VIII Jornadas de la Asociación Española de Personalismo
Bioética personalista:
fundamentación, práctica, perspectivas.
Universidad Católica de Valencia
Valencia, 3-5 de mayo de 2012
Dr. Víctor R. Martin Fiorino
Universidad del Zulia – Venezuela
EL SIGLO XXI: BIOÉTICA Y POLÍTICA
El siglo XXI lleva ya más de cuarenta años. Comenzó alrededor de 1970, ya que, en efecto, más allá de precisiones cronológicas, puede afirmarse que un nuevo siglo comienza cuando se hacen evidentes diferentes muestras de una transformación en lo que podría llamarse el horizonte de pensamiento de una época. Hasta el último tercio del siglo XX, ese horizonte era el de la Tecnociencia, con su gran eficacia y el casi ilimitado poder de intervención del conocimiento sobre todas las áreas de la vida. Este fue un “Siglo Breve”: 1905-1970; es decir, de la Teoría de la relatividad especial a la aparición de la Bioética, en el cual el conocimiento tecnocientífico había demostrado ser capaz de ampliar grandemente la autonomía de los humanos para intervenir y cambiar la naturaleza, la sociedad y a sí mismos, es decir, para incidir de manera decisiva en la vida toda.
Sin embargo, junto a la constatación de dicho poder, en los años setenta se acentuó la preocupación por el equilibrio ecológico, el crecimiento sin límites; el diálogo intercultural; el acercamiento entre las religiones y la propuesta de una ética común, entre otros grandes temas. Todas ellas, como manifestaciones convergentes de una misma preocupación: avanzar sin dañar la vida y, al mismo tiempo, promoviendo su bien (compatibilidad, equilibrio, sustentabilidad), en el marco de un ejercicio responsable de la autonomía (ampliada por la tecnociencia) y en busca de establecer relaciones interhumanas cada vez más justas. Esto es, desde principios cuyo referente central, representativo del inicio de una nueva época, fue el concepto mismo de Bioética, propuesto por Van Rensselaert Potter en 1970 y desarrollado desde entonces de modo cada vez más abarcador. Conocimiento y riesgo de la vida caracterizaron el siglo XX. Sabiduría, compromiso y cuidado de la vida, como exigencias urgentes, marcaron los desafíos de la transición al siglo XXI.
El nuevo siglo expresó el paso de un modo de pensar, centrado en la eficiencia, a otro, centrado ahora en la conciencia, la reflexión y la sabiduría práctica (prudencia); en la responsabilidad y en la exigencia de compromiso de cumplimiento (esencialmente político) de la misma. Este compromiso es, en dimesión-macro, con la vida y con el planeta, pero en términos precisos, con un “nuevo” actor político: las personas concretas, quienes, cada vez más claramente, rechazan ser reducidas a meros electores formales, consumidores irreflexivos, partidarios intolerantes o creyentes fanáticos. Todas estas lógicas reductivas de lo humano han sido despersonalizadoras, útiles para fines de dominación, manipulación o domesticación al disolver a las personas en los extremos del individualismo o el colectivismo. El desafío del nuevo siglo es reafirmar y, sobre todo llevar a la práctica, una política de la persona en el marco de la convivencia interpersonal y el cuidado de la vida.
VIDA POLITICA Y POLITICAS DE LA VIDA
Desde el riesgo y el conocimiento que caracterizan a las sociedades en la actualidad, la Bioética se despliega desde “el imperativo moral de cuidar la vida en todas sus manifestaciones, como urgencia contemporánea ante el riesgo inminente de perderla” (Cely Galindo, 2001). Ello es especialmente significativo para la vida política, en su manifestación como convivencia (disposición afectiva, comprensión y desarrollo de competencias para vivir en común), hoy amenazada por múltiples reduccionismos, fanatismos e intolerancias. Situadas en el contexto histórico-cultural de América Latina, cabe preguntar qué representan hoy tales amenazas a la convivencia en las ciudades de América Latina y por la posibilidad de desarrollar en ellas políticas de la vida.
La vida política es hoy, como lo fue en la antigüedad, principalmente vida urbana. En tal sentido, cabe preguntar si en las ciudades de América Latina, con altos niveles de complejidad, conflictividad y fragmentación, es posible hablar de vida política (urbana) como desarrollo de espacios de/para la vida, o bien, al contrario, si es inevitable caracterizarlas como meros territorios de supervivencia. Las carencias, inequidades y exclusiones que caracterizan el “orden” político global, tienen claros efectos en América Latina en el ámbito regional-local (ONU, BID, PNUD, UNESCO) e inciden en el predominio de condiciones de vida marcadas por la violencia y la inseguridad, la dependencia (de las dádivas del Estado o de sectores económicos o ideológicos) y la incapacidad de proyecto. Estos y otros aspectos caracterizan, en las ciudades latinoamericanas, una situación de supervivencia, condición políticamente defectiva bien lejana de la capacidad de construir comunicativamente un proyecto de vida común, en el cual los ciudadanos deliberen, acuerden y ejerzan un cierto grado de poder sobre el tipo y calidad de vida que desean.
Como consecuencias negativas de la globalización, se han señalado, entre otras, el fin de la política, el distanciamiento del ciudadano frente a los centros de poder y el incremento de la violencia (Serrano, 2004), caracteres que marcan, en las ciudades de América latina, la condición (no sólo situación) de exclusión de grandes sectores del acceso a bienes económicos, sociales, políticos y culturales. Ausencia de políticas de la vida y mero esbozo de protopolíticas de la supervivencia, caracterizan la experiencia de la dependencia y el pragmatismo básico, a-moral y a-nómico, como estrategias para mantenerse en la existencia.
Cabe preguntar si este sustrato, además de la lucha por la supervivencia, permite algún grado de desarrollo de capacidades para construir proyectos de vida en común, o ampliar aquellos puntualmente planteados, articulándolos en la compleja trama política urbana. Y si tales proyectos, en el caso de ser posibles, se apoyan en la capacidad básica de la condición humana: la capacidad de elegir (Sen 2002). Desde el el horizonte bioético, la ciudad, como espacio político para el desarrollo de capacidades de y para la vida, representa el tejido “de las combinaciones alternativas que una persona puede hacer o ser: los distintos funcionamientos que puede lograr” para impulsar el despliegue de su potencialidad humana ( dynamein política). Supervivencia o vida de calidad marcan, de este modo, los extremos de una tensión bioética de vida política.
TERRITORIO, ESPACIO BIO-POLITICO Y PERSONA
La ciudad es hoy un tema importante en la Bioética porque en ella, como problemático territorio para construir convivencia, con dificultad se están gestando formas de vida menos desintegradas e iniciativas de personalización. En la base de la existencia política, disponer de un territorio ha sido, desde siempre, una condición para la supervivencia, hecho aún dramáticamente presente en algunos conflictos contemporáneos. Al territorio se vinculan las actividades productivas materiales (la producción material de la vida), la construcción de relaciones de poder y el desarrollo de mecanismos para la defensa. El origen militar del concepto de territorio se expresa al entenderlo como vinculado a la conquista, la defensa y la administración.
El dominio del territorio supuso, desde sus orígenes, un primer momento de fragmentación, con el objeto de identificar y ordenar (como ordenamiento y como mandato) a los actores sometidos a control, y un segundo momento de reunificación en una estructura de comando (mando, no deliberación) centralizado. Con la fragmentación del territorio, se fragmentaba la vida. Como lugar de asentamiento de los seres humanos, el territorio urbano ha sido históricamente objeto de procesos de fragmentación/reunificación, procesos impuestos también a esos mismos seres humanos. Ciudades-objeto (económicas, ideológicas, religiosas), política-objeto (de dominación), ciudadanos-objeto, en definitiva personas-objeto, lejanas de la condición de sujetos capaces de decidir su forma de vida desde la subjetividad social.
En ese contexto, la difícil construcción de condiciones para un cierto nivel de ejercicio de la vida política ciudadana, ha supuesto una sucesión de esfuerzos de desterritorialización – en el sentido de resistencia a condiciones de control y dominio – y una concomitante serie de intentos de re-territorialización sobre otras bases, orientados a construir espacios comunicativos, inicialmente reducidos pero potencialmente abiertos a su articulación, para recuperar, en alguna medida, políticas de la vida. Éstas buscan centrarse en: 1) protagonismo de la persona en cuestiones ciudadanas; 2) comprensión y crítica de las lógicas que despersonalizan la política; 3) recuperación de los sentidos de la subjetividad social y de la interpersonalidad, como camino a la vida en común.
Cabe entender el espacio de/para la política como espacio para la vida política plena, espacio, en este sentido, bio-político, entendido desde una mirada bioética de la política (no en el sentido de la biopolítica de Foucault: poner la vida bajo el control del conocimiento). A diferencia del territorio, este espacio no está centrado en el dominio, sino en la comprensión y la integración. No apunta al control de las personas, sino a la comunicación interpersonal abierta, en búsqueda de acuerdo. No responde a una lógica de intervención, sino de integración. Para construir espacios urbanos (en este sentido bio-políticos) de comunicación interpersonal, ha sido necesario re-construir territorios, ya no desde el poder sino desde el pluralismo y la diversidad (de la vida) y la concertación, la regulación y la autorregulación (con/vivencia). Re-territorialización para buscar la difícil ciudad-total los espacios más cercanos, el barrio, la urbanización, el sector; partes vitales de una ciudad fragmentada que, a pesar de ello, pueden ser escenario de nuevas formas de interacción entre los ciudadanos, de nueva vida política desde un abordaje en común de problemas y prioridades, renovando formas concretas de cooperación y solidaridad y desarticulando la violencia.
Desde el territorio y el espacio políticos, los seres humanos buscan (encontrar/descubrir/construir) su lugar propio, como condición para ser personas. A diferencia de las nociones de territorio y de espacio políticos, el concepto de lugar tiene que ver con el sentido. Encontrar el sentido de pertenecer a una comunidad humana, construir un lugar social de sentido, pasa tanto por el aseguramiento de la supervivencia (atención política de las necesidades básicas) como, y principalmente, por el desarrollo de capacidades para poder decidir las determinaciones que concretan la vida (subsidiariedad, ciudadanía activa, “empoderamiento” social). El construir su lugar de sentido, abre al ser humano a la dimensión espiritual, personal e interpersonal, dadora de sentido, permitiéndole trascender e incluirse activamente en el proyecto de la vida.
Al igual que la vida, la ciudad es “un espacio abierto y heterónomo, cuya teleología es un su deseo de “completud”, de finalización, el cual, por supuesto, nunca llega a ser plenamente satisfecho” (Islas, 2007). Tensión (“teleología”) que, cabría interpretar como sentido, pensado desde la doble significación como direccionalidad y como sensibilidad para la vida). Aún entendida desde la crisis y el desencantamiento actual de la política, la ciudad es búsqueda interpersonal del bien común (concepto con renovada resonancia actual como vida política integrada), intento de resolver problemas para cuidar la vida (calidad de vida), dar explicaciones de sus interacciones (políticas de la vida) y alcanzar sentido de futuro en sus vivencias comunes (la vida como política, sustentabilidad y trascendencia de la vida).
Del mismo modo que la vida cotidiana de los latinoamericanos, sus ciudades se encuentran fragmentadas, descentradas, locales y globales al mismo tiempo, conflictivamente multiculturales y atravesadas por diversas temporalidades. El horizonte bioético de la política abre una posibilidad de reconstrucción de sentido en una realidad (vida/política) que combina, de modo complejo y conflictivo, signos de premodernidad, modernidad y posmodernidad. Ciudades, ciudadanías y personas fragmentadas en capas, combinación desarticulada de territorio, espacio y lugar. Lugar a construir desde lo múltiple (étnico, social, ideológico), lo plural (vida en pluralidad de perspectivas, pluralismo político), lo interpersonal (subjetividad política).
CIUDADES DE SUPERVIVENCIA.
Una mirada bioética sobre la realidad urbana de las ciudades de América Latina (no sólo de sus macro-ciudades) las muestra sólo como territorios de supervivencia, cerradas a constituirse como espacios de convivencia. En otros términos, están marcadas principalmente por relaciones de dominio, competencia y control, ejercidas en de provecho caudillos, sectores o grupos, que difícilmente pueden articularse en tramas sociales de solidaridad, comunicación e integración de actores y perspectivas, diversos pero convergentes. En las condiciones económicas, sociales y culturales en las que se encuentran, estas ciudades son el ámbito de existencia-en-el-límite de grandes concentraciones de personas enfrentadas por comportamientos de supervivencia, que, regidos por el poder y el dominio, están lejos de constituir conductas de vida ciudadana y de convivencia, estructuradas sobre el avance de acuerdos valorativos, actuaciones eficaces y equilibrios negociados.
Desde la bioética pueden visualizarse las implicaciones negativas que, en el campo político y en relación con la calidad de vida y la realización de las capacidades de los seres humanos, tienen las condiciones de lucha por la supervivencia que caracterizan a las ciudades de América Latina. Uno de los elementos propios de la compleja situación de estas ciudades es la condición de fragmentación y la experiencia de la misma, al menos en tres niveles: personal, social, político. Fragmentación vivida, como refugio e intento de vivenciar una unidad (ciudad) que se escapa de las manos; simbolizada, en el intento de buscar nuevos símbolos que recreen un cierto espacio común; pensada, como justificación y resignación, como elección racional del mal menor. Es la fragmentación de la realidad política, bajo el efecto de la violencia despolitizadora; de la ciudadanía y del ciudadano, en tiempos de una necesaria ciudadanía global; fragmentación de la persona, en tiempos que requieren una visión humana personalista global. El resultado de la fragmentación es la cancelación de la vida política, reducida a “islotes” de supervivencia mediante el despliegue de estrategias sólo defensivas, incapaces de generar convivencia.
Las ciudades latinoamericanas son realidades fragmentadas, no precisamente en islas de felicidad y consumo (como pudiera sugerirlo la imagen de ciertos “malls” o clubes exclusivos) sino en islotes de supervivencia, creados, bajo la presión de la inseguridad y la amenaza, por amplios sectores de la población arrinconados por la criminalidad, la drogadicción, la intolerancia y la agresividad. Islotes que conforman verdaderos archipiélagos de pobreza, con lazos comunicativos muy básicos, en chocante contraste con expresiones aisladas de opulencia. Fragmentación defensiva, que conduce a visiones deformadas de la comunidad, sólo fundadas en la defensa de intereses o bienes, o en la apropiación o invasión de lo que se considera útil a un grupo. Tales visiones estrechas de la comunidad, dificultan y contradicen el fortalecimiento de verdadera comunidad política, necesariamente plural, dialogante, intercultural.
CIUDADES DE SENTIDO
Tal como sucede con la vida y con la política, con la fragmentación la ciudad ha ido perdiendo su sentido . Ya no es posible vivirla directamente sino representársela, en la medida en que se le percibe, cada vez más, a través de las imágenes, informaciones, re-presentaciones. Frente a las imágenes del consumo y del poder y a la información que da poder, ante la deformación y la fealdad como búsqueda de impacto en una sociedad des-sensibilizada, bajo las representaciones del poder y de la felicidad que crean patrones homogeneizadores, la decisión de una vida elegida libremente y con sentido de unidad se hace imposible, e intentarlo carece de sentido. Devolver a las personas, habitantes de los fragmentos de ciudad, algún grado de experiencia reconstructiva de la ciudad-total, es un desafío bio-político y pasa por decisivos cambios en la comunicación y en el discurso político, que pueden promover u obstaculizar la vivencia de algo en común y una visión plural e incluyente de la ciudad, ante el reduccionismo del discurso tecnocientífico y el opacamiento de otros discursos, como el estético, el pedagógico o el religioso, cuyo rescate es enriquecedor.
La ciudad política no está llamada a ser un territorio fragmentado a controlar (por cualquier poder: ideológico, económico, religioso), sino un espacio común a desarrollar, por y desde las personas en el ejercicio de una ciudadanía responsable. Los ciudadanos, en el ejercicio civil de una lógica política, son los encargados de construir, en medio de no pocas dificultades, un nuevo espacio de convivencia interpersonal que posibilite la aparición de lugares de sentido a nivel personal.. En tal sentido, un enfoque bioético superador de la fragmentación puede ser el punto de partida de nuevas formas de articulación de lo urbano como campo de lo político, en las que se entrecruzan lo local y lo global, lo físico y lo virtual, nuevos discursos que superen las visiones simplificadoras, las telarañas ideológicas o las pretendidas leyes naturales aplicadas a las relaciones sociales. Ello supone explorar los procesos de desestructuración y reestructuración de formas urbanas tradicionales y la elaboración de una carta de supervivencia social, que permita desarrollar un mapa de convivencia politica como verdadero espacio de vida.
La recuperación del sentido unitario de la ciudad es principalmente la recuperación del sentido de la vida política , o, lo que es lo mismo, la percepción de que es posible trazar caminos hacia la convivencia, identificar y superar obstáculos (físicos, socioeconómicos o culturales) y acordar normas fundadas en núcleos comunicativos principales. En vistas de ello, es posible valorar, como parte de un proyecto bio-político de ciudad-total integradora de vida, momentos en los que la vida de la ciudad se expresa como tal, aunque episódicamente: por ejemplo, en la solidaridad ante una catástrofe, en eventos electorales u otros que se perciben como decisivos para elegir formas de ser comunidad , en ciertas celebraciones de tipo cultural que expresan contenidos espirituales o simbólicos. A partir de tales eventos vividos-pensados, se abre la posibilidad de conformar un discurso integrador (político) que, desde la convergencia de varios actores sociales (en lo que la Universidad puede jugar un papel decisivo), contribuya a reunir en totalidades imaginarias los fragmentos dispersos de ciudad y devolverles su sentido como partes articuladas de un tejido político vital con sentido de proyecto, descubierto como compartido y asumido constructivamente como común.
Desde la aproximación bioética, el trazado de mapas de convivencia urbana encuentra en tales totalidades imaginarias puntos de partida – que pueden ser multiplicados – para potenciar la vivencia de lo compartido y el pensamiento de lo común. Estos puntos de partida pueden desarrollarse, para fortalecer y mejorar la existencia política, no sólo episódica sino progresiva en calidad, de la ciudad, en los niveles relativos al tiempo, el espacio, la profundidad, la autonomía y la programación de la convivencia, en un proceso de corresponsabilización en la gestión de la vida en común.
Más allá de la supervivencia y de la coexistencia, la ciudad “es un lugar en el que el individuo aprende a convivir con el desconocido y entra en contacto con experiencias e intereses de formas de vida poco familiares. La igualdad anula la mente; la diversidad la estimula y la ayuda a crecer” (Sennet, 2007). Espacio para la biodiversidad, la sociodiversidad, la diversidad interpersonal, la diversidad cultural y valorativa, el espacio político urbano puede ser, en una red de interactuaciones que permitan avanzar en un proyecto común de vida, el lugar de sentido (local, global, humano), para el autoconocimiento, la autovaloración y la autoafirmación como fundamentos de personalización, promoviendo la articulación entre lo individual, lo grupal y lo común en relación con el bien, siempre buscado pero nunca del todo alcanzado.
COMPETENCIAS Y MAPAS PARA CON-VIVIR
Ante la magnitud y complejidad de los obstáculos que, desde condiciones objetivas y subjetivas dificultan la vida en común, resulta imprescindible desarrollar, como acuerdos intersubjetivos, un conjunto de competencias básicas para la convivencia política. Ellas son, principalmente, competencias éticas que, a través de actuaciones sobre problemas concretos tales como situaciones donde está en juego la vida, el sufrimiento del otro o la equidad (prioridades éticas), permiten avanzar hacia una inteligencia ética para convivir (Martin, 2008), abarcadora, entre otras, de las inteligencias social, solidaria y emocional y abierta a lo espiritual. Tales competencias han sido objeto de fundamentación teórica e histórica en la filosofía, la ética y la psicología, entre otros saberes. A ello se añade que, por una parte, según estudios recientes en el ámbito de las neurociencias, el cerebro humano está dotado de “predisposiciones morales”, comunes a todas las culturas, cuyo desarrollo puede favorecer la convivencia, así como. Por otra parte, también en la genética se ha investigado sobre la realidad de un “gen-ético” (Cely Galindo, 2001). Estas investigaciones, entre otras, abren nuevos espacios de fundamentación del actuar valioso y útil para la vida (Bilbeny, 2004), en cuanto referentes científicos y filosóficos para el cultivo autónomo de una inteligencia ética para convivir, que se nutre de un patrimonio tanto neurobiogenético como histórico-cultural con el objeto de desarrollar la cooperación en cuanto patrón de lo valioso, útil y ventajoso para la vida.
La polémica de los años 2000 desatada por la propuesta de que, ante el fracaso de la ética en “domesticar” al hombre y encontrándose a disposición la avanzada tecnología genética, la ética (“literaria”) fuese sustituída por la genética (“tecnológica”), a fin de lograr, mediante una “ antropotécnica” (en las antípodas de la bioética), la necesaria “domesticación” del humano (Sloterdijk, 2001) marca la pretensión de la Tecnópolis. Ciudadano “correcto”, genéticamente programado; renuncia a asumir el riesgo de convivir por convicción libre. Esta pretensión significaría cancelar lo humano, disolviendo lo ético, lo cultural y lo histórico en lo tecnológico. La superación de la polis excluyente o de la cosmópolis formal desarraigada de la ética, no pasa tecnópolis, la tecnociencia como política. El horizonte tecnocientífico llegó a proponer la Cyberurbe, centrada en un cuasi-humano Cyborg en relación de supervivencia programada. El horizonte bioético propone la Biópolis, centrada en la persona en relación de convivencia, elegida desde la multidimensionalidad de lo humano y practicada con compromiso político en armonía con todas las formas de vida.
Desde este horizonte y a partir de un conjunto de iniciativas concretas, se puede reconstruir el sentido de la política como articulación de sentidos múltiples, correspondientes a los diferentes actores y sectores, que, aún siendo diversos, pueden y deben ser compatibles y cooperantes para el proyecto común de la con-vivencia. Se abre así el camino para pasar de la política de supervivencia (de lo que no se quiere, pero parece obligatorio aceptar) a la política de los ciudadanos (de las capacidades, ciudadanías múltiples, formas de comunidad). De ésta, a la política – proyecto (de las posibilidades, potencialidades y competencias para convivir) concretas de convivencia), y ella, abierta a una política de la persona (del poder-ser político y el deber-ser ético, al proyecto bioético), como política pensada y actuada desde la subjetividad social para un futuro deseable, posible y viable.
EL HORIZONTE DE LA VIDA: LA VIDA POLÍTICA
En un contexto real de precariedad y amenaza de la vida, el saber bioético retoma centralidad política como visión integrada de la vida, valoradora de la persona y generadora de criterios para el debate y la acción en torno a su protección y promoción, en dimensión micro (persona individual digna y valiosa), macro (el planeta en equilibrio) y meso (la convivencia interpersonal). Todo ello mediante un debate creativo acerca de las políticas que respondan a las necesidades, expectativas y anhelos de las personas en cuanto sujetos políticos, y, al mismo tiempo, acción creadora de lazos comunitarios que permitan gestar, en convivencia, la política desde la vida.
Gestar la política desde la vida, para el humano en tanto que zoon politikón, no expresa solamente disposición asociativa, sino asociatividad en vistas de un bien a realizar por medio de una empresa de inteligencia y coraje. Con razón puede considerarse que, en la antigüedad, el surgimiento de la polis fue el hecho fundador de una época (Arendt, 1993).Político es el vivir en cuanto compartir elementos comunes, no como simples conectivos sociales sino como una unidad, (pensada, vivida, proyectada) de conciencia, valores y proyecto, en la articulación persona- comunidad. Unidad esencialmente plural, apoyada en el reconocimiento de la diversidad, el discenso constructivo y la elección de vías distintas pero convergentes para la construcción de vida valiosa en común.
La noción de vida buena queda determinada – en su núcleo ético fundamental, referido a la persona – por acciones solidarias de las personas en cuanto sujetos políticos, desde y mediante un proceso comunicativo, con referencia central y constante a la conciencia de pertenencia a una nación (comunidad de origen), a valores compartidos (comunidad de vida) y a un proyecto de la realización plena de estos valores (comunidad de destino). Pasado, presente, futuro como el continuo de la vida política como proyecto humano. Dicha noción, por otra parte, se hace real en la práctica del vivir solidario: modo de lo humano que construye, comunicativa y co-responsablemente, la unidad dinámica de bien personal, bien sectorial y bien común. Experiencia social de coexistencia, acción política de convivencia, en cuanto el zoon politikon no es solamente viviente social: es quien le otorga a la socialidad como coexistencia el sentido de la politicidad como proyecto común de vida, desde y hacia un bien deliberado en común como valioso.
El núcleo de la vida buena no está determinado por un sustrato biológico ni por una dimensión ética formal, sino por la dimensión bioética de la vida de la persona en comunidad. La vida política, vía de realización de la vida buena, puede concretar dicha dimensión en la realización de un vivir solidario: modo de vivir, co-responsable y comunicativamente, proyectos sectoriales específicos que, realizando bienes particulares, contribuyen al bien común. El vivir solidario como algo siempre perseguido, que orienta la acción pero es sólo en parte alcanzado, puede, sin embargo, desplegarse efectivamente en la experiencia social de coexistencia y en la acción política de convivencia.
En cuanto aspiración, el vivir solidario parece hoy, a nivel global y en particular en América Latina, muy lejano y extraño a la experiencia del sobrevivir solitario, característico de las sociedades contemporáneas despersonalizadas, marcadas por el empobrecimiento, la desocupación y la competencia salvaje. Acercar la noción de vivir solidario a la experiencia del sobrevivir solitario es un desafío para una nueva inteligencia (bio) ética de la política que sea capaz de abordar la fragmentación. Fragmentación (como deterioro) de la vida, del sujeto político, de la persona. Todo ello, más allá de las retóricas de la crisis, requiere ser abordado desde un Bios que reúna el poder tecnocientífico para actuar eficazmente sobre las causas del deterioro, la orientación valorativa de la ética y la determinación y el compromiso de la política. El poder-ser, propio de la vida como política (pro-yecto), da sentido a la facticidad y al deber ser se sitúa en el nivel de ética de la vida.
PRIORIDADES ÉTICAS Y BIEN COMÚN
La noción de “prioridades éticas” trabajada en los estudios de Etica Aplicada, permite pensar que la perspectiva de aproximación bioética a la política no necesita esperar a que la teoría política llegue a un acuerdo acerca del contenido preciso del concepto de bien común en las sociedades contemporáneas, para actuar sobre sobre el malum comune, representado por las condiciones efectivas de precaria supervivencia de gran parte de la población y que ha llegado a generar una “ética de la supervivencia”, con la intención de gestar reglas para la existencia insolidaria. Esta situación es, tanto desde la responsabilidad de la ciencia con poder como desde la realidad de exclusión de las personas, una prioridad ética. Mientras se discute acerca de la teoría de la justicia, actuar sobre las situaciones de injusticia para avanzar en el ejercicio del derecho a la no-exclusión, la no-opresión, la no-miseria: ampliar el acceso a la justicia, la dignidad, la autonomía (Machado, 2000), bases de la salud humano-social posibilitadora del ser persona.
Aun desde situaciones de gran desigualdad, “la construcción del bien común es una tarea compleja y ardua, pero posible (mediante) esfuerzos no sólo para transformar el discurso y la realidad económica a nivel global, sino además, para lograr una nueva forma de convivencia que comprenda el bienestar y el desarrollo económico, pero que esté sustentada en la validez normativa de una nueva ética de la igualdad, de la equidad y de la corresponsabilidad solidaria” (Michelini, 2006). Además de ello, estos esfuerzos requieren, a nuestro juicio, de una nueva inteligencia: la inteligencia ética, integradora, equilibrante y dadora de sentido.
La persona en el límite (de la vida, de la economía, de la política) es la negación de las dimensiones que hacen a la persona: corporalidad (segura), emocionalidad (positiva), sensibilidad (generosa), racionalidad (solidaria), espiritualidad (dadora de sentido). Integrar estas dimensiones y darles operatividad no puede no ser la prioridad ética fundamental. “El proceso del desarrollo integral de la persona y de la sociedad requiere tanto de una economía ecológica y culturalmente sustentable, como de una ética pública…guiada por un principio de corresponsabilidad solidaria fundado en la intersubjetividad y en una conciencia de la asunción de las consecuencias y de los efectos que previsiblemente se sigan de las acciones humanas” (íbidem). Integralidad de la persona, economía ecológica, cultura sustentable, responsabilidad como ejes de la política.
Más allá de los modelos de polis antigua (restringida a algunos), cosmópolis moderna (formal, desarraigada de lo moral) y tecnópolis contemporánea (tecno-reductora de lo humano), biópolis es proyecto, abarcador de toda persona y fundado en la valoración ética de la vida efectivamente vivida como prioridad. Vida buena, bien común, aproximación bioética, reconstrucción de la politicidad como convivencia, más allá de la supervivencia y la coexistencia, convergen en Biópolis: territorio-espacio-lugar para la vida, ciudad sustentable y trascendente (de cara a las generaciones futuras y a la espiritualidad), ciudad éticamente inteligente, en la convergencia teórica y práctica de contenidos de vida, salud, persona, comunidad, humanidad y trascendencia.
BIBLIOGRAFIA
Arendt, H.(1997) ¿Qué es la política?, Barcelona: Paidós.
Bilbeny, N. (2004) Por una causa común, Barcelona: Península.
Cely Galindo, G. (2001) El horizonte bioético de las ciencias, Bogotá: 3R Ed.
Islas, O. (2007) La ciberurbe. El espacio ausente. En: Colina, C. Ciudades
Glocales, Caracas: MEGarcía Ed.
Machado, I. (2000) Bioética y Biopolítica, Mérida: Cuadernos de Filosofía, 2.
Martin, V. (2008) Desafíos actuales de la Etica Aplicada, Maracaibo: Uniojeda
Michelini, D. (2006) El bien común: discusiones actuales, Buenos Aires: UBA
Sennet, R. (2007) El nuevo capitalismo, el nuevo aislamiento. En: Barcelona,
Cuadernos de Arquitectura, 238.
Sloterdijk, P (2001) Normas para el parque humano, Madrid: Siruela.