(Comunicación presentada en las VIII Jornadas de la AEP:
Bioética personalista:
fundamentación, práctica, perspectivas

Universidad Católica de Valencia
Valencia, 3-5 de mayo de 2012)

 

En esta comunicación me propongo realizar una autocrítica de un cierto modelo de bioética con la finalidad de promover una reflexión que permita fundamentar sólidamente los presupuestos y principios, tanto materiales como metodológicos, de una bioética personalista. Es cierto que, frente a las propuestas biotecnológicas, ya sea a las que se presentan de una forma teórica como a las que se orientan por la estrategia de los hechos consumados ofrecidos por la investigación científica, urge proponer una alternativa orientada desde el inicio por la defensa de la dignidad personal. Ahora bien, a nadie se le escapa que una bioética personalista sólo podrá proponerse teóricamente si se superan ciertos prejuicios que sitúan el debate teórico desde unas premisas erróneas. En este sentido, deberíamos escapar a la tendencia de adjetivar las propuestas bioéticas, más allá de su finalidad metodológica, ya que los principios y valores que han guiar el análisis han de ser imparciales desde un prisma ideológico: la bioética de inspiración personalista no debe presentarse, pues, como una alternativa más, sino como una que sobresalga por su vocación de verdad.

Mi intervención se coloca dentro de los aspectos de fundamentación en la medida en que la reflexión que propongo hace referencia a las pretensiones cognoscitivas de la bioética, aunque las trasciende como veremos, y a las relaciones entre ciencia y bioética. Siempre se han reducido estas relaciones a los estadios de justificación de conductas y aplicación de las mismas, pero es menester profundizar sobre todo en el carácter multidisciplinar y abierto de la bioética y precisamente ésta podría ser una de las tareas clave de la bioética escrita según los principios del personalismo.

Mi comunicación se desarrollará en tres partes. En primer lugar (I), desde la visión autocrítica de la que hablaba, mi intención es desvelar el carácter naturalista de ciertos argumentos bioéticos que, aunque bienintencionados, ya que buscan defender la dignidad del ser humano desde el momento de la concepción, aceptan de forma irreflexiva supuestos cientificistas. En este sentido, aludo a cierto naturalismo encubierto. En segundo término (II), partiendo de una crítica interna a estas argumentaciones, propondré analizar el debate bioético desde dos nuevos paradigmas, a los que he denominado bioética del beneficio o provecho, centrada en la capacidad de la persona por realizar aportaciones, y, por tanto, en el yo individual, y bioética de la acogida o de la recepción, que subraya la capacidad de acogida del hombre y se centra en el tú, entendidas ambas como formas específicas que adquiere la disciplina en las orientaciones filosóficas actuales. Son, en cualquier caso, dos modelos que hay que aceptar sólo provisionalmente y que merecerían una exposición más detallada; por último, en tercer lugar (III),  añadiré un breve apartado de conclusiones.

  1. El cientificismo encubierto

Puede decirse que en el panorama filosófico actual el cientificismo positivista sigue vigente, si bien, como en otras ocasiones, ha mutado sus formas y apariencias. Advertir esto significa no sólo certificar la existencia de una propuesta filosófica más –reduccionista, parcial y unilateral-, sino algo mucho más importante: quiere decir que los debates epistemológicos y las querellas gnoseológicas distan mucho de estar resueltas. No debe extrañarnos que el naturalismo haya penetrado de manera tan profunda en nuestra manera de percibir la realidad, más que en la admisión acrítica de ciertos postulados materiales, que hoy día se desarrollan sobre todo en temáticas propias de la filosofía de la mente [1]. Si, por un lado, podemos estar seguros de no compartir ciertos prejuicios en relación a determinados enunciados –claramente naturalistas, cientificistas o materialistas-, podemos estar menos ciertos de no haber sucumbido a otros de corte epistemológico. Un ejemplo bastará para comprender esto: es difícil, por ejemplo, negar la experiencia de la libertad y por tanto resulta posible disentir de aquellas doctrinas que lo hacen; sin embargo, en el ámbito de la opinión pública, resulta más complicado enfrentarse a lo científico, precisamente por el aura prestigiosa que acompaña a este tipo de conocimiento.

Cualquiera que sea el punto de vista que adquiramos, el cientificismo naturalista de nuestros días es, sobre todo, una ideología que opera en el campo de la fundamentación cognoscitiva. Podemos definirlo como aquella concepción que impone una serie de criterios metodológicos para certificar el acceso directo a la realidad, criterios que proceden a día de hoy del campo de las ciencias de la vida. Esto significa que el naturalismo afirma tajantemente el carácter prescindible de otro tipo de saberes y la primacía gnoseológica de sus propuestas [2].

Un filósofo relevante, J. Habermas, aunque a propósito de otra temática, ha analizado con la precisión que le caracteriza la expansión de las imágenes naturalistas del mundo, manifestando su preocupación por la penetración de ciertos imperativos epistemológicos en “los contextos cotidianos de comunicación”, lo que a su juicio puede conducir a “una comprensión de las personas objetivada en el modo de las ciencias de la naturaleza” [3]. Como explica Habermas, el nuevo naturalismo provoca una clara desorientación, ya que impide aclarar qué enunciados se fundan en el saber científico y cuáles, por el contrario, proceden de una interpretación ideológica de una determinada visión del mundo [4]. Atinadamente, observa este pensador alemán que la “ontologización de los conocimientos de las ciencias de la naturaleza que forma a partir de estos conocimientos una imagen naturalista del mundo y lo reduce a ‘hechos duros’ no es ciencia, sino mala metafísica” [5].

¿Está a salvo de estos prejuicios de base una bioética que descansa, como categoría central, en la defensa de la persona humana? Ciertamente, podemos decir que explícitamente, cualquier reflexión que parta de la dignidad de la persona y que afirma su existencia desde el momento de su concepción hasta el de su muerte natural, no comparte por principio estas presupuestos cientificistas. Sin embargo, una mirada más profunda permite revelar lo que he llamado “naturalismo encubierto”, cuyas manifestaciones resultan más patentes en las argumentaciones llevadas a cabo en el seno de nuestras sociedades

Esto ocurre, por ejemplo, en aquellos casos en los que se aboga por la defensa de la vida humana por motivos científicos. En este sentido, es frecuente que en las justificaciones públicas contra determinadas prácticas se recurra a datos proporcionados por la ciencia. La defensa de la vida humana, en estos casos, se realiza insistiendo en la certificación científico-biológica de la constitución celular del cigoto, primero, y en el de la especificidad y diferenciación del embrión frente a la madre más tarde. Lo que habría que preguntarse es si estos datos científicos, importantes y necesarios, se admiten como una información más a tener en cuenta, junto con otras de tipo no científico, o si implica la presunción de que sólo puede accederse a ese tipo de realidad en esos términos, excluyendo otras formas de conocimiento y de experiencia. En el primer caso, estaríamos en presencia de una manifestación del carácter multidisciplinar de la bioética; en el segundo, en presencia de un prejuicio naturalista.

Puede detectarse otra manifestación del prejuicio naturalista en algunas formas de argumentar en contra de la investigación y experimentación con células madre embrionarias. Con el fin de comunicar el mensaje en la opinión pública, quienes se proponen la defensa del embrión suelen insistir en la ineficacia científica de estas células, frente a los mejores resultados obtenidos con las células madre adultas.

A propósito de una investigación realizada con células madre adultas, Rebeca Oas, miembro del departamento de Biología Celular de la Universidad de Emory, explicaba en un artículo reciente que es un hecho innegable que las células madre adultas resultan más adecuadas no solo por las mejores posibilidades de aislamiento, sino también por su potencial uso terapéutico [6]. Siempre es, explicaba, una buena noticia conocer avances científicos realizados sin comprometer la ética ni los valores morales. Lo que se preguntaba esta bióloga americana es si desde el lado bioético hay que argumentar contra el uso de células madre embrionarias subrayando, como se hace en muchas ocasiones, su ineficacia terapéutica.

¿Por qué supone esto un error, aunque sea un error de tipo divulgativo? Por un lado, porque el éxito de la investigación con células madre adultas no implica necesariamente el abandono de la investigación con las embrionarias; por otro, porque para bioética, los actos malos deben ser rechazados con independencia de su eficacia potencial para producir los resultados deseados, es decir, con independencia de su utilidad. El argumento más sólido que puede y debe hacer la bioética ha de partir, en primer término, de la dignidad y del bien integral de la persona. Resulta esencial, por tanto, que la argumentación contra la investigación de células madre embrionarias se base en su carácter destructor de vidas humanas.

Se trata de dos manifestaciones que, aunque se utilicen con fines públicos, no dejan de traslucir cierto naturalismo, como hemos indicado. Sin embargo, la superación de estos presupuestos no debe llevarnos a aceptar una mentalidad anticientífica, sino invitarnos más bien a iniciar una reflexión más profunda sobre el estatuto cognoscitivo de la bioética que, sin obviar los datos ofrecidos por la ciencia, permita enriquecerla con informaciones, intuiciones y conocimientos de otras formas y modelos de saber, sin preferncia ninguna. Como afirma Sgreccia, no debe perderse de vista que la bioética es, ante todo, ética: por ello, aunque la metodología experimental plantea interrogantes, debe ir más allá y abarcar la complejidad y profundidad de lo real, así como su valor [7]. Precisamente, la complejidad y riqueza de lo real, su multiplicidad, exige no privilegiar un determinado punto de vista, sino mantener una actitud abierta y receptiva tanto a lo que revela la ciencia como, por ejemplo, a lo ofrecido por otras experiencias de índole cognoscitiva, ya sean de tipo axiológico, moral o artístico. De esa forma, la bioética se constituye como una disciplina de verdadera integración.

  1. Dos modelos de bioética.

A partir de estas consideraciones, en las que he tratado de aclarar algunos errores de fundamentación, me gustaría proponer dos modelos de bioética teniendo en cuenta precisamente la actitud del hombre ante la persona. La diferencia entre estos dos modelos es, también, gnoseológica, ya que la disposición del hombre frente a sus semejantes depende, en definitiva, de su actitud hacia la realidad. En este sentido, el ser humano puede acceder a la realidad privilegiando la óptica del provecho y del beneficio, tal y como abogaba, por ejemplo, la metodología racionalista, para la que el saber estaba estrechamente ligado al poder de transformación y al uso técnico. Por otro lado, hombre puede hacerlo desde una actitud receptiva de acogida, interpretándola, pues, como algo que se le dona y tiene que recibir, sin que ello exija su sacralización ni una actitud meramente pasiva, sino una ocasión para su desarrollo personal.

Con frecuencia se ha señalado que la actitud metodológica de la ciencia moderna estuvo conectada, ciertamente, con la evolución técnica y que ese proceso tuvo nefastas consecuencias éticas que conllevaron la instrumentalización del hombre por el hombre. En apariencia ese modelo de aprovechamiento o beneficio parecería haber concluido con el reconocimiento de la dignidad humana y los derechos fundamentales de la persona. Sin embargo, cierta lógica del beneficio se esconde subrepticiamente en las concepciones actuales, centradas en la idea de que las personas se caracterizan por su posibilidad de dar o producir. Se trata, pues, de un modelo que pivota sobre el yo o el individuo. Nos encontramos sumidos, querámoslo o no, en una visión en la que el éxito de la vida humana descansa en la disposición de que cada persona por dar lo que se espera de ella. ¿No es esto, en el fondo, una mentalidad extremadamente productivista?

Resulta claro que lo es en el ámbito económico, por ejemplo. Pero se debe evitar que estas apreciaciones calen en la fundamentación bioética o en la argumentación a favor de ciertas prácticas; en uno y otro caso se acentúa la capacidad del yo por ofrecer y la responsabilidad del individuo por sus semejantes, en especial por los necesitados.

Frente a este paradigma del beneficio o del provecho, me gustaría hablar del modelo de la recepción, que se conjuga desde la segunda persona. Desde éste, la persona puede ser caracterizada como un ser capaz de “recibir” y “acoger” dones gratuitos que se le presentan como ocasiones para su autorrealización personal, en definitiva, para su desarrollo integral. Esa acogida o recepción tiene lugar en muchas dimensiones, tantas como tiene la persona. Puede tener lugar a nivel meramente cognoscitivo –recibimos y acogemos, pues, la realidad, sus datos, en todas sus manifestaciones plurales y complejas-, pero también ético e interpersonal. De ese modo, la actitud de la persona hacia los necesitados –es decir, hacia todos aquellos cuya vida se encuentra, por diversos motivos, amenazada, cuya situación es, por decirlo así, precaria (desde el momento de la concepción, hasta el de su muerte natural)- será de acogida.

Esto permite invertir la lógica tradicional: en lugar de ver al prójimo como objeto de nuestras elecciones y desvelos; en lugar de concebir a los necesitados como receptores de nuestra ayuda, podemos verlos como personas que en cualquier situación, también en las más desgraciadas, son capaces de donarse más que de recibir, de enseñar más que de aprender. El modelo de la acogida implica valorar al tú, con independencia de sus circunstancias y de su desarrollo, y hace nacer en la persona una actitud humilde y abierta a la enseñanza de sus semejantes, sea cual sea su situación o condición. De esa forma, las relaciones de solidaridad y de solícito cuidado pueden ser interpretadas como posibilidades que se le ofrecen al hombre de acoger el don que supone la persona.

III. Conclusiones

Antes de terminar, me gustaría apuntar algunas de las conclusiones que se desprenden de estas reflexiones sobre la fundamentación de la bioética. En primer término, se pone de manifiesto la necesidad de aclarar su estatuto teórico y continuar con el análisis crítico de las manifestaciones proteicas del cientificismo, sin presumir que la inadmisión de sus enunciados cierra la posibilidad a su influencia epistemológica. En este sentido, es menester integrar en la bioética las aportaciones de otros tipos o modelos de saber, siendo siempre conscientes de sus límites y sus deficiencias. De esa forma, la bioética personalista se presentará como alternativa seria y coherente desde un punto de vista filosófico, frente a otras propuestas simplificadoras, reduccionistas o unilaterales. En segundo lugar, he distinguido dos modelos de bioética sobre la base de dos actitudes básicas de la persona que trascienden el campo de la gnoseología. Se trata de dos modelos provisionales, pero que pueden resultar fructíferos. Lo que he llamado la bioética de la recepción o de la acogida resulta más coherente con los planteamientos personalistas, en la medida en que se sustenta sobre una concepción de la persona que la valora precisamente por lo que es, y no por las elecciones que lleva a cabo, ni por lo que puede aportar, hacer o producir [8].

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[1] Cfr. J. J. SANGUINETI, Filosofía de la mente, Palabra, Madrid, 2007.

[2] Así se encuentra caracterizado en T. HONDERICH, Enciclopedia Oxford de Filosofia, Tecnos, Madrid, 2009. Ver la voz “Naturalismo”.

[3] Cfr. J. HABERMAS, Entre naturalismo y religión, Paidós, Barcelona, 2006, p. 9.

[4] Ibid, p. 160.

[5] Ibid, p. 214.

[6] Cfr. R. OAS, “A Stem Cell Report”, First Things, 26 de enero de 2012. Recogido en “Células madre: la dignidad está antes que la eficacia”, en Aceprensa, 7 de febrero de 2012 (http://www.aceprensa.com/articles/celulas-madre-la-dignidad-humana-esta-antes-que-la-eficacia/).

[7] Cfr. E. SGRECCIA, Manual de bioética I: Fundamentos y ética biomédica, BAC, Madrid, 2010, p. 52.

[8] Cfr. E. SGRECCIA, Manual de bioética, cit., p. 72.