama la atención en los escritos de Marías la intensa relación que mantuvo con sus alumnas americanas. El pensador fue invitado por algunas universidades norteamericanas, Harvard, Los Angeles (California) y Yale y los Women’s Colleges en Wellesley, para impartir clases de filosofía y de literatura españolas y allí pudo tomar contacto con “la mitad femenina”, según denominación suya en uno de los libros sobre Estados Unidos. Aún más: algunas de ellas desearon voluntariamente ampliar sus estudios de cultura y lengua españolas en España y los lazos de amistad se estrecharon aún más. Con alguna de ellas, como la ya citada Beejee Smith, el matrimonio Marías mantuvo una relación sin igual.

Otros nombres de alumnas americanas, algunas doctoras gracias a él y a su ayuda intelectual: la eficiente Mary Harris, que hizo una tesis con Marías sobre «La técnica de la novela en Unamuno»[40], Juliette Wachtell, Bea Jacoby, Carolyn Lockwood[41], Janet Meyers (Hennick de casada) –quien realizó una tesis sobre Machado dirigida en parte por Marías[42], Louise Adams (Snell después de su matrimonio)[43] y Rosalie Henderson.

La amistad con las mujeres americanas y el tiempo que vivió en Estados Unidos le hicieron tener una especial apertura hacia esta forma de ser mujer, en la que él siempre vio una conjunción maravillosa de inteligencia de mujer y de belleza[44].

La altura del filósofo no significó de ningún modo un alejamiento a las jóvenes generaciones; los dos ejemplos más claros son la relación que tuvo con su primera nieta, Laura Marías y un entrañable episodio con una niña murciana –Nuria «mi nueva amiga»[45]-,que él narra en las memorias, la cual había observado el enorme interés con que su padre leía los escritos de Marías. Ella le escribió para hacerle un regalo a su padre. La comprensión que él mostró hacia esta niña y su capacidad de ver en la niña presente a la “mujer futura” es significativa por sí misma.

Amistad con lectoras y asistentes a sus conferencias, compañeras de proyectos culturales

La intensa actividad intelectual y como escritor del filósofo dio lugar a una forma de amistad distinta, como es la de las asistentes a sus conferencias, o aquellas mujeres que le habían leído y eran fieles seguidoras de sus obras.

Sin duda en este apartado, uno de los nombres propios ineludibles es la española Mari Presen, señora De la Nuez. Mari Presen aparece en el tercer tomo de las memorias por primera vez, una forma de mujer culta y de aspecto juvenil, interesada por los asuntos intelectuales a la vez que una madre insuperable. Conductora, ella se encargaba de llevar a Marías desde una sala de conferencias hasta la Real Academia, y estos viajes le sirvieron para profundizar de primera mano en una obra que ya conocía bien, por estudio personal.

Cuando Marías traza su mapa personal en las memorias se refiere a ella de este modo: «Así, casi por azar, empezó una amistad que había de ocupar un importante puesto en ese mapa del que hablaba. […] Era una mujer joven y juvenil, ya casada y con cinco hijos mayores. Me llamó la atención su fina belleza expresiva, su conversación, su capacidad de atención y comprensión. Me contó que había oído unas conferencias mías en Santander, muchos años atrás, cuando era muy joven, pero entonces no nos conocimos. Era gran lectora de mis libros y artículos. […] Muy pronto fuimos verdaderamente amigos, y lo hemos seguido siendo. Es uno de esos nombres que acaso no figuran en las biografías, pero esto no puede ocurrir cuando el que escribe es el sujeto de ella»[46].

No sólo se encontró con la sorpresa de que ella conocía a fondo su obra y de que tenía, a su vez, otras amistades interesadas en el pensamiento de Marías, sino que además le dio una enorme compañía como amiga en los años posteriores a la muerte de su mujer: «Era una de las personas que conocía mejor mi obra y la entendía profundamente; a veces aludía yo a algo que había escrito muchos años antes, en cualquier rincón, y no solo lo había leído, sino lo tenía presente. Era capaz de compañía, de verdadera cercanía cordial; no es fácil decir cuánto me ha ayudado en varios años a seguir adelante. […]»[47].

La amistad con ella se extendió a toda la familia, y en las hijas pudo ver una realidad española nueva, a la que se podía mirar con esperanza.

Otra de las mujeres que no se pueden eludir y con la que Marías tuvo también relación, medio diplomática, medio intelectual, a través de sus obras, sus conferencias y sus viajes fue Doña Sofía, la Reina de España. Su Majestad había leído directamente la obra del pensador y quiso acudir a algunas de sus conferencias. En el apartado que le dedica en las memorias deja constancia de su amor a la sabiduría y de su deseo de “hacer bien las cosas”.

En otras ocasiones, ambos coincidieron en actos oficiales, como es el caso de un encuentro en la Universidad San Marcos de Lima en 1978, con ocasión del Doctorado Honoris Causa de don Juan Carlos; un encuentro posterior en Argentina, o en Aquisgrán, en 1982, cuando don Juan Carlos recibió el Premio Carlomagno; o también en ocasiones en las que el homenajeado era Marías, con ocasión de algún premio, como el Mariano de Cavia en 1985 o el Premio Príncipe de Asturias en 1996.

En todos los fragmentos que aparece la Reina en las memorias, Marías destaca su discreción y su elegancia, su enorme cultura[48], sus intereses intelectuales y su gran delicadeza como persona: «Supe que se había organizado un curso muy limitado, al que asistía una veintena de personas, en su mayoría jóvenes, y que la Reina asistía cuando le era posible; aparecía, sin ningún protocolo, y se marchaba, casi siempre con prisa porque la llamaban sus deberes. En varias ocasiones, expresó el deseo de oírme hablar de algunas cuestiones que le parecían interesantes. Con el mayor placer procuré satisfacerlo, buscando fechas en que fuera posible. Siempre ha sido una experiencia difícil de olvidar y que me ha dejado un fundamento de esperanza. Es inconfundible la atención con que la Reina sigue una exposición, a veces bastante densa y compleja. Pero, sobre todo, en el coloquio en que la reunión termina se interesa más que nadie, interviene con curiosidad y penetración, con verdadera avidez intelectual. Se tiene la impresión de que si pudiera seguiría horas»[49].

También es destacable la esperanza que Marías depositó en ella, al igual que en el Rey don Juan Carlos en el periodo inicial de la democracia, por el papel que ambos estaban cumpliendo en el surgimiento de una España nueva[50].

Si hablamos de mujeres colaboradoras en proyectos culturales, es muy interesante considerar lo que significó el proyecto Aula Nueva, en los años posteriores a la guerra civil (a partir de 1940). Se trataba de un centro de estudios de preparación universitaria en la calle Serrano 50, en Madrid, en el que se intentó recuperar toda la herencia filosófica de la etapa anterior a la guerra civil, especialmente el pensamiento orteguiano.

En él participaron también algunas mujeres, como Soledad Ortega –que era la directora hasta que este puesto pasó a manos de Julián Marías-, María y Rosa Vergara, la propia Dolores Franco y María Araujo en el curso de griego. Fue un proyecto muy modesto, pero muy ilusionante para los que participaron en él y como se mezclaron intereses culturales y amistad, los resultados fueron duraderos.

Otros proyectos, más cercanos en el tiempo, ha sido el Instituto de Humanidades (con la colaboración, entre otros, de Carmen Martín Gaite, María Cruz Seoane y María Riaza), la revista Cuenta y razón (Leticia Escardó, por ejemplo) y la institución FUNDES (Fundación de Estudios Sociológicos), que Marías puso en marcha y que ha sido también fecunda en muchos sentidos, por lo que ha significado de colaboración femenina en proyectos culturales e intelectuales.

Amistades surgidas en sus viajes

Este apartado podría constituir un libro por sí solo, por el hecho de que Marías viajó mucho, a muchos países y tuvo contacto con muchas mujeres.

No pretendo agotar el tema, ya que excede el propósito de este artículo, pero sí se puede señalar la fecunda relación que resultó ser el conocimiento de un país a través de una amiga de ese país, que hizo de guía para Marías, que incluso le introdujo a otras amistades, a otras organizaciones casi siempre culturales.

Esto sucedió en varias ocasiones, entre las que se pueden señalar: Carmen Ortiz de Zevallos y Perú; las alumnas de Wellesley College y Estados Unidos; Shailaja Nikan y la India; Diva Ribeiro y Brasil; Esther Bouret y Puerto Rico (en otros casos, como Argentina o algunas regiones españolas, como Cataluña, era más bien la presencia de un amigo, como sucedió con Jaime Perriaux y Argentina).

Pero también supo anudar otras amistades por el mero hecho de ser amigo de sus amigas: es el caso de la argentina Elena Sansisena de Elizalde, que había sido amiga de Ortega, María Carmen Silanes, que era «una mujer muy atractiva, simpática y llena de inventiva […]»[51] y la también argentina Alejandra Álvarez, con la que unió amistad e impulso para la labor intelectual[52].

En Puerto Rico pudo conocer a Jaime Benítez, el Rector de la Universidad, a su mujer Lulú y su hija Margarita[53]. Las memorias también nos han legado el nombre de Esther Bouret, que acudía a sus conferencias y respondía al prototipo de la mujer criolla, llena de ingenio y alegría, descrita magistralmente por Ortega[54].

También en México había ocasiones para nuevas amistades, como es el caso de Alfonso Pérez Romo, Rector de la Universidad de Aguascalientes y su mujer[55].

La tercera forma de América, el Canadá, fue visitada por Marías a partir de 1984 invitado por McGill University y por otras universidades y de este viaje recoge los nombres de una mujer canadiense y de un matrimonio español afincado allí: Mrs. Allen, a quien recuerda por sus modales elegantes y cultivados y por la acogida que le dispensó en Nueva Escocia[56] y el matrimonio de españoles, que le acogió en su casa en Vancouver[57].

En sus viajes por España, gracias sobre todo a su faceta de conferenciante, Marías encontró también muchas amigas españolas, como ya se ha señalado más arriba. Un texto lo evidencia así: «Los cursos que daba, el largo del Instituto de España, los eventuales y más breves de Arte y Cultura o Politeia, han tenido una curiosa condición: han brotado en ellos relaciones de amistad entre los oyentes, unidos sin duda por una actitud común. Y también conmigo. Algunas de mis amistades más vivas han brotado de esos cursos»[58].

Amistad con profesionales e intelectuales, especialmente con escritoras

Evidentemente, dada la ocupación intelectual de Marías, las mujeres a las que prioritariamente presta su atención es a las mujeres intelectuales, y sobre todo a las escritoras y profesoras, traductoras y editoras. Hay una serie de artículos dedicadas a mujeres escritoras, en las que destaca su valoración de una forma de inteligencia femenina, una razón vital de mujer complementaria a la del hombre. Son los artículos en los que profundiza en la obra de la escritora española Rosa Chacel, de la profesora y colaboradora en la Fundación Menéndez Pidal, también española, Jimena Menéndez Pidal y de las argentinas Victoria Ocampo y Carmen Gándara. En otras ocasiones también hace referencia a los nombres de María Zambrano[59], Carmen Laforet, Emilia Pardo Bazán (en el campo de la novela), Mª Luisa Caturla y Mª Elena Gómez Moreno (en Historia del Arte), Marina Romero, Concha Zardoya y Rosalía de Castro. En el prólogo al libro de su mujer, España como preocupación, declara que ha acudido al libro en numerosas ocasiones y ha encontrado en él no sólo otra forma de razón vital, sino además una forma de escribir clara, concisa, directa, en la que no sobran ni faltan palabras[60].

Su faceta de escritor le puso en contacto con mujeres interesadas en publicaciones conjuntas o en su propia obra, bien porque eran traductoras, bien porque se dedicaron a la faena de publicarlas en sus respectivos países. En este apartado podríamos nombrar a María Araujo, con la que hizo las magníficas publicaciones bilingües (griego/ español) de la Ética a Nicómaco y de la Política de Aristóteles. Traductoras suyas fueron Frances López-Morillas y Diva Ribeiro, al inglés y portugués, respectivamente, de su obra Antropología metafísica. Se podría hablar de la fecunda colaboración intelectual con Dora y Diva Ribeiro, ésta última escritora y poetisa, ambas conocidas a raíz del Congreso Internacional de Filosofía de Brasil.

Un nombre femenino que aparece frecuentemente es el de Cecilia Silva, cubana, pero residente en Estados Unidos y profesora en North Texas University, con quien Marías renovaba su amistad en los frecuentes viajes a Norteamérica.

En otros ambientes pudo contactar con mujeres interesadas en labores intelectuales; es el caso del círculo de estudios que conoció en Bahía a raíz del Congreso Interamericano de Brasilia en 1972[61] o el círculo de investigadores con el que tomó contacto en el Instituto de Humanidades norteamericano de Aspen[62].

También en Estados Unidos ha habido una fecunda relación entre Marías y la filosofía. Los nombres Linda Bash, de Bowling Green University y la ya citada hispanista Beejee Smith lo atestiguan. Más arriba se han señalado también las investigaciones americanas que Marías orientó.

En Urugüay, con la escritora Susana Coca[63], en Roma, con la profesora colombiana Ana Mª Araujo[64] y en Europa, otras intelectuales: Jeanne Vial (Parain-Vial desde su matrimonio), profesora de la Universidad de Dijon y Clara Malraux[65] en Francia; Frau Vossler en Alemania[66].

Sobre todo cuando escribe sobre escritoras da a entender que es positivo para todos, hombres y mujeres, que la mujer practique su razón vital y desde su inteligencia de mujer, transforme también el mundo y lo humanice con su manera de ser persona. Porque «¿qué es inteligencia? –se pregunta el filósofo- […] la forma primaria de inteligencia consiste en la apertura a la realidad. Ser inteligente quiere decir abrirse a la realidad y dejar que ésta penetre, respetuosamente»[67]. Actitud fenomenológica que existe bajo dos formas, masculina y femenina, pero que según Marías, en el mundo humano y en el universo cultural, paradójicamente, suele sólo aparecer bajo una.

Lo interesante, entonces, sería que las mujeres pusieran en práctica su propia forma de razón, porque así el hombre vería complementada su razón masculina y porque, en definitiva, el mundo mismo es masculino y femenino.

Esperanzadamente, el pensador ha escrito que sólo cuando las mujeres -y habla especialmente de las mujeres intelectuales-, se dediquen a pensar con inteligencia de mujer, muchos de los problemas humanos encontrarán sus soluciones, porque hasta ahora sólo han sido afrontados desde la inteligencia masculina:

«Ese tiempo [de cultura plena, masculina y femenina a partes iguales] podría abreviarse si algunas mujeres con verdadera genialidad –genialidad como mujeres, se entiende- se dedicaran a fondo a los menesteres intelectuales, sin imitar al hombre, sin rehuirlo –tentaciones fáciles pero estériles- y llevaran a ellas su propia configuración irreductible, insustituible. Si esto ocurriera, la fecundación de todas las disciplinas de nuestro mundo intelectual sería fantástica; es probable que muchos problemas insolubles encontraran su camino –porque hasta ahora se los ha estudiado con la mitad de la razón; pero además, esta dilatación de la razón […] refluiría sobre la condición de la mujer, reobraría sobre ella, elevaría su realidad […]»[68].

Esta forma de razón puede ser ejercida desde cualquier profesión, no sólo desde un trabajo específicamente intelectual; de hecho, la estima de Marías hacia la labor profesional de las mujeres no se ha reducido a las aquellas que han realizado una labor intelectual; su apertura y aprecio de una forma de trabajar femenina ha sido mucho más amplia, como lo muestra un episodio vivido por él en un vuelo de la compañía aérea americana TWA, en el que hubo problemas y él observó la forma de trabajar de las azafatas. En todo el episodio trasluce una actitud de entusiasmo hacia esta forma de ser mujer y hacia esta forma de trabajar: «Las tres azafatas –tres muchachas preciosas, por cierto- sirvieron las comidas, averiguaron las conexiones, radiaron todas las reservas posibles, con una eficacia que me asombró, acompañada de la más exquisita cortesía, de una sonrisa constante, aunque debían de estar agotadas. Al llegar a Washington, escribí a la TWA para hacer constar esto y agradecer el servicio más allá de lo exigible. Me contestaron que habían transmitido mi carta a las azafatas. Pensé que casi todo el mundo se queja cuando algo funciona mal, pero no agradece cuando pasa estrictamente lo contrario»[69].

Otro ejemplo de su mirada abierta hacia otras profesiones aparece en una de sus obras de viajes, Israel: una resurrección, en una ocasión en la que su mirada de pensador se posó sobre una joven soldado israelí[70].

Ejemplos todos de su confianza en la manera de construir la sociedad que tiene, que tenemos, las mujeres, a través de nuestra forma de ser persona y de relacionarnos con nuestro entorno de un modo humanizador.

“Amistad” con actrices

Este curioso apartado encuentra su base en los numerosos escritos que el filósofo ha dedicado al séptimo arte, plenamente convencido de que, cuando se profundiza en la antropología y cuando se investiga a fondo qué es la persona, el auténtico cine es un enorme filón[71].

Descubrir quién es el hombre, quién la mujer, cuáles son los proyectos vitales de ambos por separado y de ambos en complementariedad, son algunos de los logros que nos ofrece el cine de calidad.

En este sentido, la mirada de Marías sobre las mujeres actrices ha sido también antropológica; viéndolas actuar, viéndolas vivir ha descubierto cómo es la razón vital femenina en acción, viviendo. Este es el contexto en el que se puede comprender la cercanía que Marías ha experimentado hacia algunas actrices en concreto y la conclusión a la que ha llegado sobre la interesante forma de ser mujer que ellas ofrecen.

El hecho de que se pueda llamar “amistad” a esta relación, aunque una traviesa Audrey Hepburn o una genial Greta Garbo no llegasen a encontrarse nunca personalmente con Marías está fundamentado en textos del propio filósofo: «Y el lector, al verla en la pantalla [a Audrey Hepburn], como al ver a Cary Grant, reconoce a sus amigos y con ellos se embarca gozosamente en la aventura»[72]. Es decir, que en este caso, la base de la amistad cinematográfica es el compartir el vivir que constituye una película. Igual que en la amistad personal, parece decir Marías, el cine nos hace participar de fragmentos del vivir, de la personalidad de los otros -en este caso, de las otras- y enriquecer la vida propia. Y esto es amistad, en sentido propio.

Es decir, que en las actrices Marías ha sabido ver no sólo las personas reales de estas mujeres, sino a través de su corporalidad, ha vislumbrado una personalidad completa, y una forma posible de ser mujer.

En las mujeres actrices, ya sea cualquiera de las citadas u otras (Ingrid Bergman, Leslie Caron, Bette Davis, Marlene Dietrich, Ava Gardner, Katharine Hepburn, Grace Kelly, Sophia Loren, Jeane Moreau, Shirley Mac Laine, Marilyn Monroe, Simone Signoret, Elizabeth Taylor, Natalie Wood, etc) Marías ha considerado formas de ser mujer en las que se combinan las ya citadas inteligencia de mujer, belleza y atractivo por supuesto, y en muchos casos encanto y ternura, firmeza femenina, equilibrio entre espontaneidad y madurez, talento comunicativo, apasionamiento, fuerte personalidad, vitalidad y alegría.

Un análisis detallado de los términos con los que se refiere a ellas en los escritos sobre cine da como resultado una consideración de la imagen deslumbradora, en muchos casos impregnada de fascinación, que Marías ha sentido hacia las mujeres reales.

Esta antropología visible se traduce en la siguiente caracterización, que primariamente es aplicada sobre mujeres actrices, pero en sentido amplio sobre la mirada que el filósofo ha tenido sobre todas las mujeres reales: “criatura deliciosa”, “una criatura insustituible”, “forma genial de feminidad”, “genialidad de ser”, “genialidad humana”, “genialidad manifiesta”, “mágico poder”, “mujer bien distinta”, “mujer con un “yo” que resultara visible a través de su corporeidad”, “mujer genial”, “mujer perfecta”, y sobre todo, dos caracterizaciones entusiasmadas: “simplemente maravillosa” y -todo un resumen antropológico de lo que es la mujer- “persona femenina singular, irrepetible, insustituible, concreta, realísima”.

Conclusión

Tras haber considerado todas las formas posibles de amistad en el contexto de la vida y la profesión del filósofo Julián Marías y bajo el prisma del concepto wojtyliano de uni-dualidad relacional, llegamos a la conclusión de que no sólo tiene importancia personal la amistad hombre-mujer (es decir, que es una relación única para la constitución de la personalidad masculina y femenina), sino que además es enormemente fecunda en la construcción de una cultura y de una sociedad completas. Tanto para hombres como para mujeres, participar en la otra forma de ser persona mediante la amistad madura puede constituir la clave, una de ellas, de la felicidad individual y colectiva.

Es un hombre al que le interesan muy poco las cosas y mucho las personas: sus amigos y sus muchas y espléndidas amigas. […]. Un hombre que, a pesar de su asombroso ritmo de trabajo, no ha regateado el tiempo para degustar el pulso de la vida; para salvaguardar lo más valioso de ella, la intimidad; para vivir una vida con holgura, real, una vida irrenunciablemente humana. […].Es un hombre al que le interesan muy poco las cosas y mucho las personas: sus amigos y sus muchas y espléndidas amigas. […]. Un hombre que, a pesar de su asombroso ritmo de trabajo, no ha regateado el tiempo para degustar el pulso de la vida; para salvaguardar lo más valioso de ella, la intimidad; para vivir una vida con holgura, real, una vida irrenunciablemente humana. […].

* Nieves Gómez Álvarez, Doctora en Filosofía en la UCM (2014) con la tesis Mujer, persona femenina. Un acercamiento mediante la obra de Julián Marías, profesora en la Universidad Villanueva y en la Universidad Europea de Madrid.

[1] Por ejemplo, ‘realize’ en inglés nos suena a “realizar”, pero significa “darse cuenta”; ‘Abort’ es “salida” en alemán y no aborto; ‘calcio’ no es ningún término alimentario en italiano sino deportivo, ni el término ‘guardare’ se encontrará nunca junto a ‘scarpi’ o ‘pantaloni’ y ‘armadio’, sino junto a ‘TV’; ‘pegar o tren’ en portugués no tiene connotaciones agresivas, ya que equivale a nuestro castellano “tomar el tren”.

[2] Marías, J: Obras completas III. Revista de Occidente, Madrid, 1958, 233 y ss.

[3] Marías, J.: La mujer en el s. XX, Alianza Editorial, Madrid, 1995 (6ª reimpresión), 209.

[4] Marías, J.: Prólogo a Dolores Franco: España como preocupación. Alianza Editorial, Madrid, 1998, 16.

[5] Es interesante captar la actitud de una mujer intelectual frente a un hombre que también lo es, en este caso, la reacción de Dolores Franco ante quien fue su maestro, Ortega, es de plena admiración: “Todo el mundo conoce los escritos de Ortega sobre la mujer, sobre su papel en la historia y en la sociedad. Sabido es cuanto hizo por exigir a la mujer y obligarla a exigirse; su preocupación creciente por el nivel de las mujeres españolas. Nadie ignora el entusiasmo que han despertado en las mujeres de todas las latitudes su prosa bellísima, su teoría que anteponía <<la vida selecta y armoniosa>> a otras manifestaciones de la cultura, su voz cálida, su oratoria persuasiva, su capacidad de poner en claro lo más intrincado, su ademán digno y garboso» (Franco, D.: Ibid., 497-498). O también, más aún: “Ortega tiene el don mágico de conectar con cada uno de sus oyentes, por muchos que éstos sean, acaso aún más que en un diálogo privado. […] Ortega era la salvación porque Ortega es ante todo un imperativo de claridad: claridad intelectual (=precisión), claridad moral (=exigencia de autenticidad), claridad sentimental (=puesta en fuga de todo lo morboso). […] Después de escuchar a Ortega, no se podía hacer pasar a nuestra inexperiencia la moneda falsa intelectual ni humana» (Franco, D.: Ib. 499).

[6] El término “uni-dualidad” relacional es originario de Karol Wojtyla y hace referencia a la complementariedad básica entre hombre y mujer, tanto a nivel físico, como al psíquico y al ontológico, (Juan Pablo II: Carta a las mujeres. Librería Editrice Vaticana, Ciudad del Vaticano, 1995, nº 8), que da como resultado la unidad de los dos y la reciprocidad, mediante la cual cada uno recibe del otro. Es aplicable al nivel de las relaciones interpersonales, pero también al ámbito de las relaciones sociales y profesionales entre hombre y mujer, como da a entender el siguiente texto, en el que se sobreentiende la colaboración de hombres y mujeres trabajadores y trabajadoras en la construcción de un mundo humano: «Te doy gracias, mujer-trabajadora, que participas en todos los ámbitos de la vida social, económica, cultural, artística y política, mediante la indispensable aportación que das a la elaboración de una cultura capaz de conciliar razón y sentimiento, a una concepción de la vida siempre abierta al sentido del misterio, a la edificación de estructuras económicas y políticas más ricas de sentido humano» (Juan Pablo II: Carta a las mujeres, nº 2). Significativamente, en el mismo escrito, aquel dirigido expresamente por Juan Pablo II a las mujeres como una carta personal (es decir, cuando Juan Pablo II se dirige a cada mujer del planeta como amigo), aparecen los términos relacionales de unidualidad y de participación.

[7] Marías, J.: Una vida presente II, 1989, 321.

[8] Marías, J.: Una vida presente II, 1989 a, 39.

[9] Marías, J.: Una vida presente I.

[10] Marías, J.: Una vida presente I. Alianza Editorial, Madrid, 1988, 102.

[11] Marías, J.: Ibid, 215-216.

[12] Marías, J.: Ibid, 218.

[13] Marías, J.: Una vida presente II, 1989, 409 (México) y III, 1989, 28 (Inglaterra), 90 (Francia y muchos viajes por España).

[14] Marías, J.: Una vida presente II, 362.

[15] Marías, J.: Prólogo a España como preocupación, 13.

[16] Marías, J.: Una vida presente III, 83.

[17] Marías, J.: Una vida presente I, 293.

[18] Marías, J.: Prólogo a España como preocupación.

[19] «Se notaba claramente el amor que existía entre Julián y Lolita, su mujer, y se veía el orgullo que sentía hacia sus cuatro hijos. Era de agradecer que la familia no pusiera objeciones al compartir las atenciones de don Julián con nosotras. Nos dimos cuenta en seguida de la importancia que tuvo en su vida Lolita en todos los niveles, y la admiración intelectual que le tenía. Decía Julián que siempre enseñaba de antemano a Lolita lo que escribía o iba a decir en conferencias importantes. Era patentemente claro que se admiraron mutualmente, y que su matrimonio era una colaboración de dos iguales» (Smith, B.: «Recuerdos de Julián Marías» en: Cuenta y razón, nº 141 (Primavera 2006), 117-119.

[20] Hay un texto en el que aparece el hecho de la coexistencia de estos dos vectores simultáneamente: amistad y amor con Lolita y amistad con otras mujeres. Es significativo por sí mismo: «Yo tenía, siempre también, amigas muy queridas y por las que he sentido viva ilusión. No diré que esto no causase alguna vez a Lolita cierta inquietud; yo tenía la evidencia de que no le quitaba nada, de que afectaba a otras dimensiones, en otros <<vectores>>, para usar un concepto posterior, y Lolita lo comprendía –tengo alguna prueba conmovedora de ello- y sentía la confianza que en ella tenía yo» (Marías, J.: Una vida presente II, 1989, 305).

[21] Lejos de toda ñoñería, Marías siempre utilizó este término en su sentido más original, como “lo que conviene”, es decir, como la actitud justa y equilibrada: “La palabra decente ha adquirido en nuestra lengua un sentido primariamente moral, con frecuencia sexual, pero etimológicamente es quod decet, lo que conviene, lo que está bien […]” (Marías, J.: La felicidad humana. Alianza Editorial, Madrid, 2005, 7ª reimpr., 171).

[22] Marías, J.: Una vida presente I, 58.

[23] Marías, J.: Una vida presente, 73-74.

[24] Marías, J.: Una vida presente I, 110-111.

[25] Marías, J.: Una vida presente I 1988, 102-103.

[26] Marías, J.: Una vida presente I, 1988, 97.

[27] Marías, J.: Una vida presente I, 1988, 100-101.

[28] Marías, J.: Una vida presente I, 179-180.

[29] Marías, J.: Una vida presente I 1988, 140-141.

[30] Marías, J.: Una vida presente I, 1988, 140-141.

[31] Marías, J.: Historia de la Filosofía. En: Obras completas I. Revista de Occidente, Madrid, 1982, 6ª ed.

[32] Marías, J.: Una vida presente III, 1989, 40.

[33] Marías, J.: Una vida presente III, 1989, 87.

[34] Marías, J.: Una vida presente I, 1988, 180; también se reencontrarían en Valencia (Marías, 1988, 213) y en un viaje de Gisela a Madrid (Marías, 1988, 234).

[35] Marías, J.: Una vida presente I, 1988, 233-234

[36] Marías, J.: Una vida presente II 1989, 105-106, Marías, III, 172-174. El artículo «Rosa Ortega o la conformidad», fue publicado en El País, con ocasión de su fallecimiento, el 24 de septiembre de 1980.

[37] Marías, J.: Una vida presente III, 1989, 234.

[38] Marías, J.: Una vida presente III, 1989, 178.

[39] Marías, J.: Una vida presente I, 1988, 357-358.

[40] Marías, J.: Una vida presente II, 1989, 17-18.

[41] Marías, J.: Una vida presente II, 1989, 19 y 48-49.

[42] Marías, J.: Una vida presente II, 1989, 122.

[43] Marías, J.: Una vida presente II, 1989, 190.

[44] Algunos textos que confirman esta posición: «[Excepto casos aislados] las mujeres americanas circulan elásticas y seguras, esbeltísimas, bien marcados los signos de su feminidad, aureoladas por una cabellera que a menudo resplandece, serenas y sonrientes, confiadas, seguras de sí mismas y de su mundo» (Marías, J.: Obras completas III, Revista de Occidente, Madrid, 1964, 458) y «[…] en un grado mayor que en otras partes, viven desde su propio fondo, no apoyadas desde luego en el varón. Hay en ellas más iniciativas y menos respuestas [en el sentido de ser pasivas]; conviven con los hombres en un mundo común, en el cual se sienten legalmente instaladas; […], se relacionan con éstos en pie de igualdad y con ellos «comparten» el mundo. Esto da un carácter peculiar al trato entre hombres y mujeres en los Estados Unidos” (Ibid, 461).

[45] Marías, J.: Una vida presente III, 1989, 387. El fragmento muestra que el tópico del pensador alejado del mundo y distante a las personas es inexistente en la vida de Marías.

[46] Marías, J.: Una vida presente III, 1989, 248.

[47] Marías, J.: Una vida presente III, 1989, 276.

[48] “En un almuerzo de despedida [en Aquisgrán], la Reina habló unos momentos, en perfecto alemán, y recordó sus años de estudiante en Alemania» (Marías, J.: Una vida presente III, 223).

[49] Marías, J.: Una vida presente III, 1989, 387-388.

[50] [El acto en Aquisgrán] fue una de las muestras más del prestigio que tenía en el mundo, y que se intensificaba, no solo por su significación política, por su acierto constante, sino por su presencia dondequiera que aparecía. […] El discurso del Rey tuvo extraordinario éxito.” (Ibid., 223).

[51] Marías, J.: Una vida presente II, 1989, 292.

[52] Marías, J.: Una vida presente III, 1989, 385.

[53] Marías, J.: Una vida presente II, 1989, 126.

[54] Marías, J.: Una vida presente II, 1989, 126-127.

[55] Marías, J.: Una vida presente III, 1989, 145-146.

[56] Marías, J.: Una vida presente III, 1989, 302.

[57] Marías, J.: Una vida presente III, 1989, 306.

[58] Marías, J.: Una vida presente III, 1989, 248.

[59] Marías, J.: Obras completas VII. Revista de Occidente, Madrid, 1966, 178 y Alonso, Mª R. (2006): «Ruda y cruel soledad radical», en: Cuenta y razón, 141, 25-28.

[60] Marías, J.: Prólogo a: Franco, D.: España como preocupación, 16.

[61] Marías, J.: Una vida presente II, 1989, 427.

[62] Marías, J.: Una vida presente III, 1989, 99-100.

[63] Marías, J.: Una vida presente II, 1989, 49.

[64] Marías, J.: Una vida presente III, 1989, 279. Ana Mª Araujo de Vanegas escribió una de las primeras obras de investigación sobre la aportación antropológica del pensador español. Está publicada con el título La antropología filosófica de Julián Marías. Editorial Catálogo Científico, Colombia, 1986.

[65] Marías, J.: Una vida presente II, 1989, 66.

[66] Marías, J.: Una vida presente II, 1989, 72.

[67] Marías, J.: La mujer en el s. XX, 117.

[68] Ibid, 176.

[69] Marías, J.: Una vida presente II, 1989, 403.

[70] Marías, J.: Obras completas VIII. Revista de Occidente, Madrid, 1970, 162.

[71] La idea de que el cine de calidad es ya antropología queda reflejada directamente por el pensador: “El cine constituye una exploración, con medios absolutamente nuevos y originales, de la vida humana, y una colección de películas, vistas en su adecuada perspectiva, nos daría lo que podría llamarse una «antropología cinematográfica», hecha de imágenes interpretadas, de imágenes directamente inteligibles» (Marías, J.: El cine de Julián Marías. Volumen I. Escritos sobre cine (1960-1965). Royal Books, S.L, Barcelona (Fernando Alonso, compilador).1994, 358). Ver también J.J. Muñoz García: “Entender el cine en clave personalista” en: Hacia una definición de la filosofía personalista. Ediciones Palabra, Madrid, 2006, 125-133.

[72] Marías, J.: El cine de Julián Marías, 358. Sobre Shirley MacLaine, directamente: «Cuando la vemos aparecer en la pantalla, sentimos esa inmediata alegría, ese efusivo calor que se difunde por nuestras entrañas cuando llega un amigo: <<Ahí está Shirley MacLaine>>, sentimos. Y nos disponemos a pasar la tarde con ella, en su compañía amistosa. ¿De qué nos va a hablar? De lo que quiera, da lo mismo. ¿Estará alegre o triste? ¿Bailará o se apelotonará en un sillón, como un gato? […] No importa. Pero resulta que al cabo de unos minutos ya no es eso, ya no es Shirley MacLaine; mejor dicho, sí, no deja de serlo, pero es una mujer nueva a quien no conocíamos, la criatura a quien acontece el drama que la película nos cuenta. Y ésta es insustituible» (Ibid., 35). La doble faceta de filósofo y “amigo” han dado a Marías una mirada muy completa sobre las actrices y sobre su forma de ser mujeres.

Nieves Gómez Álvarez, Doctora en Filosofía en la UCM (2014) con la tesis Mujer, persona femenina. Un acercamiento mediante la obra de Julián Marías, profesora en la Universidad Villanueva y en la Universidad Europea de Madrid.