Comunicación presentada en las IX Jornadas: “España en la filosofía española contemporánea” (23-25.X.2014).

Abstract

Esta intervención quiere analizar la idea de María Zambrano sobre el sacrificio y el rescate de España – y sobre todo de una generación – a través del texto Delirio y destino, un libro autobiográfico que cuenta los años antes de la Guerra Civil española (1936-1939), una novela donde memoria y reflexión filosóficas quedan juntas. Los temas de más relevancia serán: la generación del ’27 y el sentido de la pertenencia a una “generación”; la esperanza para la República y para una nueva España; España como propia “circunstancia” y la influencia de la filosofía de Ortega y Gasset; la importancia de la memoria.

Key words

pensamiento, razón vital, corazón, España, circustancia, historía, victimas, pasado.

En Delirio y destino, libro autobiográfico escrito en La Habana, al comienzo de los años cincuenta y publicado casi cuarenta años después, los planos temporales se superposiciónan y María Zambrano recuerda los errores y las utopias de su propio pasado histórico a través de reflexiones filosóficas que en el texto se cruzan con el cuento de los hechos. Así que, contando sobre España y los años de la II República, Zambrano reflexiona también sobre la esperanza española, sus limites y su delirio. A través de su testimonio, será posible comprender las razones más hondas que alimentaban su generación antes de la guerra civil. Y también será posible aclarar la dimensión ética de la filosofía de Zambrano, que busca el rescate del pasado histórico para proponer una posibilidad democrática, desarrollada sobre el concepto fundamental de “persona”.

Esa obra de Zambrano no será de simple comprensión en su primera lectura: porque los sentidos filosóficos se esconden detrás de la descripción histórico-biografíca, de las metafóras, de las mezclas de los tiempos narrativos. Pero, una vez reconocido el particular orden que la autora ha preferido no explicitar, será posible descubrir que en esa obra toda su filosofía se despliega en su mejor manera.

Una de las metaforas fundamentales que encontramos en Delirio y destino es la del corazón, pues de la sangre, y de la circulación vital. Esa particular imagen que Zambrano introduce en el texto sirve para explicar el significado que, en la época histórica que se está describiendo, o sea en los años antes de la segunda II Republica española, proclamada el 14 de abril de 1931, después de la caída del dictador Primo de Rivera y del exilio del rey Alfonso XIII, ella atribuía al clima cultural nacido alrededor del grupo de estudiantes de Ortega y Gasset, ligados por los mismos valores e ideales.

En esta época del final de los Veintes, Zambrano creía, así como sus compañeros de la Universidad y que se habían organizados en las actividades políticas en defensa de la Republica, que para España se abriese la puerta hacia una renovación cultural y social. Leyendo Delirio y destino nos podemos darnos cuenta de cuanta esperanza los jóvenes republicanos como Zambrano tenían para  propio país. Sobre todo, se había la esperanza de una España nueva, joven, una “España niña” como la nomina Zambrano, una España que podía renovarse aun maniteniendo las tradiciones más importantes de los predecesores, especialmente los muchos escritores y poetas que nuestra Autora no falta de nombrar a menudo en su obra. Desde el punto de vista de Zambrano, se trataba, en aquel momento, de demostrar el valor de España, de rescatarla desde un silencio dentro del cual parecía haber caído, de salvarla, como se tiene que salvar la propia circunstancia según la enseñanza de Ortega.

Los jovénes estudiantes, dentro de la organización de los grupos universitarios, como la FUE, ya soñaban el destino de una nueva España. Pero no era algo propiamente político lo que inicialmente movía esa voluntad. Lo explica muy bien Zambrano, y la cito:

[…] la F.U.E. […] era «apolítica». Sí; ellos lo seguirían siendo; no se trataba de hacer política, sino de abrir paso o hacer que se abriera esa vida de España, recubierta por la falsedad oficial, por una continuidad inexistente. […] hay que hacerse presentes, es una cuestión de moral; de renovación de la convivencia, de renovación de la sociedad; hay que construir la vida española que viene arrastrándose desde siglos de inercia […] Era el momento de que entrara enteramente en “Nuestro Tiempo» […] pues España no era todavía visible, la sentíamos más que la veíamos y teníamos ansia de verla, era necesario, absolutamente necesario que se hiciera de nuevo visible al mundo, recobrada, entera, dueña de sí; joven, despertada desde su sueño de siglos; intacta, a pesar de su historia, más allá de su historia, real, presente.[1]

En aquel momento, el profesor Ortega y Gasset enseñaba la razón vital, concepto que todos estos jóvenes, y sobre todo Zambrano, adquirieron con enorme convicción.

Esa “verdad viviente” de la cual hablaba Ortega – dimensión absolutamente vital de la esperiencia y de la conciencia – era una idea que los estudiantes transformaron en una bandera existencial.[2]

Como explicaba Ortega, la razón ha de tener un mínimo de estructura, sin la cual existiría solamente el caos, pero también tiene que ser móvil, viviente, seguir la vida y sobre todo unir las cosas entre ellas, como una red, imagen que Ortega utilizaba, metáfora de transmisión, de intercambio, sobre todo de participación. “Vivir es convivir”, él proclamaba.

Y una red comenzó a tejerse en torno de aquel centro. Para llevarles a todos, especialmente a los estudiantes y a los obreros, los complementos de vida necesarios […] Para llevarles más que nada el aliento, el latido del corazón supletorio […] La red poco tenía […] de conspiración: era la red que forman las manos que se estrechan, las miradas que se cruzan, la que es el mínimo de organización para captar la vida que se desborda, la vida en esas horas en que es más que nunca cosa líquida, agua que rebasa su propio cuerpo […]. No la se puede fijar. […] Y la red, estructura viviente, forma tejidos, la hay en la sangre. Y es metáfora de transmisión, transmite la participación, anuda esos hilos de la simpatía y del sentir. [3]

Contra la idea de la “razón pura”, abstracta, incapaz de abrazar la vida, Zambrano aprendía en aquellos años la necesitad de un pensamiento que fuera vivo y liquido.

Aún más explicida de la imagen de la red, la del pensamiento liquido como el agua, como la sangre, siempre presente el la obra que estamos analizando, describe muy bien el ideal de filosofía que la autora ya estaba abozando aunque tan joven. Y cito a Zambrano:

El pensamiento, por lo visto, tiende a hacerse sangre. Por eso, pensar es cosa tan grave, o quizás es que la sangre ha de responder del pensamiento. Durante tiempos enteros, varias generaciones, el pensamiento prosigue su camino silencioso. Mas, cuando un pensamiento se formula cristalinamente, encuentra enseguida la sangre que ha de responder de su transparencia, como si lo más «puro», libre, desinteresado que hace el hombre hubiera de ser pagado, o a lo menos autorizado, por aquella «materia» preciosa entre todas, esencia de la vida, vida misma que corre escondida. […] El pensamiento que revela la realidad crea un espacio vital, respirable. Una de las funciones vitales del pensamiento es hacer respirable el ambiente […] No se puede negar al pensamiento que nos hace vivir, que nos crea un espacio donde respirar, un horizonte donde nuestra vida, hasta la más personal, entra a formar parte de la realidad, se encuentra con las vidas de los demás, se articula con ellas.[4]

Cuando el logos renuncia a la palabra, o sea al concepto, y deja de ser un logos racionalista, se transforma en gesto, actitud, inspiración, acción. Zambrano quiere decir que en aquel momento la palabra no se necesitaba, era un momento de convivencia total, absolutamente espontáneo. Y el pensamiento de esos jóvenes estudiantes era concretamente una común razón vital, que seguía la vida y el ideal histórico con la participación de todos. Era como un logos colectivo y vital que dejaba respirar España, que la volvía a la vida “verdadera”, que le regalaba nuevo oxigeno, como el agua, como la sangre. La imagen de la red, no se refiría solamente al movimiento del pensamiento, sino a la actitud de una entera “generación”, esta del ’27, que movía al unísono, abrazando la circustancia española que se reconocía tan claramente.

Es interesante notar como a menudo la Autora describa España por la imagen de un cuerpo. Totalmente coherente con el sentimiento que domina sus convicciones, que nacen en aquellos años  aquí testimoniados y se consolidan en los años sucesivos, la Autora no deja de entender su país, su circunstancia y el momento histórico que está recordando, como algo viviente, pues no solamente teorizado sino experimentado, sufrido, compartido.

Desde la imagen del cuerpo, unida al pensamiento como algo liquido que tiene que vivificar, aparece la del corazón, que, como se decía, es el símbolo  de la “circustancia-España”, principio de aquel movimiento vital que tenía que empezar.

Sin “corazón” el pensamiento queda “hechizado”, paralizado. Esto era el peligro de aquel momento: abandonar el corazón, no considerarlo importante, olvidar del principio vital que habría tenido que justificar cada decisión, politica o existencial, cada acto de la conciencia. “¿El corazón tendrá fuerza alguna vez para atravesar la conciencia hechizada por el mal que ve cumplirse?”.[5]

En Delirio y destino, esas reflexiones filosóficas sobre el momento histórico que precedía la proclamación de la Republica se mezclan con las constataciones de lo que pasará después, con el comienzo de la guerra civil y el sucesivo exilio. Los planos temporales, como ya se decía, no aparecen con orden cronológico, sino cruzados; y las misma imagenes que describían el sentimiento de la generación que esperaba su nueva España sirven a la Autora para describir también las dramáticas consecuencias de lo que se revelará solamente Utopía.

En la general filosofía de Zambrano es muy común individuar un doble significado atribuido a símbolos o imagenes. Así, aquella sangre tan vital del pensamiento de la generación que esperaba su España renovada, se transforma en la sangre de las victimas de la guerra. Y el pensamiento, como agua, que tiene que vivificar la realidad, volverá para ser la necesitad de una memoria liquida capaz de bajar hasta las entrañas de la historia para rescatarla.

O sea: María Zambrano, contando sobre los años antes de la guerra, y describiendo su real esperanza, su sentimiento que la movía en las acciones de aquel periodo, llega a descifrar , casi lo confesase a sí misma en aquel instante, el error que movía aquella Utopia.

Así ella va demostrando la fundamental  importancia del pasado, como algo que tiene que volver al presente, haciendose liquido y vital como el mismo pensamiento.

Porque, para Zambrano,  la historia recordada y rescatada es una historia líquida, viviente, es la que tiene un pasado que sigue y nunca dejado en el olvido. Solamente así la vida será “auténtica”.

Toda la filosofía de María Zambrano será una insistente proclamación de verdad, de rescate para todo lo que ha sido olvidado, o escondido, por la historia. A partir de su metafísica, siempre fundada sobre la recuperación de las origénes, su principal motivación filosófica, que aquí bien se reconoce, se justifica a través de la necesaria acción de clarificación.

Zambrano está absolutamente convencida que solamente descifrando todo lo que se ha quedado en las entrañas de la historia, de la tradición, del pensamiento, así como de los sentimientos más primordiales, solamente así es posible llegar a una dimensión personal y histórica que pueda merecer el titulo de ética.

Así la persona, fulcro de toda su filosofía, será quien sepa recuperar dentro de sí mismo una verdad no directamente reconocible, y aceptarla. Y también, proseguir desde la dimensión personal hacia aquella historia, dejando caer la mascara, convirtiendo el personaje en persona.

Porque, coherentemente con la enseñanza de la razón vital, para Zambrano una historia vivida sin esta verdad recuperada llegará a ser inevitablemente una historia apócrifa.

En Delirio y destino se demuestra exactamente esto: a través de la narración de aquel periodo histórico, Zambrano recuerda los errores que España cometió en el pasado. Por ejemplo, cuando recuerda

los tantos siniestros episodios que se hundieron en el vacío de España entera desde el regreso de «El Deseado»[6], tras la derrota napoleónica». […] Y comenzó la serie de las Guerras Civiles a la muerte de tal Señor, […] en esa equívoca herencia que dividió a los españoles. ¿Los dividió o estaban divididos? Y por qué no acababan de luchar juntos, los que fueron «absolutistas» y «liberales», frente al invasor? […] Algo hubo de pasar dentro del corazón de España. […] un minudo de silencio para que el crimen venga a alojarse en él. […] Se siente entonces en hueco, la oquedad de la persona, del ídolo que necesita alimentarse de una víctima; se sienten deseos de matar, hay que matar […] Siempre vuelve la inspiración; mas, que al volver no nos encuentre con un crimen cometido en ese minuto de silencio.[7]

Aquí, Zambrano  parece preguntarse a sí misma como es posible que los errores del pasado vuelvan a cumplirse. Porque en el recuerdo de los antiguos hechos históricos españoles, aparece evidente la denuncia de un pasado que vuelve igual, como pasó durante la guerra civil, con los españoles divididos luchando unos contra los otros.

Las entrañas de la historia son “puro infierno” si dejadas sin corazón[8], o sea si dejadas sin una conciencia vivificadora que descifre los errores del pasado, que se haga liquida para volver en el pasado recogendo lo que se ha quedado en su fundo, para recuperarlo y devolverlo al presente, porque el presente tenga la conciencia ética necesaria para permitir un futuro posible, un futuro sin crímenes. [9]

Zambrano, mientras vive todo esta experiencia que está contando, decide que para ella la Filosofía tiene que ser memoria: memoria para una historia que hasta ahora ha olvidado su pasado, que no ha llegado hasta sus entrañas. Ella quiere que la filosofía sea memoria de las víctimas.

Para Zambrano la historia occidental es una historia que siempre repite los mismos errores porque está dominada por una dialéctica ídolo-víctima: hasta que no se comprendan los crímenes del pasado será imposible cambiar esta dramática predisposición. Así que Zambrano, a través de la narración autobiográfica de Delirio y destino relaciona la historia pasada con el dramático presente  al cual asiste: la historia del totalitarismo, del fascismo, del nazismo; la historia de los vencedores. Para ser verdadera la memoria tendría que “bajar” hasta el fundo de la historia y allí recuperar los hechos olvidados, las partes de la historia que los “vencedores” han borrado, “enterrado”. El mensaje final de la pesadora es: si se salvase la historia olvidada, entonces, se podría vivir un “presente histórico” verdadero, es decir que el mismo presente podría ser “vivible”.

Hay un significativo ejemplo de otro intelectual español que ha decidido de recordar, bajando los ínferos de la historia: Jorge Semprún (1923-2011), madrileño que fue encarcelado dentro de una campo de concentración. En el 1939 fue exiliado con la familia en Paris. Durante la segunda guerra mundial combatió con los partisanos y se afilió al Partido Comunista Español. En 1943, tras ser denunciado, fue detenido, torturado y posteriormente deportado al campo de concentración de Buchenwald. Desde 1945 hasta 1952 trabajó para la UNESCO.

Sobre la experiencia en el campo escribió un libro La escritura o la vida,[10] donde cuenta la insoportable tragedía que vivió. En el libro, él se pregunta se habría podido tener la fuerza de contar lo que había pasado, porque contarlo era como morir, como revivir la muerte. De aquí el titulo: o la escritura (o sea, la memoria, el recordar lo terrible que fue su experiencia) o la vida (o sea, olvidar la muerte dentro del campo – “porque de muerte se trataba” – y volver a vida). Decide de revivir la muerte. Como Zambrano, decide que la historia, sobre todo la más terrible, no se puede olvidar: hay siempre que contarla, testimoniarla y sobrevivir a esto.

Cuando Zambrano ha escrito Delirio y Destino ella también  ha decidido de bajar hasta los ínferos de su historia para rescatar las víctimas, y no solamente de España: esta tarea es una tarea filosófica,  reflexionar sobre la historia trágica que están viviendo o se ha vivido. Este es lo que quiere decir ser un intelectual: tener la responsabilidad de no olvidar, y dar voz a quien no la tiene. Y cito concluyendo:

Los muertos no tienen voz; es lo que primero pierden. […] Y llegan palabras entrecortadas, sílabas de ese país de la muerte. Una voz, ahogada en el esfuerzo para hablar, quiere contar su historia. Todos lo muertos prematuros, los muertos por la violencia, necesitan que se cuente su historia, pues sólo debe ser posible hundirse en el silencio cuando todo quedó dicho, ya apurada la vida como una sola frase redonda de sentido. Rendir el alma sólo se puede ante una vida que en su razón fluyente recoge las nuestras, las razones de lo que vivimos, de lo que nos tocó vivir.[11]

Apurar las razones hasta la última más escondida: esa es la enseñanza de María Zambrano, de toda su filosofía, y de su vida, que nunca ha dejado de ser la perfecta coherencia de lo que ha teorizado filosóficamente.

Bibliografía:

M. Zambrano, Delirio y destino, Centro de Estudios Ramón Areces, Madrid, 1998.

J. Semprún,  La escritura o la vida (L’écriture ou la vie), Tusquets, Barcelona, 1995.


[1]             M. Zambrano, Delirio y destino, Centro de Estudios Ramón Areces, Madrid, 1998,  pp. 46-47.

[2]             “La vida en la verdad; vivir en la verdad. En una verdad viviente que nos invade y está en nosotros” (Ibid., p. 45).

[3]             Ibid., pp. 213-215.

[4]             Ibid., pp. 56-57.

[5]          Ibid., p. 209.

[6]             Está clara la comparación que Zambrano hace entre el absolutismo de Fernando VII y la dictadura de Primo de Rivera. En estos capítulos la narración pasa desde el 1800 al 1930 constantemente, para recordar como los crímenes del pasado estaban volviendo iguales en aquel momento.

[7]             M. Zambrano, Delirio y destino, cit., pp. 206-208.

[8]             Ibid., p. 209.

[9]             “Y quizás pudiera evitarse todo crimen si se descubriera el modo de que un corazón supletorio tomara el lugar del corazón que detiene su funcionamiento en el vacío; si fuera posible que cuando un corazón se para, y deja a las entrañas vivientes gimiendo abandonadas, llegara desde otro más amplio, más poderoso, una ola rítmica de calor. Si se pudiera prestar el propio corazón dolido al que va a hacer el crimen” (Ibid., pp. 209-210).

[10]        J. Semprún,  La escritura o la vida (L’écriture ou la vie) (2ade.), Tusquets, Barcelona, 1995.

[11]          Ibid., p. 24.