(Comunicación presentada en las VIII Jornadas de la AEP:
Bioética personalista:
fundamentación, práctica, perspectivas

Universidad Católica de Valencia
Valencia, 3-5 de mayo de 2012)

 

 

Dra. Lastenia Ma. Bonilla S.

Directora de la Revista ‘Educación’, UCR

Investigadora INIE, UCR

Aunque es muy reciente la referencia al término ‘bioética’, no por ello se puede afirmar que el contenido de esta ciencia es también reciente. “Problemas morales sobre la vida, la salud, la medicina eran objeto de estudio serio y sistemático desde hace tiempo.” (Ciccone, 2006, pág. 12). Sin embargo, por muchos siglos, estos temas fueron abordados casi exclusivamente por la teología moral de la Iglesia Católica, al mismo tiempo que los pensamientos convergían a un concepto antropológico.

No obstante, en la segunda mitad del siglo XX, cuando no se encuentra unicidad en el concepto de persona o ser humano, aparece el término bioética para designar una ciencia que era del interés “en todos los ambientes, desde los universitarios y de la investigación científica a los de los lectores de periódicos, desde los parlamentos y sedes internacionales a los ambientes privados y los bares” (Ciccone, 2006, págs. 15-16). Esto trajo consigo una pluralidad de posiciones ante esta ciencia.

Es por ello que las personas que intentan defender la vida humana en las diversas situaciones que ésta se puede encontrar, desde su concepción hasta la muerte, se han encontrado con grandes dificultades. ¿Cómo superarlas?

Ciconne, en su libro Bioética. Historia. Principios. Cuestiones, presenta cuatro enfoques: (2006, pág. 29):

  1. Contractualista o de procedimiento
  2. Clínico
  3. Utilitario
  4. Personalista

Cada uno de estos enfoques responde a una visión del mundo y del ser humano; un camino para profundizar en ellos es conocer a fondo los puntos en los cuales cada una de estas posturas denigra o no a la persona, la dignifica o no, y mostrar claramente en qué consiste esa denigración o falta de dignificación.

No basta con saber las definiciones de ser humano de cada una de ellas, sino que es imprescindible profundizar en cada una de las características o de los aspectos esenciales que se desprenden de ellas. Esto facilitará que el diálogo en temas bioéticos entre intelectuales no se vuelva un diálogo entre sordos –subjetivo-, sino que, desde los inicios de la conversación, los dialogantes conozcan claramente el punto de partida y, en cierta medida, el punto de llegada de las conversaciones.

Así, las personas que deseen dedicarse a la defensa de la vida humana desde su concepción, podrán visualizar fácilmente los puntos que deben clarificar a una persona o a un grupo determinado de personas.

Esta labor sería muy conveniente hacerla a partir del momento en que la persona se empieza a cuestionar acerca de estos temas, aproximadamente en la adolescencia; y es por esto que la propuesta es incluir la materia de Antropología Filosófica dentro del currículo de las instituciones educativas de secundaria.

Barrio, en su libro Elementos de Antropología Pedagógica presenta varios modelos antropológicos y aportaciones contemporáneas, basándose en B. Hamann, los cuales están vigentes (1998, pág. 39)

  1. El “homo sapiens” del Occidente cristiano
  2. El modelo dinamicista-biologista
  3. La antropología marxista
  4. Las aportaciones de la Antropobiología
  5. La teoría conductista
  6. El modelo cibernético
  7. El modelo del análisis existencial.

Barrio deja claro su interés al decir: “Seguiremos básicamente este esquema, incidiendo especialmente en los puntos de esas antropologías que de modo más relevante han contribuido a la configuración del pensamiento y la práctica educativa en nuestro entorno cultural” (1998, pág. 39)

Estos mismos puntos antropológicos son los que han contribuido a la configuración del pensamiento y la práctica de todas aquellas ciencias cuyo objeto tiene relación directa o indirecta con la persona y, por lo tanto, impacta también en la Bioética.

Ahora bien, las consecuencias que Barrio extrae en su análisis muestran claramente las grandes diferencias que se desprenden si se asume un modelo u otro. Por lo tanto, toda persona que desee o necesite transitar por el camino de la Bioética es imprescindible que conozca en profundidad los modelos antropológicos vigentes en la actualidad, para tener claro a cuál de ellos se está adhiriendo.

Algunas de estas posturas antropológicas son inconciliables, recorren caminos muy diversos y no tienen puntos de encuentro.  Baste pensar en un intelectual que niegue la existencia de un alma espiritual creada directamente por el Creador y otro que la afirme. Por ejemplo las siguientes visiones:

El evolucionismo entiende que el hombre es pura materia. Lo único destacable en él, en relación al resto de la escala zoológica, es un cerebro hiperdesarrollado, evolutivamente más avanzado que en la mayoría de los animales superiores. Todo lo que semeja actividad psíquica superior –entendimiento, voluntad, libertad- podría ser explicado de forma completa en términos neurofisiológicos, acudiendo sólo a la estructura orgánica (Barrio Mestre, 1998, pág. 53).

mientras que el personalismo considera que esa actividad psíquica superior requiere un sustento de inmaterialidad; no es posible explicarla solo con un fundamento neurofisiológico.

La conciencia y sobre todo la autoconciencia, o la subjetividad y la autoreflexión, todavía al día de hoy siguen siendo una cuestión que se debate en los ámbitos intelectuales, sobre todo, entre científicos experimentales y filósofos.

Esta diferencia se ve todavía más claramente cuando se hace referencia a un aspecto de la conceptualización antropológica, como por ejemplo la libertad.

A continuación se esboza una breve exposición de la libertad desde la perspectiva personalista y la neoliberal, con la intención exclusiva de mostrar las divergencias grandes que se pueden encontrar en visiones antropológicas diversas.

Una afirmación categórica de John Stuart Mill[1] que Friedman[2] hace propia: “En la parte que le concierne meramente a él [al ser humano], su independencia es, de derecho, absoluta. Sobre sí mismo, sobre su propio cuerpo y espíritu, el individuo es soberano.” (Friedman, 1980,17)

Por el contrario, los personalistas hacen referencia a un límite -el bien debido-, al definir la libertad como ‘autodeterminación al bien debido’.

En la investigación realizada para optar por el título de Doctor en Ciencia de la Educación en la UNED de Costa Rica, se profundizó en estas dos concepciones y sus implicaciones[3].

Una de las conclusiones a que se llega es que la postura neoliberal -que afirma la libertad absoluta y la subjetivización de los valores- da el fundamento necesario para el accionar humano: esto se evidencia desde tiempo atrás y hasta la actualidad, a través de las leyes que se están aprobando en diversos países o en los titulares de diferentes medios de comunicación:  la defensa del aborto, la eutanasia, el divorcio, el suicidio, el vientre de alquiler, la fecundación in vitro, la eugenesia, la clonación, la proyección de películas pornográficas, el consumismo, el hedonismo, la visión del hijo como un estorbo o un impedimento para el disfrute ‘conyugal’, la drogadicción, etc.

En la cita anterior sacada de un libro de Friedman, principal representante del neoliberalismo, se afirma que la libertad es absoluta, pero para conocer más precisamente su pensamiento es necesario hacer una precisión.

Otra afirmación categórica que escribe Friedman, un poco más adelante en este mismo libro, es: “La libertad no puede ser absoluta” (1980, 104). Da la apariencia de que se está contradiciendo; pero no es así, ya que inmediatamente después se observa que se refiere al otro campo en donde se puede ejercer la libertad: el que hace relación a los demás, la libertad ejercida en la sociedad, pues afirma: “Vivimos en una sociedad interdependiente. Algunas limitaciones a nuestra libertad son necesarias para evitar otras restricciones todavía peores. Sin embargo, hemos ido mucho más lejos de este punto. Hoy la necesidad urgente estriba en eliminar barreras, no en aumentarlas.” (Friedman, 1980, 104)

La libertad entonces es limitada, y su límite según Friedman es el posible daño causado a otros. Y este límite es impuesto –no cabe otra posibilidad- por la sociedad. Por ello, la “única finalidad por la cual el poder puede, con pleno derecho, ser ejercido sobre un miembro de una comunidad civilizada contra su voluntad, es evitar que perjudique a los demás (…). La única parte de la conducta de cada uno por la que él es responsable ante la sociedad es la que se refiere a los demás.” (Friedman, 1980,17)

En esta cita, que Friedman recoge de John Stuart Mill [4], se expresa claramente la idea de que la sociedad solamente puede pedir cuentas a las personas, en la medida en que el uso de su libertad perjudique a los demás miembros de la sociedad en donde esa persona vive; esto es similar a la expresión muy común de que ‘la libertad de uno termina cuando empieza la del otro’.

Con base en lo dicho hasta aquí, se puede concluir que las dos características o aspectos que este economista otorga a la libertad son: ésta es absoluta si se refiere al campo de decisiones personales, es decir, de decisiones sobre la misma persona individual que decide; pero si las decisiones se refieren a otro, la libertad tiene un límite, que es no dañar al otro y, si lo hace, la sociedad puede y debe sancionarlo, aunque implique disminuirle o limitarle la libertad personal individual que  había dicho que era absoluta.

Realmente Friedman, en sus libros, no da una definición de libertad, y no tiene por qué hacerlo, pues no es la finalidad de sus escritos filosofar sobre la conceptualización de ella. Aunque esto facilitaría enormemente el análisis que se pretende hacer, no es impedimento para desarrollarlo.

Ahora bien, dos personalistas en su libro Fundamentos de Antropología, mencionan cuatro sentidos o dimensiones de la libertad:

  1. Fundamental o constitutiva
  2. Libre albedrío o libertad de elección
  3. Libertad moral o realización de la libertad
  4. Libertad política o libertad social. (Yepes Stork & Aranguren Echevarría, 2006, pág. 121)

Estas cuatro dimensiones permiten realzar la comparación conceptual del término libertad entre Friedman y los personalistas, al iluminar facetas de este concepto tan fundamental.

Al mismo tiempo, ellas hacen posible ir entreviendo las razones por las cuales, a los liberales o neoliberales, en este caso representados por Friedman, se les plantean conflictos entre la libertad personal, que es caracterizada como absoluta, y el ejercicio de esa misma libertad cuando ésta se ejercita en el ámbito social, y que puede ocasionar, algunas veces, la pérdida parcial de esa libertad personal.

En la existencia de la libertad fundamental coinciden tanto Friedman como los personalistas. Mientras que en la segunda anotada, libre albedrío o libertad de elección, se presentan ya las grandes diferencias.

Esta segunda dimensión se refiere más bien a la experiencia que todo ser humano tiene de que puede elegir actuar o no actuar;  puede elegir esto o aquello. Estas dos posibilidades reciben la denominación, entre algunos personalistas, de libertad de ejercicio y libertad de especificación.

Una palabra inglesa muy conocida que designa esta libertad de elección es ‘choice’, conocida aún dentro de ámbitos de habla castellana.  (Yepes y Aranguren, 1998, 124)

Ahora bien, es evidente que se puede elegir actuar sobre sí mismo o sobre otro, o no actuar; y también se puede elegir actuar de un modo u otro, sobre sí mismo o sobre otro.

Pero ahora una pregunta importante, ¿se puede elegir todo?, o dicho de otro modo tal vez más clarificador, ¿da lo mismo elegir esto o lo otro, siempre? Y aquí es donde nace la disparidad de criterios.

Según Friedman se puede elegir lo que sea, siempre, en relación a sí mismo, pero no se puede elegir lo que sea, siempre, en relación a otro. ¿Por qué esta diferencia? Friedman no la explica, simplemente la afirma, la presenta como una certeza.

Y según los filósofos, no solo los personalistas -aunque aquí se hará solo referencia a ellos- existen limitaciones, morales y en algunos casos legales, tanto cuando el ser humano decide sobre sí mismo, como cuando decide sobre otro u otros.

Para explicar esta postura, se hace necesario introducir el concepto de libertad que tiene cada enfoque que se plantea en el análisis.

Aunque no se cuenta con la conceptualización de Friedman, un texto de Yepes y Aranguren (1998) permite conocerla, ya que ambos citan a J. S. Mill. El primero lo cita en sus libros para exponer sus ideas sobre la libertad, y los segundos para presentar una postura de ‘exceso en la valoración de la elección’. Este exceso

… consiste en decir que la libertad significa, de modo principal, elección, y que basta elegir para agotar los proyectos de quien es libre. Lo importante es elegir; el bien o el mal son categorías externas a la libertad, no influyen en ella. El más cualificado representante de este modo de pensar es J. S. Mill, para quien ‘si una persona posee una razonable cantidad de sentido común y experiencia, su propio modo de disponer de su existencia es el mejor, no porque sea el mejor en sí mismo, sino porque es su modo propio’.[5] Se trata de una exageración del derecho a vivir según las propias convicciones. Exageración no porque el tener convicciones sea malo, sino porque se pide tenerlas de un modo que olvida qué es el hombre. (125)

Sin temor a equivocarse, se puede concluir que Friedman pertenece a quienes consideran la elección como un fin en sí mismo.

Estas otras palabras de Mill coinciden perfectamente con el pensamiento de Friedman:

La única libertad que merece ese nombre, es la de buscar nuestro propio bien de nuestro propio modo, mientras no intentemos privar a otros de ese mismo bien o estorbar sus esfuerzos para alcanzarlo. Cada uno de nosotros es el guardián de su propia salud, ya sea corporal o mental y espiritual. Los hombres se benefician más si dejan que cada quien viva como le parezca mejor, que si se obliga a todos a vivir como los demás creen que es mejor (1987, 35-36)

Esta mentalidad está muy extendida actualmente, pero en la vida real presenta algunas deficiencias importantes.

Por ejemplo, tanto Mill como Friedman plantean la necesidad de dejar al ser humano elegir ‘su bien propio’ a su propia manera. ¿Pero qué consideran ellos como bien? o ¿el ser humano siempre elige realmente el bien? Además, ¿elegir el bien no es importante, sino elegir? Otro punto de conflicto es: si debo dejar elegir el bien propio a la manera propia de cada uno, entonces ¿cómo se explicaría la necesidad y obligatoriedad de ‘educar’ o ‘formar’?

Friedman mismo reconoce que el ser humano comete errores, que se puede equivocar en su elección (Friedman, 1966, 238). También reconoce que por ser persona se le presentan ocasiones que lo ‘tientan’, que lo ‘corrompen’  (1966, 168, 169-170). Pero, reconociendo estas situaciones reales evidentes, no admite ninguna intromisión de otro en la decisión propia, aunque la propia sea errónea y en algunos casos produzca daños destructivos del propio ser; un ejemplo es la elección de la droga.

¿Cómo resuelven los personalistas estos conflictos?

Un punto fundamental es la conceptualización de bien, que está explícito en la definición de libertad que ellos desarrollan. Así,libertad es “la capacidad de la voluntad de moverse por sí misma al bien que la razón le presenta.” (Rodríguez, 1984, 109) O sea, la libertad no está solo en elegir, sino que tiene otro requisito: elegir el bien, el bien para mí, según mi naturaleza humana.

Aquí se hace evidente la necesidad de entrar a discutir qué es el bien: pero no será posible hacerlo en toda su profundidad, debido a una razón fundamental: no es el objetivo de esta ponencia y, por lo tanto, provocaría una desviación en el tema.

Solamente se aclara que para definir el ‘bien’, es primero necesario profundizar en el concepto de persona y en el de naturaleza humana, porque el bien emerge  de ellas.

Esto lleva a recalcar algunas afirmaciones personalistas que tienen relación con este concepto.

En primer lugar, la inteligencia es capaz de conocer lo que es bueno para el ser humano, es decir, percibe aquello que mejora, que perfecciona, al ser humano. Si no contara con esta posibilidad de saber, tampoco podría elegir, y por lo tanto ser libre.

Esto supondría que el ser humano debería siempre elegir aquello que lo hace ser más humano, que le permite un crecimiento en su humanidad.

Pero la experiencia en la vida real muestra fácilmente que no es así, que algunas o muchas veces el ser humano se equivoca al elegir –Friedman también lo afirma, como ya se dijo anteriormente- y por ello, surge la necesidad de que los otros seres humanos ayuden a captar esa equivocación, a quien se encuentra en ella. Así el equivocado puede rectificar esa primera decisión errónea.

Ayudar, en la mayoría de las veces, quiere decir, convencer, mostrar, explicar, etc. Pocas veces la ayuda podrá consistir en evitar, es decir, poner medios que impidan a una persona realizar un acto que puede dañar su ‘ser’ de persona, sobre todo en aquellos casos en donde las consecuencias pueden ser irreversibles.

En concreto, el ser humano tiene la capacidad de elegir, como afirma Friedman, pero además –y en esto discrepa con los personalistas- para crecer en libertad debe elegir el bien, si elige lo contrario, el mal, esta capacidad disminuye.

Pero como existe esta última posibilidad, la ayuda de los demás se hace necesaria y aquí aparece la importancia de la educación.

La necesidad de la educación se ve más clara todavía, al considerar que el ser humano no elige el mal porque piense que es un mal, sino porque lo considera un bien, convirtiéndose en un bien aparente o un bien subjetivo. Y por esto mismo es posible la ayuda, es posible que otro le muestre que está concibiendo algo erróneo, y esto es posible hacerlo con argumentos de razón, con razonamientos que lleven a mostrar dónde estriba la equivocación.

Por supuesto que en lo que se viene diciendo, no entran los temas opinables, es decir, los temas que son de elección subjetiva, porque todas las posibilidades que ellas engloban son bienes, y por ello contribuyen al perfeccionamiento humano. Baste pensar en la elección de un compositor de música clásica; cada uno puede elegir oír el que sea de su gusto personal: Beethoven, Brahms, Chopin, Schubert, Liszt, Ravel, etc., y nadie puede ni debe considerar que una elección de alguno de ellos es mala.  Esto es fácilmente entendible y no hay necesidad de insistir.

Reafirmando lo que se venía diciendo: sea el modo que sea en que se ejerza la libertad; ya sea al modo de la libertad de ejercicio,  ‘libertas exercitii, que consiste en elegir actuar o no actuar, y la libertad de especificación o ‘libertas specificationis’, que es la elección entre hacer esto o lo otro, (Verneaux, 1977, 177) o sea cual sea el resultado de la elección: sobre sí mismo o sobre otros, el bien siempre debe ser elegido, para que  la persona que elija sea realmente libre, pues la libertad es la autodeterminación al bien objetivo.

Pero volviendo al pensamiento de Friedman, él solo limita el ejercicio de la libertad cuando la elección recae sobre algo que tenga relación directa con otro. Dicho de otro modo, el ser humano es libre de elegir lo que quiera, siempre que los demás no se vean perjudicados. Esto implica que “Los que creemos en la libertad tenemos que creer también en la libertad del individuo a cometer sus propios errores.” (Friedman, 1966, 238) Es preferible, por lo tanto, dejarle caer en esos errores, que ‘imponerle’ una opinión o una elección.

Esto conlleva que no se puede hablar de proyectos de vida mejores o peores; no se puede hablar acerca del modo de llegar a ser persona de bien o buena, o llegar a ser cada vez más libre.

Es cierto, y en esto coinciden los filósofos y el economista, que no es digno de la persona humana que se le ‘imponga’ la verdad, el bien, los valores, por ello, se habla de educar y no de manipular, adiestrar u obligar.

Pero esto, tampoco, permite absolutizar la libertad de elección o la elección misma, sin ninguna referencia a la verdad, al bien, o a la realidad de lo que es el ser humano (Yepes y Arangure, 1998, 125).

Con lo dicho hasta aquí basta para mostrar lo que se pretendía: es imprescindible profundizar en cada uno de los aspectos esenciales de cada concepción antropológica, para poder dialogar con profundidad y claridad. Por ello, no hay necesidad de explicar las otras dos dimensiones de la libertad.

En conclusión, en esta ponencia se ha pretendido mostrar con un ejemplo solamente por qué es necesario iniciar la defensa de la vida desde la concepción, clarificando el concepto de ser humano y todos los aspectos en él incluidos.

Además, por la experiencia obtenida a través del trabajo de los últimos años se ve conveniente que estos conocimientos empiecen a ser analizados antes de que la persona asuma el control de sus actos, es decir, en la preadolescencia.

Bibliografía citada:

–   Barrio Mestre, J. M. (1998). Elementos de Antropología Pedagógica. Madrid: Rialp.

–   Ciccone, L. (2006). Bioética. Historia. Principios. Cuestiones (2º ed.). España: Palabra, Colección Pelícano.

–   Friedman, Milton (1966) Capitalismo y libertad, Rialp, España. Título original: Capitalism and Freedom

–   Friedman, Milton & Rose (1980) Libertad de elegir. Hacia un nuevo liberalismo económico, 2º edición, Grijalbo, Barcelona. Título original: Free to choose. Traducido por Carlos Rocha Pujol.

–   Mill, John Stuart (1987) Sobre la libertad. Ed. Cast: Editorial Diana, S.A. México. Titulo original: On Liberty.

–   Verneaux, Roger (1977) Filosofía del hombre. Curso de filosofía tomista. Herder, Barcelona.

–   Yepes Stork, R., & Aranguren Echevarría, J. (2006). Fundamentos de Antropología. Pamplona: EUNSA.

———————————————————————————————

[1]Cita tomada del libro John Stuart Mill  On Liberty (traducción castellana: Sobre la libertad, Alianza Editorial, Madrid, 1970), páginas 65-66.

[2] Friedman es considerado por muchos como el principal representante del neoliberalismo.

[3] Algunos de los párrafos siguientes están tomados de esa tesis con algunos cambios; por ser el mismo autor y no haberse publicado, no se citarán.

[4]    ibidem

[5]    Cita del autor: “S. Mill, Sobre la libertad, Espasa-Calpe, Madrid, 1991, ed. D. Negro, 161