La familia, personal y comunitaria.

Oscar Yecid Aparicio Gómez (Comunicación presentada en las II Jornadas de la Asociación Española de Personalismo:

La filosofí­a personalista de Karol Wojtyla, Universidad Complutense de Madrid, 16-18 de febrero de 2006)

1. Introducción

            Emmanuel Mounier, ya en la generación que vivió, fue consciente de que la sociedad de su tiempo se caracterizaba por la centralidad del individuo en la sociedad. El autor, desde su perspectiva filosófica, propone a la familia como elemento fundamental de su reflexión, especialmente cuando indaga sobre la importancia de la comunidad para el desarrollo de la persona. Desde una reflexión concienzuda, fiel a los aspectos que caracterizan su filosofí­a, Mounier ofrece una visión de la sociedad donde crece y se establece la familia: Una civilización más sensible a los valores de la persona que a los de la razón geométrica ve en la institución familiar una adquisición definitiva, el medio humano óptimo para la formación de la persona[1].

            La concepción social de persona repercute en la noción de la familia; de ahí­ que la sociedad contemporánea, caracterizada por su visión poliédrica de la realidad: también ofrece su propia perspectiva de la persona y su incidencia en la comunidad a la que pertenece: la despersonalización del mundo moderno y la decadencia de la idea comunitaria son para nosotros una sola y misma disgregación[2]. Los términos de persona y comunidad aparecen profundamente vinculados; por esta razón, cuando alguno de los dos es desestimado por la sociedad, el otro se resiente profundamente.

            Esta visión crí­tica responde a una decadencia en la concepción de la persona en el medio social; la despersonalización de la sociedad deriva en una falta de solidaridad, y, por lo tanto, en un debilitamiento de los lazos comunitarios. La apertura de una persona hacia la otra hace posible la acogida recí­proca; cuando una persona acoge a otra, la acepta tal como es, con sus cualidades y debilidades, para compartir juntos la mutua realidad personal.

            El lugar óptimo para experimentar estas situaciones vitales, por primera vez, es la familia, y ésta se funda cuando dos personas se vinculan personalmente el uno al otro mediante un compromiso estable y duradero: El hombre y la mujer no encuentran acabamiento sino en la pareja, la pareja no es acabada sino con el niño: Orientación interior y como por superabundancia, no finalidad utilitaria y extrí­nseca[3]. Una persona que acoge a otra puede descubrir su complementariedad de su ser, su libertad para optar por compartir un proyecto de vida y la posibilidad de experimentar el misterio del otro, viviendo en común. Esta experiencia del amor personal, como apertura y acogida, es tan profunda que no se limita a ellos dos, pueden compartirla con una nueva vida, una nueva persona, porque: “no se posee más que aquello que se acoge[4].

2. Persona y comunidad, fundamentos de la familia

            La familia no hace su entrada en sociedad de manera accidental, al menos si están movidos por objetivos nobles; las personas que eligen formar una familia lo hacen porque su decisión obedece a motivaciones profundas que confirman su naturaleza de personas. La familia:  no es, pues, únicamente un grupo accidental de individuos o incluso de personas. Por su carne ella es una realidad cierta, por tanto, cierta aventura que se ofrece, cierto servicio encomendado, ciertas limitaciones también pedidas a estas personas[5].

            Según Mounier, la familia está sujeta a limitaciones propias de su realidad siempre en construcción, con la dinamicidad propia de lo que crece y se afianza. La realidad de la familia como una situación constante de crecimiento y revitalización personal permite descubrir el papel de cada uno como persona. Cada quien tiene una misión en la familia y debe ser fiel a ella para ayudar al enriquecimiento de los otros, la creatividad que puede tener cada uno de sus miembros hace que los ví­nculos se creen y recreen diariamente. Las relaciones familiares entre personas deben tener su base en la importancia y centralidad de todos sus miembros, así­ como del valor inagotable de cada uno. La entrega diaria a cada uno de ellos es el ejemplo más claro; cuando se supone que el sacrificio confirma la aceptación de cada persona y manifiesta su entrega, el bien común se va erigiendo como un requerimiento de todos para la realización de todos:

           Los individuos tienen que sacrificarle [a la familia] su particularismo, como ella tiene que sacrificar el suyo en aras del bien de un mayor número. Pero una frontera continúa intangible: La de las personas y de su vocación. Lejos de tener que sometérselas, la familia es por el contrario un instrumento a su servicio, y las usurpa si las detiene, las desví­a, o las hace marchar más despacio en el camino que ellas tienen que descubrirla[6].

            El sacrificio supone la renuncia a los intereses particulares en la búsqueda del bien común; sin embargo, Mounier destaca la primací­a de la persona dentro de cualquier comunidad, e introduce su vocación como una condición personal indiscutible. El respeto de la familia por la libertad de sus miembros se traduce en un apoyo incuestionable por las decisiones de cada uno de ellos. La familia ofrece a la persona el lugar donde puede desenvolverse con propiedad, y con la certeza de que camina en la dirección correcta, la de sus propias elecciones, orientadas y apoyadas por la comunidad familiar.

            Es muy importante, a juicio del autor, que la familia mantenga la distancia necesaria entre la vida común de su vida privada; las elecciones familiares de las opciones personales, para alcanzar el desarrollo de todos sus miembros a pesar de la diversidad de los mundos personales. El autor insiste en que la familia constituye un medio para la realización personal, por eso, otras instituciones deben considerarla también como un fin.

            La familia adquiere una responsabilidad fundamental delante de las personas, esto consiste su misión de velar por el adecuado desarrollo de cada uno de sus miembros. Este encargo hace de la familia una institución que debe cuidar de sus todas las personas que conviven en su seno, y proveerlos de los medios suficientes para que puedan alcanzar su desarrollo integral. Mounier considera que: “La autoridad incluso, que le es orgánicamente necesaria como a toda sociedad, sigue siendo allí­ un servicio más que una relación de estricto derecho.[7]

            El ejercicio de la autoridad representa para la familia, según la visión del autor, una función irremplazable, con el único fin de acompañar y orientar la personalización de todos sus miembros. Las opciones que hace una persona a lo largo de su vida necesitan de acompañamiento y consejo, sin sacrificar la propia libertad; una de las opciones más significativas en la vida de una persona es la de elegir con quién compartir su existencia y la de sus hijos. La elección de una pareja y de los hijos que se pueden llegar a concebir, representan uno de los puntos más significativos de la vida humana.

            El proyecto personal adquiere sentido cuando se encamina al bien de todos, la persona que integra su proyecto a uno más amplio puede ver realizado el suyo, y sentirse satisfecho de contemplar que los demás han alcanzado también la meta que buscaban. En la familia, el proyecto de uno es el proyecto de todos, y el de todos necesita de cada uno para ser consumado. A medida que las personas son motivadas por la satisfacción de ver cumplidos los proyectos de los demás, se hallan insertos en un proyecto común de realización personal conjunta, a la vez que descubren cómo su proyecto personal es prioritario para el proyecto común:

            Mounier enfatiza que la familia es una realidad dinámica y se encuentra en permanente proceso de construcción, por esta razón debe estar preparada para abrirse a nuevas situaciones que con cierta frecuencia suelen producirse. La variedad de escenarios vitales, permiten que la familia se afiance con más fuerza en el entramado social, a la vez que le ayudan a renovarse personal y comunitariamente. Las personas que conforman la familia pueden construir, de esta manera, su propio proyecto, asumiendo las condiciones sociales, pero sobretodo a sus propias elecciones vocacionales.

3. La familia, comunidad de personas

            La primera comunidad, para Mounier, es la familia. A través de su reflexión filosófica, presenta la dimensión familiar desde la perspectiva personalista cuando destaca el papel de la familia en la vida de la persona, y aunque la considera una comunidad, al mismo tiempo afirma que es una comunidad distinta, su naturaleza y el conglomerado de relaciones que allí­ se fraguan, la hacen el lugar más representativo para el desarrollo personal: La familia es un medio muy diferente de todos los demás. Es nuestro dato social más ineluctable. Se puede uno olvidar de un falso amigo, quedarse en la superficie de un ambiente obligado, conservando cierta posibilidad de liberarse de él un dí­a u otro; pero la familia no se intercambia[8].

            El autor postula a la familia como elemento determinante en el proceso del desarrollo de la persona. Este interés especial por el entorno familiar, hace que compare esta institución con otras comunidades más o menos estables a través de la vida humana. La conclusión es determinante: la familia es inherente al desarrollo de la persona humana. La familia da sentido a la vida de las personas, por lo tanto no puede tratarse de cualquier manera. El carácter personal de la familia, comunidad que orienta y forma personas, no puede ser considerado como un adefesio biológico, es parte integrante de la dimensión profunda de la persona, el autor insiste en este aspecto y resalta la necesidad de redefinir adecuadamente el papel de la familia en la realidad humana.

            Remontándose a los orí­genes de la familia, y de cada familia, el autor considera que: El matrimonio señala la última etapa de la escisión con la comunidad parental pueril[9].  La familia no nace de la nada, su origen está la familia misma, pero tal como sucede con los proyectos, el proyecto de familia no está acabado, la riqueza del matrimonio supone a los cónyuges el compromiso de formar y cuidar una familia para toda la vida: “El matrimonio no es por lo demás un acuerdo zanjado de una vez por todas, sino una situación que se desarrolla[10]. Este es el inicio de un nuevo proceso de personalización, que llevará a la realización tanto de la pareja como de las demás personas que harán parte de la comunidad familiar. La dinámica de las relaciones supone un progresivo aumento en la profundidad de los ví­nculos familiares. Este presupuesto hace que la pareja pueda considerar y comprender las diversas situaciones que van llegando con el paso de los años. Las personas que se comprometen a compartir sus vidas, se sienten movidas por el amor, y éste es mucho más que un sentimiento, es la certeza de que el compromiso mutuo es a la vez descubrimiento y conquista.

            Así­ como el amor vincula a los cónyuges entre sí­, lo mismo hay que decir de los hijos que se aferran a la vida en medio del amor de sus padres. La relación entre padres e hijos no solo religa la prole con sus progenitores, sino que estrecha más aún los ví­nculos entre los cónyuges. El amor purifica las relaciones matrimoniales, al tiempo que ayuda a madurar los ví­nculos entre ambos esposos. Los momentos crí­ticos hacen que, una vez superados, la relación se torne cada vez más estable. Esto pasa con la llegada de los hijos, Emmanuel Mounier lo describe en estos términos: “El niño aporta frecuentemente una crisis en el amor; hasta él, el amor se nutrí­a de su milagro suspendido en el vací­o; debe volverse a crear en el niño y a partir de él[11].

            La donación y entrega de una persona a otra hace que el amor se concrete en una nueva realidad. Asistimos, sin duda a un cambio de referente. Hasta el momento el amor entre los esposos dependí­a de un compromiso profundo del uno hacia el otro, a partir de los hijos el amor mutuo se fortalece por la especial atención hacia una nueva persona, que ha nacido del amor de ambos. A este respecto, el autor reflexiona sobre la manera de relacionarse en el seno familiar, teniendo en cuenta la apertura a los hijos, motivación profunda de la vida matrimonial:

           [La familia] Es una célula social, la primera de las sociedades del niño; allí­ aprende este las relaciones humanas, las mantiene luego cerca de su corazón y ésta es su grandeza; sin embargo, es también su debilidad, las personas carecen a menudo de la distancia necesaria para la intimidad y se ven amenazadas en su vitalidad espiritual por la usura del hábito. Finalmente, sus desequilibrios internos se transmiten a las sociedades que la sustentan: muchas revueltas polí­ticas y religiosas son revueltas retardadas contra el pasado familiar[12].

 

            La persona se reconoce como tal en la familia gracias a diversos medios que resultan determinantes para su integración: la afectividad, el lenguaje, y otras motivaciones caracterí­sticas de su propio entorno. Cuando la vivencia familiar acompaña al niño en su progreso personal, los resultados son favorables para él. No obstante, si las relaciones que el niño comienza a establecer con la familia limitan su propia personalidad y ponen lí­mites a su progreso, el efecto, tal como lo presenta el autor, se traduce en una situación negativa que obstaculiza e impide la manifestación de la persona.

            Los actos que el niño va aprendiendo y repitiendo durante sus primeros años, son aprendidos de los mayores; los hábitos que resultan de estos actos crean en el niño una conciencia progresiva de una serie de valores: la responsabilidad, el respeto, la ayuda, etc. Sin embargo, no puede olvidarse que el hábito, progresivamente, va forjando el carácter. Es ahí­ donde debe remarcarse que los hábitos no comprenden sólo el aprendizaje de una constante social, sino que son ante todo la oportunidad para motivar los valores que promueven. Unos hábitos repetitivos que buscan únicamente la aceptación social y no profundizan en la promoción de la persona son vací­os e irrelevantes.

            Para E. Mounier, una vida equilibrada en la familia repercute en el futuro de la persona. Ahí­ está su importancia: proteger la institución familiar es cuidar de la persona, descuidar a la familia es dejar de lado la persona. Las repercusiones futuras de la familia en el ambiente social son una muestra clara de esta correspondencia, la estabilidad personal depende normalmente del equilibrio familiar, y la armoní­a social manifiesta una buena salud familiar.

 

 

4. La familia, prototipo comunitario de la sociedad

 

            La familia nace del amor conyugal de los esposos como comunidad de padres e hijos, y por lo tanto como comunidad de generaciones. Esta institución promueve la igual dignidad personal entre los padres y los hijos, y en este sentido la familia es el ámbito natural en el que el hombre adquiere conciencia de su dignidad. Así­, la construcción de una sociedad humana se inicia y se desarrolla primer lugar en la familia. Por lo tanto, no se puede hablar de familia sin hablar de sociedad, ni afrontar el tema de la sociedad dejando de lado a la familia. La institución familiar, por lo tanto, espera que sea reconocida en su identidad y aceptada en su naturaleza de sujeto social.

            La familia, tal como lo ha presentado el autor, goza de la responsabilidad de colaborar en la personalizar de sus miembros gracias al ámbito de relaciones gratuitas que la definen. En la familia, el hombre adquiere la conciencia de dependencia e indigencia: la necesidad apremiante de la otra persona; antes de conocer otras realidades sociales, cada persona crece y se desarrolla en el cí­rculo familiar que le ha visto nacer, y desde allí­ se incorpora al rol social correspondiente a su edad.

            Familia y sociedad son dos realidades profundamente vinculadas. Los miembros de la sociedad son personas que proceden de familias, y han aprendido a relacionarse en su entorno familiar. La sociedad necesita de la familia para poder cohesionar los diversos actores sociales, sin embargo, desde la perspectiva personalista del autor, sus relaciones van mucho más allá: La familia no es sólo una utilidad biológica o social y no defendiéndola sino en su aspecto funcional muchos pierden su sentido. Sentido que consiste en ser el punto de articulación de lo público y lo privado, en unir cierta vida social a cierta intimidad. Socializa al hombre privado e interioriza las costumbres[13]. 

            Si bien el aspecto funcional es fundamental para la organización social, no es para Mounier el punto neurálgico de las relaciones familia-sociedad: La prioridad por la persona está antes que la familia y ésta antes que la primací­a de las estructuras sociales. El autor, acentúa la preeminencia social de la familia, dejando de manifiesto que la interacción social es manifestación de la interacción familiar. Pero no solamente desde el punto de vista funcional. La vida privada está mediada por unas relaciones que estrechan los ví­nculos entre las personas y las vinculan profundamente a la vida familiar; sus necesidades no se ven colmadas por retribuciones económicas ni por intereses mercantilistas, al contrario, estos ni siquiera se consideran en una familia sana.

            Estos aspectos generales hacen pensar, siguiendo al autor, que la urgencia está en postular un punto de inflexión entre familia y sociedad para establecer relaciones coherentes que no arrebaten a ninguna el papel que les corresponde. La comunidad familiar, que favorece la formación de la persona en su vida privada, debe colaborar a que esta situación se proyecte, hasta donde sea posible, en la comunidad social. Si los valores familiares son promovidos por la sociedad, se estarí­a gestando una renovación en la vida pública social. La preeminencia de la persona debe ser el criterio común para reflexionar sobre la familia y su interacción social, Mounier así­ lo señala: Engendrar hijos es ante todo engendrar personas, y no en primer lugar pequeños contribuyentes anónimos, que multiplicarán sus presupuestos, pequeños soldados anónimos, que reforzarán los ejércitos, pequeños fascistas o pequeños comunistas que perpetuarán el conformismo establecido[14].

            El valor que la familia suele dar a las personas que en ella se encuentran, suele enmarcarse en el entorno privado. Cuando las personas pasan de la vida privada a la vida pública, responden a otras motivaciones, no siempre iguales a las que habí­an experimentado en familia: la gratuidad en las relaciones se ve adulterada por la búsqueda de intereses. Mounier ve con preocupación esta realidad y postula la existencia, cada vez más evidente, de comportamientos que no solo atentan contra la persona, sino que llegan a degenerar la sociedad.

            Valorar la familia es apostar por la persona como centro de la vida humana, priorizar su misión personalizadora en la sociedad es compartir sus valores y prioridades, así­ la familia tendrá más facilidades para asumir: “el sentido de una comunidad que está orientada primeramente a las personas que la componen y no a la sociedad nacional que la utiliza[15]. Solamente insistiendo en que la encarnación de la persona en la familia supone su prioridad social, podrí­a postularse que la familia es el rasero que mide la valoración de la persona y por lo tanto puede orientar a la sociedad sobre cómo reconocer la dignidad humana.

            La centralidad de la persona en el pensamiento de Mounier es determinante para considerar cómo se debe adaptar la familia al entorno actual. Por eso, es necesario que la familia siga ofreciendo garantí­as para que la persona no pierda su valor delante de la sociedad, es urgente que la familia adquiera y refuerce su capacidad de adaptación a los cambios sociales con los que se encuentra a través de la historia.

            La dimensión social de la familia, desde el personalismo, debe seguir una serie de premisas para que no deseche la centralidad de la persona así­ como la relevancia social de la comunidad familiar, el motivo, ya lo afirma Mounier: “La familia está encarnada como la persona: En una función biológica, en unos marcos sociales, en una ciudad[16]. La familia se manifiesta en la sociedad como en su entorno más propio, por eso, considerar que la familia está enraizada y encarnada en la sociedad trae consecuencias. La primera es que se le deje participar para que ayude a determinar las lí­neas sociales de actuación, esta realidad permitirí­a dar mayor prioridad a la persona en medio de la sociedad, porque es necesario que la especial sensibilidad de la familia hacia la persona repercuta significativamente en las polí­ticas sociales.

            Para dar consistencia a la propuesta personalista de E. Mounier, el lugar especial de la persona en la familia, y de la familia en la sociedad deberá ser manifestado públicamente. Los entes reguladores que asuman el compromiso de dar prioridad a la persona podrán crear el contexto necesario para lograr cambios estructurales, promoviendo el lugar fundamental de la persona en la familia, y de ésta en la sociedad.


* Estudiante de la Facultad de Filosofí­a – Universidad de Barcelona.

[1] E. MOUNIER, Manifiesto al servicio del personalismo, en: Obras Completas I. Salamanca, Sí­gueme 1992, 666.

[2] Ibid., 637.

[3] E. MOUNIER, El personalismo, en: Obras Completas III, Salamanca, Sí­gueme, 1990, 539.

[4] E. MOUNIER, De la propiedad capitalista a la propiedad humana, en: Obras Completas I. Salamanca, Sí­gueme, 1992, 519.

[5] E. MOUNIER, Manifiesto al servicio del personalismo, o.c., 670. 

[6] Ibid.

[7] Ibid.

[8] E. MOUNIER, Las provocaciones del ambiente. El ambiente colectivo, o.c., 102.

[9] Ibid, 113-114.

[10] Ibid.

[11] Ibid, 113-114

[12] E. MOUNIER, El personalismo, o.c., 538.

[13] Ibid, 538.

[14] E. MOUNIER, Manifiesto al servicio del personalismo, o.c.,  669.

[15] Ibid., 669.

[16] Ibid., 670.