(Comunicación presentada en las II Jornadas

de la Asociación Española de Personalismo:

“La filosofí­a personalista de Karol Wojtyla”,

Universidad Complutense de Madrid,

16-18 de febrero de 2006)

Emilia Bea*

 

De los múltiples aspectos del pensamiento de Karol Wojtyla que merecen ser abordados, nos centraremos en sus reflexiones sobre Europa realizadas durante su Pontificado y, en especial, en las palabras de Juan Pablo II dirigidas a los creyentes europeos para que contribuyan a construir un nuevo continente fiel a sus raíces y abierto a todos.  La construcción de la casa común europea debe estar fundamentada en los valores cristianos, pues son la base de los principios más valiosos de la civilización europea, como la idea de dignidad humana y de los derechos humanos. En este sentido, su pensamiento se pondrá en relación con el de otra pensadora personalista también de tendencia fenomenológico-tomista, Edith Stein, a la que proclama «copatrona de Europa» destacando su diálogo con el pensamiento filosófico contemporáneo y el hecho de ser puente entre sus raíces cristianas y el judaísmo. Sobre ella afirma que es «la expresión de una peregrinación humana, cultural y religiosa que encarna el núcleo profundo de la tragedia y de las esperanzas del continente europeo». Frase que nos servirá como hilo conductor del trabajo.

            La exhortación apostólica Ecclesia in Europa es el texto que mejor condensa las reflexiones sobre Europa de Juan Pablo II y la importancia que atribuye a los mártires como signos de esperanza para el futuro: “Quiero proponer a todos, para que nunca se olvide, el gran signo de esperanza constituido por los numerosos testigos de la fe cristiana que ha habido en el último siglo, tanto en el Este como en el Oeste. Ellos han sabido vivir el Evangelio en situaciones de hostilidad y persecución, frecuentemente hasta el testimonio supremo de la sangre. Estos testigos, especialmente los que han afrontado el martirio, son un signo elocuente y grandioso que se pide contemplar e imitar. Ellos muestran la vitalidad de la Iglesia; son para ella y la humanidad  como una luz, porque han hecho resplandecer en las tinieblas la luz de Cristo; al pertenecer a diferentes confesiones cristianas, brillan asimismo como signo de esperanza para el camino ecuménico”[1].

        La referencia a la Europa del Este y del Oeste y a los testigos de diferentes confesiones cristianas se encuentra en otros muchos textos de su Pontificado, pues, como manifiesta el mismo Juan Pablo II, “un Papa, hijo de un pueblo eslavo, siente de forma particular en su corazón la llamada de esos pueblos”. Su aspiración es llegar a aunar dos mundos separados, no tanto por la fe, sino por la mentalidad cultural; porque siente la necesidad de que ambos deben complementarse y nunca oponerse con la separación o el enfrentamiento, ya que unidad no equivale a uniformidad sino que evoca integración y comunión. En este sentido dirá que “la Iglesia debe respirar con sus dos pulmones”[2]: Oriente y Occidente, pues estos constituyen su entero Cuerpo. Guiado por esta convicción y por sentimientos de amor hacia estas iglesias les dedicará su Carta Apostólica Orientale lumen (la Luz del Oriente)[3].

        Esta preocupación del Papa concordaría perfectamente con la tesis que sitúa los orígenes de Europa en un período, la Antigüedad tardía, capaz de considerarse el tronco común de todos los pueblos que integran Europa, orientales y occidentales. Así, el profesor Albert Viciano pone el acento en el carácter aglutinante del cristianismo que está en la base de la conciencia a europea. Europa nace, según esta tesis, gracias a la labor de inculturación del Evangelio llevada a cabo por los intelectuales cristianos de los últimos siglos de la Edad Antigua, conocidos como  “Padres de la Iglesia” o Patrística. Los Padres de la Iglesia, tanto los orientales como los latinos, hicieron un importante esfuerzo de “recepción” de los valores culturales grecolatinos en la medida en que sirvieran para la vivencia de la fe cristiana, es decir, los valores antiguos o clásicos eran recibidos e interpretados en un proceso histórico de renovación cultural. Así lograron cambiar el bagaje espiritual que fundamentaba la cultura grecorromana sustituyendo la mitología por la Biblia. Como A. Viciano afirma con gran acierto, en los siglos IV y V asistimos al cambio del “relato constitutivo” de una cultura. Desde entonces, la Biblia sigue siendo el “relato constitutivo” de nuestra cultura. Por ello, aunque no cabe duda que las raíces culturales de los valores europeos son múltiples, el cristianismo ha contribuido a forjarlos de manera particular[4].

        Juan Pablo II proclama una serie de valores que se manifiestan en la tradición cristiana: el valor de la dignidad humana, el valor de la razón, de la libertad, de la democracia, del Estado de Derecho y de la distinción entre política y religión. “Muchos de los grandes paradigmas de referencia indicados, que son la base de la civilización europea, hunden sus raíces últimas en la fe trinitaria. Esta contiene un extraordinario potencial espiritual, cultural y ético, capaz de iluminar algunas grandes cuestiones que hoy se debaten en Europa”[5]. Podríamos recordar aquí la bella frase de Nikolái Fiódorov, “nuestro programa social es la Trinidad” o las ideas del pensador federalista y personalista Denis de Rougemont, que extrae las implicaciones éticas, políticas y económicas de la “unidiversidad” trinitaria, afirmando que solo si partimos de la Trinidad como “unidad de únicos” podremos llegar a una antropología integral, a una adecuada noción de persona y al núcleo del personalismo comunitario como alternativa tanto frente al individualismo  como del colectivismo[6].

        De hecho, en el proceso de construcción europea, el pensamiento personalista, de inspiración cristiana, ha sido determinante tanto a nivel filosófico como a nivel de acción política. Algunos de los políticos más relevantes en el proyecto europeísta de después de la Segunda Guerra Mundial se consideran herederos del personalismo, por ejemplo los líderes democristianos: el italiano Alcide de Gasperi, el alemán Konrad Adenauer y el francés Robert Schuman, los cuales son considerados los padres fundadores de Europa. Por cierto, ahora se está iniciando el proceso de canonización de este último. También otro nombre importante del proceso de construcción europea, el socialista francés Jacques Delors, se considera heredero directo del pensamiento de Emmanuel Mounier, como se puso de manifiesto al presidir el Congreso Internacional que se celebró sobre este pensador cristiano en París, el año 2000, al que tuve la suerte de asistir.

        En Ecclesia in Europa se proclama con fuerza que en el proceso de construcción de la “casa común europea”,  se debe aspirar a un “modelo nuevo de unidad en la diversidad, comunidad de naciones reconciliada, abierta a los otros continentes e implicada en el proceso actual de globalización”[7]. Y, como consecuencia de todo eso, se hace una apelación directa a los responsables de la elaboración del proyecto de Constitución: “Deseo dirigirme una vez más a los redactores del tratado constitucional europeo para que figure en él una referencia al patrimonio religioso y, especialmente, cristiano de Europa”[8]. Y en otro momento de la Exhortación: “Europa necesita un salto cualitativo en la toma de conciencia de su herencia espiritual. Este impulso sólo puede darlo desde una nueva escucha del Evangelio de Cristo. Corresponde a todos los cristianos comprometerse en satisfacer este hambre y sed de vida”[9] porque “el Evangelio de la esperanza no defrauda… es profecía de un mundo nuevo; es invitación a todos, creyentes o no, a trazar caminos siempre nuevos que desemboquen en la Europa del espíritu”[10].

        En esta línea, para comprender el papel del cristianismo y de sus testigos en la historia de Europa resulta de especial valor la Carta Apostólica, en forma de motu proprio, para la proclamación de Santa Brígida de Suecia, Santa Catalina de Siena y Santa Teresa Benedicta de la Cruz copatronas de Europa, del día 1 de octubre del año 1999.

        Al inicio de esta Carta Apostólica aparece la misma llamada a los cristianos para que traten de “dar una contribución específica a la construcción de Europa, que será tanto más válida y eficaz cuanto más capaces sean de renovarse a la luz del Evangelio. De este modo, se harán continuadores de esa larga historia de santidad que ha impregnado las diversas regiones de Europa en el curso de estos dos milenios… La Iglesia no duda de que precisamente este tesoro de santidad es el secreto de su pasado y la esperanza de su futuro”.

        En esta perspectiva cabe situar la proclamación de la tres santas como copatronas de Europa, completando la proclamación como copatronos de Europa, junto a san Benito, de dos santos del primer milenio, los hermanos Cirilo y Metodio, pioneros de la evangelización de Oriente. Con ellos se integra en el grupo de los santos patronos a «tres figuras igualmente emblemáticas de momentos cruciales de este segundo milenio que está por concluir; tres grandes santas, tres mujeres que, en diversas épocas —dos en el corazón del Medioevo y una en nuestro siglo— se han destacado por el amor generoso a la Iglesia de Cristo y el testimonio dado de su cruz». Como Juan Pablo II señala, debe considerarse «particularmente significativa la opción por esta santidad de rostro femenino, en el marco de la tendencia providencial que, en la Iglesia y en la sociedad de nuestro tiempo, se ha venido afirmando, con un reconocimiento cada vez más claro de la dignidad y de los dones propios de la mujer”.

En este sentido, resulta también significativo que las tres coinciden en ser mujeres que viven en momentos críticos de la historia de la Iglesia y que son capaces de interpelar a las autoridades civiles y religiosas. Refiriéndose a Catalina de Siena dice que “con esta misma fuerza se dirigía a los eclesiásticos de todos los rangos para pedir la más rigurosa coherencia en su vida y en su ministerio pastoral. Impresiona el tono libre, vigoroso y tajante con el que amonestaba a sacerdotes, obispos y cardenales. Era preciso —decía— arrancar del jardín de la Iglesia las plantas podridas sustituyéndolas con ‘plantas nuevas’, frescas y fragantes. La santa sienesa, apoyándose en su intimidad con Cristo, no tenía reparo en señalar con franqueza incluso al Pontífice mismo, al cual amaba tiernamente como ‘dulce Cristo en la tierra’, la voluntad de Dios, que le imponía librarse de los titubeos dictados por la prudencia terrena y por los intereses mundanos para regresar de Aviñón a Roma”.

Más adelante veremos cómo también Edith Stein muestra una decidida actitud ante el Papa Pio XI, a quien escribe en 1933, recién ascendido Hitler al poder, una carta sobre la situación de los judíos en Alemania. Antes de comentar esta carta, nos interesa conocer los aspectos de esta santa destacados por Juan Pablo II en la Carta Apostólica que venimos comentando y que no es, desde luego, la única ocasión en que nos habla de ella[11], ya que le es muy próxima por formación y tradición filosófica. Carlos Díaz sitúa a ambos en lo que él define como “personalismo de raíz fenomenológico-tomista”[12].

Según leemos en la Carta Apostólica: “En ella, todo expresa el tormento de la búsqueda y la fatiga de la «peregrinación» existencial. Aun después de haber alcanzado la verdad en la paz de la vida contemplativa, debió vivir hasta el fondo el misterio de la cruz”. Su primer “encuentro con la cruz y con su fuerza divina” se produjo gracias al ejemplo de serenidad de la esposa de Adolf Reinach ante la muerte en la guerra del joven filósofo –discípulo como ella de Husserl y miembro del grupo de Göttingen. Como escibirá más tarde, “en aquel momento, mi incredulidad cayó por tierra… y resplandeció Cristo: Cristo es el misterio de la cruz”. Este ejemplo, junto a la lectura en casa del matrimonio Conrad-Martius de la vida de Santa Teresa de Jesús, son claves en su proceso de conversión y en su camino hacia el Carmelo, en el que ingresará en 1933, asumiendo como religiosa consagrada al Cristo crucificado el nombre de Teresa Benedicta de la Cruz. Edith Stein había nacido en Breslau el dia de Yom Kipur de 1891 y era la menor de una familia numerosa de comerciantes judíos que sufre la muerte prematura del padre[13]. La influencia de la madre, judía ortodoxa, no impide que abandone pronto toda práctica religiosa y por ello entiende su conversión al cristianismo como un paso de la increencia a la fe. Así, desde su conversión al cristianismo se siente más unida que nunca a su pueblo, pues “el retorno a Dios me hizo sentir judía de nuevo”. Según la hermana Teresa Margarita Drügemüller, que coincidió con ella en el Carmelo de Colonia, “esta gran mujer podría ser el punto de reconciliación entre hebreos y cristianos, para que juntos reconozcan ser hijos de un único Padre celestial y vivir de Su amor y de Su bendición”[14].

Como leemos en la Carta Apostólica, “con toda su vida de pensadora, mística y mártir, lanzó un puente entre sus raíces judías y la adhesión a Cristo, moviéndose con segura intuición en el diálogo con el pensamiento filosófico contemporáneo y, en fin, proclamando con el martirio las razones de Dios y del hombre en la inmensa vergüenza de la ‘shoah’”.

Dos aspectos clave de la significación de Edith Stein son enunciados en estas frases: diálogo con el pensamiento filosófico contemporáneo y puente entre sus raíces judías y la adhesión a Cristo. Aspecto este último que nos interesa particularmente, ya que si, como se ha dicho con acierto, su vivencia personal es el criterio hermenéutico indispensable de su doctrina, su experiencia como judía –en momentos tan cruciales para su pueblo- ayuda a explicar su pensamiento y permite comprender que, siguiendo las palabras de Juan Pablo II, “en el campo de exterminio muriera como hija de Israel” y “al mismo tiempo, como hermana Teresa de la Cruz” –“eminente hija de Israel e hija fiel de la Iglesia”[15].

Además, no es una cuestión en absoluto ajena a la corriente fenomenológica en la que se inscribe su noción de “empatía”[16],  pues precisamente desde el judaísmo se ha interpelado a la fenomenología y esta interpelación ha resultado muy fructífera filosóficamente. Recordemos el impacto que causó la publicación de la obra de Emmanuel Lévinas, Totalidad e infinito, que proponía una síntesis muy original del pensamiento judío contemporáneo con la problemática fenomenológica, y, en concreto, con el pensamiento de Husserl y Heidegger. Lo que lleva a Lévinas a reflexionar sobre la totalidad es la experiencia del holocausto. La filosofía del todo contiene la semilla de los totalitarismos. Ya Frank Rosenzweig en La estrella de la Redención había denunciado a la filosofía occidental por idealista y había alertado de la tentación totalitaria del idealismo, de la violencia que supone reducir la riqueza de la realidad a un solo elemento (sea Dios, la raza, el proletariado…). Como ha afirmado el teólogo Johann Baptist Metz, siguiendo a Lévinas, después de Auschwitz el sentido de la historia se pone en entredicho de forma definitiva; la crisis de la modernidad alcanza su cumbre. Según señaló el padre Camilo Maccise en la apertura del Congreso internacional sobre Edith Stein, celebrado en Roma en 1998, a partir de ella y de las otras víctimas de los campos de exterminio se plantea la pregunta crucial «¿cómo hablar de Dios después de Auschwitz?», a la que, según el padre Felix M. Schandl, cabe añadir otra pregunta igualmente radical «¿cómo hablar de la Iglesia después de Auschwitz?». Sólo desde estos interrogantes nos podemos «aproximar a Edith Stein como una de los millones de víctimas de la Shoa y a su auténtica visión de la Iglesia»[17].

Volvamos una vez más a la Carta Apostólica de Juan Pablo II: “Todo su camino de perfección cristiana se desarrolló bajo el signo no sólo de la solidaridad humana con su pueblo de origen, sino también de una auténtica participación espiritual en la vocación de los hijos de Abraham, marcados por el misterio de la llamada y de los ‘dones irrevocables’ de Dios”.

Si su obra Estrellas Amarillas era un alegato contra el antisemitismo –retrato de la “dimensión humana judaica frente a la caricatura que se ha forjado de nosotros”[18]- en su obra también autobiográfica Cómo llegué al Carmelo de Colonia[19] muestra lo que acabamos de leer: Cómo se ha cargado la cruz sobre el pueblo judío y cómo los que son conscientes de ello deben cargarla libremente sobre sí en nombre de todos. En la ceremonia de beatificación, Juan Pablo II señala que “desde que comenzó a entender ‘bajo el signo de la cruz’ el destino del pueblo de Israel se fue dejando asimilar cada vez más profundamente por el misterio salvador, de Cristo, para contribuir a soportar, unida espiritualmente a El, el dolor inmenso de los hombres y expiar la injusticia del mundo, esa injusticia que clama al cielo. Como “Benedicta a Cruce-Bendecida por la cruz’ deseaba llevar con Cristo la cruz por la salvación de su pueblo, su Iglesia, el mundo entero. Se ofreció a Dios como ‘sacrificio expiatorio por la paz verdadera’ y, sobre todo, por su pueblo oprimido y humillado”. Estaba convencida de que el destino de su pueblo era también el suyo. En diciembre de 1938 escribe: “Soy una pequeña Ester pobre e impotente pero el rey que me ha elegido es infinitamente grande y misericordioso. Es éste un gran consuelo”[20].

Solidaridad mística y denuncia del antisemitismo, que no son en absoluto ajenas a la dimensión política de su obra, pues proceden también de su alto concepto de la vida pública, del papel de la política, del sentido de la dignidad humana y de los derechos de la persona. Ella trataba de superar la oposición ficticia introducida por el nacionalsocialismo entre el pueblo judío y el pueblo alemán. Por eso siempre se definía como “hebrea alemana”[21].

Como hemos dicho antes, esta denuncia se concreta en la carta que escribe en 1933 al Papa Pío XI, carta sellada y recientemente publicada, pero de la que ya se tenía noticia porque Edith Stein la comenta en su autobiografía[22]. Se trata, sin duda, de un documento de gran valor histórico, filosófico y profético, directamente relacionado con su visión de la persona y de la comunidad. La carta nace de la coherencia evangélica y de la indignación ética frente a la barbarie: no hay derecho a la persecución pero tampoco al silencio. Leemos: “Como hija del pueblo judío, que, por la gracia de Dios, desde hace once años es también hija de la Iglesia católica, me atrevo a exponer ante el Padre de la Cristiandad lo que oprime a millones de alemanes. Desde hace semanas vemos sucederse acontecimientos en Alemania que suenan a burla de toda justicia y humanidad, por no hablar del amor al prójimo. Durante años, los jefes nacionasocialistas han predicado el odio a los judíos. Después de haber tomado el poder gubernamental en sus manos y armado a sus aliados, -entre ellos elementos criminales-, ya han aparecido los resultados de esa siembra de odio”. Edith Stein se refiere a la declaración de boicot[23] que lleva a muchos a la desesperación e incluso al suicidio “pues roba a los hombres su mera subsistencia económica, su honor de ciudadanos y su patria” . Y muestra la responsabilidad de los que han llevado las cosas tan lejos y de “todos aquellos que guardan silencio acerca de esto”.

A continuación se refiere directamente al silencio de la Iglesia: “Todo lo que ha acontecido y todavía sucede a diario viene de un régimen que se llama ‘cristiano’. Desde hace semanas, no solamente los judíos, sino miles de auténticos católicos en Alemania, y creo que en el mundo entero, esperan y confían en que la Iglesia de Cristo levante la voz para poner término a este abuso del nombre de Cristo. ¿Esa idolatría de la raza y del poder del Estado, con la que día a día se machaca por radio a las masas, acaso no es una patente herejía? ¿No es la guerra de exterminio contra la sangre judía un insulto a la Sacratísisma Humanidad de Nuestro Redentor…?. Y añade en tono profético: “Todos los que somos fieles hijos de la Iglesia y que consideramos con ojos despiertos la situación en Alemania nos tememos lo peor para la imagen de la Iglesia si se mantiene el silencio por más tiempo. Somos también de la convicción de que a la larga ese silencio de ninguna manera podrá obtener la paz con el actual régimen alemán. La lucha contra el catolicismo se llevará por un tiempo en silencio, y por ahora con formas menos brutales que contra el judaísmo, pero no será menos sistemática. No falta mucho para que pronto en Alemania ningún católico pueda tener cargo alguno si antes no se entrega incondicionalmente al nuevo rumbo”.

En los últimos años se ha especulado mucho sobre la actitud de Pio XI y, más aún, sobre la de Pío XII ante el nazismo[24]. No podemos entrar ahora a fondo en este tema ni podemos saber si pudo tener alguna influencia la carta de Edith Stein en la encíclica de Pío XI, Mit Brennender Sorge (Con Viva Angustia)[25], que, sin tratar explícitamente la cuestión judía, sí critica la ideología nazi. Lo que sabemos por su autobiografía es que sintió una gran decepción por el efecto inmediato de su carta: “Recibí una bendición pero otra cosa no conseguí. Y sin embargo, durante los años siguientes se fue cumpliendo punto por punto mi predicción sobre el futuro de los católicos”[26]. La carta no se limitaba a solicitar un pronunciamiento de condena de la persecución nazi a los judíos “que rompiera un silencio que pudiera parecer cómplice y dañara a la Iglesia”, sino que era también un aviso a la Iglesia católica que corría el mismo peligro.

Es un diagnóstico tan certero y con tanta anticipación como el de otra gran mujer, también recientemente canonizada, por el Patriarcado de Constantinopla, y que, tras un intenso itinerario espiritual, fue igualmente asesinada en una cámara de gas. Se trata de Maria Skobtsov, que, sin ser judía de origen, como cristiana se sentía de la misma raza espiritual que el pueblo judío y quiso compartir su suerte hasta el martirio. Ella decía: “No hay cuestión judía sino cuestión cristiana; no veis que es contra el cristianismo contra quien está entablada la lucha; si fuéramos auténticos cristianos, llevaríamos todos la estrella amarilla”[27].

De hecho, Edith Stein fue detenida, junto a su hermana Rosa, en el convento carmelita de Echt, como consecuencia inmediata de la lectura en todas las iglesias holandesas, el día 26 de julio de 1942, de una enérgica protesta contra la deportación de familias judías por los invasores nazis. La represalia a la denuncia pública -que en Holanda sí se produjo en la línea de lo que Edith Stein había reclamado- sería rápida y “ya que los obispos se han metido donde nadie les llamaba” todos los judíos católicos serían también deportados[28]. Como recordó Juan Pablo II en la homilía durante la Misa de beatificación de Edith Stein, “cuando llegó la hora de abandonar el Carmelo, Edith se limitó a tomar a su hermana de la mano, diciéndole ‘Ven, vamos a ofrecernos por nuestro pueblo’”. Comenzaba su camino sin retorno hacia Auschwitch donde ambas serían asesinadas en la cámara de gas[29].

Se hace evidente, una vez más, que, “Edith hizo suyo el sufrimiento del pueblo judío a medida que éste se agudizó en la feroz persecución nazi, que sigue siendo, junto a otras graves expresiones del totalitarismo, una de las manchas más negras y vergonzosas de la Europa de nuestro siglo. Sintió entonces que en el exterminio sistemático de los judíos se cargaba la cruz de Cristo sobre su pueblo, y vivió como una participación personal en ella su deportación y ejecución en el tristemente famoso campo de Auschwitz-Birkenau. Su grito se funde con el de todas las víctimas de aquella inmensa tragedia, pero unido al grito de Cristo, que asegura al sufrimiento humano una misteriosa y perenne fecundidad. Su imagen de santidad queda para siempre vinculada al drama de su muerte violenta, junto a la de tantos otros que la padecieron con ella. Y permanece como anuncio del evangelio de la cruz, con el que quiso identificarse en su mismo nombre de religiosa”.

La conclusión de Juan Pablo II merece una profunda reflexión: “Contemplamos hoy a Teresa Benedicta de la Cruz, reconociendo en su testimonio de víctima inocente, por una parte, la imitación del Cordero inmolado y la protesta contra todas las violaciones de los derechos fundamentales de la persona y, por otra, una señal de ese renovado encuentro entre judíos y cristianos que, en la línea deseada por el concilio Vaticano II, está conociendo una prometedora fase de apertura recíproca. Declarar hoy a Edith Stein copatrona de Europa significa poner en el horizonte del viejo continente una bandera de respeto, de tolerancia y de acogida que invita a hombres y mujeres a comprenderse y a aceptarse, más allá de las diversidades étnicas, culturales y religiosas, para formar una sociedad verdaderamente fraterna”[30].

*  Universidad de Valencia.

[1] Juan Pablo II, Ecclesia in Europa (La Iglesia en Europa), Exhortación Apostólica, San Pablo, 2003, p. 23.

[2] Esta frase había sido acuñada por el gran teólogo Yves Congar, O.P. (cf. P. McPartlan, One in 2000? Towards Catholic-Orthodox Unity, St. Pauls, 1993, p.12) En 1994, en una reunión preparatoria de las celebraciones del año 2000, sugirió que las Iglesias católicas podrían incluir santos de otras confesiones crisitanas en sus calendarios. En frase afortunada del abad Couturier, los muros de la división no llegan hasta el cielo.

[3] Juan Pablo II, Carta apostólica Orientale Lumen al episcopado, al clero y a los fieles con ocasión del centenario de la Orientalium Dignitas del papa León XIII, fechada el 2 de mayo de 1995, memoria de San Atanasio, Obispo y Doctor de la Iglesia.

[4] Cf. A. Viciano, La cristianización del Imperio romano. Orígenes de Europa, («Cátedra de Ciencias Morales, Sociales y Políticas», 3), Universidad Católica «San Antonio», Murcia 2003, 442 págs.

[5] Juan Pablo II, Ecclesia in Europa, cit, pp. 31 y 32.

[6] A. Monzón, “Liberalisme, comunitarisme, personalisme”, Emmanuel Mounier i la tradició personalista, Publicacions Universitat de Valencia, 2001, p. 68.

[7] Juan Pablo II, Ecclesia in Europa, cit., p. 119.

[8] Ibid.,  p. 125.

[9] Ibid., pp. 130-131.

[10] Ibid., p. 132.

[11] Además de las homilías de las Misas de beatificación y canonización de Edith Stein, Juan Pablo II se refiere a ella en la encíclica Fides et Ratio como uno de los pensadores más recientes que buscan decididamente la fecunda relación entre filosofía y palabra de Dios.

[12] C. Díaz, Treinta nombres propios, Fundación Emmanuel Mounier, Colección Persona, 2002, pp.57-71.

[13] Para conocer su vida en profundidad, recomendamos el libro de C Feldmann, Edith Stein, judía, filósofa y carmelita, Herder, 1988.

[14] Citado por V. Grienti en “Ad Auschwitz sulle orme di Edith Stein”, Avvenire, 9 de agosto de 2005.  Esta religiosa, a sus 95 años, durante la Jornada Mundial de la Juventud en Colonia, se dirigió al Papa Benedicto XVI diciendo: “Santidad, deseo vehementemente que nombre a Edith Stein doctora de la Iglesia”, lo que el papa dijo tomar en consideración.

[15] Palabras pronunciadas por Juan Pablo II, respectivamente, en las homilías durante la Misa de beatificación, el 1 de mayo de 1987,  y la Misa de canonización el 11 de octubre de 1998.

[16]Cf. E. Stein, Sobre el problema de la empatía, Trotta, 2004. Las Obras Completas de Edith Stein en castellano aparecen en la editorial Monte Carmelo, que realiza un encomiable esfuerzo de difusión de su pensamiento.

[17] C. Maccise, «Come parlare di Dio dopo Auschwitz?» y F. M. Schandl, «Ho visto crescere la Chiesa dal mio popolo. Proposte ecclesiologiche d’Edith Stein», Simposio internazionale Edith Stein. Testimone per oggi. Profeta per domani, Roma, 7, 8, y 9 de octubre de 1998, precisamente en homenaje a Johann Baptist Metz en su setenta cumpleaños. En otra ponencia del Congreso titulada “E. Stein, martire di Cristo per il suo popolo”, el padre Jean Sleiman afirma que “el martirio de Edith Stein revela una cristología post-Auschwitz… Después del holocausto, la Cruz, la radicalización de la kenosis de la Encarnación, funda la esperanza obedeciendo al Padre, Cristo revela al Dios sim-pático que com-padece, empatico que es misericordia… La profecía de Auschwitz es la veracidad de su vida y la verdad de su pensamiento. Es rarísimo que un pensamiento y una experiencia coincidan casi a la perfección. La experiencia de Edith es una doctrina. Su enseñanza es verdad, vida y camino”

[18] E. Stein, Estrellas amarillas. Autobiografía, infancia y juventud, Espiritualidad, 1992 (2ª ed.)

[19] E. Stein, Como llegué al Carmelo de Colonia, Espiritualidad, 1998.

[20] Carta del 9 de diciembre de 1938 a Petra Brüning.

[21] Sobre este aspecto y, en general, sobre la resistencia de Edith Stein al nazismo y sobre su defensa de los hebreos, Cf. A. Ales Bello y Ph. Chenaux, Edith Stein e il nazismo, Città Nuova, 2005

[22] La carta no lleva fecha pero parece que fue escrita en la Abadía benedictina de Beuron entre los días 10-12 de abril de 1933, sólo dos meses y medio después de ser nombrado Hitler Canciller del Reich. La autora que, según ella misma relata, “había planeado viajar a Roma y tener una audiencia privada con el Santo Padre para pedirle una encíclica”, pide consejo a su director espiritual, el abad Raphael Walzer, a quien entrega la carta para que la haga llegar a su destinatario.  En la carta de presentación del Abad se dice: “Cierta persona me ha rogado insistentemente que hiciera llegar a nuestro Santo Padre la carta que ella me entregó sellada y que aquí se adjunta. La persona que lo solicita es conocida por mí y en toda la Alemania católica como mujer preclara por su fe, santidad de costumbres y ciencia católica (con muchas publicaciones científicas)” La carta sellada fue publicada en la revista Monte Carmelo CXI, 2003, pp. 7-10. En ésta y en las siguientes notas nos hacemos eco de los interesantes comentarios realizados en la revista con motivo de su publicación.

[23] El día 1 de abril fue declarado como jornada de boicot a las tiendas y negocios judíos, en los que se colocaban pasquines con arengas como ésta: ¡Pueblo alemán, defiéndete! ¡No compren nada a los judíos!. Seis días después se da la definición oficial de ario: “Todo alemán cuyos dos padres y cuatro abuelos sean de raza blanca y de religión cristiana”. Rápidamente, los judíos son excluidos de los cargos públicos. De hecho, Edith Stein, que firma la carta como profesora en el Instituto Alemán de Pedagogía científica, cuando regresa de Beuron ya no puede continuar enseñando en esta institución. Sobre la importancia que da Edith Stein en otras cartas de esta época a la cuestión del boicot y de la expropiación de los puestos de trabajo de los judíos, Cf. M. D’Ambra, “Edith Stein e il Nazismo”, Memorandum, 9, agosto de 2005.

[24] Entre la ingente literatura en los últimos años sobre el papel desempeñado en la Segunda Guerra Mundial por Pío XII, destacamos un breve artículo de Andrea Riccardi titulado “Pío XII y los judíos”(La Vanguardia, 24 de enero de 2005) en que ofrece un interesante estado de la cuestión. Resumimos diciendo que Pío XII optó por la imparcialidad de la Iglesia y por convertirla en un gran espacio de asilo. Muchos, como Edith Stein, esperaban un pronunciamiento de condena del nazismo y una actitud de magisterio moral de la conciencia internacional, que no se produjeron, pero, por muy cuestionable que pueda ser este silencio, no por ello es cierta la visión difundida de un Papa antisemita en contraste con un clero comprometido con el socorro de los judíos perseguidos. Pío XII decidió que la Santa Sede no interviniera públicamente en gran parte porque pensaba que la protesta pública hubiera impedido a la Iglesia la posibilidad de desempeñar la tarea secreta de asistencia a los hebreos. En el Museo de la Liberación de Roma existe una lista de 155 casas religiosas, parroquias y seminarios católicos que acogieron a hebreos perseguidos por los nazis y muchas comunidades israelíes han mostrado su gratitud por las pruebas de fraternidad humana que mostró la Iglesia durante los años de la persecución y el exterminio. Existen numerosos testimonios de judíos, de rabinos y de varios tipos de organizaciones hebreas, especialmente en los Estados Unidos, que han elogiado y agradecido la labor de Pío XII. Entre ellos curiosamente Albert Einstein, que en un artículo de 23 de diciembre de 1940 declara sentir hacia la Iglesia “un gran afecto y admiración, porque la Iglesia fue la única que tuvo la valentía y la constancia para defender la verdad intelectual de la libertad moral; tengo que confesar que aquello que en el pasado desprecié, ahora alabo incondicionalmente”.

[25] En esta encíclica, firmada en 1937 por Pío XI, encontramos una denuncia de las violaciones del Concordato por parte del gobierno alemán y una condena de los errores de la ideología nazi y la reafirmación de la correcta doctrina católica.  En el programa televisivo “El arte de vivir, el siglo del martirio”, de la cadena italiana Sat2000, se defendió con gran vigor en 2001 que la carta de Edith Stein fue determinante para que el Papa escribiera la encíclica. Pío XI encargó al jesuita norteamericano La Farge la redacción de otra encíclica, que comenzaría con las palabras “la unidad del género humano” y que daría un paso más en la condena del racismo. El borrador parece que llegó a manos del Papa, poco antes de fallecer en la noche del 9 al 10 de febrero de 1939, sin que se supiera nada de él durante mucho tiempo. Algunos investigadores lamentan que no hubiera visto la luz un texto que si bien,” no habría supuesto tal vez un gran cambio en la pavorosa situación de los judíos y demás minorías perseguidas, hubiera puesto de manifiesto la incompatibilidad entre el cristianismo y el racismo, así como una condena expresa de los atentados cometidos contra los derechos humanos de los judíos, antes de que se conociera en todo el mundo lo que ocurría en Auschwitz y otros campos de exterminio”, S. Pérez, “La encíclica misteriosa”, El País, 15 de junio de 1997 (artículo en que se comentan las tesis del libro titulado La encíclica oculta de Pío XI, Acento Editorial)

[26] No se produce el pronunciamiento esperado por ella y en los días en que se escribe la carta se inician las negociaciones en pos de un Concordato que acabará firmándose en el mes de julio de ese mismo año 1933. Concordato, que en la línea de lo que Edith Stein había anunciado, será violado repetidamente por el régimen ante la impotencia de las autoridades eclesiásticas. Años después escribe: “Más adelante he pensado muchas veces si no le habría pasado (al Santo Padre) por la cabeza el contenido de mi carta, pues en los años sucesivos se ha ido cumpliendo punto por punto lo que yo allí anunciaba para el futuro del catolicismo en Alemania”

[27] E. Bea, Maria Skobtsov. Una emigrant morta als camps de concentració nazis, Publicacions de l’Abadia de Montserrat, 2004,  p. 98.

[28] En principio, el proceso de su beatificación no se basó en el martirio, sino en la demostración de su virtud heroica, ya que se daba por sentado que fue asesinada por ser judía. En 1983 la causa se encauzó por otro rumbo y se solicitó formalmente que se tratase como proceso de martirio. Se argüía que su muerte podía considerarse un acto de venganza contra los obispos católicos de Holanda por su protesta pública. Por tanto, había muerto por la Iglesia –y, en consecuencia, por la fe- y no sólo por su origen judío. Las reacciones por parte de algunos grupos  hebreos no se harían esperar  pues pensaban que ella fue asesinada exclusivamente por su origen judío y algunos portavoces de estos grupos se fueron al Vaticano para hacer públicas sus preocupaciones ante el Papa. Finalmente, el proceso se basó tanto en la virtudes como en el martirio de la candidata, siendo la primera persona confirmada como confesora y mártir a la vez. Cf. K. L. Woodward, La fabricación de los santos, Ediciones B, 1991, pp. 163-174.

[29] De los últimos momentos de su vida se conocen pocas cosas, aunque se sabe que el tren llegó a su destino, el día 9 de agosto, con 987 personas entre hombres, mujeres y niños, algunos de ellos ya fallecidos. Cf. G. Concetti, “Edith Stein. Dalla cattedra al lager”, L’Osservatore Romano, 23 de enero de 1987. También hay una interesante película sobre la vida y la muerte de Edith Stein de la directora Marta Meszaros titulada Settimena stanza.

[30] En la homilía de la Misa de canonización de Teresa Benedicta de la Cruz también se realiza un profético llamamiento a “¡Que nunca más se repita una análoga iniciativa criminal para ningún grupo étnico, ningún pueblo, ninguna raza, en ningún rincón de la tierra! Todos debemos ser solidarios en esto: está en juego la dignidad humana. Existe una sola familia humana. Es lo que la nueva santa reafirmó con gran insistencia ‘Nuestro amor al prójimo, escribió, es la medida de nuestro amor a Dios. Para los cristianos, y no sólo para ellos, nadie es extranjero. El amor de Cristo no conoce fronteras’”.