(Comunicación presentada en las VIII Jornadas de la AEP:
Bioética personalista:
fundamentación, práctica, perspectivas

Universidad Católica de Valencia
Valencia, 3-5 de mayo de 2012)

 

1-      JUSTIFICACIÓN

            Hace unos años acudí a un congreso ecuménico organizado por las Misioneras de la Unidad. El tema objeto de reflexión era la aportación específica del cristianismo en los temas sociales actuales más relevantes, como la política, la cultura, la economía, etcétera. Tras las ponencias los participantes nos dividimos en grupos en los que se estudió un ámbito concreto de la esfera social. Yo quedé encuadrado en el grupo que trabajó la cuestión ecológica. Tras una ronda de presentación, cada uno de los miembros del grupo hubimos de responder a esta pregunta bien directa: ¿qué idea fundamental puede aportar el cristianismo al debate ecológico? Tras unos minutos de reflexión, me tocó a mí  responder  en primer lugar. ¿Qué podría decir? Lo que escribo a continuación es una respuesta escrita y serena a esa pregunta a la que en aquel momento sólo pude responder oralmente y de una forma muy resumida.

2-      INTRODUCCIÓN

La cuestión ecológica es de gran importancia. Siempre lo ha sido, pero hoy en día lo es mucho más, pues abarca una serie de problemas que afectan a cualquier persona. Entre ellos destacan la desaparición de especies animales y vegetales, el deterioro de la capa de ozono, la emisión de gases tóxicos, la lluvia ácida, el deshielo de algunas zonas árticas y la escasez de agua potable. Estos problemas no sólo tienen un componente puramente biológico, sino que encierran cuestiones éticas, antropológicas y axiológicas.

            Efectivamente, las cuestiones éticas aparecen porque muchos de estos problemas, la mayoría, vienen provocados por los hombres. Éstos, con sus acciones, dejan su huella en el medio ambiente e inciden en las condiciones de vida de los demás hombres y de los demás seres vivos. Son, por tanto, acciones éticas.

            Las cuestiones antropológicas aparecen porque en el debate ecológico es obligado analizar el lugar que el ser humano ocupa dentro del conjunto de los seres vivos.

            Las cuestiones axiológicas, en fin, entran en escena porque los diferentes valores que se consideren dignos de ser defendidos condicionan la visión que se tiene de la naturaleza y del ser humano.

            Siendo tan importante la cuestión ecológica, y englobando cuestiones de muy diversa índole, no es extraño que incida de forma muy notoria en la vida social, jurídica, política, económica, cultural y educativa. Todos los sectores sociales quedan afectados. También el religioso.

3-      OBJETIVO / HIPÓTESIS

En efecto, el pensamiento cristiano también tiene algo que decir al respecto. El objetivo de este trabajo es, precisamente, resaltar cuál es su reflexión fundamental en este campo. La hipótesis de la que parto es que, sin olvidar otros aspectos, el fundamento de la reflexión ecológica cristiana es la preocupación por la persona humana.

4-      METODOLOGÍA

            El método que he empleado para verificar esta hipótesis ha consistido en  analizar, por un lado, dos textos bíblicos, uno veterotestamentario y otro neotestamentario, que la tradición cristiana ha considerado desde siempre  básicos en el tema que me ocupa y, por otro, analizar algunos de los documentos más actuales del Magisterio de la Iglesia.

5-      CUERPO DEL TRABAJO

EL ANTIGUO TESTAMENTO

Según un primer relato del Génesis [1], existe alguien dentro del conjunto de la creación que merece un respeto privilegiado. Se trata de la persona humana, culmen de lo creado. Por encima de ella no existe ninguna criatura. Es más, todas existen para ella. No es un individuo de una especie, como ocurre con los animales, sino que es expresión particular de la gloria de Dios [2]. Cualquier persona es absolutamente única e irrepetible porque así lo ha querido Dios. Aún más, en cada persona existe una marca indeleble de Dios, pues ha sido creada a su imagen y semejanza. Está por encima de las demás criaturas precisamente porque es persona, es decir, porque Dios le ha infundido un alma espiritual. Sólo a  ella Dios le ha entregado el mundo y le ha encargado guardarlo y cuidarlo.

            Hay otro relato genesíaco que también se refiere al ser humano como cima de la creación [3]. En él lo esencial es la referencia al soplo de Dios como origen de la vida del hombre. Ninguna otra criatura participa de este hálito de vida insuflado por el propio Creador. Sólo el hombre, que es Su imagen y Su semejanza.

            En los dos relatos encontramos, pues, varias ideas comunes básicas:

  • Las personas están por encima del resto de las criaturas.
  • La relación entre las personas y las demás criaturas no es una relación entre iguales, sino una relación de dependencia de éstas con respecto a aquéllas.
  • La persona es dueña y señora de la creación no porque así lo haya decidido ella por propia iniciativa, sino por libre disposición de Dios.
  • La persona ocupa una especial posición en el mundo porque es imagen de Dios y, por tanto, es capaz de dirigirse a Él.

EL NUEVO TESTAMENTO

 

El Nuevo Testamento recoge las ideas básicas del Antiguo en el tema que se está analizando. Sin embargo, introduce una novedad fundamental. Todo se explica a partir del acontecimiento de la Encarnación del Hijo de Dios. El texto básico es el prólogo del evangelio de Juan [4]. Es más, desde el punto de vista cristiano los textos del Génesis antes señalados sólo alcanzan su verdadero sentido a la luz del relato de Juan. La esencia de la fe cristiana en la creación está contenida aquí. Todo ha sido hecho por el Verbo, y sin Él no se ha hecho nada. Todo lo creado, incluidas las personas, reciben  de Él su consistencia.

A partir de este texto, puede decirse que:

  • Dios ha creado el universo con la finalidad de relacionarse con los hombres, culmen de la creación. No sólo eso, Dios crea para poder hacerse Él mismo hombre y, así, invitar a los hombres  a participar de su amor. Jesús de Nazaret es Dios mismo hecho hombre.
  • Cristo es el principio y fin de todas las cosas. No sólo de las cosas, sino también de las personas.
  • La Palabra se ha hecho carne y ha habitado entre la carne, entre las personas, con todas las consecuencias para la dignidad humana que esto conlleva.
  • La naturaleza encuentra su sentido en un diálogo entre el hombre y Dios [5], un Dios que se hace persona.
  • En el Nuevo Testamento aparece la idea de un lógos creador que crea por medio del Hijo-lógos. En el pensamiento cristiano el mundo se refiere de modo absoluto a este lógos creador, el cual, a diferencia del lógos griego, se implica con lo creado, de manera especial con el hombre [6].

 

EL MAGISTERIO DE LA IGLESIA

El Magisterio de la Iglesia de los últimos años, especialmente desde el Concilio Vaticano II hasta  Juan Pablo II y Benedicto XVI, se ha referido en numerosas ocasiones a la cuestión ecológica y, al menos en las más significativas, no ha dejado de recordar lo siguiente: la ecología no puede dejar de referirse al hombre. En evidente conexión con los textos bíblicos arriba señalados, las ideas básicas que se desprenden de los textos magisteriales son las siguientes:

  • El hombre es la cumbre de la creación [7].
  • El hombre participa de la soberanía que Dios tiene sobre el mundo [8].
  • El hombre es responsable, por decisión divina, de todo lo creado [9].
  • Todos los bienes de la tierra deben ordenarse de acuerdo a la preeminencia que el ser humano tiene en el universo [10].
  • El hombre es el rey de la creación [11].
  • No es como los animales, sino que participa de la inteligencia divina [12].
  • Dios le da la capacidad para ser causa inteligente y libre para completar la obra de la creación [13].
  • Entre todas las criaturas visibles, sólo el hombre es capaz de conocer y amar a su creador [14].
  • Sólo al hombre, y no al resto de las criaturas, le fue otorgada  la facultad de participar en la ejecución del plan de Dios sobre la creación [15].
  • Las demás criaturas se limitan a estar en la tierra, pero el hombre ha recibido de Dios el encargo de guardar, proteger y cultivar la tierra [16].
  • No puede respetarse la naturaleza en su conjunto si antes no se respeta a la persona humana [17].
  • Existe una estrecha interrelación entre la lucha contra el deterioro ambiental y la promoción del desarrollo humano [18].
  • Existe una estrecha interrelación entre la lucha contra el cambio climático y la lucha contra la pobreza humana [19].
  • No es el respeto a la naturaleza el que incluye, como una derivación suya, el respeto al hombre. Antes al contrario, son el respeto a la vida y a la dignidad humana los que incluyen el respeto y el cuidado por la creación [20].
  • La preocupación cristiana por el medio ambiente no surge en primer lugar ni principalmente de las oscuras perspectivas auguradas por los científicos, sino, ante todo, de la búsqueda de una auténtica solidaridad mundial inspirada en la caridad, la justicia y el bien común [21].
  • Las generaciones actuales  deben conservar la creación en las condiciones necesarias para que las futuras puedan vivir en ella de forma digna y sana [22].
  • Es necesario entender que una adecuada ecología humana es esencial para conseguir una adecuada ecología ambiental. Ello supone defender la vida humana desde su concepción hasta su muerte natural y el respeto incondicional de la dignidad personal. Este orden de valores tiene su origen y está inscrito en la ley moral natural, que fundamenta el respeto de la vida humana y de la creación [23].

6-      CONCLUSIÓN

            Recuerdo ahora la hipótesis de la que he partido en este trabajo: el fundamento de la reflexión ecológica cristiana es la preocupación por la persona humana, hipótesis que ha sido demostrada acudiendo a los textos bíblicos y al Magisterio de la Iglesia. Ésta fue, precisamente, la idea básica que expuse en aquel congreso ecuménico, al que me he referido al principio, cuando me preguntaron por la aportación principal del cristianismo en el debate ecológico. Ahora bien, si volviesen a preguntarme ahora, podría, además de fundamentar mejor mi respuesta, añadir algunas cosas que no dije entonces e incidir en otras que simplemente señalé.

            En primer lugar, es necesario insistir tanto en el derecho como, incluso, en la obligación que tienen los cristianos de participar en el debate ecológico. En ningún caso, y por ninguna circunstancia, deben quedar privados, ni privarse a sí mismos, de este derecho ni abdicar de esta obligación.

            En segundo lugar, y una vez asumido que han de hacer pública su voz en este ámbito social, deben comparecer con lo más distintivo de su propuesta ecológica, a saber, la defensa de la dignidad humana.

            Y, en tercer lugar, deben argumentar convenientemente que sólo partiendo de una adecuada ecología humana es posible pasar a plantear seriamente una ecología ambiental.

            La entidad de este reto que se plantea a los cristianos en los albores del siglo XXI es de proporciones extraordinarias. En efecto, allí donde haya un problema ecológico ha de haber cristianos para ayudar a solucionarlo. Allí donde haya un congreso sobre ecología ha de haber cristianos para hablar sobre este tema. Allí donde se estén redactando leyes sobre ecología debe haber cristianos para opinar. Vale la pena afrontar las dificultades e incomprensiones que, sin duda, surgirán. Y, por supuesto, siempre con las mismas palabras en la boca: “También en ecología, ante todo y sobre todo la persona”. Si ellos, los cristianos, no las pronuncian, quizá nadie lo haga.

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[1] Gn 1, 26-28ª.

[2] Cfr. J.C. SANAHUJA, El desarrollo sustentable. La nueva ética internacional, Vórtice, Buenos Aires 2003, pp. 277-278.

[3] Gn2, 4b-7.

[4] Jn 1, 1-14.

[5] Cfr. G. CREPALDI., El comportamiento ecológico: la responsabilidad ética del hombre respecto de la naturaleza y de su propia vida en el mundo, en AA.VV, La cuestión ecológica. La vida del hombre en el mundo, BAC, Madrid  2009, p. 183.

[6] Cfr. E. GODOY, El mundo en su condición de religado al Lógos creador y como don de éste al hombre en cuanto criatura dotada de Lógos,  en AA.VV., La cuestión ecológica. La vida del hombre en el mundo, BAC, Madrid 2009,p.123.

[7] Cfr. PONTIFICIO CONSEJO “JUSTICIA Y PAZ”, Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, BAC, Madrid 2005, p.464.

[8] Cfr, JUAN PABLO II, carta encíclica Evangelium vitae, 42.

[9] Cfr. PONTIFICIO CONSEJO “JUSTICIA Y PAZ”, cit., 451; BENEDICTO XVI, Mensaje para la celebración de la XLIII Jornada Mundial de la Paz: Si quieres promover la paz, protege la creación, 2010, 2,6.

[10] Cfr. CONCILIO VATICANO II, Constitución Pastoral Gaudium et spes 12, BAC, Madrid 1996.

[11] Cfr. PONTIFICIO CONSEJO “JUSTICIA Y PAZ”, cit., 460.

[12] Ibíd., 456.

[13] Ibíd., 307.

[14] Cfr. CONCILIO VATICANO  II,  cit., 12.

[15] Cfr. JUAN PABLO II, Mensaje para la celebración de la XXIII Jornada Mundial de la Paz: Paz con Dios creador, paz con toda la creación, 1990, 3.

[16] Cfr. BENEDICTO XVI,cit., 6.

[17] Cfr. JUAN PABLO II, Mensaje para la celebración de la XXIII Jornada Mundial de la Paz: Paz con Dios creador, paz con toda la creación, 13.

[18] Cfr. BENEDICTO XV, cit., 10.

[19] Ibíd.

[20] Cfr. JUAN PABLO II. Mensaje para la celebración de la XXIII Jornada Mundial de la Paz: Paz con Dios creador, paz con toda la creación,  16.

[21] Cfr. BENEDICTO XVI, cit., 10.

[22] Cfr. PONTIFICIO CONSEJO “JUSTICIA Y PAZ”, cit., 465; JUAN PABLO II, carta encíclica Evangelium  vitae, 42.

[23] Cfr. BENEDICTO XVI, op. cit., 12.