Filósofo español (Cuenca, 1944). Representante del Personalismo comunitario. Profesor catedrático de la Universidad Complutense de Madrid. Fundador del Instituto Emmanuel Mounier en Madrid y desde éste, en Paraguay, Argentina y México. Ha publicado numerosos libros sobre cuestiones de polí­tica, filosofí­a y religión.

Por Xosé Manuel Domí­nguez Prieto

Carlos Dí­az (1944) constituye uno de los más fecundos exponentes del personalismo comunitario en lengua castellana. Su amplia producción filosófica, su intensa y continua agenda de cursos y conferencias por Europa y Latinoamérica y su continua tarea de formación de jóvenes, son testigos de su dedicación a la difusión y realización del personalismo comunitario. Discí­pulo de Mounier, en su pensamiento y en su actividad siempre ha conjugado lo polí­tico y lo profético, la urgencia de la palabra que despierte y la paciencia de la investigación filosófica. Doctor en Filosofí­a, licenciado en Derecho y master en Sociologí­a polí­tica realiza sus estudios en Salamanca, Madrid y Múnich, realizando su tesis sobre la intencionalidad en Husserl. Durante la dictadura franquista, militó clandestinamente en la subversiva editorial Zyx. Actualmente es profesor titular de filosofí­a de la Universidad Complutense. Ha sido director y redactor de la revista internacional Communio, fundador del Instituto Emmanuel Mounier en España, México, Argentina y Paraguay, así­ como de su órgano de expresión, la revista Acontecimiento. En este contexto ha alumbrado a varias generaciones de jóvenes pensadores y militantes del personalismo comunitario, llevando a cabo toda esta tarea con libertad y gratuidad absoluta, sin guiños a la Academia y al servicio del más pobre. Su identidad personal y filosófica viene autodefinida por su fe católica. Desde ella se opone al prometeí­smo que domina el pensamiento de nuestro tiempo, mostrando que cuanto más lejos ha ido el hombre en su voluntad de endiosamiento y poder, más se ha producido un eclipse del mismo hombre. Sólo recuperando la presencia de Dios se puede recuperar y salvar la identidad humana. Describe cómo del teo-antropocentrismo judeo-cristiano se pasó al antropocentrismo moderno, de aquí­ a la exclusión de la dimensión comunitaria y trascendente por una absolutización de la autonomí­a humana, deviniendo finalmente la antropologí­a en entropologí­a con la posmodernidad. Muere el hombre, sin capacidad para un constructo antropológico esperanzado y capaz de dotar de sentido. Frente al desencanto prometeico propone el personalismo comunitario y la ética pauperonómica.

Carlos Dí­az concibe el personalismo comunitario, eje de su pensamiento, como una filosofí­a rigurosa que sitúa a la persona en el centro -en tanto que ser máximamente digno-, como pensamiento que necesariamente deviene en praxis transformadora y personalizante, como compromiso cuya fuente es la experiencia del amor ergo sum y, finalmente, como un modo de vida (comunitario, profético y comprometido polí­ticamente). El personalismo es, pues, exigencia de revolución, de creación y de renovación personal, social e intelectual. En diálogo con Zubiri, Wojtyla, Guardini, Piaget, Ricoeur y Mounier, concibe a la persona como subsistencia relacional, amorosa, abierta a quien es su fundamento.

Desde este horizonte filosófico propone una lógica de la acción personalizante que resulta una lógica pauperonómica: el amor al más débil y el reconocimiento de la propia menesterosidad son los caminos que recorre todo proceso de personalización. La autonomí­a moderna revierte así­ en «alteronomí­a» y «pauperonomí­a». El pobre es vocativo por antonomasia, al que siempre corresponde un dativo activo. El vocativo es, por tanto, pro-vocativo, in-vocativo, revolucionario, motor de la razón diacónica, cálida, desde donde se puede sustentar un pensamiento fuerte, lejos de todo «racionismo» asfixiante, calculador y abstracto. La razón diacónica que está a la base del personalismo comunitario, según Carlos Dí­az, no es la procedimental, sino la del logos que se abre donativamente al diá-logo. Este diálogo se lleva a cabo siempre desde la desigualdad y consiste en mostrar la propia diaconí­a o servicio respecto del otro, especialmente cuando es débil. Desde estos presupuestos, afirma Carlos Dí­az la ética como filosofí­a primera, siendo el pobre la primera categorí­a fundante de todo pensar lo real concreto. La ética siempre empieza por el prójimo.

La razón cálida, profética y utópica, no tiene suficiente con el discurso: necesita el testigo, el que habla con su vida. Por ello, lo fundamental en dicha razón no es la aletheia apolí­nea y eidética del mundo helení­stico, sino el emet hebreo, un logos hecho cuerpo, encarnado, donativo, cálido. Desde este nuevo logos pauperonómico, afirma reiteradamente nuestro autor una axiologí­a que siempre ha de ser encarnada aretológicamente. Así­, la vida ética se sustenta en tres vértices: el valor, que es la dimensión objetiva de la moralidad; el deber, que es la respuesta subjetiva a ese valor; y finalmente, si logro responder bien, obtengo la virtud. Es enormeel número de sus ensayos que se han dedicado a los valores y a las virtudes (en tanto que modos de personalización). En todo caso, saber (en tanto que saber dialogar y actuar), el bienquerer, el querer como voluntad creadora, el deber como clave de la aristocracia moral, la esperanza, la alabanza, y el silencio orante son las condiciones de posibilidad de toda acción ética.

Consecuencia de su profetismo, deviene este pensamiento ético en uno polí­tico, denunciando nuestro autor que se haya impuesto la razón estratégica, condenando al Sur a seguir sufriendo el desorden establecido, la universalización ética de la mentira. Propone así­ Carlos Dí­az un personalismo comunitario utoprofético como vehí­culo de superar esta apostasí­a histórica, fruto del neoliberalismo, que considera la postración del Sur como inevitable. Pero sólo quien sea capaz de tener esperanza, contraria a todo fatalismo. Frente a la globalización de la injusticia, la auténtica respuesta es el compromiso articulado en cuatro niveles: 1. Desde el lugar del pobre, forma a priori de nuestra voluntad ética; 2. Análisis de la realidad, pues acción sin reflexión es ciega (aunque reflexión sin acción es vací­a).3. Presencia social, ya queno hay transformación sin presencia pública. 4. Presencia mí­stica: Toda acción ha de surgir de la sobreabundancia de silencio y reflexión. De lo contrario, la acción deviene en activismo. Es en el silencio donde la persona se encuentra y se recupera a sí­ misma.

Igualmente, desarrolla profusamente una teorí­a de la educación en la que la clave es el maestro en cuanto que persona que, encarnando valores, despierta por empatí­a la capacidad axiológica, práctica e intelectiva del alumno mediante tres elementos: auctoritas, nutritio e instructio. El maestro, desde su autoridad, aúpa, auxilia y eleva a la persona. La educación es también actividad diacónica.

Pero todo este pensamiento se orienta y se sustenta heurí­sticamente en el Evangelio, pues, para Carlos Dí­az, la última palabra de la antropologí­a sigue siendo la cristologí­a. Desde su ní­tida identidad cristiana afirma quedesde el ejercicio de la razón cabe llevar a cabo una filosofí­a razonable, situándose en la estela del Logos encarnado. Desde este fundamento reclama la posibilidad de una reflexión filosófica coherente interiormente y fértil exteriormente, esto es, un pensamiento riguroso.

De sus más de doscientas obras filosóficas destacan como más representativas las siguientes: Contra Prometeo. Ed. Encuentro, Madrid, 1980; De la razón dialógica a la razón profética. Ed. Madre Tierra, Móstoles, 1991; Manifiesto para los humildes. EOIM, Valencia, 1993; La polí­tica como justicia y pudor. Ed. Madre Tierra, Móstoles, 1991; Ayudar a sanar el alma. Ed. Caparrós, Madrid, 1997; Soy amado luego existo. Cuatro tomos, Desclée de Brouwer, Bilbao 2000; La persona como don. Desclée de Brouwer, Bilbao, 2001; El hombre, animal no fijado. PPC, Madrid, 2001. Qué es el personalismo comunitario? Fundación Emmanuel Mounier, Madrid, 2002; Tratado de virtudes (10 tomos). Ed. Trillas, México, 2003; Filosofí­a de la razón cálida. Ed. Mounier, Argentina. Córdoba, 2005; Pedagogí­a de la salud comunitaria. Progreso, México, 2007; Mundo global y desafí­o intercultural, Progreso, México, 2007. Muchas de sus obras han sido traducidas a más de diez idiomas.