¿Quién es el hombre? Un espíritu en el mundo

El hombre es un espíritu en el mundo. ¿Cómo justificamos esta afirmación? ¿De dónde que el hombre tiene naturaleza espiritual o, en otros términos, que tiene alma?

En primer lugar, del mero hecho de poder formularla. Tal afirmación implica introspección, mirar uno dentro de sí mismo; después requiere generalización, universalización, abstracción, esto es, capacidad de trascender lo concreto; y por último su expresión mediante un lenguaje que no está basado tanto en la naturaleza como en la cultura…

Fuera del hombre no hay nadie de este mundo que pueda realizar estas operaciones. En concreto, ningún animal es capaz de ello. Por tanto, en el hombre hay una diferencia radical respecto del resto del mundo en que vivimos.

A esta diferencia le llamamos espíritu, alma…, como se quiera. En cualquier caso, la diferencia resulta del mero hecho de poder formularla.

Hay otro modo dinámico de verificar el carácter o la naturaleza espiritual del hombre: el sentido del humor. Ningún animal tiene sentido del humor. Pero, ¿por qué el sentido del humor? ¿En qué consiste el sentido del humor? Un autor que se ha ocupado de esta cuestión es Freud en su obra “El chiste y su relación con lo inconsciente”.  En ella advierte que el chiste implica la posibilidad de poner en relación dos realidades y compararlas. Del nexo y contraposición entre ellas se sigue una relajación interior que nos provoca la hilaridad.

El conjunto de todo ello implica una actividad profunda y compleja de la que solo es capaz el hombre. Sólo el hombre, dentro del mundo en que vivimos, puede comparar realidades. Los animales en cambio sólo pueden comparar situaciones dentro de la realidad concreta a que les abren sus instintos. El león, por concretar un poco, podrá comparar si está más cerca o más lejos aquella gacela a la que va a cazar; pero ni por asomo puede comparar el salto de la gacela con el arco iris.

Con cuántas realidades puede “jugar” el hombre al mismo tiempo en un mismo proceso intelectual?

El hombre es un espíritu en el mundo.

El valor de la libertad

El evidente que para realizar las operaciones que hemos descrito en el apartado anterior el hombre necesita no sólo una inteligencia matemática, en último extremo racional, sino una inteligencia abierta. Hoy se habla ya de inteligencia social y emocional. Pero incluso esto es insuficiente. Frente a la pretensión de Absoluto nos quedamos con el poder de una sonrisa, que nos libera de toda rigidez.

¿Hasta dónde la apertura de la inteligencia? Si es auténtica apertura, debe serlo sin límites. Debe de estar abierta a todo. Otra cosa no sería auténtica apertura. Y así, la introspección y el sentido del humor nos llevan como de la mano a reconocer la libertad de la inteligencia humana.

Sin embargo, hay que precisar: no es lo mismo omnipotencia u omnisciencia que libertad. Nuestra capacidad de conocer tiene su extensión y sus límites. Concretando más, cada uno tiene su coeficiente intelectual. Pero esto no impide que esta inteligencia concreta esté infinitamente abierta. Y así lo advertimos en que no hay ninguna realidad a la que no pueda dirigir su atención el hombre. Desde el átomo al universo en su globalidad y, pasando por la belleza, desde la materia al espíritu. Y en este último mundo, desde la introspección hasta el conocimiento del bien y del mal…

Por tanto, no lo podemos todo, no lo sabemos todo… Pero estamos abiertos a todo.

De la apertura del conocimiento se sigue la de la voluntad: de la capacidad de elegir, de decidir… y sobre todo de amar. ¿Por qué de amar? Porque el hombre no es un ser solitario.

Empecemos, desde la libertad de su voluntad, el hombre puede decidir hacer una cosa u otra o ninguna. Primero porque conoce y en tanto conoce, pero también por cuanto es interiormente libre para decidir. La libertad de hacer, sus efectos exteriores, traen su causa inmediata en la libertad interna de elegir, que no es sólo exterior, sino que es sobre todo interior. Por poner un ejemplo, un hombre en la cárcel es interiormente libre para plegarse o no al planteamiento de su carcelero.

Es conveniente insistir en este punto. Los animales –el contraste es muchas veces un modo de expresar un conocimiento, incluso un modo de llegar a conocer- no son libres porque están regidos por sus instintos, que determinan tanto aquello que pueden conocer como aquello que pueden hacer. La gacela, por ejemplo, conoce la presencia del león, pero no la belleza de una puesta de sol; y siempre huirá ante la presencia del león, mientras que por el contrario, el hombre puede suicidarse. Y es que el hombre no tiene instintos en sentido estricto. Digamos que tiene pulsiones. No se debe emplear una misma palabra para dos realidades diferentes. El hombre puede hacer lo contrario de aquello a que sus instintos/pulsiones le llevan. El animal, no. El hombre puede, como hemos dicho, suicidarse, abstenerse de vida sexual… incluso puede amar a sus enemigos. Lo único que el hombre no puede elegir es ser libre.

Son dos sistemas distintos, el del instinto de los animales y el de la libertad humana.

Y es desde esa amplitud del espíritu humano que le abre a todo bien, desde la que el hombre puede y es llamado interiormente a amar, como fin y cumbre de todo su obrar libre. ¿Por qué a amar y no a odiar? Por la misma razón por la que desea el saber, la verdad y no la ignorancia. Porque el hombre está abierto a todo bien y el odio no es más que una carencia en el ámbito volitivo similar, aunque más profunda, a la ignorancia en el ámbito del conocimiento.

Hay que insistir en este punto: el hombre puede amar. Los animales no. El hombre puede amar porque su voluntad libre tiende de sí al bien, a todo bien. Y es desde esta amplitud del espíritu desde donde puede compenetrarse plenamente con otro igual que él. Y aunque el amor va normalmente acompañado de sentimientos, también puede amar desde la sequedad o la distancia, porque el amor no es sentimentalismo, sino entrega, donación.

Tenemos, pues, al hombre libre en su conocimiento, llamado a la verdad; libre en su capacidad de decidir y por tanto capaz de amar.

Como consecuencia, el hombre es también creativo. Lo advertimos en que el hombre no vive propiamente en la naturaleza sino en el contexto artificial que las diferentes culturas crean. A esta creatividad ayudan la memoria y la imaginación. ¿Son estas potencias libres? Al menos son parcialmente controlables. Se pueden fomentar o reducir.

De todo lo dicho se sigue la siguiente consecuencia: Por razón de libertad, somos cada uno de nosotros un ser singular. Lo que exige que nuestro origen sea un acto de creación singular hecho por un Ser con potencialidad suficiente para darnos una infinita apertura a la Verdad y al Amor. No podemos ser producto ni del azar ni de la necesidad porque brincamos por encima de ellos. O, en otros términos, son poca cosa para nosotros. O sea, por razón de libertad, necesitamos que nuestro origen sea el Dios cristiano.

A caballo entre conocimiento y voluntad, la conciencia.

La libertad humana de conocer permite al hombre adentrarse en el conocimiento del bien y del mal. Y la de la voluntad, la de realizar uno y/u otro. Si nada le está vedado, tampoco esto.

Pero, ¿qué es el bien? De sí, esta palabra no es más que una abstracción. A lo que la conciencia impele es al bien concreto, práctico, realizable en cada caso concreto, bien que la inteligencia conoce y que la voluntad puede decidir hacer.

La conciencia es esa facultad que impele a obrar el bien y evitar el mal. Y que en caso de obrar el mal, como contratuerca, provoca remordimiento. ¿Esto qué significa? Que el hombre, naturalmente, por connaturalidad está orientado a hacer el bien.

Son dos momentos: el del impulso inicial a obrar el bien; y el remordimiento en caso contrario. Demasiado para no ser evidente. Lo cual, dicho sea de paso, ya entraremos en ello, implica que nuestro Creador es bueno.

Es cierto que el conocimiento del hombre es falible y limitado. Es cierto también que, según el obrar del hombre, la conciencia puede tornarse escrupulosa o laxa, que incluso el mal reiterado puede oscurecer la conciencia……… todo ello es cierto. Pero también es cierto que nosotros los hombres no somos seres absolutos y que por tanto no podemos esperar que nuestra conciencia lo sea, como tampoco es absoluto nuestro conocimiento ni el obrar de nuestra voluntad, como no lo son nuestra memoria e imaginación…  Pero el hecho de que nuestra conciencia no sea un absoluto no excluye que no esté ahí, en el corazón del hombre (en el fondo de su alma) impeliendo reiteradamente a obrar el bien concreto, factible en cada caso y operando como una contratuerca a ese bien mediante el remordimiento.

En todo caso, sobre la conciencia puede verse J. Ratzinger, Ser Cristiano en la era neopagana. 2. Conciencia y verdad, pp. 29 y sigs. Ed. Encuentro, Madrid, 1.995

Recapitulación

Tenemos, pues, ya, al hombre descrito como espíritu por la libertad de su capacidad de conocer y de amar impelido al bien por la conciencia (auxiliado por su memoria e imaginación, controlables), expresado en creatividad, capacidad de conocer y amar que son limitadas en su potencia y ejercicio, pero ilimitadas en su apertura. Ilimitadas porque están incardinadas en su libertad, que ésta sí, es infinita por cuanto una libertad limitada no es libertad.

Conviene reiterar que esta libertad infinita de sí no es omnipotencia ni omnisciencia, pero sí apertura sin límites. Pero también, del lado contrario, que libertad no es indefinición ni inacción. Cada realización de un acto libre (sea interno o externo) no es la elección de una posibilidad que cierra todas las demás, sino todo lo contrario, un acto que abre indefinidas posibilidades nuevas. La libertad, por el propio hecho de ser libertad, está para ejercerla.

Trascendencia

Tal es la libertad del hombre que el mundo en que vivimos se le queda corto, pequeño. Dicho de modo inverso, lo trasciende.

Podemos apreciarlo, de un modo seco pero inmediato, en que la libertad de nuestro entendimiento nos permite formular conceptos como el de infinito o eternidad, un sin límite material o temporal que no son propios del mundo en que vivimos. A mayores, nos permite hablar de la nada, que es todo lo contrario a la existencia en que nos encontramos.

Pero esto es muy poco. A lo que la libertad de su conocimiento llama al hombre es al encuentro con la auténtica Sabiduría.

Apreciamos también que el hombre trasciende al mundo, de un modo más vital, en el modo en que el amor humano reclama un depositario que lo acoja en un Amor sin medida.

¿Qué es entonces nuestra vida? ¿Un sinsentido, un absurdo, una tragedia?

En un mundo sistémico, en que todo está interrelacionado con todo, la libertad del hombre –conocimiento y libertad- impelida al bien por la conciencia no se detiene antes del Dios cristiano que es síntesis de Sabiduría y Amor en Persona.

¿Por qué en persona? Porque la libertad humana no se orienta a nada menor que ella como pueda ser el universo material o cualquier referente inconsciente de sí. La libertad humana reclama la Libertad Divina. La persona humana requiere un Dios Personal.

Y así, el encuentro del hombre con Dios es el encuentro de dos libertades, la humana y la de Dios. La humana hecha de proyección de conocimiento y amor; la de Dios, hecha de Sabiduría y Amor. Nuestra libertad invoca la Libertad de Dios.

Sólo Dios basta. Nada inferior a Dios le es suficiente al hombre. (Por más que Dios le exceda.)

La persona humana requiere como referencia una Persona. Sólo Dios es capaz de ser la referencia de los requerimientos más íntimos y profundos del alma humana.

Justificación filosófica

Todo lo que hasta aquí se ha dicho puede corroborarse en las siguientes citas de autores reconocidos:

El valor de la libertad. Antonio Millán-Puelles. Rialp. 1995. En particular, pág. 34 cuando critica “la consideración de la libertad como referida a las acciones solamente, y no también a las respectivas facultades” y cuando señala que “la libertad trascendental no se da propiamente hablando, en ninguna concreta intelección, ni tampoco en ninguna concreta volición, sino en el entendimiento, en principio abierto a todo ente, y en la voluntad, en principio abierta a todo bien.”

Idea de apertura ilimitada de la libertad que se corrobora en  Joseph Ratzinger, Ser cristiano en la era neopagana, pág. 20, Ed. Encuentro, 1.995. “Sólo lo que carece de límites es suficientemente amplio para nuestra naturaleza, sólo lo ilimitado es adecuado a la vocación de nuestro ser. Cuando este horizonte desaparece, todo residuo de libertad se convierte en algo muy pequeño, y todas las liberaciones, que como consecuencia se pueden proponer, son un sucedáneo insípido que nunca satisface.”

Y en Leonardo Polo, Quién es el hombre. Un espíritu en el mundo. Rialp, 1993, pág. 224, “La demostración de Dios a partir de la libertad: En el hombre la libertad es radical, pertenece a su propio ser. Así entendida… se llega a la existencia de Dios, con la libertad se desemboca en ella… Si no existe Dios, la libertad radical no existe tampoco… si esa apertura no encontrara un ser también personal, Dios, quedaría frustrada”

Todo lo cual se puede resumir en la expresión carmelitana: sólo Dios basta.

A mayores, el hombre es, por razón de su libertad, semejante a Dios. En este sentido, Catecismo de la Iglesia Católica, punto 1.705: “En virtud de su alma y de sus potencia espirituales de entendimiento y de voluntad, el hombre está dotado de libertad, “signo eminente de la imagen divina” (GS 17).”

Podemos concluir con Ratzinger, Todo lo que el Cardenal Ratzinger dijo en España, Edice, 2005, pág. 67, “La oración cristiana… es la respuesta de una libertad a otra libertad, encuentro con el Amor… No la negación de la persona, sino su acto más elevado, el amor, crea aquella unidad que nosotros, como criaturas del Dios Uno y Trino, anhelamos desde el fondo de nuestra existencia.”

El mundo material

¿Quién es el hombre? Un espíritu en el mundo, decíamos al principio.

Hasta aquí hemos planteado la dimensión espiritual del hombre. Pero, ¿qué es el mundo, entonces, para el hombre? El contexto en que ese espíritu humano se desarrolla y se expresa.

El mundo está hecho para el hombre. Razón: que sólo el hombre puede apreciarlo todo, desde el átomo, hasta el Universo. En cambio, cada especie animal sólo puede apreciar aquello que está en sus instintos y que constituye su hábitat. O, también se puede decir: hay hombres en todos los puntos del planeta, desde el Ecuador a los Polos; en cambio no hay pingüinos en África ni leones en la nieve.

Tal amplitud nos lleva a preguntarnos,  ¿el cuerpo del hombre, es libre? Quizás sea más preciso decir que es expresión, concreción material, de la libertad de su alma. Y, en efecto,

–        El hombre está de pie, con posibilidades materiales de trasladarse a cualquier punto de la Tierra, más aún, abierto al universo.

–        Su cara es expresión de su interioridad. El hombre no tiene hocico, como los animales, sino cara. Una cara expresiva de toda variedad de estados de ánimo. Y, dentro de ella, en particular, los ojos son el espejo del alma. Pero, a mayores, siempre se ha dicho que un hombre, ya a los treinta años, se refleja en su cara, es dueño de su cara que deja ver no sólo estados de ánimo pasajeros, sino la condición moral, social, cultural… del sujeto. Incluso el pelo realza la cara, le sirve de ornato, lo que no sucede con ningún animal, al que el pelo al modo humano le taparía los ojos, sería antifuncional.

–        Sus manos pueden hacer pinza entre los dedos índice y pulgar, por lo que puede fabricar herramientas (incluidas herramientas con las que fabricar otras herramientas).

–        Su piel es fina, adaptable mediante el vestido a todos los cambios climáticos y por tanto a todas las condiciones medioambientales.

En todo caso, de un modo extenso, sobre las diferencias entre el hombre y el animal, puede verse “El hombre y el animal. Nuevas fronteras de la antropología”. Leopoldo Prieto López. Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid, 2.008.

En síntesis, la libertad del alma humana se expresa en un cuerpo funcionalmente apto para tal libertad. O, a la inversa, el cuerpo del hombre es la expresión material de la libertad de su alma.

El cuerpo, sin embargo, no es una cárcel para el alma. Al contrario, el alma humana está diseñada para tener cuerpo. Lo que se advierte en que las facultades espirituales del hombre se desarrollan al contacto con el mundo y en que es el mundo material el que permite al alma humana expresarse.

–        En primer lugar, como decimos, las facultades espirituales del hombre se despliegan en contacto con el mundo, a través del cuerpo. Así el desarrollo de la inteligencia del niño por medio del análisis y síntesis de la información que percibe por los sentidos. Y el desarrollo de la capacidad de amar por el contacto con el cariño de sus padres.

–        Y, en segundo lugar, su propio cuerpo en contacto con el mundo permite al espíritu humano expresarse, es su modo ordinario de expresarse, en explanación de su espíritu. Concretarse en primer lugar en amor conyugal y procreación, en cariño, ciencia y técnica, arte, ¡qué decir¡

El  mundo está hecho para el hombre. ¿El hombre está hecho para el mundo? Hasta cierto punto, sí; pero si lo trasciende, como hemos visto antes, ¿qué sentido tiene entonces que, dicho en términos católicos, nazcamos en la Tierra y no en el Cielo?

Cierta interpretación del libro del Génesis (al que por lo menos hay que reconocerle la antigüedad de sus inquietudes, tan cercanas a las nuestras) podría plantear la cuestión: Dios creó al hombre a su imagen y semejanza. Hoy conservamos la imagen. Ya hemos citado al Catecismo de la Iglesia Católica cuando afirma que nuestra libertad es signo eminente de la imagen divina. Pero hemos perdido la semejanza por el pecado original. ¿Fueron Adán y Eva? ¿Somos cada uno de nosotros? ¡Qué más da! Lo cierto es que el mundo está lleno de pecado, que no es otra cosa que el mal en su referencia a Dios. Nuestra conciencia sigue, sin embargo, orientada al bien, incluso mediante la contratuerca del remordimiento. Estamos en este mundo para adquirir la semejanza con Dios, que es santidad. Pero Dios es impotente para imponérnosla.

El pecado original, esa disociación respecto de Dios que hay que romper para entrar en el cielo, se extendió por propagación. Es decir, por solidaridad humana. Lo que nos introduce en el siguiente tema.

Solidaridad humana

El cuerpo del hombre es, pues, expresión del espíritu, libertad. Y el mundo está hecho para el hombre, pues sólo él es capaz de disfrutarlo por entero.

Pero el cuerpo del hombre no sólo muestra el espíritu individual, sino también la indefectible solidaridad humana. Solidaridad positiva y adversa, material y espiritual, pero en todo caso indestructible.

Lo evidencia de modo palmario un niño recién nacido, un niño pequeño. ¿Hay en la Tierra criatura más indefensa que él? ¿Podría sobrevivir sin el auxilio de sus padres o, en su defecto, de quienes hagan sus veces?

Y, dicho sea de paso, ¿puede ser esto la cumbre de la evolución? ¿Cómo puede una pretendida evolución que cada vez pretende generar seres más perfectos en su adecuación al medio presentar como su mayor éxito un “animal indefenso”? Y ya en esta línea, gobernada cada especie animal por sus propios instintos, rigiéndose cada hombre por su individual libertad de la que no puede prescindir (nadie puede elegir no ser libre), ¿cómo puede sobrevivir ese pretendido homínido en el pretendido proceso de transformación del instinto en libertad cuando ni uno ni otro rigen su vida?

Pero, en fin, no estamos hablando de evolución, sino de solidaridad humana.

El hombre, por naturaleza, es un ser solidario. Se advierte, como venimos diciendo, en el cuerpo indefenso de un recién nacido, que necesita de otros hombres para sobrevivir. También los adultos necesitamos indefectiblemente de compañía humana. Desde el punto de vista espiritual, entendida esta expresión en sentido amplio, la solidaridad humana se manifiesta en la transmisión de patrones culturales, de ciencia y técnica. En conjunto, vivimos de lo que recibimos de quienes nos han precedido; y lo transmitimos a quienes nos siguen.

¿Qué es el hombre, por tanto? Libertad y solidaridad abierto a la trascendencia y por tanto a Dios.

Pulsión entre el cuerpo y el espíritu

Hay, con todo, una innegable pulsión entre el cuerpo y el espíritu.

La aventura espiritual del hombre que no se detiene, por razón de su libertad de conocimiento y amor antes de la Libertad de Dios como síntesis de Sabiduría y Amor –sólo Dios basta- se realiza en un contexto material, en particular el propio cuerpo, hecho tanto de posibilidades, a que ya nos hemos referido, como de carencias.

Las carencias que en cada uno de nosotros provoca el mundo material, digamos el hambre, la sed, la necesidad de guarecernos de la intemperie, etc. son, bajo determinado punto de vista, útiles: nos impulsan a la creatividad y al esfuerzo. La necesidad despierta el ingenio.

Otras veces, son desmedidas. En concreto, nuestro cuerpo está sujeto al dolor y la muerte. Lo cual, también es cierto que bajo determinado punto de vista es útil, pues el dolor es un aviso del malestar del cuerpo y permite curarlo. Y la muerte, bajo determinado punto de vista, es funcional pues el desarrollo de la vida en infancia, adolescencia, madurez, vejez es bastante para la conformación de la personalidad. A partir de este momento, todo está cumplido. O, dicho de otro modo, la inmortalidad  luchando por la vida al modo en que hoy vivimos sería extenuante. Asimismo, si no hubiera muerte, no habría renovación de generaciones ni cabríamos todos en la Tierra.

Pero la racionalidad en este punto no responde a nuestra pregunta. Hay sufrimientos insufribles y muertes prematuras. ¿No merece el espíritu humano un cuerpo mejor dotado? O también, ¿por qué el espíritu no arrastra al cuerpo a una vida mejor?

Sin embargo, si reflexionamos, advertimos sencillamente que el espíritu humano también requiere una vida mejor, que en él también hay carencias, incluso enfermedades espirituales que hoy no son reconocidas como tales en una sociedad materialista, pero que, pese a todo, “haberlas, haylas”. Aceptamos comúnmente como tales la falta de cultura y de libertad política… pero no advertimos como tal la falta de vida espiritual, de trato con Dios.

Vemos, en consecuencia, que hay no sólo una pulsión entre espíritu y cuerpo, sino también una digamos debilidad estructural tanto de uno como de otro.

Es cierto que sólo en el cielo, en plena comunión con Dios, puede pretenderse una vida plenamente lograda tanto en lo material como en lo espiritual. Y nosotros, los hombres no estamos allí. No podemos estarlo porque, como hemos dicho más arriba, aunque hemos sido creados a imagen de Dios, para que el cielo sea cielo hemos de ser, además, semejantes a Él.

Y, sin embargo, pese a que no estamos en el cielo, esta vida espiritual existe. Y lo podemos comprobar en que hay quien la tiene. El mero hecho de poder experimentarla es la mejor “prueba” o “demostración” de Dios. Porque, como se ha dicho, referido a éste y a otros temas, “para quererlo, hay que rozarlo”. Dios está en el fondo de nuestra alma lo que se advierte cuando se sintoniza con Él. Pero para ello hay que querer hacerlo.

Es la vida espiritual la que, al mismo tiempo que transforma el espíritu, da al hombre la fuerza para sobrellevar tanto la sujeción a la materia como los sinsabores de la vida.

Ven y verás, dice el Evangelio sobre este mundo. Ninguna disertación filosófica, pues no es posible un “output” sin un “input”.

Segunda recapitulación

Hasta aquí, cuanto se ha dicho es verificable:

–        La libertad del espíritu humano, que es apertura del conocimiento a todas las realidades incluida la introspección. Y la apertura de la voluntad al amor. A caballo sobre ambas facultades, la conciencia que impele al bien y que opera como una contratuerca mediante el remordimiento. El cuerpo es expresión material de la libertad del alma.

–        La solidaridad humana que se expresa especialmente a través del cuerpo (que es el medio por el cual se expresa el alma). En particular en la necesidad de solidaridad del recién nacido. Pero que se aprecia todas las situaciones, proclives y adversas, materiales y espirituales, por ejemplo en la transmisión de saber, cultura y amor.

–        La pulsión entre espíritu y cuerpo; y la debilidad incluso estructural de uno y de otro.

Todo lo cual implica que nuestro creador es bueno puesto que nos da tanto la libertad como la tensión hacia el bien. Implica, asimismo, la creación individual del alma humana por razón de la libertad. Nos da asimismo la solidaridad, sin la cual la vida sería la soledad absoluta. ¿De dónde que tengamos un Creador? De nuestra capacidad de trascendencia que implica que no nos bastamos a nosotros mismos.

Dios y el hombre. El Cristianismo

A partir de aquí es muy fácil entender el cristianismo, que es una ecuación de libertad personal y solidaridad humana en la que Dios no se deja vencer por el mal.

1.- El planteamiento inicial es el siguiente:

Dios es bueno: Nos ha dado a cada uno la libertad y la tensión al bien. Quien hace esto no puede ser malo. Dios nos creó buenos porqué Él era Bueno. Pero el pecado original, por propagación, por solidaridad humana, trastocó nuestra relación con Él y como consecuencia debilitó nuestra naturaleza. ¿Por qué el pecado? Porque sólo el hombre es capaz de bien y de mal. Por tanto, viniendo el bien de Dios, el mal debe venir del hombre.

Este planteamiento, dinámica de libertad/tensión hacia el bien contra pecado es verificable hoy en día. Hay que partir de lo conocido para llegar a lo desconocido. Y no a la inversa. No tiene sentido hablar de dinosaurios o evolución cuando, si existieron, no estábamos allí para saber cómo eran. Y es contrario a la verificación de la historia y de la sociedad actual pensar que desde los agresivos hombres prehistóricos hemos evolucionado al Estado de Derecho. Esto es narcisismo puro y duro. Hoy los hombres de los autodenominados Estados de Derecho no nos diferenciamos de los hombres de la prehistoria con sus hachas de piedra y sus pinturas en las cuevas, con su agresividad y su expresión artística, sino por los medios técnicos. Pero el hombre es el mismo.

Desarrollando este planteamiento, tenemos:

Dios es bueno: Quien crea la belleza del mundo no puede ser malo. En ocasiones esta belleza se advierte mejor en la naturaleza que en el alma humana, porque la naturaleza no está contaminada por el pecado. Pero, con todo, lo que verdaderamente es hermoso es el alma, capaz de creatividad, imagen por tanto en sí del Dios que creó la naturaleza.

Dios es bueno: Quien crea la libertad humana y su tensión hacia el bien no puede ser malo.

Dios creó el mundo y el hombre buenos porque Él es Bueno.

¿De dónde viene, pues, el mal? No puede venir de otra causa que de la libertad del hombre por la sencilla razón de que sólo el hombre es capaz de distinguir el bien y el mal y por tanto de realizarlos. Y el pecado es verificable hoy en día en todos los lugares de la Tierra. Se transmitió por propagación o sea por solidaridad en el pecado original.

¿Fueron Adán y Eva o fuimos cada uno de nosotros? ¡Qué más da¡ En cualquier caso, esto es lo que hay.

¿Qué hizo Dios frente a nuestra libertad que elegía el mal? En primer lugar respetarla. ¿Qué otra cosa podía hacer? O respetarla o aniquilarla. Torcerla no, porque entonces no hubiera habido ya libertad.

2.- Pero, sin embargo, y esta es la segunda tesis del catolicismo, Dios no se dejó vencer por el mal. ¿Cómo lo hizo? Por medio de Jesucristo.

Jesucristo, que es Dios Hijo, quién haciéndose hombre y por tanto incardinándose libremente en la solidaridad humana la reorientó de nuevo a Dios con un acto de Amor tal, a la medida de Dios, que borraba todos los pecados del mundo. Frente a la solidaridad del pecado, la solidaridad en Dios por medio de Cristo. De tal modo que al ser Dios Hijo mismo quien reabre las puertas de acceso a Dios ya nunca más podrán cerrarse.

¿Cómo es esto verificable? Ya hemos dicho que en la vida espiritual personal, que funcionar, funciona. Pero, para todos, y en particular para quien no la tiene, en la vida de Cristo reflejada en los evangelios y en el testimonio de las vidas de los santos, que nunca han faltado en la historia de la Iglesia.

La vida de Jesucristo fue un acto de Amor sin medida a Dios Padre y a los hombres. Lo apreciamos en sus milagros, su doctrina y su cruz.

Sus milagros: El texto de los evangelios entrecruza de tal modo la narración de los milagros con la de la doctrina que no es lingüísticamente posible que tal texto subsista prescindiendo de los unos o de la otra. Dicho de otra manera, milagros y doctrina no están lingüísticamente superpuestos, por lo que es necesario que los milagros sean ciertos so pena de que no lo sea tampoco la doctrina. Pero, en tal caso, ¿de dónde viene toda la historia del cristianismo?

Los beneficiarios de los milagros pasaron. Pero hoy, a nuestros efectos, tales milagros expresan el amor de Dios por el hombre, que no quiere su sufrimiento.

Su doctrina: Era (y es) contraria al sentir y pensar del mundo. Frente al orgullo/soberbia/vanidad en que nos movemos como expresión y efecto del pecado, mostró humildad y mansedumbre, Amor incluso por sus enemigos. No la hipocresía de la falsa humildad, sino la auténtica de la donación de sí mismo. Lo que se muestra en su competencia para atraer a las masas e incluso (lo que es más difícil) mover a las almas. Hoy se expresa de modo palmario en la Eucaristía: Dios es alimento en el pan y alegría en el vino. ¿Hay un modo más sencillo y más eficaz de ofrecerse a los hombres? ¿Somos los hombres el dios de Dios? El contraste con el mundo es palmario.

Su cruz: Evidentemente, ante estos precedentes el mundo, el demonio, lo devoró. Porque nadie soporta enfrentarse cara a cara, en descubierto, con su conciencia. Es difícil que se haya visto en toda la historia de la humanidad más saña que con la que fue tratado Cristo en su pasión y muerte. A título de ejemplo, la reunión del sanedrín judío durante la noche estaba prohibida. Por eso no fue una reunión formal, sino un preludio para no perder tiempo en la que tuvo lugar ¿conforme a la legalidad vigente? a la salida del sol; y la flagelación y la crucifixión eran dos penas que en Derecho romano no se infligían conjuntamente a un reo. Pero todo ello fue como el trozo de carne envenenado que se echa a la bestia y que le explota en su interior. Cristo, permaneciendo en el Amor pese a ser sometido al odio más fuerte, redimió al mundo por el Amor.

Ya de por sí, tal historia debería hacernos reflexionar. Pero, además, se verifica en que este modo de afrontar la vida y la muerte se ha ido transmitiendo sin solución de continuidad en la historia de la Iglesia al modo en que una vela enciende otra vela, como la luz del cirio crismal  pasa vela a vela de uno otro de los asistentes al acto. Siempre ha habido santos. Gracias a Dios, la historia de Cristo ha creado escuela. También en este seguimiento se verifica que es cierta.

3.- ¿Está con esto todo hecho? No. La solidaridad en Cristo sustituye, vence a la solidaridad en el pecado. Pero a la solidaridad con Cristo no se llega sino desde la libertad personal, que no puede ser violada porque es libertad. O dicho de otra manera, porque quien en su interior no puede decir no, tampoco puede decir sí.

No todos los que se han llamado cristianos lo han sido. Judas no lo fue. ¿Qué tiene de extraño que haya quien no lo es si a la solidaridad de la humanidad en Cristo con Dios Padre debe añadirse la libertad personal? En consecuencia, la historia de la Iglesia es expresión constante de su necesidad de reinicio de los postulados cristianos. Pero en todo caso el parecido entre un santo y un hereje está en que ambos pretenden la reforma de la Iglesia, pero el santo, desde dentro, desde el cariño a esa cadena de transmisiones que le ha permitido conocer su posibilidad de acceso a Dios.

Insisto, frente a la solidaridad en el pecado original, hoy la historia muestra la solidaridad en Cristo. Pero, eso sí, siempre a través de la libertad personal ayudada por la gracia enviada por el Espíritu Santo.

Y con eso hemos terminado hablando de Dios Uno y Trino. Hay también una solidaridad y una libertad en Dios como la hay en la familia humana y en cada uno. El Amor del Padre se entrega completamente al Hijo, que es unigénito, porque el Padre se lo ha entregado todo, no se ha reservado nada. Y el Hijo responde eternamente en mutua correspondencia de Amor. Del amor de entrambos procede el Espíritu Santo. Dios es Libertad y Solidaridad como el hombre.

Tanto amó Dios al mundo que le entregó a su Hijo unigénito. Y a través del Hijo accedemos a ese Amor trinitario. Y la familia humana es acogida en solidaridad y libertad personal en la Unidad y Trinidad de la Familia Divina.

Visto todo esto, que fácil es reconocer la Verdad en la Belleza. También porque si bien lo que sucede tras la muerte no es verificable hoy, aquí, también es cierto que confiar en Dios no es un salto en el vacío en tanto que hoy, aquí, la oración transforma el alma y por tanto, subsidiariamente, el mundo. Y, en consecuencia, hoy, aquí, tenemos como comprobación de la vida eterna, con Dios, la satisfacción de vivir en la belleza de ser cristianos.

Rafael Burgos Velasco, Madrid, 4 de diciembre de 2010