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(Comunicación presentada en las IV Jornadas de la AEP: Julián Marías: una visión responsable.
7-9 febrero 2008. Universidad Complutense de Madrid-Universidad San Pablo CEU)
-Alcance y pertinencia de nuestro tema.
Las primeras líneas de Persona [1] de Julián Marías se inician precisamente enunciando el carácter misterioso de la persona humana:
<<… la realidad más importante de este mundo, a la vez que la más misteriosa y elusiva, y clave de toda comprensión efectiva: la persona humana>>[2].
Este sencillo dato nos muestra ya desde un principio la relevancia que en él adquiere dicha peculiaridad de la persona. Tanto es ello así que este “ser misterioso” constituye una de las claves fundamentales del original modo en que el filósofo español se adentra en la reflexión acerca de la persona.
Pues bien, este hecho no debe considerarse algo accidental. Todo lo contrario, a nosotros nos parece que se trata de uno de los puntos más importantes de su pensamiento a este respecto por diversas razones. La más honda no estriba en la constante enunciación de este rasgo mistérico de lo personal, por parte de Marías, sino en la honda significación que el mismo alcanza en su singular pensar. Justamente es siempre desde la advertencia del misterio de la persona, como Marías se encamina en su meditación hacia el amor y la vocación. Sólo de la mano del reconocimiento de su misterio, recorre nuestro autor la arriesgada senda de la persona en la que resuena la llamada del amor.
Por eso, en síntesis, creemos que cualquier investigación profunda de la filosofía de Marías ha de incluir necesariamente esta piedra angular de su reflexión. Ello, ya se enfoque luego a uno u otro tema específico. Esto, a causa de la particular pujanza de este ser misterio de la persona a la hora de abrirnos al propio estilo de pensamiento de Marías en torno al ser humano.
-El misterio de la persona llama al filósofo.
Marías, como fidelísimo discípulo de Ortega, desarrolla su filosofía a partir de la noción de “razón vital”. De acuerdo con ello, insiste sin fatiga en la importancia decisiva que para todo pensar tiene su arraigarse en el valor de “lo real”. De aquí procede su permanente referencia a categorías, ya exploradas por su maestro, relacionadas con el valor del “sentido de la realidad”. Entre ellas figuran expresiones como las de: “lo que hay”, el “dar-se cuenta de”, la “circunstancia”, “el marco”, “la historia”, “España”, “el espacio”, etc.
Pues bien, el misterio de la persona humana constituye una de las más radicales claves de lo real, acaso la más crucial. Es el misterio nuclear en y del mundo. Una “evidencia” inaugural, fundante y universal, primera u originaria para cualquier consideración de la realidad. Acaso, su misma médula. Esto porque antes que nada:
<<Todos los hombres son personas, y se saben distintos de toda otra forma de realidad>> [3].
De aquí arranca el que la filosofía no pueda ignorar la realidad de este misterio de la persona sin dejar de ser ella misma. Y, sin embargo, paradójicamente hasta hoy, según nuestro pensador puede afirmarse que:
<<… esta cuestión ha sido tenazmente desatendida; la filosofía, a lo largo de su milenaria historia, ha pensado escasamente sobre ella>> [4].
-Pero ¿por qué es la persona humana misterio?
La persona humana revela su ser misterioso, según Marías, a través de muy diversos rasgos. Aquí, vamos a procurar explicitar algunos de ellos como simple ilustración de este dato fundamental. En realidad, estos aspectos se complementan y finalmente convergen en el ser misterioso de la persona que los transciende de alguna manera a todos.
-El arte del saber acerca de la persona.
Entre los rasgos que evidencian el misterio de la persona figura, sin duda para este autor, el propio carácter opaco que revela siempre el esfuerzo que emprendemos al conocerla: “su opacidad ante nuestro conocimiento”. En efecto, existen límites en nuestro conocer a la persona. Estos límites están vinculados a su modo de ser específico, a su diferencia con respecto a lo cósico, a su individualidad o unicidad inigualables. De esta forma, cuando los humanos queremos comprenderla del todo en su ser, la persona se escapa y hay algo de ella que permanece alejado de nuestro afán. Hasta tal punto es así que Marías denomina a la persona, en este aspecto concreto, como “arcano”. Ya varios capítulos de su obra Persona llevan por títulos enunciados que manifiestan esta opacidad de lo personal ante el mero conocer humano. Así ocurre, por ejemplo, con los capítulos V y VIII, titulados respectivamente: “Las ocultaciones de la persona” (V) y “El arcano de la persona” (VIII). Literalmente, escribe acerca de esto:
<<Ser persona es algo evidente y que se impone todos los humanos; y sin embargo siempre se ha advertido una dificultad para comprenderlo, se ha sentido que esa condición es evasiva o elusiva,…>>[5].
Sin embargo, el esfuerzo por conocer a la persona, a las personas, resulta irrenunciable. Ello, no ya sólo para el pensador en su tarea específica sino para cualquiera que aspire a orientarse hacia la felicidad. En un mundo en el que parecemos cercados de cosas y objetos, el difícil conocimiento de la persona (cuya clave se halla en “la atención”) resulta decisivo. Numerosos textos de Marías indican una progresiva y perseverante conciencia del valor de este conocer a la persona. Así, su sugerente artículo Distinguir de personas nos brinda consideraciones preciosas en torno al sentido y las dificultades de dicho conocer:
<<Tengo conciencia de que el saber vital más importante es el arte de distinguir de personas>>[6].
-Lo misterioso de la vida personal.
La persona humana constituye un misterio porque su vida misma lo es. No sólo porque exista algo impenetrable a la hora de acceder a la misma, desde el prisma del conocimiento. En efecto, “la vida personal” se halla ligada a realidades cuya enjundia o tenor parecen superar con creces lo puramente material, cósico u objetual. Marías realiza una recapitulación de muchos de estos aspectos. Entre otros, advierte con acierto desde un principio que la vida personal contiene interioridad e intimidad; también, que se halla conectada con la Transcendencia [7]; y, de modo singular, el que en ella se da la posibilidad desconcertante de “la sorpresa” (lo creativo, libertad, etc.) Sobre ello escribe:
<<Por esto hay un elemento de sorpresa en el encuentro con la persona, incluso con la que cada uno es;…>>[8].
A este respecto, merece destacarse un punto eje en la peculiar lectura de la vida personal por parte de Marías. Este consiste en su subrayar el carácter “dramático”, no sólo histórico de la misma. En efecto, según nuestro pensador, existe algo siempre abierto o “por venir”, no hecho, no cerrado o dado del todo en la vida humana. Para Marías, la temporalidad y el carácter “proyectivo” de nuestro vivir constituyen un dato radical y nuclear. Por eso, el futuro conforma una dimensión esencial del humano existir, para Marías, y hasta llega a definir a la persona por el futuro, su futuro, de modo que afirma:
<<La persona es intrínsecamente futuriza, está proyectada hacia el futuro (…)>>[9].
De aquí deriva el que la vida personal constituya en sí misma: “una tarea”, una labor a realizar que compromete al propio sujeto que la vive. Esta tarea inacabada, al incluir a su propio protagonista en sí inseparablemente, se transforma ella misma en “drama”, un drama misterioso. Recordemos a este propósito a Marcel, quien ha descrito el misterio como aquella cuestión o interrogante que incluye al propio sujeto al que se le presenta (al contrario que el mero “problema”) [10].
Un ejemplo concreto de esta apertura dramática de la vida personal puede hallarse en el interesantísimo y lleno de acierto análisis, por parte de Marías, de la figura del “fanático” [11]. Fanático es aquel que carece de personalidad propia en cuanto tal, que resulta incapaz de distinguirse del grupo masa al que está adscrito y pensar por sí mismo lo real. Pues bien, hasta del fanático no cabe desesperar del todo. En tanto miembro sumiso del grupo no tiene, desde luego, salida. Pero el fanático, todo fanático, es además “persona”, individuo y más que individuo. Por tanto, separado de la masa, incluso él puede llegar a captar la verdad. Tiene vida personal; y así en él también la vida es una existencia inacabada, abierta. De ahí el que Marías estime que, puesto que el fanático es persona, su ser revela de algún modo, en cierto sentido último, esta perenne posibilidad de conversión a lo real, a la verdad.
-La persona concreta como misterio que llama al amor.
El misterio de la persona, tal como lo vislumbra Marías, emerge a nuestro juicio de algo todavía más hondo o radical que la constatación de los rasgos propios e inconfundibles de ésta. No deriva, pues, el asombro del filósofo sólo de lo misterioso que se aloja y muestra en las características de la persona, en cuanto objeto de reflexión. Con la persona, en fin, nos encontramos ante/en un misterio en sentido estricto; es decir, una realidad interrogativa que resulta irreductible a sus notas o elementos [12].
En Marías, aparece con claridad que la persona es misterio fundamentalmente por ella misma. Es decir, misterio en cuanto persona, por su mismo ser de persona. No por sus cualidades o propiedades aisladas en la meditación humana. La persona aparece como misterio ya desde el primer instante. Su misterio se patentiza en su “presencia”, concreta y singular. De hecho, la primera de las reflexiones que componen Persona se titula: “Presencia” [13].
Es la experiencia vital de la relación con la persona concreta la que hace “visible”, expreso, el misterio de lo personal. Sólo más tarde, puede advenir a éste la consideración filosófica de la cuestión. Mas lo verdaderamente, lo originariamente misterioso se halla en el acontecimiento de la relación o encuentro con la persona. Esto es lo más sorprendente, lo genuinamente misterioso.
Sin duda, aquí, un alcance singular lo tendrá para Marías el propio maestro, Ortega y Gasset. Son raras las ocasiones en que su pensamiento olvida la referencia a la conmoción del encuentro personal con él. Incluso Persona se abre, casi inconscientemente, con unas páginas acerca de Ortega. En concreto, Marías parece comenzar su andadura en torno a la persona a partir del hecho de la des-aparición de su maestro. ¿Cómo es posible que Ortega muera y sin embargo sea verdad su testimonio personal?, parece preguntarse. La muerte tiene a este propósito un significado muy especial. La muerte nos revela también, a su manera, el misterio de la persona. Lo hace porque formula a la persona misma como un cierto interrogante para la persona. Pues la persona concreta y única pide vida y continuidad, no extinción. Luego, hay un desconcertarnos, un sorprendernos siempre en la muerte, un misterio que es reflejo del ser personal. Todo ello, aparece aún más contundentemente en la muerte de nuestro ser querido, de aquel a quien amamos. Ortega y la propia mujer de Marías, con su vida y su muerte, ofrecen a nuestro pensador una incontestable experiencia personal de ello [14].
Ahora bien, la conmoción siempre singular y única que instaura en el ser humano la persona, en el sentido de toda y cada persona en concreto, está sellada por el amor. La huella, la indeleble marca del amor constituye la auténtica cifra del misterio, es el misterio mismo de la persona. Sin duda, en el amor se halla la clave última de la persona, y Marías es consciente de ello. Algunos de sus estudiosos o comentaristas así lo han testimoniado; por ejemplo, Francesco de Nigris al afirmar:
<<Julián Marías piensa que lo que caracteriza primordialmente a la persona es el amor>> [15].
El misterio del hallazgo de la persona es un misterio de amor; es amor. Más precisamente: una llamada de amor. En efecto, el amor es esencialmente “vocación”. El amor personal tiene la forma de una llamada. Marías acierta al descubrir esta estructura apelativa del amor personal. Ello queda establecido cuando reflexiona acerca del “nombre propio”, el distintivo de la persona. Para nuestro filósofo, todo nombre propio, nombre de persona, nace como “vocativo”, surge en esta singular forma. Nuestro nombre no nace del afán humano de denominar objetivamente lo real, sino “para llamarnos”, para dirigirse a nosotros, para despertar en nuestro ser conciencia de identidad. Al nombrarnos, nuestros prójimos nos llaman por nuestro nombre propio. Así:
<<Este es el sentido de la pertenencia de la persona a la palabra. Por lo pronto, el nombre propio, que no es primariamente denominativo sino vocativo, aquel con quien se llama a alguien>> [16].
A este propósito conviene saber que las referencias a la vocación en el pensamiento de Marías son constantes. A menudo, esta categoría o noción alcanza en él un particular vigor a la hora de describir y analizar la existencia humana. Una prueba de ello se encuentra en su recurso a ese complejo campo semántico y filosófico configurado por las numerosas y fecundas palabras que parecen girar en torno a la idea de la vocación (lo vocativo, la voz, la llamada, la apelación, etc.) Todo este ámbito, en cuanto clave de prospección de lo personal, no constituye en absoluto un dato puramente accesorio y poco relevante en Marías. Recordemos a este fin, por ejemplo, su artículo “Voces”, en el que se lee:
<<En la voz se descubre el temple de la persona que habla,(…) En la voz se desnuda la intimidad personal>> [17].
Pero no es este, nos parece, el lugar apropiado para proceder a un estudio detallado de este tema en nuestro pensador [18]. Baste atender, como muestra, a su rotunda definición del ser del hombre:
<<(…) circunstancia y vocación son rasgos inmediatos de mi estructura>> [19].
He aquí, en definitiva, el indisoluble lazo de la persona y el amor que se anuda al modo peculiar de la vocación: una vocación de amor personal que comporta misterio. Marías nos ayuda a ahondar en esta “evidencia misteriosa” de la persona que conserva en su seno siempre algo de ignoto. Por esto, en fin, cabe concluir que ante el misterio de la persona determinada y específica se despierta una “vocación de amor”. Y viceversa, en suma, con Marías podemos afirmar que es en el amor como apelación profunda y concreta donde se nos manifiesta lo misterioso de toda y de cada persona.
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[1] Persona, J. Marías, Alianza, Madrid, 1997.
[2] Idem, p. 9.
[3] Idem, p. 47.
[4] Idem, p. 9.
[5] Idem, p. 47.
[6] J. Marías, “Distinguir de personas”, ABC, 26 del 4 de 2001.
[7] Persona, cit., p. 75.
[8] Idem, p. 62.
[9] Idem, p. 31 y ss.
[10] G. Marcel, Ser y tener, Ed. Caparrós, Madrid, 2003.
[11] Cf. su interesantísimo ensayo: “La calidad personal”, publicado en ABC, 30 de julio de 1998.
[12] Sobre el misterio, en la clave abierta por Marcel, remitimos asimismo al estudio: “Conciencia de tiempo abierto”, de M. Ballester, en Ante un mundo roto: lecturas sobre la esperanza, M. Ballester editor, Quaderna editorial, Murcia, 2005, pp. 15-37.
[13] Persona, cit., p. 13.
[14] “En Julián Marías, la fe está ligada a la razón. Entrevista a Francesco de Nigris, discípulo de don Julián Marías”, Alfa y Omega, sección “Testimonio”, 4 de enero de 2007.
[15] “En Julián Marías, la fe está ligada a la razón. Entrevista a Francesco de Nigris, discípulo de don Julián Marías”, cit.
[16] Persona, cit., p. 128.
[17] J. Marías, “Voces”, en ABC, 15 del 5 de 2003.
[18] A este respecto, nos permitimos señalar que pueden hallarse algunas indicaciones en nuestra obra: Vocación y persona, J. Barraca, Unión Editorial, Madrid, 2003, pp. 38, 79 y 139n.
[19] Persona, cit., p. 21. La negrita es nuestra.