Vladímir Serguéievich Soloviev nació en Moscú en enero de 1853. Su abuelo paterno fue sacerdote y profesor de religión; su padre, Serguei Mikháilovich (1820-1897), fue profesor de historia en la universidad de Moscú y autor de una monumental «Historia de Rusia desde la época más antigua» en 29 volúmenes. La madre, Polixena (Romanova era su apellido de soltera), procedía de una familia ucraniana, y estaba emparentada con el filósofo Grigor S. Skovoroda. Por el mismo lado materno, la familia tenía también ascendencia polaca. Vladímir fue el cuarto hijo de doce que tuvieron sus padres (sólo sobrevivirían ocho). Los primeros años de este pensador, así como su juventud, transcurrieron sobre todo en Moscú y en la hacienda familiar de Pokrovskoe, cerca de la capital.
Con tan sólo nueve años tuvo ya su primera visión de una mujer «inundada de azul dorado». Más tarde reconocería en ella a la sabiduría divina, la Sophía.
En 1864 se inscribe en el Quinto Instituto Humanista de Moscú, donde realiza sus primeros estudios. Durante unos años, entre los 13 y los 18, pasa por una profunda crisis religiosa, que lo acerca a una cierta especie de ateísmo nihilista.
Superada brillantemente la prueba de madurez, en 1869 ingresa en la universidad. Comienza estudios en la facultad de historia y filología, pasa después un tiempo en la facultad de física y matemáticas y vuelve finalmente a las humanidades, que era lo que más le interesaba. Entre sus primeras lecturas filosóficas destacan Platón y Spinoza, así como Kant, Kuno Fischer, Hegel, Feuerbach y Eduard von Hartmann. Progresivamente, también, se produce durante estos años la evolución religiosa que lo llevará de nuevo al cristianismo, aunque muy mezclado inicialmente con especulaciones místicas y esotéricas (lee también durante estos años y entre otros, las obras de Böhme, Leibniz, Swedenborg y el primer romanticismo alemán).
En 1873 comienza a trabajar en su disertación magistral, «La crisis de la filosofía occidental. Contra los positivistas», que es publicada en 1874. Durante ese mismo curso académico asiste también a las lecciones de la Academia Eclesiástica, donde se inicia en el conocimiento de la patrística y la teología ortodoxa en general, en el neoplatonismo y en la filosofía de Schelling. Con la defensa en San Petersburgo de la mencionada disertación magistral, se gana el apoyo de los círculos eslavófilos conservadores y el rechazo de los círculos liberales occidentalistas. Ingresa a continuación como docente en la universidad de Moscú. En esta época comienza también su producción poética, que se prolongará hasta su muerte.
En 1875, Soloviev emprende un viaje de estudios que lo llevará, pasando por Varsovia y Berlín, hasta Londres y, de aquí, a El Cairo; después, ya en 1876, irá a Sorrento (Italia), donde escribirá el diálogo esotérico Sophía. Tras una breve estancia en París, vuelve a Moscú, donde se reincorpora a la universidad. Es importante este viaje, porque fue entonces, concretamente durante los días de investigación en el British Museum de Londres, cuando experimenta la gran visión de la sabiduría (Sophía) que tan definitivamente marcaría todo su desarrollo posterior. De hecho, su marcha a Egipto tuvo que ver con este acontecimiento. En el desierto renovará su visión y, de vuelta a Italia junto con su amigo Tsertelev, escribirá el diálogo antes mencionado, una de las obras más herméticas de Soloviev que, afortunadamente, nunca llegaría a publicar (le habría costado la hostilidad de los círculos que tan bien habían recibido su disertación magistral y, además, difícilmente él mismo habría podido aceptar y justificar años después el aire esotérico, medio gnóstico medio místico, de esas páginas).
En el año 1876 es preciso tener presente otro encuentro importante para la vida y la obra (sobre todo poética) de Soloviev: conoce a Sophía Petrovna Khitrovo, de soltera Bakhmatieva, esposa de un diplomático, en la cual Soloviov presentirá, encarnada en su concreta feminidad, la claridad de la Sophía eterna. Sin duda, se trata de la relación amorosa más importante de la vida de nuestro autor: sufrirá mucho, sobre todo por tratarse de una mujer casada, y su pasión no entrará en una fase de relativa paz interior hasta diez años después.
Durante 1877 trabaja en dos obras importantes, «Los principios filosóficos de un conocimiento integral», que deja inacabada, y la tesis doctoral «Crítica de los principios abstractos», que completará en 1880. Junto con la «Crisis de la filosofía occidental», estos libros constituyen un tríptico gnoseológico importante de la primera época de Soloviev: contra las formas unilaterales del saber, que él ve representadas sobre todo en el pensamiento de la modernidad occidental (racionalismo y empirismo), consumada en el positivismo, Soloviov opone la necesidad de un pensamiento íntegro, ya presente ingenuamente en la grandes obras patrísticas y medievales, pero que él creerá necesario desarrollar «críticamente», liberando las grandes aportaciones de la modernidad de sus parcialidades y, a la vez, incorporándolas. Se trata de la base «formal» de aquello que Soloviev desplegará en parte, pero ambiciosamente, en sus «Lecciones sobre la divinohumanidad» de 1877-78, cima de la primera fase de su pensamiento (la fase teosófica).
Estas lecciones públicas sobre filosofía de la religión fueron impartidas al gran público por el joven profesor entre los meses de enero y abril de 1878 en San Petersburgo. Entre sus oyentes se encontraban muchos de los representantes más importantes del mundo cultural ruso, como F. Dostoievski (quien quedó encantado y con el cual iniciará desde entonces una buena amistad) o L. Tolstoi (que las rechazó con disgusto y con el cual se establecería una relación de hostilidad mutua que duraría hasta la muerte de Soloviev).
En el otoño de 1879 muere su padre. Parece ser éste el momento en que Soloviev abandona definitivamente su interés por los temas esotéricos que tanto había mezclado con sus sentimientos religiosos. Aun así, es evidente que algunos de estos temas, muy purificados, permanecerán por siempre integrados en su pensamiento. Parece, por otra parte, que es también en esta época (entre 1878 y 1880) que, de la mano de Dostoievski, conoce el inmenso libro «Filosofía de la obra común», de Fedorov, que lee con entusiasmo, a pesar de sus dimensiones, en una sola noche y parte del día siguiente.
En 1880, y después de la defensa de su tesis doctoral (Crítica de los principios abstractos), estabiliza provisionalmente su situación en la universidad, ahora la de San Petersburgo. Provisionalmente he dicho, porque al año siguiente deja de motu propio la docencia universitaria. Vale la pena mencionar algunos detalles adicionales: El 1 de marzo de 1881, el Zar Alejandro II fue asesinado por un grupo revolucionario; el día 28, en una lección pública, Soloviev pide a su sucesor, Alejandro III, que no se aplique la pena de muerte a los asesinos; al no recibir ninguna respuesta, Soloviev opta por presentar su dimisión y abandona la educación universitaria. Esta dimisión nunca le fue exigida por las autoridades, pero la incomodidad que su propio gesto causó en Soloviev (llegó a escribir una carta personal al monarca explicando sus razones) le impulsó a dejar una carrera que, según su sobrino, tampoco nunca le llegó a entusiasmar. En cualquier caso, y hasta su muerte, este «accidente» hizo que la situación económica de Soloviev fuera muy precaria. Vivirá en delante de sus limitados ingresos como escritor y, sin residencia fija, llevará una vida itinerante de hotel en hotel, pasando a menudo largas temporadas en las casas y las haciendas campestres de sus amigos.
Dos acontecimientos importantes se suceden en 1881. A finales de enero muere Dostoievski. Soloviev pronuncia un discurso en su memoria, cosa que vuelve a hacer a comienzos de 1882 y 1883, en los dos primeros aniversarios de la muerte del novelista. Estos discursos son importantes para comprender la evolución espiritual de Soloviov, ya que reflejan de forma muy concreta los cambios que se producen en esta época, y que van ligados al segundo de los hechos de 1881: a finales de ese mismo año, Soloviev conoce al rabino Faivel Götz, quien le introducirá en el hebreo, en la teología judía y, en general, en la cuestión del judaísmo. El tema del antisemitismo, así como el de los polacos (y, por tanto, el del catolicismo), se convertirá para Soloviev en la base desde la cual iniciará su distanciamiento de los eslavófilos «oficiales». En la actitud negativa de la Rusia zarista con respecto al judaísmo y con respecto a la autonomía polaca (y su catolicismo), Soloviev verá el principal «pecado» que impide a Rusia realizar su «idea», que no puede ser otra que la de dar al catolicismo romano un cuerpo secular, pero profundamente fiel al cristianismo, para realizar sin parcialidades ni coacciones una aproximación mundana del Reino de Dios (la «Libre Teocracia»). He aquí la esencia de la nueva etapa (la teocrática) del pensamiento de Soloviev.
Evidentemente, la «idea teocrática» de Soloviev se fundamenta en su convicción, que parece no abandonará en adelante, de la unidad profunda (mística) de las Iglesias latina (romana) y oriental (ortodoxa, sobre todo la Rusa).
A partir de los años 1883-84, estará Soloviev intensivamente ocupado en las nuevas dimensiones de su obra. En los años sucesivos publicará algunos de los libros más importantes de la etapa teocrática: La gran controversia y la política cristiana (1883), El judaísmo y la cuestión cristiana (1884), El desarrollo dogmático de la Iglesia (1886), Historia y futuro de la teocracia (del cual sólo se publicará un volumen y en el extranjero, a causa de la censura rusa, en el año 1887) y, sobre todo, Rusia y la iglesia universal (1889), escrita y publicada en francés. También en esta época conoce algunos personajes que tendrán un peso específico en los siguientes años: profundiza su reciente amistad con el poeta Afanasi Fet (1820-1892) y establece una fecunda relación con el obispo católico croata Josip Strossmayer (a partir de 1885). Este prelado, entusiasmado con los proyectos de Soloviov, llegará a hacerlos conocer al papa León XIII que, al parecer, respondió con realismo: «bella idea, ma fuor d’un miracolo è cosa impossibile».
Hasta aquí hemos repasado 2 de las 4 grandes fases o períodos del pensamiento de Soloviev:
a. El período teosófico (1873-82). El acento se coloca en el pensamiento, es decir, en la elaboración especulativa de la idea de la unidad integral de todas las cosas. Los temas básicos de esta integración son el de la unitotalidad, el de la Sophía (Sabiduría) y el de la Teandria (literalmente «divinohumanidad»).
b. El período teocrático (1883-89). La unificación de todas las cosas en la divinohumanidad no puede quedar en una mera idea, sino que ha de realizarse concretamente en la historia, en la carne de las relaciones sociales y políticas de la humanidad. Los temas de la etapa anterior, por tanto, no pierden su vigencia, sino al contrario, la amplían al terreno de la praxis.
Acabamos con las dos fases restantes:
c. El período teúrgico (1889-99). La realidad de las escisiones mundanas, trágicamente visible aún y sobre todo en la división de las Iglesias, que no parece tener una solución inmediata, impulsa a Soloviev a centrarse principalmente en las realizaciones parciales y particulares de la unidad divino-humana que, a su parecer, tienen lugar en el amor y en el arte (teúrgicamente concebidos).
d. El período apocalíptico (1899-1900). El imperativo, sin embargo, de que aquella integración se lleve a cabo plenamente, como también la creciente conciencia por parte de nuestro autor de la imposibilidad de su realización histórica, hacen que Soloviov se convenza cada vez más del carácter escatológico y transhistórico que, para el cristianismo, tiene aquella plenitud, así como del combate radical que la Iglesia ha de sobrellevar con tal fin en este mundo contra el espíritu del mal.
Por Carles Llinàs i Puente
Profesor de Filosofía de la Universidad Ramon Llull de Barcelona