(Comunicación presentada en el Congreso Internacional: ¿Quién es Dios? La percepción contemporánea de la religión». Asociación Española de Personalismo, año 2010)
1.- LA EXPERIENCIA DE DIOS COMO PERSONA
La experiencia del ser personal es algo que no se reduce al ámbito propio, sino que se proyecta sin error hacia otras personas de modo que distinguimos quién es persona y qué no, sin recibir instrucción previa. Quizá los niños pequeños, por su corta experiencia vital, no distinguen muy bien dónde hay una persona y dónde no, pero la misma vida, sin lecciones formales, les enseña esto imperceptiblemente por un motivo elemental: nuestra vida es un continuo vivir en relación con otras personas, y no es lo mismo un osito de peluche que un hermanito.
También Dios se presenta a nosotros como Persona. En este punto pienso que hasta los ateos están de acuerdo. Tengo varios amigos ateos. Todos ellos son capaces de negar la existencia de Dios, pero ninguno niega de Dios su condición personal. Esto me parece un contrasentido, pues si Dios no es, ya no tiene sentido seguir hablando de Él ni decir si es persona u otra cosa. Digo esto porque el hecho de que Dios sea Persona y todos nosotros también, pone muy difícil, por no decir imposible, una postura atea desde el momento en que la comunicación Dios-hombre es posible por ser ambos personas y por ser imposible una existencia humana sin destino, tras ser puestos por Dios en este mundo. Otra cosa será el esfuerzo titánico e irracional por cerrar, una tras otra, a lo largo de la vida, todas las puertas a Dios en las llamadas personales que a lo largo de la existencia quiera dirigirnos. El problema de los ateos me parece que no es un problema de inteligencia, sino de comunicación, al negarse precisamente a esa comunicación y de ahí extrapolar un juicio pretendidamente inteligente. Quizá por ello el Salmo 13 viene a decir que todos los ateos son tontos. Quizá por ello también todas las religiones contemplan uno o varios dioses personales. La religión que no haga así no es propiamente una religión, sino una filosofía más o menos acertada o extravagante, según el caso, pero no religión, por cuanto está ausente el misterio de una persona que es “la Persona” por excelencia.
2.- UNA CONSTANTE FUNDAMENTAL EN LAS RELIGIONES
No hay espacio ni es este el lugar adecuado para hacer un repaso de todas las religiones, pero sí para mencionar una constante de ellas, que es la trascendencia, también en lo personal, de lo estrictamente humano. En toda religión aparece Dios como “Alguien”, aunque ese Dios sea la Tierra, el Sol o el Viento, o aunque las distintas divinidades sean una trasposición antropológica idealizada creando un mito. En todas se produce un tratamiento personal de ese o esos dioses con más o menos peculiaridades. La relación personal con el dios, y por tanto la religión, es tan importante en el devenir humano, que como ya apuntó Christopher Dawson, no son las culturas las que han dado origen a las religiones sino al revés, son las religiones el origen de las culturas.
3.- LOS RASGOS ESENCIALES DE LA PERSONA.
Mucho y muy bien se ha escrito acerca de lo esencial de la persona y lo que caracteriza el ser personal. Yo me voy a fijar en dos rasgos esenciales, comunes a todos los que somos personas. El primero es la autoconciencia, entendido no como otros filósofos lo han podido entender, sino en sentido, diríamos, vulgar, común, es decir, como conciencia del Yo inteligente que se percibe a si mismo como tal, con capacidad de conocer, de amar, de sufrimiento interno, de afectos, de memoria intelectiva, de alegría espiritual, de interioridad, etc. El segundo es la relacionalidad espiritual como capacidad de comunicar esa autoconciencia y esa interioridad y de recibir la interioridad de otro. En último término, esa relacionalidad tiene su expresión más cualificada en la autodonación o amor, del que más adelante hablaremos. Salta a la vista que la relacionalidad de la que estoy hablando excede cualitativamente de la que se pueda dar entre animales, por ejemplo. Pero no se opone a que entre Dios y el hombre, a pesar de la distancia infinita entre ellos, pueda existir esa relación, que no es otra cosa que la religión. Esta relación es posible porque, aunque de distinta manera, ambos son personas.
4.- MITO Y RAZÓN.
En las religiones antiguas se produjo el mito. Las divinidades eran trasposiciones de características antropológicas que se sublimaban e idealizaban hasta crear el mito. Los dioses eran seres con características humanas divinizados, entendiendo esa divinización como una sublimación de los modos humanos. Esto sucedió en la Prehistoria, en Mesopotamia y el Oriente Próximo. También en Grecia y Roma. Sin embargo, con el surgimiento de la filosofía empieza a plantearse una alternativa a la mitología llegando a la trascendencia mediante la razón. Sócrates ya no creerá en los dioses antropomórficos mitológicos, sino en “el Dios”. Tanto éste como aquellos tienen carácter personal, pero son dos modos distintos de entender al Dios-Persona, porque el dios mitológico era un dios personal antropomórfico, mientras que el Dios de Sócrates era la Persona por excelencia, exenta de antropomorfismos, y trascendente.
5.- LO COMÚN EN LA RELACIÓN DEL HOMBRE CON DIOS.
Percibir a Dios como Persona no quiere decir uniformidad en la relación con Él. Cada cual a lo largo de la historia se ha relacionado con Dios de una manera propia. No hay dos relaciones personales que sean idénticas y por tanto no ha habido ni habrá dos seres humanos que tengan con Dios una relación idéntica. Sin embargo, a nivel general, los contenidos de esa infinitud de relaciones personales con Dios tienen unos pocos puntos comunes, o acaso casi uno sólo: el deseo innato de permanecer, de sobrepasar el misterio de la muerte, de no caer en el aniquilamiento, en la desaparición. Este aspecto es común en todos los hombres de todos los tiempos y de todas las civilizaciones. El afán de eternidad, el deseo de no morir, el sobrepasar lo material al percibir su caducidad, es algo que lleva a la relación personal con Dios. Consecuencia de ello es la creencia en la inmortalidad del alma así como en la providencia divina: Dios tiene un plan en el que estamos metidos. También se desprende una conexión entre la vida aquí y la vida futura en un sentido moral, esto es, que la plenitud futura tiene que ver con la actuación en la vida presente, por lo que la muerte adquiere un valor de juicio moral que requiere ser tomado con la máxima seriedad y no banalizarlo. Todo esto lleva a una relación con Dios que tiene el carácter de absolutamente necesaria y que implica al hombre en lo más profundo de su ser, de modo que prescindir de esa relación tiene caracteres trágicos por ser algo destructivo de la persona misma.
6.- VISLUMBRANDO EL DIOS-AMOR.
Decíamos más arriba que la relación personal con Dios depende de cada hombre y de la idea que cada hombre tenga de Dios. La filosofía clásica y sobre todo la filosofía cristiana profundizaron como ninguna en una cualidad de Dios al entender a Éste como sumo Bien y suma Bondad. Dios así entendido supone un cambio radical en la relación que el hombre pueda tener con Él. El Poder infinito que el hombre vislumbró con su razón en la Persona de Dios era agobiante y no podía por menos que infundir pánico con sólo pensar en él. Descubrir que a la vez Dios es suma Bondad supone un giro copernicano en la relación personal con Dios porque se empieza a vislumbrar el amor, que es por lo que se identifica a la persona como persona.
También decíamos que lo característico de la persona es la autodonación, el amor. Hablando metafóricamente, esto es como salir del centro de gravedad de uno mismo y desplazar el propio Yo hasta entregarlo a la persona amada. Nótese aquí que para que haya verdadera autodonación es necesario que el punto de salida y el de llegada de ese “viaje personal” sean dos personas: el que ama ha de ser persona y el amado también.
7.- EL ATAJO DEL CRISTIANISMO EN EL DESCUBRIMIENTO DE LA PERSONA.
El cristianismo es un verdadero atajo en el descubrimiento de la persona. Haber recibido a través de San Pablo la revelación de que Dios es Amor supone un avance inconmensurable, al corroborar las intuiciones filosóficas en ese sentido, no sólo porque el hombre está llamado a amar a Dios, sino, sobre todo, porque Dios ama al hombre, a cada hombre, lo cual esclarece el misterio de la muerte, de lo que sucede más allá, de la inmortalidad de alma y de todas estas cuestiones que desgarran al hombre tan sólo con planteárselas si no encuentra una respuesta más o menos fiable. Dios, “la Persona” por excelencia, ama, porque lo propio de la persona es amar, porque el amor es la relación por excelencia y porque la relacionalidad propia de la persona es la capacidad para amar y ser amado y la ejecución de esa capacidad. Entendiendo a Dios como Amor no sólo adquiere sentido el destino del hombre, sino su origen, y por ello todos los momentos de la vida de cada hombre.
Saber que Dios es Amor lleva asimismo a entender mejor lo que es el fenómeno de la religión y darse cuenta de que una religión formularia, poco espontánea, en donde la relación con Dios sea poco confiada y familiar, es una religión defectuosa, imperfecta, que por tanto no ha captado la esencia de Dios, que lo ve “borroso”, y por ello se trata de una religión que no ha profundizado en la Verdad suficientemente.
8.- LA GRAN SORPRESA PERSONALISTA.
Hasta ahora hemos hablado de Dios como Persona y hemos hablado del atajo del Cristianismo por cuanto la Verdad Personal hace al hombre entender más fácilmente lo que es ser persona si se lo revela directamente que si éste tiene que descubrirlo a través de las manifestaciones de otras personas cuya autoconciencia y autodonación no son tan intensas.
Lo que el hombre jamás hubiera podido imaginar es que llegado el momento de recibir la revelación divina acerca de la intimidad personal del propio Dios, Éste no es Una Persona, sino Tres. Esta revelación es, en principio, sorprendente, pero profundizando en ella se puede llegar a conocer que no es irracional. Es más, “a toro pasado” podríamos exclamar aquello de “cómo no se nos había ocurrido”, porque un Dios unipersonal eterno sería algo imposible, ya que la relacionalidad no existiría en Él antes de la Creación, por lo que habría que concluir que ésta era necesaria para Dios, o lo que es lo mismo, que Dios sería incompleto antes de ésta, lo que equivaldría a negar la perfección e infinitud de Dios. Juan Pablo II expresó muy bien esta idea al decir que Dios no es un ser solitario, sino Familia. La teología cristiana también expresa que lo característico de la Personas divinas es el conjunto de relaciones entre Ellas, por lo que lo característico de Dios-Padre es la paternidad, lo característico de Dios-Hijo es la filiación y lo característico de Dios-Espíritu Santo es la espiración amorosa. También estas relaciones divinas son origen de todas las relaciones que tenemos los seres creados que somos personas, de modo que la perfección ontológica y moral de nuestras personas hemos de verla en las relaciones íntimas que se dan en las tres divinas Personas. A modo de ejemplo de esto que decimos podemos señalar que el modelo de toda familia debe ser la Santísima Trinidad y que de la misma manera que desde que existe Dios (desde siempre), existe la Santísima Trinidad, desde que existe el hombre, existe la familia, o lo que es lo mismo, Dios es un ser familiar, y en consecuencia el hombre también.
El destino último del hombre también se ilumina con esta verdad, pues la plenitud de la persona humana no puede ser otra que el paso a tener una relación íntima plena con cada una de las Tres Personas divinas. Cuando el Apóstol dice que en la vida eterna veremos a Dios “cara a cara” está expresando esa plenitud de relación interpersonal. Meterse en esa intimidad divina será meterse en un mundo nuevo, misterioso, sublime, en donde la intensidad de la persona será máxima, en donde la persona llegará a lo máximo que pueda llegar como persona, es decir, que llegará a una máxima autoconciencia y a una máxima autodonación mutua con Dios. Consecuencia de ello será una máxima libertad personal. Sólo pensarlo causa vértigo: penetrar en las relaciones íntimas de las Tres Personas divinas. También causa vértigo asomarse algo, atisbar hasta donde ha llegado el Amor de Dios por cada hombre hasta el punto de “invitarle” a algo tan íntimo y superior como es a participar de la propia vida divina sin perder la naturaleza humana; y una invitación plena, es decir, para siempre y con pleno derecho, sin paliativos, sin simulaciones, sin restricciones. La felicidad plena.
9.- EL DIÁLOGO PERSONAL CON DIOS.
La relacionalidad en el hombre es casi sinónimo de diálogo, y el diálogo con Dios se llama oración. El diálogo se lleva a cabo mediante la palabra. La palabra en el hombre es escrita sólo desde hace unos 5.200 años, pero hablada desde que el hombre existe. Además de la palabra hablada hay otros modos de diálogo. En la comunicación que presenté el año pasado a las V Jornadas de Personalismo expuse ese diálogo interpersonal que es el acto sexual, en el que la persona entera, cuerpo y alma, dialoga con quien ama. También podríamos referirnos al diálogo de los gestos del rostro o del cuerpo, tan magistralmente expresado en el cine mudo de los primeros 27 años de la centuria anterior. Por poner otro ejemplo, más moderno, podríamos señalar el lenguaje de los sms mediante palabras a las que se les mutila fonemas para evitar llegar a los fatídicos 160 caracteres que supondrían duplicar el precio del mensaje, lenguaje muy empleado sobre todo por adolescentes, mayormente del sexo femenino, por lo que he podido experimentar.
Hay muchos lenguajes, hay muchos tipos de diálogo. ¿Cuál es el lenguaje de la oración? Más arriba hemos dicho que la relación del hombre con Dios tiene infinitas manifestaciones, una por cada persona que se relaciona con Dios. Pero podemos preguntarnos: ¿La oración es un fenómeno absolutamente universal o hay personas que no hacen oración, siquiera un solo instante en su vida? La respuesta es consecuencia de cuanto exponíamos al principio al hablar de los ateos. Dios, por ser nuestro Creador y ser Persona llama a la puerta de nuestro Yo una o muchas veces a lo largo de la vida. Quien abre la puerta, se abre a la Verdad, a la Palabra, al diálogo, a la oración. Quien cierra la puerta sucesivamente a las diversas llamadas, se cierra al diálogo con Dios. Cuesta trabajo pensar que quien voluntariamente se ha negado a dialogar con Dios durante toda la vida lo vaya a hacer voluntariamente durante toda la eternidad. En este sentido, creo que fue San Alfonso María de Ligorio, doctor de la Iglesia, quien expresó que todos los santos que se han salvado han conseguido la salvación debido a la oración, y que todos los condenados han conseguido el infierno debido a la ausencia de oración. Otra doctora de la Iglesia, Santa Teresa de Jesús, con algo más de buen humor, expresaba también que quien no hace oración no necesita demonio que le tiente.
Cuando hablo de oración estoy hablando al menos de un instante de oración en toda la vida, un momento en el que esa persona le haya dirigido un “Tú” a esa otra Persona divina que se ha dirigido a ella. Efectivamente puede haber personas que no han hecho ni un instante de oración en toda la vida, pero vamos a atender ahora a lo que sucede con los que sí han franqueado la barrera y han establecido comunicación con Dios. Sospecho que éstos son mayoría. En el interior del hombre hay más Dios del que aparece externamente. La oración es una constante de todas las gentes de todas las épocas y civilizaciones, aunque lo que difiere, lógicamente, es el modo de orar, dependiendo de la imagen que los hombres han tenido o tienen de Dios. Por poner un ejemplo, aunque ambos creamos en el Dios Único, el modo de orar de los musulmanes y de los cristianos es absolutamente distinto, no sólo por la cuestión de la Santísima Trinidad, en quien los musulmanes no creen, sino porque mientras que para los cristianos Dios es Padre y es Amor, para los musulmanes la palabra Islam significa “sometimiento”, siendo ésta la característica esencial de la relación con Dios, mientras que para un cristiano el sometimiento a Dios, no es que no exista, sino que queda tan superado por el Amor que Dios nos tiene y que le tenemos a Él que no vale la pena ni mencionarlo.
10.- UN MUNDO DE ORACIÓN
La oración cambia el sentido de toda la vida y del entorno. La oración con el Dios-Amor ha cambiado el sentido de la historia. El problema de nuestra civilización es la ausencia de oración que comporta empobrecimiento personal trasladado a la sociedad. Es un problema, no de conocimiento, como mencionaba al principio, sino de comunicación. No conozco a nadie que haya llegado a Dios razonando exclusivamente. Llegar a Dios no es el fruto de un razonamiento esforzado, sino un encuentro con una Persona, como recordó hace tiempo Benedicto XVI en su encíclica “Deus Cáritas est”. Fomentar el encuentro con el Dios-Persona es acercarse a la plenitud personal y es un mejoramiento de la sociedad.
Aunque sólo fuese por un motivo práctico, no tiene sentido empeñarse en intentar ser lo que no se es y poner coto al despliegue natural de la persona. En el mundo en que vivimos, toda persona se ha tropezado o se va a tropezar alguna vez en la vida con Dios. Aunque no se quiera reconocer, Él está ahí. Dios es Persona y el mundo es un mundo de personas. No es que estemos inexorable e inexplicablemente condenados a dialogar, es que somos lo que somos, personas, y empeñarse en no actuar como personas es actuar contra la propia naturaleza. La oración, no es que sea inevitable, es una necesidad.
Hablamos más arriba de la vida eterna como diálogo con las Tres divinas Personas. Ese diálogo empieza ahora. Efectivamente, la muerte, con su carácter de juicio, dará paso a la plenitud personal cualificada que será la vida eterna, penetrando para siempre en la vida íntima divina, pero esa vida ya es posible llevarla a cabo de una cierta manera mediante la oración. La eternidad será una eternidad de oración, pero la vida presente también lo debe ser. De lo contrario, Dios se habría revelado como Trinidad en la otra vida, no en ésta.
11.- LA ORACIÓN DE LOS HIJOS DE DIOS
El hecho central de la historia humana es la Encarnación de la Segunda Persona de la Santísima Trinidad. El motivo de este acontecimiento tan sorprendente no es solo ni principalmente dar al hombre una pauta de comportamiento moral, sino hacernos hijos de Dios mediante su vida y su Pasión y Muerte, de tal manera que con la Redención obrada por Jesucristo la relación nuestra con Dios ha cambiado. Ya no se trata sólo de “seguir a Cristo” o de “imitar a Cristo”, sino de “vivir en Cristo” de tal manera que “por Cristo” nos insertemos en la Santísima Trinidad. Creo que fue Henry de Lubac quien con una expresión afortunadísima dijo que somos “hijos en el Hijo”. Ya no se trata de un mero sometimiento, ni de vislumbrar más o menos el amor de Dios, ni de llevar a cabo una relación de filiación respecto de Dios, sino de penetrar en la Santísima Trinidad y de ser hijos de Dios-Padre como lo es el Hijo. Claramente la relación personal con Dios ha cambiado. La oración a la que podemos llegar es la oración de los hijos de Dios. Bien es verdad que de un modo estrictamente natural el hombre no puede llevar a cabo esta relación. Se necesita la ayuda de la Gracia, un don que la posibilite, pero no deja de ser cierto que existiendo ese don, la relación es posible. ¿Quién, conociendo esto, no se apuntará al carro cuando en ello le va una plenitud personal con la que ni él mismo hubiese soñado, incluso en esta vida?
La posibilidad de tener a Dios como Padre y de tratarle con el Amor del Hijo ha removido desde hace dos mil años a millones de personas que, quizá sin saber nada de filosofía personalista han captado esa comunicación personal de Dios con ellas de una manera nueva y absolutamente desbordante respecto a las expectativas de plenitud que cualquiera hubiera jamás deseado.
Antonio Moya Somolinos, dni 50409257L, para las VI Jornadas de Personalismo
Madrid, 12-13 de marzo de 2010