Las durísimas consecuencias de la Segunda Guerra Mundial movieron a un replanteamiento profundo de las normas de convivencia social, y se hizo especialmente evidente la necesidad de respetar los derechos humanos, organizar una estructura política democrática bajo el imperio de la ley e instaurar una sociedad del bienestar donde se intente promover una vida decente para todos.

Evidentemente, si creemos que la dignidad del ser humano radica precisamente en su humana condición y no en su situación social, ello tiene como consecuencia que el bienestar no puede ser patrimonio de unos pocos, lo que ya señalaban indirectamente los clásicos cuando afirmaban que es preferible ser pobre en una ciudad rica que ser rico en una sociedad sumergida en la pobreza.

Esta búsqueda de una sociedad digna ha encontrado últimamente un considerable desarrollo en la teoría de las capacidades, en la que han sobresalido los escritos de Martha Nussbaum y Amartya Sen. Cada vez es más evidente la importancia de conseguir que se den las condiciones sociales pertinentes que permitan a todos llevar a plenitud sus capacidades básicas. Naturalmente, esto exige una profundización en el concepto de capacidad y en el estudio de cuáles sean las capacidades básicas, así como qué características haya de tener la sociedad y la acción educativa para facilitar su crecimiento.

La Filosofía de la educación debe acercarse a estudiar estas cuestiones para verlas en toda su hondura, superando planteamientos meramente economicistas y para descubrir cómo deben ser tratadas desde el razonamiento público y el respeto a las libertades y de particularidades de los individuos. De nuestra disciplina cabe esperar que proporcione pistas para identificar los elementos de la organización social y de la práctica educativa que mejor puedan facilitar alcanzar estos nuevos horizontes del desarrollo humano. Sobre ello trata el VIII Congreso Internacional de Filosofía de la Educación (CIFE´16).