(Comunicación presentada en las VIII Jornadas de la AEP:
Bioética personalista:
fundamentación, práctica, perspectivas

Universidad Católica de Valencia
Valencia, 3-5 de mayo de 2012)

 

 

INTRODUCCIÓN

La bioética tiene como objeto  la búsqueda de respuestas a los problemas que las nuevas técnicas de intervención sobre la vida humana plantean. Es una disciplina lo suficientemente singular, que requiere conocimientos globales -que no quiere decir superficiales- de filosofía y de ética, de antropología, de historia, de deontología profesional y de derecho. Así mismo como que los grandes dilemas éticos en la aplicación de los adelantos biotecnológicos surgen en el ámbito de la medicina y de la biología, el bioético debe tener conocimientos médicos y biológicos, aun cuando pueda no pertenecer a estas profesiones. Desde que, en el año 1970, el oncólogo norteamericano Potter usó por primera vez la palabra «bioética» -notablemente descriptivo: «ética de la vida»- se han ido acumulando las publicaciones sobre la materia. Esta proliferación de referencias bibliográficas muestra el interés que desvela, no solamente entre los expertos, sino también entre el público no especializado, que recibe la información de los adelantos científicos -desgraciadamente, no siempre de forma clara- a través de los medios de comunicación.

¿Por qué hace falta que haya expertos en bioética?

 En tanto que seres humanos y personas, es importante determinar cual es el trato que se debe dar a la vida humana, a la vida física de cada persona en particular. No basta con un acuerdo consensuado por una mayoría: hace falta que esté fundamentado en la realidad ontológica de todo ser humano, porque lo que está en juego no es una realidad circunstancial, sino la propia dignidad humana.

La biotecnología aporta muchos beneficios con respecto al dominio y a la resolución de las enfermedades. Podríamos considerar que, desde el punto de vista biomédico nos encontramos al inicio de una nueva época, la era genética, puesto que los modernos estudios están abriendo una línea terapéutica insospechada. Pero, al mismo tiempo, estos mismos adelantos hacen que se levante una sombra de incertidumbre. La tecnología hace posible, por ejemplo, la reproducción asistida, el desarrollo de terapias  a partir de células embrionarias, la clonación de mamíferos y el mantenimiento con vida vegetativa de personas clínicamente muertas.

La preocupación por el respecto de la dignidad humana surgió muy pronto en la historia, como lo patentizan los más antiguos códigos deontológicos de los cuales tenemos noticia. Pero fueron los abusos cometidos a los campos de concentración nazis, durante la Segunda Guerra Mundial, que alertaron todo el mundo de la necesidad de establecer principios y normas de actuación en el ámbito biomédico. El año 1947, se hizo constar esta necesidad al Código de Nuremberg sobre la experimentación humana, que ha sido el inspirador de numerosas reglamentaciones posteriores.

Pese a las abundantes directrices y normas de actuación existentes, parece como si en el ámbito de la vida en occidente predominara la idea que el hombre está subordinado a la ciencia. Se observa una ruptura entre el espíritu que animaba aquellas declaraciones en favor de la salvaguarda del ser humano y la actual modificación progresiva de las leyes que regulan la actividad biomédica, que parecen defender más un hipotético progreso científico que el bien concreto de las personas y nos sitúa en la cuestión que ahora nos ocupa: ¿donde se encuentra el límite de la actuación científica?

Leía hace unos días unas declaraciones de la arqueóloga Angelika Fleckingres, especialista en “el hombre de hierro” ötzi, que murió entre el 3350 y el 3100 antes de Cristo;  decía esta investigadora en una parte de la entrevista publicada en la Contra de el rotativo La Vanguardia del miércoles 7 de febrero de este mismo año:

“sería fácil fecundar un óvulo con ADN de Ötzi… hay muchas mujeres que se han ofrecido para concebir un hijo de ötzi….”

¿Es posible “técnicamente” crear un ser humano que tenga su origen paterno en un cuerpo de hace 3000 años?

¿Tenemos que incluir todos los avances técnicos y científicos en nuestra vida social?

¿Es necesaria una regulación de los descubrimientos?

 JULIÁN MARÍAS, CARA Y CRUZ DE LA ELECTRÓNICA

En un pequeño libreto de 1985 el filósofo vallisoletano Julián Marías realizaba un ejercicio de síntesis para intentar entender los cambios que, a nivel personal y a nivel social se estaban gestando en una sociedad de final de siglo donde la electrónica estaba entrando en el ámbito de todos los quehaceres.

Hoy, casi treinta años después, muchas de sus apreciaciones podrían ser consideradas como válidas si solamente añadiésemos al título original de cara y cruz de la electrónica otros como: cara y cruz  de la tecnología, cara y cruz de los avances médicos, cara y cruz de los medios de comunicación, cara y cruz dela ciencia médica, etc; si hiciésemos el esfuerzo de sustituir la palabra Electrónica, por cualquier otra relacionada con los avances tecnológicos, tendría la misma validez.

Nos dice el autor:

“La repercusión social y psicológica -humana en suma- de la Electrónica  (podemos cambiar este término por cualquier otro de rabiosa actualidad- es, en efecto, inmensa. Y no ha hecho más que empezar. De manera incontenible, su desarrollo va a transformar las condiciones de la vida más allá de lo que en este momento podamos prever. ¿Para bien o para mal? En mi opinión no cabe la duda: para bien y para mal. Depende de lo que el hombre haga el que la balanza se incline de un lado o de otro… que sea principalmente una maravilla o un desastre para la humanidad.

No he creído ni por un momento que se pueda dar marcha atrás: una vez descubiertas, las posibilidades técnicas de la electricidad van a ser utilizadas, y de modo creciente. Se presenta, pues, con el rostro ominoso de la necesidad, de la forzosidad, algo muy parecido a lo que se ha llamado durante más de dos milenios Destino” [1].

“El grado de perfección que permite la técnica científica, que no es la única pero si la característica de la época moderna, y su capacidad de desarrollo, hacen que la vida entera esté condicionada por ella. Cada avance de la técnica fija un nivel de vida (no sólo económico, sino un nivel desde el cual se vive) que al poco tiempo se convierte en una pretensión real de la sociedad en que ese avance se ha conseguido, de manera que cualquier retroceso respecto de él se considera inaceptable…” [2].

“Cuando se llega a un nivel nuevo de desarrollo y posibilidades, la humanidad se instala en él necesariamente. Esto es más evidente aún, y más inevitable, cuando ese nivel significa el paso a otro grado cualitativo completamente distinto, en que no se trata ya de más o menos, sino de pasar a otro orden de magnitud, y por tanto, a otro planteamiento de los problemas… Como un acuerdo universitario para renunciar a las nuevas técnicas es impensable, no es posible la renuncia particular: el que la hiciera quedaría automáticamente excluido del nivel de la época. Si uno no usa la nueva técnica, como la usan los demás, queda fuera del mundo real, y por consiguiente, a merced de los demás” [3].

“Lo humano se resiste a todo tratamiento mecánico o codificante. La confusión del “alguien” con el “algo”, del “quiñen” con el “qué” –que ninguna lengua comete, que ningún hablante espontáneo se permite- está esterilizando buena parte de los esfuerzos intelectuales de nuestro tiempo. La persona es irreductible a toda cosa”, representa otra forma de realidad. Yo soy alguien que tiene que orientarse entre las cosas, saber a qué atenerse, elegir su vida entre las múltiples posibilidades. Esto solo puede hacerse mediante la razón (la aprehensión de la realidad en su conexión) que en su forma plena y efectiva es razón vital. Para esto (no como sustitutivo de esto) es un prodigioso instrumento la Electrónica. Sus recursos van a dejar abierto el camino para el pensamiento en sentido estricto, el pensamiento racional. Pero como lo humano es incierto e inseguro, hay el peligro de que el hombre vuelva la espalda a sus nuevas posibilidades y recaiga en un primitivismo del que antes me ocupé” [4].

REFLEXIÓN

No es la tecnología -aséptica en sí misma- la causa de la actual situación más o menos generalizada de confusión ética, sino la ausencia de espíritu reflexivo. . La ruptura en la unidad de la persona ha creado una conciencia, tendido en buena parte de la opinión pública, como si la actuación científica o tecnológica sobre el organismo biológico de seres humanos en cierto modo no fuera una actuación sobre la persona.

El ser humano es una unidad al mismo tiempo biológica y racional. Más todavía, puesto que, como dice Julián Marías, esta definición deja de lado aspectos muy cotidianos y próximos a nuestra realidad humana, como por ejemplo la capacidad de amar: «Antes de que inteligente o racional, se debería definir el hombre como criatura amorosa»

Pero cuando hablamos del hombre y de la mujer de cualquier tiempo hemos de tener en cuenta que no son/somos seres aislados, vegetando en el páramo de la soledad más estricta. Vivimos en comunidad y en ella nos “adentramos; en lo que podríamos denominar una “adaptación”, esto es, que en términos de la experiencia habitual el ser humano da por supuestos unos cambios que, para bien o para mal se introducen en “su vida”, de manera que le es muy difícil “renunciar” a un avance que empuja. La sociedad técnica ha situado a las sociedades en un nivel de adaptación muy superior al que se ha conocido en épocas anteriores, todo en ello envuelto en una marea en pleno movimiento: el hombre de hoy no cesa de moverse entre las cosas; creo que es importantes este hecho: las cosas… bienes materiales e incluso animales se mueven alrededor de los seres humanos a veces con una intensidad superior al que significa la relación con el otro, con el vecino, con el amigo, con la pareja, con el ciudadano común.

La sobreabundancia de la telepresencia de bienes ha repercutido en el hombre y la mujer de nuestra época llenándolo de gratificación casi instantánea y poderosa: todo lo que se ofrece a la vista parece quedar lejano al deseo.

Hace falta llegar al conocimiento profundo del ser humano, a su verdad objetiva, es decir, que sea válida para toda persona y no dependa de la arbitrariedad de un grupo o de una moda, pero en una época de tanta inmediatez no deja de ser un reto de titanes.

Seguramente que me alejo del fundamento médico científico y de los principios reguladores de una investigación bioética… pero  yo me pregunto,

¿Es posible cortar el carácter proyectivo y de felicidad que envuelve la tarea de un investigador?

La vida, como decía el filosofo personalista Julián Marías es proyección; si la felicidad personal se instala en una instalación, lo primero y  más evidente, cuando se observa a los hombres, es su empeño por llegar a ella; todos queremos llegar a ella. Las cosas del mundo con que tratamos nos interesan sólo si consideramos que pueden servirnos para llegar a la felicidad, o por lo menos, en cierto grado la acercan o preparan. La felicidad describe un estado. El hombre es el único ser del mundo que no renuncia nunca,  a pesar de todo, a ser feliz. La felicidad está intrínsecamente inscrita en el hombre; y en el hombre de ciencia siempre como camino, búsqueda, empeño en encontrar; ¿acercarse a la Divinidad? Quizás también.

 La felicidad como encuentro en el saber. La felicidad como proyección del saber. La felicidad como proyección.

¿Más conocimientos para una vida mejor? Seguro que sí.

Como decía Julián Marías en este pequeño ensayo… ¿quién se queda al margen de los avances? ¿Quién renuncia al progreso latente?: nadie que viva en su época.

¿Cómo regular los avances para una vida en dignidad?

Reflexionando, llevando a la luz todos los pros y contras. Y actuar en consecuencia.

¿Cuántos descubrimientos acontecidos en la contemporaneidad que forman parte del uso cotidiano, personal o social, utilizados con fines oscuros serían un verdadero lastre para la vida pacífica?

Queda pues una inacabable tarea de reflexión, análisis, debate y explicación: somos seres culturales; nuestro mundo gira alrededor de la inteligencia, entendida como una vida vivida rodeada de objetos tecnológicos, creados por un “hombre”, no por el hombre.

¿Qué pasaría si despojásemos a hombres y mujeres de esta “culturalidad tecnológica”?

Dejaríamos a la persona desnuda de artificios, pero con su verdadero “valor” natural.

Si hacemos un pequeño esfuerzo de imaginación nos daremos cuenta que todo lo que relaciona el vivir en sociedades avanzadas, a nivel social o personal, vive continuamente bajo el aliento de la electricidad. Ella es el sustento de cualquier actividad actual.

¿Ordenadores? ¿Internet? ¿Clonaciones? ¿Reproducciones asistidas? ¿Congelaciones?

¿Puede vivir el ser humano sin todo ello? Por supuesto.

¿Vive sin ello? No.

Emmanuel Mounier nos dirà:

“Si se quiere comprender la humanidad, es necesario aprehenderla en su ejercicio viviente y en su actividad global… El hombre es un ser natural, pero un ser natural humano. Ahora bien, el hombre se singulariza por una doble capacidad de romper con la naturaleza. Sólo él conoce el universo que lo devora, y sólo él lo transforma; él, el menos armado y el menos potente de todos los grandes animales. El hombre es capaz de amor, lo que es infinitamente más todavía…” [5].

Porque la vida humana –la personal, da de cada cual en consonancia con su comunidad- no se conforma con aletargar, surgir, y peregrinar hasta su declive y su muerte.

Porque la vida humana – el ser individual que hay en cada cual- quiere ser mejor, anhela el bien en una búsqueda de sentido vital a la propia vida; un sentido en el que  la responsabilidad y la libertad son necesarios e intrínsecos.

Pero para que una sociedad funcione es necesario compartir ideas y vida. Tanto en el plano personal, en la capacidad unitaria para amar, como en la capacidad de compartir descubrimientos, técnicas y desarrollo.

Por eso es necesario el debate. Por eso es necesario cuestionarse siempre las cosas que surgen en la vida.

Si antes hablaba de la culturización de la tecnología, me refería a la proyección, al espíritu humano, a la acción del  ser humano, hombre o mujer que le impulsa a crecer, a no creer en límites. El hombre es espíritu en acción. Esperanza y trabajo. Búsqueda de nuevos descubrimientos que le abran camino a su  propia felicidad personal.

¿El reto para los pensadores?

Intentar vislumbrar un haz de luz personal en la acción humana. Despojarla de la fuerza “material” que inunda nuestra época y entender que el verdadero “sentido” del vivir está dentro de la persona, en su dignidad, en su quehacer, en su camino, en su interior. Sin esta comprensión el nivel de valoración antropológico queda reducido a un mero subsistir.

 ———————————————————————————————–

[1] J.MARÍAS. Cara y cruz de la electrónica. Editorial Espasa Calpe. Madrid. 1985. Pág 34

[2]Cara y cruz de la electrónica. cit.Pág 40

[3]Cara y cruz de la electrónica, cit. Pág. 91.

[4]Cara y cruz de la electrónica,cit. Pág.99

[5]E.MOUNIER. El personalismo. Editorial Universitaria . Buenos Aires. 1967.