(Comunicación presentada en las IV Jornadas de la AEP:  «El giro personalista: del qué al quién». Universidad San Pablo-CEU, 13-14 de febrero 2009)

 

María Lourdes Durán, Profesora de Filosofía IES.

Estoy en la seguridad de tener un escaso conocimiento de la obra de Julián Marías; en cambio, creo tener muy buen conocimiento de su persona aunque haya sido poco el contacto que he mantenido con él en vida. Aún así, me atrevo a asegurar que una de las mejores claves para entender el sentido pedagógico de su filosofía está en La educación sentimental[1]. Como él nos dice, “es uno de los núcleos en torno a los cuales se organiza la vida, y precisamente, es en sus estratos más profundos, donde se encuentran las raíces de casi todo lo demás”[2]. Por eso, a partir de una lectura de esta obra llegamos a entender la urgente necesidad de poner todo nuestro empeño en la relación dialéctica entre  saber  sentir  y  pensar, ya que si no educamos los sentimientos, que son un elemento decisivo de la vida humana, donde se encuentra la raíz de todo lo demás, como él nos dice, entonces está perdido el saber y todo el empeño que podamos poner en enseñar a pensar[3].

La ausencia de esta educación o sus posibles deficiencias puede producir un “empobrecimiento” radical de nuestra vida. Es, por tanto, una dimensión esencial de la vida y podría causar la pérdida del nivel adecuado  que nos permite encontrarnos con lo mejor de nosotros mismos, con lo que nos constituye como personas.

No puede entenderse una educación integral de la persona si no engloba la educación de los sentimientos, a partir de su radicación en la condición personal, que es, como nos enseña Julián Marías, la condición de la vida humana.

Que esto pueda traer consigo muchos peligros lo tenemos claro, y Julián Marías nos advierte de ellos en muchas ocasiones, porque el hombre arriesga su vida constantemente con cada una de sus decisiones y puede, nos dice con su reveladora simpatía, que al jugarse la vida entera a una carta le salga el siete de copas, pero, por otra parte, ¿por qué no tener una visión más positiva y pensar que puede que le salga el as de oros? Entonces, no sólo habremos acertado, sino que nos  llevamos el “premio gordo”[4].  Esto implica enormes consecuencias para la vida sentimental: poner todas nuestras ilusiones, ilusionarnos con nuestros proyectos y ser optimistas.

Es verdad que nos podemos encontrar con decepciones en lo que esperamos de los demás, hasta puede que nos ocurra lo que nos dice el poeta Antonio Machado, “tengo en moneda de cobre / el oro de ayer cambiado”[5]. Pero la invitación del filósofo en este caso es más que optimista: “se puede hacer la operación inversa y trocar el cobre por una resplandeciente moneda de oro. Y en esto consiste precisamente “la educación sentimental”, nos dice. Para transformar el cobre en oro, operación difícil de creer, pero posible en todo aquél que tiene sus ilusiones y esperanzas puestas en el ser humano, se requiere la dura y costosa tarea de la educación sentimental. La puesta en práctica exige tener en cuenta los tres planos de la vida humana a los que nos vamos a referir.

1. Filosofía y adolescencia

En la educación de los adolescentes, por ejemplo, Julián Marías nos advertía que resulta más fácil que estos entiendan los problemas de la Filosofía si los referimos a su misma vida, de lo contrario no van a entender nunca de qué van, porque “la Filosofía es más fácil que las matemáticas”, nos decía[6]. La cualidad primordial de su pedagogía es la claridad, nada por las nubes, sino bien metido en las entrañas del mundo; habla claro porque piensa claro; esa es la clave que nos explica por qué le ha entendido tanta gente que ha leído sus obras y le ha seguido a todas sus conferencias. A Julián Marías le angustiaba la idea de que no pudieran entenderle. Por eso, los filósofos deben hablar de cosas que se puedan ver, tocar con  mano. De ahí su idea de la filosofía como la  “visión responsable”, que justifica lo que ve y responde a las preguntas, se piensa viendo, mirando y descubriendo la realidad. La claridad, decía Ortega, es la cortesía del filósofo.

La función del profesor tiene que ser la de contagiar el entusiasmo y el pensamiento, pensar con el estudiante y delante de él para dar razón  del ser del mundo, haciendo posibles los valores, aunque no lleguen a realizarse del todo y aunque no se consiga responder realmente a todos los problemas. Lo importante es llegar a hacerse preguntas radicales, porque la filosofía es “ciencia buscada”, como decía Aristóteles (zetouéne epistéme), vislumbrando el carácter inacabado, proyectivo de la vida humana y de su esencial quehacer filosófico.

Ahora bien, que todas las preguntas tengan respuesta… ¡eso ya  es otra cuestión!, decía con ímpetu Marías. Contestar es necesario pero no decisivo[7]. Los adolescentes tienen que entender en qué está el problema para que pueda apasionarle, y esto ocurre si realmente se consigue hacerlo radicar en su vida concreta. Hay que invitarles, por eso, a hacerse preguntas radicales ya que la vida es la realidad radical y sólo puede entenderse la filosofía si se hace desde la propia vida y aplicada a ella.

En la vida pueden distinguirse tres planos, nos dice, la estructura analítica, la estructura empírica y su realización en la vida individual concreta. Por tanto, en la educación sentimental de la persona habrá que partir de ahí: “los factores decisivos procedentes del primer plano son el carácter proyectivo y futurizo. Al segundo plano pertenece la sensibilidad, la condición sexuada y la posibilidad amorosa y en el tercer plano acontece la realización efectiva de esas dimensiones, que adquieren diversas configuraciones, con distintos grados y formas de tonalidad de la vida”[8].

2. La espontaneidad de la vida

Por tanto, los sentimientos constituyen un factor decisivo de vitalidad, de intensidad de la vida. “Es un grave error la programación… porque elimina algo que es decisivo: la espontaneidad. En la vida es esencial lo que aportan los impulsos, los deseos y la imaginación”[9]. Recuerdo que en una ocasión, al haber pasado delante de la casa de Julián Marías, pensé que habríamos podido entrar a darle un abrazo, algo que no hicimos por la prisa que llevábamos. Cuando se lo comenté, de inmediato  contestó: “¡pues haberlo hecho!”. La educación para Julián Marías no tiene que estar reñida nunca con la espontaneidad, sino tiene que ser un eje suyo. Porque “podría parecer que la insistencia en la espontaneidad excluye la educación y que queda relegada a un puesto secundario. En cambio la exige. La idea es que hay que educar la espontaneidad… Porque una espontaneidad ineducada es pobre…”[10].

Nos dice: “Entiendo la educación como cultivo e incremento de la espontaneidad, pero existe el riesgo de que la presión de lo “real” cohíba la espontaneidad, disminuya la imaginación e imponga un inesperado primitivismo”[11], lo que puede acarrear un empobrecimiento de la vida.

Toda la obra de Julián Marías está impregnada de este carácter pedagógico en donde el objetivo primordial es ayudar a orientar otras vidas, para que cada una llegue a ser en su plenitud “vida humana”.

3. El cine: escuela de vida

Si por “educar” entendemos sacar lo mejor de uno mismo o ilusionar fomentando valores, esto es sin duda lo que encontramos en la educación sentimental de Marías. Se trata justamente de una paideía o de un descubrimiento de la luz.  Es el camino que el alma tiene que seguir hasta llegar a descubrir la verdad, dando por sentado que se trata de un progresivo descubrimiento personal. La paideía griega “era el instrumento principal de interpretación, de proyección, para dar transparencia a la vida… que es la inteligibilidad de la historia”. En este sentido, por ejemplo, hay que saber pensar y utilizar la poesía, la novela, el teatro, el arte en general y, por supuesto el cine, que era una de las grandes pasiones de  Marías. El cine, nos dice, “ha afectado a todas las dimensiones  de la vida, a la que ha dado una dilatación fabulosa, nunca soñada; ha sido el más eficaz instrumento de paideía, y con un alcance universal”[12].

Piensa nuestro maestro que se ha escrito mucho sobre la función pedagógica del cine y de cómo a través de él se modifican las conductas y las formas de pensar, porque “contiene lo que de educación sentimental se ha ido creando y depositando en la literatura a lo largo de los siglos”. Por tanto, es un “instrumento por excelencia para la educación sentimental”. De hecho, conocemos muy buenos libros de texto para adolescentes que parten de este elemento motivador para enseñar[13].

Ahora bien, Marías critica la “despersonalización” que sufre en nuestros días el cine. También en él hay una invasión de las cosas con respecto al sentido que pueden tener ellas en la vida personal: los efectos especiales, la aceleración del ritmo escénico y la correlativa decadencia de los diálogos. Los actores quedan disueltos en la acción, tanto que el espectador deja de interesarse por “quién” es cada actor, y más por el “qué” hacen, de suerte que el actor, en cuanto figura social conocida, se convierte mágicamente en un arcano biográfico, que va manifestando su drama en la pantalla[14].

Sin duda, mediante una selección adecuada de las películas podemos educar en el bien, la verdad, la belleza y el amor[15]; podemos entonces educar los sentimientos, convirtiendo el cobre en oro, como decíamos, cambiando los sentimientos negativos por positivos. El cine puede modificar las formas de pensar y también las conductas gracias a algo suyo innovador: la convivencia virtual en la relación entre los personajes y el espectador. La posibilidad de que el espectador penetre en las diversas formas de ser y de entender el mundo de los personajes, no producen otra cosa que un enriquecimiento personal.

En el cine, nos dice Marías, captamos “las conexiones vitales que ponen de manifiesto el dramatismo de la vida humana”[16], los grandes problemas con los que se enfrenta. Si no existiera  el cine, el mundo actual estaría sometido a muchas más presiones manipuladoras, pero este instrumento viene a ser liberador y ofrece la posibilidad de que el hombre se descubra a sí mismo, encuentre su propia identidad, se encuentre consigo mismo en su ensimismamiento y alteración.

4. Educar en la verdad

Una de las primeras claves pedagógicas que aprendemos de la filosofía de Marías es educar en la verdad. A este tema sabemos que el autor ha dedicado gran parte de su vida, por no decir toda. El punto de mira filosófico de la vida “va contra toda resistencia a querer mirar la realidad y a tomarla en serio tratando de entenderla”. Ha denunciado duramente la situación “anormal y paradójica, que es vivir contra la verdad… dominante en nuestra época. Se afirma y se quiere la falsedad a sabiendas, se la acepta tácticamente”[17] conduciendo a una crisis del trato del hombre con la realidad y, como consecuencia, del trato del hombre consigo mismo, volviéndose su vida inauténtica. En definitiva, lo que le interesa es la función vital de la verdad, porque ser auténticos es ser más personas. Por ello, propone “la más escrupulosa exigencia de verdad” que consiste, ante todo, en saber a qué atenerse, no en un mero saber cosas difundiéndolas irresponsablemente. El afán por ir contra la verdad de grupos de personas, partidos políticos y medios de comunicación difundiendo mentiras, hace que se multiplique el efecto desastroso hundiendo al hombre en una profunda desorientación general.

Marías, inspirándose en una frase de Gabriel Marcel, habla de “técnicas de envilecimiento”, refiriéndose a la deplorable actuación en contra de la verdad de los medios de comunicación, que, a menudo llamaba “de confusión”. En el fondo, el que miente, tiene un miedo radical a la verdad porque esta destruiría su propio mundo y engendraría compromiso. Lo peor de todo es que hay personas que mienten sistemáticamente degenerando y profanando el verdadero significado de las palabras y de la realidad misma.  Esto sucede cuando el hombre se olvida de que es persona y no cosa, entonces ha perdido la verdad.

De todo esto, nos dice,  podemos y debemos pedir cuentas,  porque la crisis de la realidad produce una crisis del trato del hombre con ella y puede generar una profunda desorientación del hombre al no saber a qué atenerse. Por tanto, el concepto de verdad que propone Marías, siguiendo a su maestro Ortega, es el de “autenticidad”, que da un valor primario a la función que tiene dentro de cada proyecto vital.

Con relación a este tema aprendemos del filósofo unas cuantas tácticas pedagógicas: por ejemplo, que toda educación sentimental debe conducirnos al  “reconocimiento alegre de la realidad” y a mantener la verdad de modo inexorable[18], “contra viento y marea” y sin abdicar jamás.  Nos decía que a él nunca le han perdonado decir siempre lo que piensa.

Por otro lado, aprendemos a estar vigilantes y resistirnos a aceptar la falsedad en cualquiera de sus formas, a “no aceptar la mentira allí donde surja”[19] y a que, en el momento que nos demos cuenta de ella, sepamos denunciarla;  lo mejor es enfrentar al que miente con su propia mentira, acudiendo a la razón para demostrárselo.

5. Educar en libertad

La segunda clave que consideramos importante a nivel pedagógico consiste en educar en libertad. El hombre, nos dice, es dueño de su destino y, por eso, está capacitado para hacerse responsable de sí mismo y cargar con las posibles consecuencias que tengan sus actos libres: “he de llevar mi libertad en peso / sobre los propios hombros de mi gusto”. Estos versos, que Marías repetía a menudo, expresan de modo excelente el significado más profundo de la libertad. Mis decisiones podrían afectar al resto de la humanidad y de la historia. Igualmente, algo que pueda realizar una persona muy lejana a mí me puede afectar. Porque todo está conectado con todo a través de causas impredecibles, es como el efecto mariposa en física.

Si es desde la razón, hay que aventurarse. Si es en medio de un naufragio, surge la necesidad de bracear como uno pueda para sobrevivir. Pero siempre el ejercicio de la libertad es una exigencia. Aunque sea en las peores circunstancias, siempre existe una libertad: la que uno se toma.

En su obra “Cervantes, clave española” comenta que “Cervantes ve la vida como libertad”[20], como voluntad de aventura. Dijo muchas veces ante las circunstancias más adversas “Tú mismo te has forjado tu ventura”.

“La libertad es la condición intrínseca de la vida humana, que es irrenunciable, porque si se renuncia a ella también se hace libremente, ejerciendo esa misma libertad. Pueden las situaciones reales reducir angustiosamente la libertad, pero no anulan la condición libre del hombre, que se mantiene mientras vive”[21].

El fundamento de la libertad es “Yo sé quién soy”, frase que aparece en el capítulo V de la primera parte del Quijote y que Marías comenta en su obra. Esta idea se encuentra referida, ante todo, al concepto de “autenticidad”,  al de identidad personal, (yo soy yo mismo, en persona) y al reconocimiento del “proyecto personal” como vocación: nos definimos por nuestros proyectos, esto es lo que vemos en la personalidad de Don Quijote y es la clave para entender la idea de vida en Ortega y en Julián Marías.

Cuando descubro quién soy, despierto a una nueva vida: la mía, y me descubro a mí mismo, en mi mismidad, viviendo y sintiéndome vivir. “Al decir “yo sé quien soy”, Don Quijote viene a decir: “yo sé quiénes soy o quiénes podré ser”. Los dos elementos, las multiplicidades y el futuro son esenciales. Se refiere a las hazañas que no se han realizado todavía pero que dimanan de su vocación, de esa con la que se identifica y que es el núcleo de su mismidad”[22].

Hay que despertar a una nueva vida. En educación hemos de reconocer que estamos pasando por las peores circunstancias. El problema está en qué libertades son las que le dejan a uno tomarse para que esto funcione.  Porque ya no sabemos cómo provocar el entusiasmo, ese fundamento de la vida necesario que parecen haber perdido muchos.

Pero para provocarlo, “la primera condición es sentirlo”[23]. No podemos entender nada sin el entusiasmo, sin él no se entiende la persona y entonces no se entiende la vida. El problema radica en quién lo tiene y cómo es que si lo tiene no consigue contagiarlo cayendo todos sus esfuerzos en saco roto. Por tanto, la cuestión en educación se reduce a aprender cómo contagiarlo.

El otro lado del problema es si hay personas dispuestas a dejarse contagiar, que realmente quieran. Porque hay mucha gente que prefiere seguir dentro de la caverna contemplando sombras, antes de dejarse contagiar por el impulso de aquél que le anima a salir de ella para llegar a comprender de una vez por todas que “antes es la luz que las tinieblas”. Prefieren no entusiasmarse demasiado, no siendo que esto conlleve serios compromisos o entusiasmarse de modo pasajero con aquello que no comprometa. Además hay quienes están empeñados en anular, como sea, cualquier forma de entusiasmo por lo verdadero.  Aquí es, por tanto, donde vemos que entra en juego el papel de la libertad de cada cual, “contra viento y marea”. Julián Marías piensa que cuando hay que hacer algo y me pregunto ¿quién lo va a hacer? ¿Quién  se va a atrever? Inmediatamente surge otra pregunta: y… ¿por qué no yo? Por eso la libertad es “el fondo de la persona”[24].

Pero la libertad se encuentra amenazada, primero porque hay gente realmente empeñada en hacer ver que no existe o empeñada en impedir su ejercicio, anulándola o desanimando para que no se ejerza o diciendo que no vale la pena. Por eso, Julián Marías nos enseña  a estar despiertos ante estas posibles tácticas envilecedoras y a no renunciar al uso de nuestra libertad. Si con Sartre se entiende la libertad como condena, Marías nos invita a verla como una bendición.

De otras amenazas nos advierte en su obra La liberad en juego: por ejemplo, pueden hacernos creer que ante una situación determinada somos libres, puesto que la hemos elegido nosotros, pero en realidad está siendo utilizada como instrumento de control, de dominio y opresión, y encima todo queda dentro del ámbito de la legalidad.

¿Es posible que una educación sentimental consiga hacernos ver estos engaños? ¿Es posible contagiar entusiasmo para que la libertad llegue a ser lo que tiene que ser, una libertad ilusionada?

Hay que dedicarse mucho a concretar y definir correctamente las palabras para que puedan ser usadas en su justa medida. ¿Se puede hablar de liberalización del aborto y liberalización de la droga o hay que hablar en este caso de socialización? ¿No será, nos dice, la aceptación del aborto el resultado de una creencia social más que una idea filosóficamente fundamentada y de la que cada individuo se hace responsable? ¿Se puede ser “libre de abortar” o “libre para la eutanasia”? ¿Cómo es posible que se haya llegado a creer esto el hombre de nuestra época?

Creo que la educación sentimental es el verdadero camino, en ella están las bases para poder llegar a entender el verdadero sentido de estos conceptos.

6. Persona y condición amorosa

Y ya para concluir, podemos decir que todo lo anterior  nos conduce a la tercera clave pedagógica necesaria para que todo encaje y es donde se encuentra la mejor innovación que Marías realiza partiendo de Ortega:  consiste en lograr que se entienda y se asimile que la vida tiene una estructura empírica, la importancia de la instalación corpórea de la persona y su condición amorosa. En este sentido, Marías nos enseña a partir de las evidencias que tengamos. ¿No es verdad que cuando llaman a la puerta la pregunta es “¿quién llama?”? Nos hace ver que tenemos bastante claro que la persona es un quién y no un qué. Y en este discernimiento reside buena parte de su dignidad.  Por otro lado, “soy el mismo pero nunca lo mismo”[25] porque, si bien soy mismidad, una continuidad personal específica, soy futurizo, mi ser actual consiste en un estarme haciendo y proyecto mi forma de ser constantemente. Por eso, las dos preguntas radicales giran en torno al quién y al qué ¿quién soy yo? y ¿qué va a ser de mí?”. En cuanto al qué, “el descubrimiento de la persona acontece mediante un dato primario: la corporeidad”[26]. Pero yo no soy mi cuerpo, me encuentro instalado en él de manera proyectiva, más bien habría que decir “estoy corporalmente”, pero de forma operativa, interactuando con el mundo y con los demás y proyectando qué hacer con mi vida unida a otras vidas y necesitada de ellas, de ahí que el quién que cada uno de nosotros es se manifieste en su condición amorosa. Por tanto, “el hombre es, literalmente enamoradizo, orientado al amor”[27] y, precisamente porque ama a la persona,  no puede querer más que su perduración.  Marías, en relación a este tema ha comentado una idea de Marcel: “la persona amada aparece como una realidad irreductible y de aquí se deduce necesariamente la idea de su perduración: “Toi que jáime, tu ne mourras pas”. ¿Por qué va a resultar más difícil creer en la eternidad y pensar que con la muerte se acaba todo y, en cambio, hay tanta gente que tiene claro que nada se crea ni se destruye sino que se transforma?

Creemos que mientras no centremos la educación en estas cuestiones habremos perdido la esencial motivación por la vida.

[1] Título de la obra que publicó el filósofo en Alianza Editorial, Madrid, 1992. Vamos a utilizar la edición de 1993.

[2]Ibid., p.10.

[3] Ibid.

[4] Cfr. La justicia social y otras justicias, Madrid 1979, p. 133. También podemos encontrar una referencia a esta temática en  Sobre el cristianismo, Madrid 1997, p. 96, en el capítulo dedicado a matrimonio y divorcio.

[5] La educación sentimental, p. 283.

[6] Cfr. “Contagiar con el pensamiento, que es la visión responsable”, entrevista concedida por Julián Marías a la Revista “Paideia”, nº 24 (1993).

[7]Ibid.

[8]La educación sentimental, p. 15.

[9]La educación sentimental, p. 19.

[10]Ibid., p. 20.

[11]La educación sentimental, p. 20.

[12]Ibid., p. 211.

[13]Por ejemplo, el de Rafael Gómez Pérez y José Manuel Tarrío, Filosofía 1, de la Editorial Editex, Madrid 2002, es excelente en la selección que realiza de las mejores películas de cine con un análisis muy adecuado en relación a cuestiones de carácter filosófico para enseñar a plantearse preguntas y centrar en ellas la actividad del filosofar. A lo largo de toda la obra podemos comprobar que realmente se está buscando educar los sentimientos de los jóvenes y orientarlos hacia el bien, la verdad y la belleza.

[14] Cfr. La educación sentimental, p. 216.

[15]Esta es la metanoia que está centrando la actividad de una parte del cine en nuestra época, tal es el caso de películas como “Bella”, de Alejandro Monteverde.

[16]Si recordamos “El milagro de Ana Sullivan” de Arthur Pen y basada en la obra de William Gibson, se nos hace transparente ese dramatismo en las múltiples tensiones que se hacen inevitables entre profesora-alumna, padres-profesora durante un largo y duro proceso de  enseñanza-aprendizaje en donde el fin, al menos en esta obra, se ve bastante claro: es posible llegar al conocimiento de la realidad y el medio para llegar a él es la educación sentimental de la persona. El gran logro se lo debemos a la educación personalizada.

[17]Introducción a la filosofía, Alianza Editorial, Madrid 1985, p. 103.

[18] “Por esto, la exigencia primaria, irrenunciable, es la escrupulosa fidelidad a la verdad: el esfuerzo constante por evitar el error” nos dice en el artículo de ABC (10-11-2000) “Defensa de la verdad”.

[19]“La verdad os hará libres”, artículo de ABC.

[20]Cervantes clave española, Alianza Editorial, Madrid 2003, p. 121.

[21]Ibid., p. 123.

[22]Ibid., p.1 36.

[23]Ibid., pp. 300-302.

[24]Persona, Alianza Editorial, Madrid 1996.

[25]Antropología Metafísica, Alianza Editorial, Madrid 1998, p. 43.

[26]Persona, Alianza Editorial, Madrid 1996, p. 14.

[27]Antropología Metafísica, p. 169.