VIII Jornadas de la Asociación Española de Personalismo

Bioética personalista:

fundamentación, práctica, perspectivas.

Universidad Católica de Valencia

Valencia, 3-5 de mayo de 2012

  1. Un acontecimiento histórico: la sentencia del Tribunal Europeo en un caso de calado bioético

El pasado 18 de octubre asistimos a un acontecimiento histórico. El Tribunal de Justicia de la Unión Europea, con sede en Luxemburgo, nos sorprendió al dictar la sentencia del caso Oliver Brüstle-Greenpeace. La sentencia fue la siguiente: “no se puede patentar células madres embrionarias de seres humanos para fines industriales, comerciales o científicos porque va en contra de la dignidad humana”. En efecto, Oliver Brüstle, famoso neurocientífico alemán de la Universidad de Bonn había solicitado, en 1997, la concesión de una patente para poder, en el marco de un tratamiento contra la enfermedad de Parkinson, transformar células madres embrionarias en células precursoras neuronales, operación que implicaba instrumentalizar el embrión e incluso destruirlo para obtener de él dichas células con una finalidad curativa. Pero la organización ecologista Greenpeace se opuso a esta patente recurriendo al derecho europeo que regula el uso de material biológico y protege al embrión humano contra su comercialización. El Tribunal alemán, viendo la insistencia del científico, por una parte, y la polémica generada alrededor de una cuestión tan compleja como ésta, por otra, decidió acudir al Tribunal de Justicia de la Unión Europea en 2006.

El Tribunal de Justicia de la UE, en su sentencia del 18 de octubre de 2011, se apoyó, para tomar su decisión, en el artículo 6, apartado 2, letra c), de la Directiva 98/44/CE del Parlamento Europeo y del Consejo, de 6 de julio de 1998, relativa a la protección jurídica de las invenciones biotecnológicas. Este artículo estipula que “quedarán excluidas de patente las invenciones cuya explotación comercial sea contraria al orden público o a la moralidad” y que se considera como no patentable, toda utilización de embriones humanos con fines industriales o comerciales. En otros términos, toda innovación tecnológica que atenta contra la dignidad humana no puede ser patentable, por la simple, pero importante razón, que el ser humano, por su derecho fundamental a la vida y el respecto de su dignidad, nunca ha de ser considerado sólo como un medio sino como un fin en sí mismo. La referencia a este artículo pone de relieve una visión antropológica cuyas raíces encuentran su fundamento en la filosofía y en la religión. En un principio aparece, con la filosofía griega, una reflexión sobre los seres naturales y, entre ellos, el hombre. En esta interrogación, el hombre reconoce su diferencia esencial con el resto del mundo: es capaz de vivir en una sociedad compleja, desarrollar relaciones de amistad, de amor, crear mediante el arte, pero, por encima de todo, dar sentido a todo esto y a cada una de sus acciones por poseer, en sentido propio, su marca distintiva: la racionalidad. En esta línea, y a medida que terminó por generar una serie de derechos y obligaciones en vistas a mejorar la vida en sociedad, creó y formuló otros conceptos como los de persona y dignidad. Por ello, en una primera parte, trataremos de entender cómo ha aparecido el concepto de persona, cómo ha evolucionado y, finalmente cuál es la visión antropológica implícita vinculada por el Tribunal Europeo.

Además, los 13 jueces no se limitaron a recordar que la utilización del embrión como simple medio iba en contra de la dignidad humana, sino que aportaron una definición bastante clara de este último: todo óvulo humano ha de ser considerado tras la fecundación como un embrión humano, en cuanto esta fecundación busca activar el proceso de desarrollo de un ser humano pleno. Sin hacer referencia de manera explicita al concepto de persona, los jueces han defendido, mediante esta sentencia, una visión unitaria del hombre y de la vida. Nuestro intento en esta comunicación será el de explicitar la manera más conveniente para fundamentar filosóficamente dicha visión.

  1. Elaboración del concepto de persona

El término persona nunca ha sido tan reivindicado y utilizado como hoy en día, pero hemos de recordar que este conceptoha sufrido una larga elaboración histórica. Su etimología per-sonare hace referencia a la máscara o careta que llevaban los actores de la tragedia para interpretar un papel. Gracias a la forma cóncava de su boca, el sonido podía llegar más lejos (de ahí el sentido de reduplicación de la partícula per-). La máscara, en su parte anterior, significaba el rol del actor [1]. Por ello, siempre en el marco de la representación teatral, la palabra persona iba a ser utilizada para caracterizar el rol del personaje, su carácter, su fondo moral (si era bueno o malo, enamorado, etc.), carácter reflejado a través de las palabras y acciones del propio personaje. Entendemos, pues, cómo, poco a poco, este concepto entrará en relación directa con la acción y la palabra del hombre. El hombre es esta persona (personaje) que tiene una función (un rol) en el escenario del mundo (la sociedad), donde se expresa y actúa conforme o no al bien.

Cicerón (siglo I a.C.) retomó esta metáfora proponiendo una teoría más compleja del concepto persona que puede ser entendido de cuatro maneras distintas [2], pero que en el fondo pueden resumirse en dos:

El primer rol, hace referencia a la capacidad racional que es común a todos los hombres y que los distingue de las bestias. Esta capacidad nos permite conocer el mundo y actuar conforme a un orden estructurado, a un todo. Este primer sentido es probablemente el más importante ya que, gracias a la razón, el hombre puede optar por una vida moral bella y plena. El segundo, pertenece al individuo en particular: se trata de su función social, su dimensión jurídica.

En definitiva, el sujeto moral o persona, es aquel que posee por naturaleza la razón, que actúa y se expresa en sociedad, según un rol que le es propio, conforme o no al bien. De esta manera, la persona, en el marco jurídico, se convierte en un ser sujeto de derechos y deberes [3]. De hecho, a partir del siglo II a.C., el término persona es utilizado, en el lenguaje jurídico, para designar a los hombres, a diferencia de las cosas, designadas ellas por el término res.

No obstante, podemos afirmar con bastante acierto, que el concepto de persona, tal y como ha sido integrado en nuestra cultura, nos ha sido trasmitido principalmente con la emergencia del Cristianismo y la necesidad para los primeros Padres de la Iglesia de encontrar un concepto que, en primer lugar, pudiera reafirmar el valor y la dignidad de cada hombre, dejando de lado toda discriminación y ofreciendo una religión filantrópica, y, en segundo lugar, que fuera capaz de resolver algunos de los problemas relacionados con cuestiones de fe. La elaboración de este concepto ha sido larga y complicada, evolucionado a través de múltiples mentes de filósofos y teólogos en diversos Concilios (como el Concilio de Nicea en 325).

El nudo del problema era evidentemente entender cómo Dios llegaba a ser a la vez Uno y Trino y, por encima de todo, cómo Cristo podía ser a la vez Dios y hombre. Como es bien sabido, estas cuestiones han suscitado en el corazón de la cristiandad numerosas discusiones e incluso herejías. Sin embargo, los conceptos de persona y naturaleza han logrado tal amplitud que la Iglesia, mediante su doctrina, pudo proponer al pueblo cristiano las siguientes afirmaciones: Dios es una sustancia y tres personas: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Y Cristo es una persona dotada de dos naturalezas (divina y humana). La elección por el concepto de persona no fue anodina puesto que ya tenía un significado para el mundo latino y griego, pero aun así, se presentó como revolucionario. Una misma palabra permitía hablar de Dios y del hombre a la vez inscribiendo a este último en una relación con el primero [4].

Hemos de constatar, al igual que Juan Manuel Burgos en Antropología: una guía para la existencia que: “De esta forma, surgía por primera vez en la historia, el concepto filosófico-teológico de persona [5]”. Este concepto se materializó a través de la famosa definición de Boethius (siglo VI): Persona est natura rationalis individua substantia [6] (la persona es una sustancia individual de naturaleza racional). La persona es, pues, lo singular, lo propio que se distingue de los demás seres por su diferencia específica: la racionalidad. El concepto substancia ha sido tomado de la tradición filosófica griega (ousia) y no puede ser entendido como una simple realidad estática que perdura a través del cambio, sino como una categoría que subsiste per se (por ella misma) y que es necesaria, al contrario del accidente cuya especificidad es la de ser contingente y que existe sólo en y por otro (como el color de la piel en una persona). En De Anima, Aristóteles precisa que la substancia puede decirse de varias maneras distintas, o bien como materia, o bien como forma, o bien como el compuesto de materia y forma (synolon, compositum), pero que, comúnmente, es conocida como todo cuerpo natural que posee la vida por sí mismo, es decir los actos propios de la vida que son el hecho de nutrirse, de crecer y corromperse. Los cuerpos naturales son, pues, substancias pero, enfatiza Aristóteles, en el sentido de compuesto cuerpo-alma. Por lo tanto, Boethius añade “natura rationalis” pues lo que distingue el ser humano del resto de los seres naturales, es poseer y haber recibido como propia una naturaleza racional [7].

Con la Modernidad, el hombre es contemplado esencialmente bajo el prisma de la facultad que lo distingue del resto del mundo natural: su racionalidad. El hombre, en cuanto persona, no se caracteriza por su corporeidad, sino únicamente por la facultad que le proporciona un conocimiento científico, verdadero, universal, evidente y claro. Esta es su facultad de pensar, el cogito de Descartes, el Yo trascendental de Kant. Esta potencia lo convierte en una persona cuya dignidad le impide ser un simple ente biológico o, recordemos la cita de Kant, una cosa manipulable a nuestro antojo [8]. La sobrevaloración del Yo trascendente, por una parte, y la visión reduccionista y mecanicista de la materia, por otra, han sido los detonantes de un profundo dualismo que iba a extenderse, a lo largo de los siglos, dando lugar, en un primer momento, a un espiritualismo a ultranza que Jacques Maritain calificará de angelismo y, acto seguido, a un materialismo mecanicista en el que los cuerpos no son más que unos conjuntos complejos de moléculas y átomos en relación [9]. El filósofo y fenomenólogo francés Maurice Merleau-Ponty habla de gran y pequeño Racionalismo para referirse tanto al racionalismo iniciado por Descartes en el siglo XVII como al positivismo del siglo XIX. Las dos corrientes se asemejan en tanto en cuanto encuentran su raíz en la visión dualista del hombre.

  1. Siglo XX-XXI: el pensamiento utilitarista

Los siglos XX y XXI son herederos de este dualismo, hasta tal punto que se ha puesto en cuestión, para algunos individuos humanos, un derecho fundamental que es el derecho a la vida, a la libertad y a la seguridad de su persona [10]. La equivocidad del concepto persona, el avance de la tecnología, el conocimiento siempre más agudo del funcionamiento de la materia han creado una confusión en cuanto a la comprensión de lo que es el hombre. Algunos intelectuales norteamericanos, profesores de ética o metafísica en distintas universidades de prestigio, como la Universidad de Princeton o de Cambridge, han intentado aportar soluciones a las numerosas preguntas bioéticas entorno al hombre. Peter Singer, Michael Tooley o Tristam Engelhardt se han planteado si el embrión tiene por sí mismo derecho a la vida. ¿Todas las vidas tienen la misma dignidad?

Singer propone establecer un principio de igualdad que sirva, a su vez, de principio moral. Se trata de la consideración de los intereses de cada hombre, entre ellos: “evitar el sufrimiento, desarrollar aptitudes propias, satisfacer las necesidades fundamentales en nutrición y habitación, mantener contactos humanos cálidos, ser libre de realizar sus proyectos [11]”. Entendemos que el embrión, en cuanto tal, no manifiesta estos tipos de intereses. Básicamente, el embrión, sigue Singer, carece de cerebro y de sistema nervioso, no puede sentir nada, ni ser consciente de ningún modo [12]. Por lo tanto, el embrión no debería tener el mismo estatuto moral que el de un adulto. Por ello, piensa que es necesario distinguir entre los que tienen una vida meramente biológica (éstos pertenecen a la raza humana pero no tienen derecho a la vida) y las personas que, además de poder sentir dolor y placer, dan pruebas de autoconciencia, autonomía y racionalidad. Estos últimos, sí que tienen derecho a la vida porque son capaces de actos personales y presentan signos de interés por vivir. En consecuencia, establece una jerarquía entre los individuos dotados de sensibilidad capaces de sentir dolor o placer y los que no son dotados de sensibilidad. Pero dentro de los que tienen sensibilidad, los que tienen racionalidad son aún más dignos, porque son más conscientes de sus intereses: “La vida de un ser consciente de sí-mismo, capaz de tener ideas abstractas, de planificar el futuro, de producir actos de comunicación complejas, etc., tiene más valor que la vida de un ser a quien le falta estas capacidades [13]”.

Otro pensador, Michael Tooley, en la misma línea que Singer, afirma que es necesario distinguir entre personas y seres humanos. Sólo la persona tiene un derecho serio a la vida. La persona ha de manifestar algunas características que dan fe de su “personeidad” como el hecho de reconocerse a sí mismo en el pasado, la autoconsciencia, sentir dolor y placer, tener proyectos de futuro y sentir deseos de autorrealización en el futuro. Esencialmente, un individuo tiene derecho a algo en la medida en la que presenta un deseo hacia este algo, que llega a formarse y a entender el concepto de este algo y toma consciencia que es él quien desea este algo.

Finalmente, Tristam Engelhardt Jr., dice que hay que distinguir entre la vida biológica y la vida personal. La persona es la que posee en acto, la autoconsciencia, la racionalidad, el sentido moral y la libertad (autonomía).Por lo tanto, ni el feto, ni el recién nacido, ni las personas con deficiencias mentales graves, ni las personas en coma sin esperanza de regreso son personas humanas; son miembros de la especie humana, pero no comparten el mismo lugar dentro de la comunidad moral. Esto significa que la sociedad no tiene ninguna obligación moral hacia aquellos individuos y, por tanto, experimentar sobre embriones no supone ningún perjuicio moral. El feto se convierte, de esta manera, en objeto de propiedad cuya existencia está entre las manos de los que han decidido generarlo.

  1. Crítica al pensamiento utilitarista: visión reduccionista y dualista

Las distintas ideas que acabamos de exponer nos pueden parecer un tanto radicales o extremas, sin embargo las conclusiones a las que llegan estos pensadores, apoyándose en criterios subjetivos y de utilidad no dejan de ser actuales en cuanto a la manera de concebir, hoy en día, la vida y el ser humano. Aristóteles decía ya que cuando los hombres dejaban de contemplar a la naturaleza como un todo al cual ellos pertenecían, dejaban de verla como mater, para girarse hacia la virtud de utilidad, reduciendo dicha naturaleza a un simple material susceptible de manipulación. Ciertamente, la naturaleza funciona según una lógica, según leyes que pueden ser transcritas, incluso reproducidas, pero nunca el hombre podrá hacer otra cosa que imitarla y, a pesar de toda la evolución de la tecnología, esta naturaleza siempre será anterior a la mente creativa del ser humano.

Por ellos, la visión utilitarista del hombre es, según esta perspectiva, una visión reduccionista y dualista del hombre. Es reduccionista porque los valores mencionados anteriormente tales como el interés o el deseo no tienen la consistencia de unos criterios objetivos a la hora de definir a la persona y otorgarle un derecho tan importante como el derecho a la vida. Los intereses y deseos son cambiantes, no corresponden siempre a lo que uno desea realmente, incluso, en algunos momentos de la vida, en momentos de depresión, uno puede llegar a no desear nada en particular, ni sentir interés alguno. ¿Estos estados cambian nuestro derecho a la vida? ¿Seremos por ello menos dignos? Además también es reducir a la persona al pensarla principalmente bajo el punto de vista de su capacidad de sentir placer o sufrimiento. Sin duda alguna, son elementos imprescindibles a tener en cuenta a la hora de tratar al individuo humano, pero consideramos que, en la jerarquía de valores, algunos son más importantes que otros, como el mero hecho de existir, de vivir en sociedad, de poder querer y ser querido. Algunos filósofos y teólogos, piensan incluso que lo que realmente fundamenta la naturaleza del hombre y, por consiguiente, su dignidad, es su capacidad de amar y ser amado. Curiosamente, la propia vida de Singer nos proporciona un ejemplo en esta línea. Su madre, que tenía alzhéimer fue atendida por su hijo hasta el último momento. La propia experiencia de la dependencia de su madre le impidió seguir sus propias teorías. Singer no podía sino reconocer la dignidad personal de su madre.

Podríamos poner en cuestión el hecho de que el embrión no manifiesta ningún deseo por la vida, basándonos en la velocidad con la que se desarrolla. En pocos días, el cigoto pasa a ser embrión y, de ahí, a feto. Aunque no lo exprese con palabras, la propia dinámica arrolladora de la vida indica, por ella misma, el deseo por la existencia y autorrealización.

Por otra parte, la visión utilitarista es totalmente heredera de la modernidad y, por consecuente, dualista. No hay dos dimensiones (la biológica y la racional) tan distintas en el hombre. Al contrario, la unión o interdependencia es tan fuerte, que la disfunción de una puede afectar a la otra. Por ejemplo, una persona con deficiencias mentales profundas, sigue siendo un ser racional, dado que si lográramos restaurar sus capacidades esta persona pensaría sin dificultades. De igual forma, si dejamos que el embrión se desarrolle totalmente podrá pensar, relacionarse, etc. De ahí, la necesidad de superar dichos reduccionismos y dualismos acerca del hombre y reivindicar una antropología adecuada basada en un concepto de persona claro y completo.

  1. Definición del embrión y causa final

En este contexto la sentencia del Tribunal Europeo constituye un hito histórico para los que investigan en pro de la defensa de la vida. La definición del embrión según la cual “todo óvulo humano ha de ser considerado tras la fecundación como un embrión humano, en cuanto esta fecundación busca activar el proceso de desarrollo de un ser humano pleno”, ofrece una visión unitaria de la vida y del ser humano. Esta definición nos recuerda las palabras de Juan-Pablo II en su encíclica Evangelium vitae: “Se muestra que desde el primer instante se encuentra fijado el programa de lo que será este viviente: una persona, un individuo con sus características ya bien determinadas […] cuyas principales capacidades requieren un tiempo para desarrollarse y poder actuar [14]”. En efecto, tras la fecundación se inaugura una nueva vida que es subsistente por sí misma, pues desde el primer instante está activado todo un proceso de desarrollo que si no es interrumpido terminará por la realización completa de una persona humana. El mundo contemporáneo insiste en las causas eficientes y materiales, pero hemos de recordar, dado lo que se ha expuesto anteriormente, que la naturaleza tiene su propio dinamismo, su propia realización. Todos los seres naturales tienden hacia su autorrealización, hacia un fin. Por ello, consideramos que recuperar la idea aristotélica de una teleología de la vida humana es esencial para explicitar las bases filosóficas incoadas en la sentencia del Tribunal Europeo.

En su obra Partes de los animales, considerada como la primera obra de biología, Aristóteles distingue entre las diversas causas de una generación. Una de ellas es la causa eficiente, responsable, en un primer instante, de la generación: los padres. Pero la causa primera, ordo essendi, es la causa que responde a la pregunta “en vistas a qué” o “para qué”. Se trata de la causa final, de la razón del proceso de desarrollo de un ser. El principio no tiene sentido si no es en vistas a un fin. El fin es el objetivo o la meta hacia la cual tiende todo movimiento (como el de la generación) si nada se interpone entre medio. El embrión, el cigoto, el feto no tienen sentido si no es porque son las etapas necesarias para la realización de un hombre completo (de una substancia). Por lo tanto, si soy hombre no es únicamente porque me han concebido o deseado, sino porque existe una naturaleza humana, cuyas potencias se desarrollarán y emergerán en el tiempo, siempre y cuando ningún agente se interponga entre su principio y su fin. Con la emergencia de una nueva vida, siempre hay algo, la propia vida, que trasciende el hombre. El comienzo de una vida, así como su desarrollo no penden únicamente de una elección, ni de una causa puramente material, sino de una naturaleza que tiene unas leyes y funcionamiento propios. Cuando un óvulo es fecundado, deja de ser óvulo y se convierte en una nueva substancia, que muchas madres sienten perfectamente a través de nauseas, malestar, fatiga, etc. Se trata de una substancia que hemos de llamar “persona” desde el primer instante de la fecundación, porque ya es un ser humano a pesar de encontrarse en su etapa más primaria de desarrollo.

De ahí podemos concluir que, más allá de toda intervención humana, se encuentra la naturaleza con su propio dinamismo y funcionamiento. La naturaleza del hombre está marcada en primer lugar por la vida. La vida es un todo que se desarrolla según diversas causas. Pero la causa más importante y que da fe de la racionalidad y autonomía de la naturaleza es la causa final. A partir del momento de la fecundación, se puede hablar de milagro de la vida. Estamos en presencia de un nuevo ser, una nueva substancia, con su estructura e información genética, cuyo objetivo será realizarse por completo. La realización del ser humano, es decir su perfección, es la de convertirse en este ser que se distingue del resto de las cosas, por su racionalidad, por su capacidad de crear, de relacionarse, de querer. Si el hombre en cuanto tal merece ser tratado con dignidad, ha de ser tratado con dignidad desde el principio hasta el final, en cada uno de los estados en los que se encuentre. El estado no puede decidir según consenso sobre quién, entre los individuos humanos, puede ser llamado persona o no, sobre quién tiene derecho o no a la vida. La ley política siempre ha de apoyarse en la ley natural y las investigaciones sobre la naturaleza, en particular la naturaleza del hombre, nos dice muchas cosas. En virtud de lo que se ha expuesto previamente y apoyándonos en la sentencia del Tribunal europeo, afirmamos que el embrión, es una persona y que, por lo tanto, tiene derecho a la vida, a la seguridad personal y al respecto desde el primer momento.

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[1] La máscara cubría la cabeza del actor: la parte posterior era la peluca y la parte anterior llevaba los rasgos del personaje (Gustavo Bueno, El sentido de la Vida, Pentanfla, Oviedo, 1996, p.116.

[2] La gran pregunta de los estoicos era: ¿cómo vivir bien? A su vez, esta pregunta remitía a otra: ¿cuál es el papel previsto por el dramaturgo divino  para el hombre? En este contexto, el hombre ha de descubrir y aceptar este rol que le es propio para vivir en harmonía. Según Maximilian Forschner, en un acto del seminario sobre los estoicos del centro “Centre de Recherches sur la Pensée Antique” (tema impartido entre los años 1998-2000), es probablemente a raíz de este planteamiento que Cicerón analiza los distintas formas de vida (roles). Referencia: G.Romeyer Dherbey (Director), Les stoïciens, Vrin, Paris, 2005, p.301.

[3] Alfonso García Marqués et Isablel Zúnica, Civis Bonus, Ediciones, Isabor, Murcia, 2010, p.36.

[4] Recordemos que para el Pueblo judío, Dios es el que no se puede nombrar YHWH. Dios es totalmente trascendente en cuanto al hombre y se manifiesta principalmente por medio de sus profetas. La utilización del concepto persona ha sido desestabilizante, porque Dios se revela  como cercano y con un rostro.

[5] Juan Manuel Burgos, antropología: una guía para la existencia, Ediciones Palabra, Madrid, 2008, p.30.

[6] Boecio, Liber de persona et duabus naturis contra Eutychen et Nestorium, PL 64, 1343.D.

[7] Por racional, hemos de entender las dos facultades que son la inteligencia y la voluntad.

[8] “El hecho de que el hombre pueda tener una representación de su yo [es decir: conciencia intelectual de sí mismo] le realza infinitamente por encima de todos los demás seres que viven sobre la tierra. Gracias a ello el hombre es una persona, y por virtud de la unidad de la conciencia en medio de todos los cambios que puedan afectarle, es una y la misma persona, esto es, un ser totalmente distinto, por su rango y dignidad, de las cosas, como son los animales irracionales, con los que se puede hacer y deshacer a capricho”, Immanuel, Kant Antropología, traducción: José Gaos, Alianza Editorial, Madrid, 2004.

[9] Descartes no duda en comparar al cuerpo a una máquina: “Esto no debe parecer extraño a los que sabiendo cuántos diferentes autómatas, o máquinas de movimiento, puede hacer la industria del hombre empleando muy pocas piezas en comparación con la gran multitud de huesos, músculos, nervios, arterias, venas y todas las demás partes que hay en el cuerpo de cada animal, consideren este cuerpo como una máquina” (René Descartes, Discurso del Método, Alianza Editorial, Madrid, 2003, p.128.)

[10] Artículo 3 de la Declaración universal de los Derechos humanos, adoptada y proclamada por la Resolución de la Asamblea Gneral de las Naciones Unidas 217 A8iii) del 10 de diciembre de 1948, en París.

[11] “[…] the interest in avoiding pain, in developing one’s abilities, in satisfying basic needs for food and shelter, in enjoying warm personal relationships, in being free tu pursue one’s projects without interference”. (Peter Singer, Practical Ethics, Cambridge University Press, New York, 1993, p.31.)

[12] Peter Singer, Desacralizar la vida humana, tr.Carmen García Trevijano, Ediciones Cátedra, Madrid, 2002, p.234.

[13] “The life of a self-aware being, capable of abstract thought, of planning for the future, of complex acts of communication, and so on, is more valuable than the life of a being without these capacities”. (Peter Singer, Practical Ethics, p.61.)

[14] Juan-Pablo II, Evangelium vitae, San Pablo, Madrid, 1995, p.109.