(Publicado en: “Educación y futuro”, nº 24, abril , 2011, España, por el Dr. D. Javier Barraca, prof. Titular de Filosofía, URJC de Madrid, secretario del Capítulo de Estética de AEDOS)

 

-RESUMEN:

  Este texto indaga en las relaciones entre estética y educación. Muestra el gran valor de lo estético para una formación humana completa, así como su fecundidad. A este fin, ahonda en una comprensión profunda de la estética, vinculada a las nociones de creatividad y de encuentro interpersonal. También, proyecta la particular luz de esta forma de concebir lo estético sobre la formación ética o en valores. Finalmente, revela la conexión de la estética y de su valor formativo con la cuestión de la vocación personal a la hora de vivir la obra de arte.

-PALABRAS CLAVE:

Estética, educación, creatividad, encuentro, ética, Arte.

-INTRODUCCIÓN: el valor de la estética en la educación.

 En estas líneas, pretendemos investigar acerca del valor de la estética para la formación humana. Parece, en efecto, que la estética está llamada a jugar un relevante papel en la educación. Sin embargo, captar el verdadero sentido y la fecundidad de esta mutua relación, probablemente,  requiere acercarse antes a determinada comprensión de la estética. Sí, porque una noción de estética más honda -que la de su pura reducción a lo agradable de las formas o figuras-, puede conceder tal vez un marco o contexto más adecuado a nuestras sugerencias y consideraciones. Por eso, comenzamos explorando en busca de un sentido más fecundo de lo estético. A continuación, pretendemos aplicar este renovado sentido, más profundo, de lo estético al terreno específico de la educación. Consideraremos, de modo especial, el papel de la estética -entendida en toda su fecundidad- en el campo concreto de la formación ética o en valores. Para ello, nos detendremos en el valor de la imagen artística. Así pues, partimos en nuestra búsqueda de los siguientes interrogantes: ¿cuál puede ser esta forma “diferente” -más amplia- de entender y, ante todo, de vivir la estética?;  y: ¿dónde se encuentra su fecundidad con respecto a lo educativo? Este estudio consta, por esto, de dos partes fundamentales en las que se procura dar respuesta a estas dos preguntas. Por último, expone una serie de conclusiones a este propósito, en las que se pretende ofrecer una consideración final de tipo sintético o resumen, y además ciertas sugerencias para la aplicación de todo ello en lo educativo.

I-. HACIA UNA NOCIÓN FECUNDA DE LA ESTÉTICA.

1) Una primera acepción: la estética como filosofía de las formas.

 La estética es, en su primer sentido, la reflexión sobre las formas, en tanto que formas (es decir, en cuanto a su configuración, disposición u orden). Nos conviene partir de esta inicial clarificación acerca de su contenido y su método, debido a la variedad y confusión que se da, a menudo, a propósito de su significado más elemental, como nos recuerda la amena obra de Pablo Blanco [1]. A este respecto, las formas pueden revestirse de numerosos atributos y categorías. Pueden ser bellas, sin duda; pero no solamente bellas, también originales o creativas, expresivas o comunicativas, solemnes, graciosas, elegantes, sublimes, amenas, etc. [2]. El Arte contemporáneo ha buscado explorar decididamente este horizonte en su más amplia extensión, y se ha visto enriquecido por esta visión multi-categorial de lo estético. El Centro Georges Pompidou, en Les Halles, de París, fue un intento pionero, controvertido sin embargo, de proponer públicamente esta diversidad de modo oficial y masivo. Pero la diversidad, la riqueza absolutamente irreductible de lo estético se encuentra ya en sus fuentes originarias y genuinas, nos parece, más allá de los perennes intentos de clasificación y estructuración de su realidad, a menudo disfrazados de ruptura o de paradoja.

 A pesar de lo anterior, sin duda, entre las categorías estéticas clásicas y fontales u originarias, figura desde luego la de “la belleza”. Mas, muy pronto, cuando aspiramos a dotar a nuestra reflexión acerca de ella de cierta profundidad filosófica, captamos enseguida que la interrogación clásica  «¿qué es la belleza?»  se convierte en una inquietud que nos lleva mucho más lejos desde sí misma. La belleza nos abre, a poco, desde su consideración, a un sin fin de aspectos que no se reducen sólo a lo bello, sino que nos orientan hacia otras dimensiones de las formas íntimamente vinculadas. Porque la interrogación que suscita la belleza en lo humano no es una pregunta que se detenga en el mero objeto de su deseo. Nace al calor o la sombra de los seres bellos, pero siempre nos lanza hacia algo lejano. Nótese, en efecto, para comenzar, que los humanos no nos preguntamos simplemente “cuáles son las cosas u objetos que tienen belleza”, a fin de lograr confeccionar una lista de los mismos o un catálogo que sirva a nuestro lenguaje sobre ello. Nuestra inquietud se adentra hasta interrogar “en qué radica o consiste lo bello”, y esto incluso en su esencia misma, o de otra manera: “¿qué es lo que hace que algo lo sea?” [3].

 Esta clase de interrogación acerca de lo bello, debemos otorgarlo, carece todavía con respecto a las demás categorías estéticas -lo solemne, lo terrible en cuanto sobrecogedor, lo pintoresco, lo noble- de un desarrollo mínimamente comparable, en la historia del pensamiento. Qué sea la belleza merece y suscita una inquietud inacabable, sin duda; mas, qué son lo sublime, lo gracioso, lo elegante, lo expresivo…, tampoco deben hurtarse a este tipo de cuestionamiento. Pensemos en la misma creatividad u originalidad, cuya pregunta esencial comporta, en gran medida, la pregunta por la identidad de buena parte del Arte contemporáneo. ¿No necesita esta cuestión aún de un notable esfuerzo de investigación en nuestro tiempo y entre nosotros?

2) Cuando las formas nos elevan.

  Ante la afanosa busca de la esencia de lo estético, algunos han aventurado sus propias definiciones. «La belleza es el esplendor del orden», decían los clásicos (o, también, “el esplendor de la verdad” o “la luz de lo auténtico”). Ligado a ese esplendor, sabemos que los antiguos entendían aquello que reunía tres propiedades: integridad, armonía y claridad. En síntesis: lo que estaba completo o sin ausencia de un elemento relevante; lo proporcionado o equilibrado, en algún grado; y lo que emitía cierta luz o resplandor, cierta claridad. Tomás de Aquino enseñó sobre esto que es bello lo que «agrada a la razón»; y, con ello, nos remitió a los sentidos pero también a la inteligencia, a la mente, con pleno acierto. De alguna manera, indicó que la belleza de las formas nos eleva sobre la materia desnuda; aunque manteniéndonos, a la par, con los pies bien firmes sobre la tierra de nuestros sentidos, ya que los humanos unimos lo material y lo inmaterial, y nuestro conocer reúne los rasgos de lo sensible y lo intelectual. Descubrió la presencia potente del elemento intelectual, inmaterial, espiritual si se quiere, que brilla en todo lo bello. Parece, así, que “lo divino” y la estética conectan en algún punto, tal vez el de lo misterioso, como sin cesar se ha dicho y acaso nos arriesgamos a hallar también nosotros. Pero ¿qué es o indica ese vértice, ese encuentro suspenso en lo alto? (no olvidamos que ya los medievales afirmaron la convergencia final o cenital entre el ser, lo verdadero, lo bueno, lo uno y lo bello).

 En cualquier caso, en presencia de lo bello, de algún modo, nuestro ánimo se eleva, se levanta sobre lo prosaico y burdo. Parece darse, aquí, un ascender desde lo material hacia algo distinto superior. Pero esto, lo opera lo estético sin desdeñar jamás lo físico, sino -antes al contrario- gracias a su captar y vivir lo sensible transfigurado.

3) La estética como ámbito de lo lúdico.

 El metódico Kant definió lo bello a través de un cierto “desinterés” [4]. Se refería a un superar lo materialmente conveniente, en cuanto a la pura utilidad, al mero valor del medio o instrumento. Se diría, en efecto, que cuando contemplamos lo bello o lo sublime, cuando vivimos la experiencia estética, no nos preocupa tanto para qué sirve aquello que fija nuestra atención, qué propósito lograremos por su medio. Este superar lo bello o lo estético en general a la mera utilidad, no  implica el que se oriente en modo alguno hacia algo no apreciado o no apetecido, sino antes bien el que nos refiere a una forma de vivir la realidad no atada a las necesidades más perentorias o inmediatas. Alude a un transcender -sin apartarse de ella- la sola subsistencia física del objeto o de la vivencia estéticos; nos vincula a un ser valioso, pero con un valor más allá de la pura utilidad o mediatización; descubre un cierto fin en sí no clausurado. Pues bien, con esto, enlazan descripciones actuales de la estética que superan su marco tradicional, y la vinculan con el fecundo espíritu de “lo lúdico” o del juego en su más hondo significado [5].

 Sabemos, en efecto, ya a la altura de nuestro tiempo, que en lo estético hay una dosis de “juego”. En ello, destella siempre un anhelo de olvidar nuestro afán rutinario, una pausa en lo inmediato y urgente, un tiempo de “contemplación”, un goce en la propia actividad más allá de sus utilidades exteriores. Se ha dicho que es “un transcender el instante desde dentro de él mismo”. De hecho, jugar e interpretar artísticamente, a menudo, recurren a términos y expresiones lingüísticas semejantes. Así, juego y Arte, juego y contemplación, juego y consideración estética, abren hoy posibilidades inmensas, dignas de toda atención [6]. Este impulso debe ser saludado, entre nosotros, sin duda con alegría, pues es preludio de cierta capacidad para emprender una superación o un esforzarse con gozo por lo hermoso y sus múltiples amistades.

4) La estética como fuente de creatividad y venero de encuentro.

 A todo lo precedente, cabe sumar otro caudal inagotable de valores igualmente conectados con lo estético. Se trata de esa preciosa y connatural dimensión de las personas que se halla en las relaciones con los otros, en el encuentro, en la comunicación mutua. Gracias a una comprensión honda de la estética, en cuanto campo de juego para la elevación libre del sujeto, se han planteado con novedad y en un sentido muy fructífero algunas de sus connotaciones inter-personales y sociales. Se revela, de este modo, lo estético como un ámbito precioso para el desarrollo de la creatividad humana integral, tanto en sus aspectos personal como comunitario. Pues, cuando existe un cuidado por lo estético, una cultura que fomenta el aprecio de las cualidades o valores de las formas en su disposición, los sujetos viven inmersos en una atmósfera común o de encuentro “distinta”. En ella, se realiza la fecunda experiencia de transcender, cotidiana y habitualmente, el interés más inmediato y apremiante, la ansiedad por lograr una utilidad sin espera posible, la esterilidad de una superflua y desquiciada hiperactividad sin sentido. Frente a visiones de simple corto plazo en lo humano, que al inicio simulan resultar muy pragmáticas, pero a la larga revelan el fracaso singular y comunitario de nuestros excesos de dominio, lo estético enseña a esforzarse sin esperar una compensación demasiado fácil o directa, demasiado totalizadora. Contra el afán angustioso de lograr una productividad máxima ya en el mero presente, las actitudes lúdicas de lo estético ayudan a alzar la mirada de las personas y de sus agrupaciones. Se señala, así, hacia ese rico horizonte del futuro y de la espera, sobre la base de la excelencia, y así de la obra bien hecha, del saber hacer, de la “recta ratio faciendi” -la razón adecuada al hacer-, según apuntaban los clásicos, o en una palabra: del hacer mejor, más esmerado, más logrado. Esto nos abre al denso universo donde habitan realidades como la maravilla del regalo,  la sorpresa del servicio, la admiración ante lo gratuito, la superación humana casi inexplicable, el cuidado extremo o cultivo esmerado, la atención hasta el detalle, o la visión del conjunto (unitaria y presentida). En este clima de elevación humana que funda lo estético, de expectativas de crecimiento o desarrollo personal, de gozo por la labor auténticamente bien hecha, se templa al mismo tiempo el carácter. Aquí, va fraguando también, en efecto, la personalidad integral ajustada para toda relación mutua inspiradora, para la verdadera y hermosa amistad de los que buscan lo mejor (superadora de la instrumentalización recíproca). Como vemos, la conexión de la estética así entendida con la educación resulta patente. Sólo desde la raíz de esta actitud de fondo -actitud sí: “estética”-, nuestro trabajo se transforma en arte, y nuestro vivir en crear. Y ello, no ya en el sentido de una brillante técnica o una concienzuda habilidad práctica, sino en el de un obrar y una obra -acaso la de nosotros mismos- dignos en verdad de admiración.

 Por esto, todo sujeto -e incluso todo grupo o comunidad humana- que desee crecer, tiene que afinar su sensibilidad estética integral. No hay progreso auténticamente humano, ni continuado, en calidad humana o en excelencia, en encuentro profundo, si no se acierta a generar un clima estéticamente atractivo, fecundo, rico. La creatividad estética incide, a buen seguro, en las demás clases de creatividad, necesarias para la persona y sus agrupaciones (en la relacional o social, mas también en la investigadora y técnica, en la referente a nuevas iniciativas o proyectos, etc.) Recordemos, por ejemplo, la importancia otorgada en el seno de las comunidades de monjes, entre otras las benedictinas, al canto y a la lectura comunitarios como cauces de oración, encuentro y belleza, y el hondo lazo de esto con la gestación del canto gregoriano y su influencia musical, de los estilos artísticos medievales, o el nacimiento de la lengua y literatura romances, o el ánimo emprendedor en el trabajo, etc.  La creatividad de unos impulsa –en fin-, alienta la de otros, sin substituirla. Llega, en ocasiones, hasta provocar una auténtica explosión en cadena de actitudes, obras, ideas, valores e iniciativas. En cambio, un ambiente opuesto, que deprime lo creativo, desalentará de forma contagiosa todo lo sugerente, evocador, dinámico, en su seno. Pensemos, como muestra, en la mutua inter-acción que un ánimo o realización creativos despierta en el otro; y, así, recordemos como muestra el clima artístico generado en la Italia del Renacimiento, en cuya atmósfera vivieron tantos autores, suscitando una verdadera corriente de genio, de la que emergieron figuras de la pintura tales como Giotto, Fra Angélico, Miguel Angel, Leonardo, Rafael, Boticelli, etc. En cuanto al Arte contemporáneo, la fecundidad de esta «trama» de convivencia entre creadores sigue dando sus frutos. Ello se aprecia en muchas iniciativas y experiencias de encuentros artísticos, cada vez más interculturales e interdisciplinarios. Algo de esto último, han atestiguado las convivencias y relaciones fecundas entre creadores o, desde muy atrás, los foros, las tertulias y diálogos, e incluso los lugares, centros, espacios o entornos, favorecedores del auténtico encuentro artístico o creativo.

II-. LA CONTEMPLACIÓN DE LA IMAGEN ARTÍSTICA, COMO CAUCE DE FORMACIÓN ÉTICA.

1) El Arte y la formación ética: primeras claves.

 Existen fecundos estudios, ya desde largo tiempo atrás, sobre la literatura y el Arte en general como cauces de formación éticos. Desde sus orígenes, en concreto, el drama o teatro se ha considerado un ámbito privilegiado a este propósito. Platón y Aristóteles propusieron la tragedia griega como ejemplo de ello (a pesar de sus reticencias en relación con la comedia) [7].  Todo ello ha de enmarcarse en el enorme valor formativo que presenta el desarrollo de la dimensión estética en los seres humanos y, muy en especial, en la fecundidad de su relación con las realidades artísticas (tal como han expresado, por ejemplo, Schiller o Read) [8].

En nuestra época, López-Quintás ha mostrado la necesidad, a este respecto, de seguir un método adecuado, para explotar el inmenso poder formativo de la literatura, y las restantes bellas artes [9]. También el cine, más recientemente, se viene utilizando como medio de formación en valores, aunque ello aún de un modo incipiente y con ciertas vacilaciones [10]. Asimismo, se han dado interesantes análisis para el campo de la música, la arquitectura, la escultura, la danza… Ahora bien, ¿cuáles son las claves fundamentales, las pautas más importantes, a la hora de aprovechar educativamente el arte, desde la dimensión ética de la persona? ¿Qué principios generales han de tenerse presentes, para ello? López Quintás ha elaborado una síntesis original a este respecto [11]. De acuerdo con él, las claves de método, en este terreno, son:

1) Discernir, gracias a las obras, “los procesos” auténticos del desarrollo moral: no limitarse a evaluar meros actos o conductas aisladas. Por ejemplo, no fijar tanto la atención en si una conducta resulta o no moralmente adecuada, sino en el camino total por el que transita el personaje.

2) Acercarse a las obras artísticas de un modo “personal”. No reproducir simplemente los criterios ajenos y exteriores, en relación con ellas. Procurar ponerse en el lugar de quienes las protagonizan. Ahora bien, este esfuerzo por comprender o empatizar con «el otro » se halla, desde antiguo, en la base misma de todo lo ético.

3) Utilizar para esto un procedimiento genético o “vital”: en el que la experiencia o vivencia, la re-creación interior, juega un papel crucial. Vivir «por dentro» estos procesos, no superficial o epidérmicamente, comprenderlos de un modo profundo. Por ejemplo, interrogarse por qué alguien escoge uno u otro curso vital, buscando las causas profundas de ello, y aprender a anticipar las consecuencias éticas que ello puede acarrear.

2) Procesos humanos e imagen artística.

 Sin duda, la imagen artística, de algún modo, cristaliza el instante. Lo hace, sin embargo, fecundándolo, como la luz en un caleidoscopio. Es decir, lo fija sin despojarlo de vida o dinamismo interno, sino antes bien transformándolo en un cauce vivo de belleza y valor incesantes. Debido a esto, resulta posible mostrar por su intermedio todo un proceso humano, un desarrollo vital,  que comporta instantes diversos, etapas sucesivas ligadas entre sí. Por supuesto, la imagen artística logrará esto mejor cuanto más habitada esté de genialidad. Baste recordar, aquí, obras como «El Guernica» de Picasso, o «El grito» de Munch, o películas como «Ciudadano Kane», «Casablanca», o «La reina de África», en las que se refleja la multiplicidad del instante en su evolución constante: en ellas, casi puede verse el tiempo en su propio movimiento, que transporta a los sujetos y es transportado -de algún modo- también por éstos.  En efecto, vivir es moverse o ser movido hacia algún indefinible lugar, y esto con toda la connotación moral, de amor y de desamor, que ello comporta.

 Además de por su propia creatividad, la obra visual resulta fecunda por su capacidad de incorporación de elementos diversos. Hay pinturas, por ejemplo, que manifiestan los procesos humanos no sólo por su “encarnación” pictórica del instante decisivo, sino a través de determinados recursos artísticos como la escenografía, el detalle, el marco, el símbolo, la articulación de escenas, incluso la glosa, la palabra, el lema, etc. Pensemos en los sugerentes cuadros de Valdés Leal, acerca del tiempo o la muerte; o en la museística actual, la escultura contemporánea, las «performances», etc. La ópera supone, a este respecto, uno de los hitos señeros en la integración significativa de los aspectos artísticos, acaso sólo superado por el teatro y el cine. El «eco», la influencia, la capacidad de resonancia en el interior del sujeto convierten estas manifestaciones en verdaderos campos de prueba del desarrollo moral. Algunas imágenes e instantes dramáticos y operísticos han quedado grabados, en la conciencia histórica, como símbolos de arduas luchas en pro de los valores (desde la célebre tragedia griega, al propio teatro el absurdo, pasando por las obras de Verdi o los esfuerzos en este sentido de algunas representaciones contemporáneas).

3) Imágenes y carácter.

 Por otra parte, se da una estrecha relación entre los procesos existenciales -la vida- y el arte, gracias a la libertad y la personalidad propias del sujeto. En términos contemporáneos, gracias a su «singularidad».  El Arte va fraguando en carácter, nada menos; los procesos, que propone, pueden ser incorporados por la persona, y esto de un modo insubstituible, inimitable, distinto.  Nada más lógico, desde el momento en que todas las personas se sitúan ante las imágenes, siempre, de una forma inconfundiblemente singular, única (en la medida en que se abren desde dentro a ellas, realmente). Esto, por cuanto cada cual es susceptible de “interpretar” desde una subjetividad distinta la obra. Ello, aún en un marco de referencias comunes indispensable. La obra dice o habla de manera diversa, de acuerdo con sus diferentes interlocutores, salvada una cierta comunidad de lenguaje. Esta inter-locución es así  «acción», movimiento únicos, como el propio crecimiento ético del sujeto.

 Además, toda imagen artística se contempla de una forma “vital”. Esto, en el sentido «existencial». Es decir, “vivimos” la obra al contemplarla, la hacemos nuestra, la interiorizamos dentro de nuestro propio curso vital. Lo contemplado se transforma en vida nuestra, en experiencia vivida y sabiduría. Se incorpora, así, al patrimonio de nuestra memoria e identidad. Se hace parte de «nosotros» mismos, fundiéndose con nuestro mismo ser o «carácter ético». Porque -a la postre- ni el acto ni el proceso moral guardan la clave ética fundamental, sino: la persona concreta, el sujeto de la libertad hecha vida.

 Un cuadro o una película pueden mostrar, en suma, todo un proceso humano en su vertiente ética. Además, deben ayudarnos a vivirlo de modo personal y vital, a experimentarlo y enriquecernos con él. Imaginemos, por ejemplo, la “Anunciación” de Fra Angélico, custodiada en el Museo del Prado. Asistimos, aquí, sin duda, a un “acontecimiento”, no a un mero momento separado en el tiempo. Se trata no de un hecho aislado, sino de la culminación de un proceso, y el comienzo de otro de particular relevancia. Encarna una historia. Para el intérprete creyente, se trata a la vez de un punto de llegada y de arranque en la larga historia de las relaciones entre Dios y el hombre. En concreto, la clave de este proceso de relación se halla en el valor de “la humildad”, que se ve singularmente reflejado en la estampa, gracias a un orden armonioso presente entre sus múltiples elementos. El cuadro narra cómo el bien y la felicidad sobrevienen, desde lo alto, al hombre, a través de la humildad. Así, la actitud recíproca del ángel y de la Virgen revela que está teniendo lugar algo muy especial, que no va a detenerse en sí mismo, sino a fructificar. El marco del hecho nos ayuda, también, a situarnos en forma adecuada, a centrarnos en lo importante. Los colores y la dulzura de la escena nos enseñan el carácter transcendental del instante, su dinamismo. La luz, abierta y difundida en toda su amplitud, hasta los menores rincones, nos ayuda a conectar con los valores de universalidad y plenitud del suceso, con su extraordinario poder de expansión. En general, todo en la obra nos comunica el profundo sentido de fecundidad de lo contemplado.

4) Vocación y contemplación artística.

 Pues bien, ciertamente es el tenor “procesual” y «caracteriológico», vital, que se refleja en la imagen, lo que alcanza a educarnos éticamente, cuando sabemos captarlo en su alcance personal o existencial. Pero ello todavía permanece, en cierta forma, en el exterior de nuestro progreso moral, hasta que no logramos vincularlo a nuestro propio proceso de desarrollo personal  en un «grado hondamente singular, irrepetible, intransferible, único». Para esto último, resulta crucial “la vocación”: nuestra propia e inconfundible vocación. Vocación, aquí,  indica la llamada personal a descubrir el sentido de la propia vida; el sendero o camino irrepetible de nuestro deambular vital. Pues bien, sólo si captamos el lazo entre el proceso de la obra y nuestro proceso personal, nuestra vocación, alcanza el primero a formarnos de un modo profundo, de alcance ético. Un ejemplo singular de esto se halla en la obra “El regreso del hijo pródigo” [12]. En ella, su autor relata su propia biografía a partir del significado que el homónimo cuadro de Rembrandt cobra en su vocación. Ese genial tratado de Nouwen nos enseña cómo un cuadro, interpretado en la clave de la vocación, puede ayudarnos a profundizar éticamente de un especialísimo modo.

 En realidad, toda gran imagen artística nos enseña algo sobre el hombre y la ética; y, al cabo, sobre nosotros mismos. Así, por ejemplo, en mi propio caso, la citada “Anunciación” de Fra Angélico fue el primer cuadro del Museo del Prado que contemplé con verdadero estupor, siendo muy joven, en una visita organizada por el colegio. La primera imagen artística que logró retenerme, con su magia e impacto profundos, durante ese tiempo único en su observación. El primer cuadro que me ayudó de verdad a preguntarme, e intuir, cómo lo reflejado allí podría contagiar algo de su luz y belleza a mi propia existencia.   Fue, en síntesis, la primera puerta, en forma de obra maestra de la pintura, que se abrió, y que me abrió, luminosa y con una profundidad de perspectiva todavía hoy inolvidable, hacia el sendero de la propia vocación.  Sin embargo, se trató, por supuesto, tan solo del primer gran asombro. Por eso, esto mismo podría predicarlo de otras muchas experiencias personales de contemplación artística, suscitadas ya luego por obras contemporáneas.

-CONCLUSIONES, y síntesis para la aplicación futura: «Que el Arte nos hable en persona y nos llame a lo valioso».

 Así pues, la estética no se limita a rodearnos de formas atrayentes o sugestivas. Favorecida en su sentido pleno, fecunda el interior de las personas y de las comunidades, con extraordinarios, excelentes valores de toda clase y condición [13]. Por eso, aquí, queremos destacar en concreto y precisamente esa dimensión de “llamada”, de apelación hacia un infinito abanico de valores que se alza desde las formas sensibles, y que posee todo lo estético. La estética puede verse, nos parece, como “vocación”, como una solícita voz que reclama desde las figuras de lo sensorial a cuanto abre posibilidades para los seres humanos, a cuanto presenta valor. Promueve y despierta, de esta manera, en nosotros, una « creatividad  integral». Se convierte, así, también en un incomparable caldo de cultivo o crecimiento de la persona, y hasta de la relación o el encuentro entre los sujetos. Fomenta, de algún modo, el impulso hacia lo mejor en el esfuerzo personal y social. Alimenta, con su renovado latido o tensión vital, la felicidad humana y el progreso en el más profundo alcance de estos términos. Sobre todo, de alguna forma, nos educa en la superación de la impaciencia, del descuido fallido, de la premura del interés inmediato. Previene la desatención, al par que contradice la cerrazón más aislante y el utilitarismo. Fomenta -indirecta, mas eficazmente- una comunicación humana profunda, y al cabo las relaciones de don y de ofrenda, de regalo entre las personas. Sin algo de ella, no se forma bien en la colaboración más íntima en aras del bien común, nos parece. Ofrece una extraña cumbre, la de la unión o armonía en valores no calculados ni calculables. De este modo, lo estético enseña una compenetración muy especial: la que se da en lo hondo, un singular espíritu -ánimo- de unión y de encuentro que no busca la utilidad, sino que revisa críticamente nuestro hacer mutuo o nuestro convivir cotidiano. Nos eleva, con su transfigurar lo real, hacia un alto y más amplio horizonte. En suma, nos revela la belleza excepcional de la «unidad de los diversos», que alcanza a todos los seres. En definitiva, nos invita a apuntar hacia esa inefable comunión de lo único [14].

  A causa de lo abundante de este manantial de valores, que suscita lo estético, no podemos dejar aquí de aventurar cierta atrevida proposición. Esta consiste sencillamente en reclamar  “el desarrollo de la vida y de la formación estética y  artística  de todos”. Estética, pues, no ya para unos pocos y selectos genios o críticos, sino para la integridad de nuestros conciudadanos, para el conjunto entero de quienes formamos la sociedad. Lo estético ha de superar las antiguas fronteras o muros de la exclusión económica o social, a través de lo educativo. Pues bien, esta vida y formación estéticas, de alcance universal, comporta el acercamiento al Arte. Por descontado, no podemos formarnos estéticamente con todo vigor si no nos aventuramos a sumergirnos en ese rico caudal que es la esfera de lo artístico. En él, hallamos un río de creatividad inagotable, en permanente movimiento a lo largo del tiempo. Mas, nótese que esto, según hemos expuesto,  supone una exigente cualidad, si hemos de sacar un fruto pleno y colmado. El Arte ha de transformarse de alguna manera en carácter lúdico, creativo y generoso, en un aliento o inspiración que nos abren al otro, desde la humildad de lo contemplativo, en un encuentro con lo diverso que nos fecunda por dentro. Así, pongamos por caso, un espacio discutido como el Museo de Arte contemporáneo de Madrid, o tantos otros entornos artísticos, no pueden resignarse a constituir meras asociaciones de obras. Tienen el reto de convertirse en verdaderas escuelas de encuentro entre ciudadanos, en areópagos de una convivencia más honda, sin desvirtuar esto su neta orientación a lo formal. La ciudad misma, actual y por venir, ha de integrar, de alguna manera, este hermoso ideal, a la par, ético y estético (como en su día pretendieron Roma, París, Londres, Nueva York). La urbe del futuro ha de alcanzar, en fin, a fundir Arte y valores, configurando un sugestivo regazo de tiempo que acoja lo extraño en su abrazo, sin extraviar la propia memoria e identidad de los sujetos.

 En síntesis, también nosotros estamos convencidos de que afinar el criterio estético, e incluso artístico, por medio de estas motivadoras experiencias, cooperará a una felicidad individual y colectiva verdaderamente plenas e integrales. Pero ello no será factible, sin encontrar antes en el camino a la huidiza persona, al sujeto distinto y único, en su sentido más hondo: en su original vocación. Por eso, una de las claves futuras de este esfuerzo de formación o educación estéticos, debe situarse, a nuestro entender, en el fomento de una lectura o vivencia de las obras desde la personal vocación de cada cual, desde lo vocacional. Así, Arte y estética han de «hablarnos», interpelarnos, de modo singular y profundo, existencialmente, a todos y a cada uno de nosotros, según nuestro insustituible nombre e identidad propios. Tenemos que vincularnos con lo estético siempre en clave de vida, y de vida personal, individual y social al tiempo. He aquí un eje del valor humanista o integrador que pueden llegar a alcanzar estas realidades, desde su impulso continuo en la formación humana. Con este ambicioso deseo, concluimos nuestra reflexión en torno a la estética, lo artístico y su valor para la educación.

-BIBLIOGRAFÍA:

-Almacellas, M. A.: Educar con el cine, Eiunsa, Madrid, 2004.

-Blanco, P.: Estética de bolsillo, Palabra, Madrid, 2001.

-Huizinga, J.: Homo ludens, Alianza, Madrid, 1972.

-Kant, I.: Crítica del juicio, Espasa-Calpe, Madrid, 3ª, 1984.

-López Quintás, Alfonso: Estética de la creatividad, PPU, Barcelona, 1987. Pensar con rigor y vivir de forma creativa, Asociación para el estudio y promoción de las ciencias humanas y sociales, Madrid, 1993.

-Nouwen, H. J. M.: El regreso del hijo pródigo: meditaciones ante un cuadro de Rembrandt, PPC, Madrid, 1992.

-Ortega y Gasset, J.: La deshumanización del Arte, en Obras completas, Revista de Occidente, t-III, Madrid, 1966.

-Platón: Hipias mayor,  trad. M. Araujo et. alt., en Obras completas, Aguilar, Madrid, 1990. La República, trad. M. Fernández Galiano y J. M. Pabón, Instituto de estudios políticos, 3 v., Madrid, 1969.

-Plazaola, J.: Introducción a la estética, B.A.C., Madrid, 1973.

-Read, H.: Educación por el Arte, Paidós, Buenos Aires, 1977.

-Schiller, F.: Cartas sobre la educación estética del hombre, trad. V. Romano, Aguilar, Madrid, 1963.

-Tatarkiewiez, W.: Historia de seis ideas: arte, belleza, forma, creatividad, mimesis, experiencia estética, Tecnos, Madrid, 1988.

-Trías, E.: Lo bello y lo siniestro, Seix Barral, Barcelona, 1982.

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[1] Comenzamos recomendando, así, como una introducción clara y amena a la Estética –en su alcance filosófico- la obra de Pablo Blanco: Estética de bolsillo, Palabra, Madrid, 2001.

[2] Eugenio Trías, ya E. D´Ors, y, en general, la estética actual –como muestra asimismo la obra de Plazaola-  han profundizado de un modo especial en ello. Sus aplicaciones al Arte contemporáneo merecen un desarrollo singular. Cf., Plazaola, J.: Introducción a la estética, B.A.C., Madrid, 1973. También, cf. Trías, E.: Lo bello y lo siniestro, Seix Barral, Barcelona, 1982.

[3] Este enfoque adopta el conocido diálogo platónico sobre la belleza, que concluye precisamente advirtiendo lo difícil o arduo de la reflexión certera acerca de ella. Cf.: Hipias mayor, de Platón, trad. M. Araujo et. alt., en Obras completas, Aguilar, Madrid, 1990, p. 118 y ss.     .

[4] Kant, I.: Crítica del juicio, Espasa-Calpe, Madrid, 3ª, 1984.

[5] Esta concepción de la estética es la desarrollada por el fértil pensador español contemporáneo: A. López Quintás. Cf. su Estética de la creatividad, PPU, Barcelona, 1987.

[6] La raíz inspiradora de esto, procede de toda una antropología fundada en el juego, en este sentido de lo lúdico. Cf., Homo ludens de J. Huizinga, Alianza, Madrid, 1972.

[7] Cf., por ejemplo, República, de Platón.

[8]Read, H.: Educación por el Arte, Paidós, Buenos Aires, 1977. Schiller, F.: Cartas sobre la educación estética del hombre, trad. V. Romano, Aguilar, Madrid, 1963.

[9] Este autor se ha centrado en la literatura, y también más recientemente en la música, como claves para la pedagogía ética. Cf., su Pensar con rigor y vivir de forma creativa, Asociación para el estudio y promoción de las ciencias humanas y sociales, Madrid, 1993.

[10] En esta línea, cabe mencionar en España los trabajos de M. A. Almacellas, como Educar con el cine, Eiunsa, Madrid, 2004.

[11] Cf. A. López Quintás : Estética de la Creatividad, cit.

[12] El regreso del hijo pródigo: meditaciones ante un cuadro de Rembrandt, H. J. M. Nouwen, PPC, Madrid, 1992.

[13] Una obra que refleja esta magnífica riqueza y variedad de valores y de categorías estéticas, en su desplegarse en la historia humana, es: Tatarkiewiez, W.: Historia de seis ideas: arte, belleza, forma, creatividad, mimesis, experiencia estética, Tecnos, Madrid, 1988.

[14] De aquí deriva, en sentido inverso, lo delicado y arriesgado también de ciertas tendencias artísticas para la persona y la sociedad, así como lo importante de su análisis profundo, como por ejemplo el desplegado por Ortega en torno a la deshumanización del Arte en ciertos momentos. Cf. Ortega y Gasset, J.: La deshumanización del Arte, en Obras completas, Revista de Occidente, t-III, Madrid, 1966.