Fecha de publicación: 2004
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Entrevista a Juan Manuel Burgos

Por Alberto Sánchez León

Me gusta mucho la libertad. En este sentido me considero plenamente Occidental y prefiero que haya mucha libertad y que se use mal a que haya poca y alguien diga cuál es el modo correcto de usarla bien. También me parece muy importante ser consciente de que nunca va a haber un marco ideal en el que no se abuse de la libertad si se dispone de ella».

Juan Manuel Burgos es doctor en Ciencias Fí­sicas y en Filosofí­a. Ha dado clases en diversas universidades de Roma y Madrid y actualmente es Profesor de Sociologí­a de la familia en el Instituto Juan Pablo II. Es Fundador y Presidente de la Asociación Española de Personalismo, miembro del Instituto Internacional Jacques Maritain y editor. Ha publicado los siguientes libros: La inteligencia ética. La propuesta de Jacques Maritain (Peter Lang, Berna 1995), El personalismo. Autores y temas de una filosofí­a nueva (Palabra, Madrid 2000; 2ª ed. 2003), Antropologí­a: una guí­a para la existencia (Palabra, Madrid 2003) y Diagnóstico sobre la familia (Palabra, 2004).


Antes, hace quizá unos pocos siglos, se hablaba más de metafí­sica que de antropologí­a, de naturaleza que de cultura, de eternidad que del tiempo, ¿Cree usted que la metafí­sica está hoy totalmente descalificada, fuera del marco cultural de nuestro tiempo?

En este tema, y como dirí­a Tomás de Aquino, lo primero que hay que hacer es distinguir porque, aunque con frecuencia no se es consciente de ello, el término «metafí­sica» tiene varios sentidos. Se pueden distinguir, al menos, tres: la metafí­sica como pensamiento ontológico, es decir, como pensamiento no puramente fenomenológico sino que desea ahondar con radicalidad en la esencia de las cosas; la metafí­sica como Weltanschaunng, en términos de Romano Guardini, es decir, como visión global de la realidad y, por último, la metafí­sica como un sistema de categorí­as que se pueden aplicar analógicamente a toda la realidad. La metafí­sica, en los dos primeros sentidos, sigue siendo hoy, como siempre, absolutamente necesaria; la tercera variante de la metafí­sica, sin descartar su importancia, es la que considero hoy menos interesante, porque su arquitectura conceptual es algo anticuada y genera problemas de no fácil solución: dificultades para la construcción de una antropologí­a y una ética compatible con los valores clásicos, pero moderna; falta de sensibilidad hacia el mundo de la acción en sus múltiples dimensiones (trabajo, estética, cultura, etc.), etc.

Es un hecho que últimamente se viene hablando mucho de cultura, de corrientes… Parece ser que no hay normas absolutas, que no hay nada estable -tí­pico, por cierto de una mentalidad relativista-. Ahora bien, si todo es cultura, ¿dónde se podrí­a cobijar la naturaleza?

Creo que deberí­amos intentar superar la dialéctica cultura-naturaleza porque resulta muy estéril. Supone dedicar unas energí­as que no sobran a la búsqueda de unas lí­neas divisorias que no se pueden determinar de manera ní­tida, que varí­an con las épocas y que, además, no son tan importantes. Lo cierto es que en el hombre hay dimensiones que permanecen (y que podemos llamar naturaleza) y dimensiones que varí­an (y que podemos llamar cultura). Pero ambas son esenciales en cada época de la historia. Lo que interesa de verdad hoy es entender al hombre de nuestro tiempo y darle respuestas independientemente de si pertenecen al mundo de la naturaleza o de la cultura.

Si es verdad que la metafí­sica no es lo que era es debido al fuerte asentimiento que le hemos otorgado a los grandes destructores de dicha ciencia, como Nietzsche, Heidegger e incluso Ortega y Gasset, por sólo citar a tres. Y, parece, que son precisamente estos los últimos «grandes metafí­sicos». ¿Es esto una paradoja o una contradicción?

Creo que no es una contradicción por la multiplicidad de sentidos de la metafí­sica a la que antes me he referido. Esos filósofos criticaron a la metafí­sica pero, cada uno a su manera, y en diverso grado, ofrecieron una visión global de la realidad. Y eso también es una metafí­sica, sólo que distinta. Por eso, si bien fueron crí­ticos de un cierto tipo de metafí­sica, desde otro punto de vista están muy por encima de la mentalidad predominante hoy en dí­a que tiene pánico de las visiones globales y a lo único que aspira es a intentar entender aspectos parciales y mí­nimos de la realidad (y aún esto pidiendo perdón) o al comentario erudito académico. Esos autores tuvieron al menos la valentí­a de ofrecer su visión del mundo y de la realidad.

Decí­a un filósofo que lo que le falta a este mundo es eternidad. ¿Qué piensa al respecto? ¿No es esta la clave para una vuelta a la metafí­sica?

La realidad es siempre compleja; no caben las respuestas simples y fáciles. ¿Hoy no hay paz? Depende. En buena parte del mundo civilizado la hay. En Europa la hay. En España también. Y antes no la habido. Es cierto que en Europa ha habido dos guerras mundiales, pero desde la última ya han trascurrido 60 años (que son muchos). En otros lugares, desgraciadamente, no hay paz. Lo mismo ocurre con los valores morales. Hay un gran relativismo, por supuesto, pero tampoco es absoluto: ¿hay relativismo con el tabaco, con la xenofobia, con el medio ambiente? Hay que huir, por tanto, de las generalizaciones absolutas, porque ahogan los matices. Y los matices son trascendentales a la hora de pensar. Lo mismo ocurre con la metafí­sica. Hay que profundizar; hay que matizar. ¿De qué estamos hablando? No se puede recurrir a la metafí­sica como si fuera una palabra mágica que va a solucionar mediante un encantamiento todos nuestros problemas culturales.

¿Necesita el hombre hoy dí­a de una metafí­sica o de una antropologí­a? ¿Y una metafí­sica personalista como acaba de sugerir Juan Pablo II?

Creo que necesita ambas cosas. Necesita una visión global de la realidad y un pensamiento ontológico y ambas cosas son metafí­sica, aunque de diversas formas. Y necesita también una antropologí­a. Me explico. En nuestra vida las visiones globales importan simultáneamente mucho y poco. Importan mucho porque nos dan la visión de conjunto (y ahí­ está en parte la metafí­sica); pero también importan poco, porque la vida cotidiana no está hecha de grandes visiones sino de problemas pequeños, de proyectos modestos, de planes limitados que, sin embargo, son los que forjan nuestro acontecer y los que nos motivan para actuar. Y este, simplificando mucho, es más el terreno de la antropologí­a. Por lo que respecta a Juan Pablo II, como filósofo, es decir como Karol Wojtyla, lo que ha hecho es elaborar una antropologí­a y una ética personalista de tipo ontológico. Este ha sido su trabajo como filósofo. Y yo me identifico de manera muy fuerte con esta antropologí­a y con esta ética. Reale, en la edición italiana de sus obras, lo ha denominado «Metafí­sica de la persona». Yo he editado tres obras suyas en español y les he dado otros nombres «Mi visión del hombre», «El hombre y su destino», «El don del amor». El contenido es, sin embargo, el mismo: una visión del hombre antropológica y ética enraizada en la realidad, pero no una metafí­sica en el sentido más habitual del término. Karol Wojtyla no es un metafí­sico sino un filósofo práctico con mentalidad ontológica.

¿Hemos superado la vieja dicotomí­a naturaleza-libertad o por el contrario se ha radicalizado más aún?

A nivel teórico no se ha superado y creo que deberí­a hacerse cuanto antes porque, como ya he dicho, genera problemas muy artificiales: ¿qué parte del hombre es naturaleza? ¿qué parte es cultura? Pero: ¿qué interés tiene eso? ¿hacia dónde nos conduce? En mi opinión, el mejor modo de superar esa dicotomí­a es hablar de la persona, porque este concepto, por su carácter integral, elimina automáticamente esas dicotomí­as conceptuales trasnochadas.

Parece que Occidente no sabe frenar la ola de «libertad» que ha ofertado desde hace ya varias décadas. Sin embargo, en Oriente a penas se vislumbra ninguna clase de libertad. ¿En qué marco se podrí­a situar una libertad en la que su uso no llegara nunca al abuso?

Me gusta mucho la libertad. En este sentido me considero plenamente Occidental y prefiero que haya mucha libertad y que se use mal a que haya poca y alguien diga cuál es el modo correcto de usarla bien. También me parece muy importante ser consciente de que nunca va a haber un marco ideal en el que no se abuse de la libertad si se dispone de ella. Eso sucederá en el cielo. Pero la escatologí­a no es de este mundo. Y cuando se pretende introducir en él se generan muchos males: pesimismos, visiones excesivamente negativas de la realidad, etc. Por lo tanto hay que elegir y, como digo, yo prefiero el exceso de libertad, lo cual no impide que procuremos que se arbitren medios para formar a las personas de modo que elijan cada vez mejor y se regule también de manera cada vez más equilibrada el ejercicio social de la libertad.

Hablar de proyecto, de seguir una vocación mundana, es hablar de auto realizarse. Eso está muy bien, pero realmente, la autorrealización del hombre ¿no ha sustituido el concepto de felicidad del hombre y, por consiguiente, la ha reemplazado por la trascendencia?

Esta pregunta me parece que puede generar una discusión solo sobre palabras. «Autorrealizarse», «felicidad», depende de lo que entendamos por ellas y del contenido que les demos; el término «autorrealización», por otra parte, me parece que ya se está quedando anticuado. Lo fundamental, en cualquier caso, es que todos, hombres y mujeres, buscamos una plenitud personal que colme nuestros anhelos más profundos. Pero esa plenitud no la vamos a alcanzar en esta vida, y lo sabemos. Esa es una de las que yo denomino «cuestiones últimas». Un hecho existencial que nos pide una respuesta que la filosofí­a, es decir, el hombre, sólo puede dar de manera parcial. Se trata del camino antropológico hacia la religión.

Como presidente de la AEP, ¿podrí­a decirnos cuál es el proyecto que subyace en el personalismo? Y, en particular, ¿qué pretende la AEP y qué visos de futuros tiene?

Sintetizar en una pregunta lo que yo pienso del personalismo me resulta harto difí­cil, puesto que llevo muchos años trabajando en este tema. Por tanto, me permito remitir a lo que he escrito. De manera muy sintética diré que el personalismo sistematiza el pensamiento de un importante grupo de filósofos del siglo XX que han estudiado a la persona desde unas claves intelectuales similares. La Asociación Española de Personalismo trabaja justamente en esta lí­nea y pretende los siguientes objetivos: 1) difundir el pensamiento de estos filósofos; 2) sistematizar sus aportaciones; 3) explorar las potencialidades del personalismo en los campos en los que todaví­a no se ha desarrollado: derecho, bioética, economí­a, filosofí­a de la educación, etc. y 4) crear una comunidad intelectual de pensadores personalistas. Algo de todo ello está expuesto en nuestra página web, todaví­a provisional: www.personalismo.org