(Comunicación presentada en las VIII Jornadas de la AEP:
Bioética personalista:
fundamentación, práctica, perspectivas

Universidad Católica de Valencia
Valencia, 3-5 de mayo de 2012

[1]

 

«El biólogo es, en primer lugar, el profesional del asombro y de la contemplación del mundo natural. Para él un ser vivo, además de un material de trabajo y medio de subsistencia, constituye un verdadero tesoro, una obra de arte única que admira y le deleita. Muchos fenómenos naturales que no llaman en absoluto la atención al profano, que no ve en ellos más que algo trivial, o algo curioso, para el biólogo constituyen auténticas «exhibiciones» llenas de significado, cargados de un mensaje profundo: se siente llamado a conocer, o al menos a adentrarse en el misterio de la vida».

L. Montuenga [2]

1. Introducción

La bioética ha tenido un amplísimo desarrollo desde el momento en que se constituyó como ciencia; sin embargo, esto no necesariamente ha sido positivo a todo nivel. El problema, según Juan María De Velasco (2003), está en que la profusión de ideas y teorías no sólo contribuye al enriquecimiento ético, sino que también puede conducir a la confusión y a la falta de criterios para priorizar un sistema moral sobre otro, introduciendo incertidumbre en la toma de decisiones, con el riesgo de generar una bioética de procedimientos, sin valores que defender y vacía.

      Dado este contexto actual de la bioética, en el fondo lo que ha ido perdiendo peso es la centralidad de la persona humana. Si bien la bioética tiene un amplio horizonte de trabajo, como ha quedado evidenciado en los últimos años, si no existe una clara preocupación por el ser humano, toda reflexión posterior quedará vacía y las soluciones a casos concretos, las propuestas y los juicios serán “de escritorio”, y lo peor, es que en el papel todo es posible. Dichas desviaciones de la bioética pueden ser revisadas en Outumuro (2003) y Rosas (2011).

   Por otra parte, ya desde el el año 2000, Del Barco hablaba de la bioética como asombro, y a manera de diagnóstico, Figueroa mencionaba que una de las cuestiones que aquejaba la bioética era la falta de asombro (2001). Una vez que se inició el desarrollo de la bioética, los académicos iniciaron de inmediato su frenética marcha e impertérritos avanzaron elaborando principios, proclamando códigos, determinando procedimientos, fijando deberes, prescribiendo obligaciones, cayendo en lo que Figueroa llama “publish or perish” (2003). Esta situación es, en palabras de Figueroa, “un acontecimiento estremecedor” (2003), pues fue de una magnitud tal, que llevó a poner en tela de juicio muchas de las convicciones sostenidas durante milenios en el área de la salud, por ejemplo, el juramento hipocrático.

      En consecuencia, en la actualidad vemos que el paciente, el débil y el indefenso, no son vistos siempre con una mirada reverente, sino que han pasado a ser clientes u objetos puestos a disposición de un utilitarismo científico, caprichos personales, intereses comunitarios o empresariales basados en la funcionalidad o utilidad que pueda tener una vida humana en particular.

      En este trabajo proponemos el asombro como elemento fundamental de la bioética, a través de la cual, ésta no sólo puede oxigenarse, sino que le permite volver a las raíces de las misión del quehacer médico. Además, como se verá en este estudio, el asombro comprende unos presupuestos antropológicos y fenomenológicos, como lo son la observación, la reverencia y la humildad, entre otros, que contribuyen no sólo a que la persona humana vuelva a estar en el centro de la reflexión bioética, sino que lo esté de manera preponderante el que más sufre, el débil y el indefenso.

2. El Asombro

      Según el diccionario de la Real Academia Española, la palabra asombro quiere decir, susto, espanto, o gran admiración. Santo Tomás de Aquino se preocupa por distinguir cinco términos que parecen significar lo mismo: pensamiento (cogitatio), meditación (meditatio), especulación (speculatio), admiración (admiratio) y contemplación (contemplatio) (Cruz 2009). Por su parte, Aristóteles, siguiendo a su maestro Platón, pone el origen de la filosofía en el sentimiento llamado ????????? (thaumasein), el cual sería traducido por los medievales por admiratio; en castellano hay dos vocablos que podrían competir a la hora de prestar fidelidad al griego thaumasein: tales son “admiración” y “asombro”; no así “estupor” (Cruz 2009). El doctor Cruz hace una distinción detallada entre admiración y asombro; sin embargo, dado que comúnmente se entienden como sinónimos, de igual manera serán así tratados en el presente trabajo.

      “El asombro –nos dice Heidegger– es arjé quesostiene y domina por completo la filosofía” (Abadí 1997), puesto que en el fondo lo que hace es despertar y sostener naturalmente la pregunta por el ser (Guiu 2000). En la filosofía el asombro es como “el temple de ánimo fundamental”. (Abadí 1997). Pieper  (2003) dice que no es simplemente el principio de la filosofía en el sentido de initium, comienzo, primer estadio, primer escalón, sino en el principium, origen permanente, interiormente constante del filosofar. Dado que la ética tradicionalmente ha sido considerada una parte de la reflexión filosófica sobre el obrar humano, descubrimos a este nivel una unión íntima entre el asombro y la ética; por lo tanto, con la bioética.

      Esta aclaración sobre el asombro no quiere decir que toda reflexión bioética tiene que ser estrictamente filosófica para que esté teñida de asombro o parta del asombro. Queremos resaltar, como dice Ugarte (2006), que el progreso del hombre en cualquier campo de la vida -intelectual, artístico, moral- necesita de esa capacidad de admirarse, que se convierte en un impulso permanente de crecimiento personal. Proponemos que existen unos presupuestos antropológicos y fenomenológicos que se requieren para que una persona experimente el asombro y sea capaz, en lo cotidiano, de ir al fondo de la realidad que lo rodea y se comprometa con ella.

2.1. El asombro supone la posibilidad de lo real

      El asombro, que aunque va más allá de nuestras evidencias inmediatas y de nuestras explicaciones, cuenta con ellas, no se desentiende de la realidad, y más bien la toma a ésta como punto de partida (Milllán-Puelles 1992). El que se asombra y únicamente él, dice Pieper (2003), es quien lleva a cabo en forma pura aquella primaria actitud ante lo que es, pura captación receptiva de la realidad, no enturbiada por las voces interruptoras del querer. El asombro nos permite estar más atentos porque nos abre totalmente a los datos de la realidad, nos deja provocarnos por ella, nos empuja a interactuar con ella, nos lleva a responder poniendo en juego nuestra capacidad racional. Pero no sólo la pone en juego, sino que lejos de suponer algún elemento irracional, el asombro tiene un fundamento razonable, y de ello se sigue que, si el sujeto mismo que se asombra conserva la lucidez de la conciencia, no podrá por menos de pensar que ha de existir la explicación que él echa en falta, por más que de momento no la encuentra (Guiu 2000).

      Esta racionalidad presente en el asombro es lo que le otorga la posibilidad de tener certezas. Comprender que el asombro supone lo real, implica que la realidad no se nos escapa y que podemos tener certeza de algo porque tenemos la realidad delante de nosotros o porque ella misma es el objeto de estudio. Quizá esta falta de asombro es lo que ha llevado a la pérdida de las certezas, algo que describe muy acertadamente Hannah Arendt: “lo que en la edad moderna se perdió no fue, naturalmente, la capacidad para la verdad, la realidad y la fe, ni la concomitante e inevitable confianza en los sentidos y la razón, sino la certeza que antes le acompañaba” (Bersanelli y Gargatini 2006 181).

      “No cabe ética alguna sin respeto a la realidad de las cosas” dice Sánchez León (2011) retomando el pensamiento del filósofo Dietrich von Hildebrand; con lo cual podemos concluir que cualquier ética debe abrirse a la posibilidad del asombro para no dejar de lado la totalidad de la realidad.

2.2. El asombro parte de la observación

      Italo Calvino decía que quizás la primera norma que debo imponerme es atenerme a lo que veo. Pero la observación va más allá de los sentidos. Romano Guardini decía que “el acto esencial del ojo consiste en aprehender, en lo dado de manera directa, la realidad auténtica que en ella aparece.” (Guardini 1965 31).

      Se da por supuesto muchas veces que ya se observó, cuando en realidad no es así. Dice Alexis Carrel [3] que “el inventario de las cosas que podían conducirnos a un mejor conocimiento del ser humano ha quedado incompleto; debemos pues volver hacia atrás, hacia la observación ingenua de nosotros mismos en todos nuestros aspectos, sin rechazar nada y describiendo con sencillez cuanto vemos.” (Bersanelli y Gargantini 2006 79)

      Es fundamental la observación para entender. Ortega y Gasset decía: “sorprenderse, extrañarse, es comenzar a entender. Es el deporte y el lujo específico del intelectual. Por eso su gesto gremial consiste en mirar al mundo con los ojos dilatados por la extrañeza. Todo en el mundo es extraño y es maravilloso para unas pupilas bien abiertas. Esto, maravillarse, es la delicia vedada al futbolista, y que, en cambio, lleva al intelectual por el mundo en perpetua embriaguez de visionario. Su atributo son los ojos en pasmo. Por eso los antiguos dieron a Minerva la lechuza, el pájaro con los ojos siempre deslumbrados” (Ortega y Gasset 2006 81).

      Mediante el thaumazein, dice Held (2002), el mundo sale de su estado de ocultamiento. Comenzamos a ver lo que con una mirada superficial no podemos ver. Richard Feynman [4], físico teórico que formó parte del grupo que llevó a término la fabricación de la primera bomba atómica, decía que cuando miramos algo con suficiente profundidad, la misma emoción, el mismo respetuoso temor, el mismo misterio vuelve a aparecer una y otra vez, y que con el mayor conocimiento llega un misterio más profundo y maravilloso, que nos incita a penetrar en él más hondamente (Bersanelli y Gargantini 2006).

      La profundidad de la observación se da porque en el fondo, como decía Guardini, “las raíces del ojo se encuentran en el corazón” (1965 43). El verdadero asombro implica entonces una apertura de corazón, no sólo de los sentidos o del entendimiento. Es este entonces un punto clave sobre el cual se debe apoyar la bioética, pues aquello que se pone en frente del médico, del enfermero, o del voluntario,  suele ser alguien que sufre, ese paciente frágil que necesita de atención. Con gran dificultad se podrá tratar y atender al indefenso sin observar con asombro.

2.3. El asombro se fundamenta en la reverencia

      La reverencia es una actitud de aquel que cuando se encuentra con los seres, permanece en silencio para darles la oportunidad de hablar, sabe que el mundo del ser es más grande que él mismo, que no es un Dominador que puede hacer con las cosas lo que quiera, y que debe aprender de la realidad, y no al revés (Dietrich y Alice von Hildebrand 2003). Por el contrario, agregan los von Hildebrand, la persona irreverente no puede nunca albergar el silencio en su interior; nunca da a las situaciones, a las cosas, a las personas, la oportunidad de desplegar su propio carácter y valor; se aproxima a todo de una manera impropia y con una falta de tacto tal que se observa sólo a sí misma, se escucha sólo a sí misma, y se desentiende del resto, no mantiene una distancia reverente con el mundo.

      A lo largo de la historia siempre ha habido quienes han sido más o menos reverentes, pero dado el bombardeo de información, ruido y flujo de información por los medios de comunicación, sí es más difícil ser reverente hoy en día. Decían los von Hildebrand: “Ahora hemos pasado al extremo contrario de hipertrofia de los sentimientos y las emociones, pero siempre dentro de una concepción mecanicista del hombre, de manera que cada vez es mayor la tecnificación de la vida humana y, por consiguiente, la falta de reverencia y la ceguera” (2003 157); según ellos, la irreverencia puede ser de dos clases, según esté enraizada en el orgullo o en la concupiscencia. No vamos a profundizar aquí en estos aspectos, pero sí haremos a continuación una breve descripción de aquella actitud diametralmente opuesta al orgullo, que es la humildad.

2.3. El asombro requiere humildad

      ¿Por qué nos “fumamos” a veces la realidad o hacemos caso omiso de ella y no le damos la centralidad que realmente tiene? Peter Medawar[5]afirmada que «nosotros los científicos podemos perder de vista con frecuencia lo que tenemos ante nuestros ojos, o porque no encaja entre lo que consideramos como verdad posible, o porque consideramos que no puede ser cierto» (Bersanelly y Gargantini 2006 73)

      Por lo tanto, cuando hablamos del asombro, que se ancla en la realidad, nos encontramos con el mismo requerimiento, la vivencia de la humildad. De manera clara lo explica Irízar como sigue:

“El sentimiento de admiración que está en el inicio de toda reflexión sapiencial sólo es posible gracias a una actitud fundamental de humildad: el reconocimiento de la propia ignorancia y de los límites de la propia inteligencia. Es así como el ser humano queda radicalmente capacitado para avanzar en el camino que lo conduce al hallazgo de respuestas cada vez más fundantes, pues, gracias a la humildad, somos conscientes de la riqueza insondable de la realidad y, al mismo tiempo, de la limitada capacidad del entendimiento humano para abarcar y penetrar dicha realidad en toda su complejidad y amplitud. La persona humilde sabe que detrás de cada interrogante resuelto late una nueva pregunta que le incita a avanzar respetuosa y atenta por los senderos que cosas, hechos y personas le señalan. El humilde es, por consiguiente, sumamente dócil, esto es, habitualmente dispuesto a dejarse enseñar por la realidad y por los demás” (Irízar 2005).

      Aristóteles ya lo había señalado diciendo que la admiración proviene de la conciencia de la propia ignorancia, de saber que no se sabe, sin lo cual es imposible buscar el saber y salir de esa ignorancia cosciente (Guiu 2000). Muchos científicos y filósofos por estar pensando en construcciones demasiado elaboradas, razonando y elucubrando cómo explicar la realidad, pierden de vista lo esencial, pues como decía Alexis Carrel, son muchas más las mentes capaces de construir un silogismo que las que saben captar exactamente lo concreto (Bersanelli y Gargantini 2006). En el fondo, todos esos razonamientos creados por ellos mismos, en muchos casos, son fruto de una desconfianza en la realidad con una dosis exagerada de confianza en sus propios razonamientos.

      El encerramiento en sí mismo produce falta de interés por la realidad exterior, la cual hace que pierda la capacidad de admirarse; frecuentemente esa actitud se continúa en una falta de ilusión por la vida, en un pesimismo que impide encontrar salida a los problemas, en ausencia de objetivos que orienten la conducta, en aburrimiento (Ugarte 2006). ¿Será esto lo que le ha sucedido a “muchos” que han terminado optando por la salida fácil antes que optar siempre por defender la vida del indefenso?

      Werner Heisenberg[6], científico dedicado a su labor investigativa, fruto de la experiencia que le otorgaba su trabajo, refiriéndose a los hallagazgos que obtenía, decía: “que estas relaciones internas muestren, en toda su abstracción matemática, un grado de increíble sencillez, es un don que sólo podemos aceptar con humildad. Ni siquiera Platón habría podido creer que fueran tan bellas. Estas relaciones, en efecto, no pueden ser inventadas. Existen desde la creación del mundo.” (Bersanelli y  Gargantini 2006 28). La humildad es entonces esa pieza clave que deja que la realidad sea lo que es, para que con mayor nitidez permita que ésta resuene en el interior del sujeto que se aproxima a ella, y con mucha mayor razón, cuando son asuntos que trata la bioética.

2.3. El asombro implica responsabilidad

      No es, una vez más, asombrarse por asombrarse lo que aquí nos interesa, no es un simple entusiasmarse por la realidad, sino ser responsable de eso por lo cual me he asombrado; se trata de asumirlo como mío, de dar razón de ello. ¿Pero qué tiene que ver esto con el asombro? Pues, que no puedo dejar que la realidad me atropelle, ni tampoco puedo dejar que se me salga de las manos.

      ¿Dónde están pues los que alguna vez se asombraron con el desarrollo tecnológico en la época de la Revolución Industrial? ¿Dónde están quienes dieron rienda suelta a su afán investigativo y luego se desentendieron de los macabros efectos de las genocidas armas y bombas de las dos guerras mundiales? ¿Dónde están quienes fascinados con sus ideas o propuestas políticas o filosóficas las lanzaron como sin pensar a la sociedad y pasados los años han sido causa de destrucción de numerosos pueblos alrededor del mundo y de incontables injusticias? Un ejemplo interesante son los campos de concentración nazis. Al respecto Viktor Frankl, dijo en una conferencia: “Créanme ustedes, señoras y señores, ni Auschwitz, ni Treblinka, ni Maidanek fueron preparados fundamentalmente en los Ministerios nazis de Berlín, sino mucho antes, en las mesas de escritorio y en las aulas de clase de los científicos y filósofos nihilistas” (citado en Valverde 1996).

      No quiere decir que no haya habido personas, científicos y hombres con buenas intenciones y deseos puros de conocer y avanzar en el conocimiento de la tecnología, la política o las ciencias humanas; sin embargo, cierto es, que solemos decir y hacer cosas sin entender o sin querer ser responsables de éstas y sin pensar que tenemos que hacernos cargo de ellas. Bien lo decía Shell (1988, citado en Ayala-Fuentes 2008) que al renunciar a todo compromiso, la persona queda fuera de la realidad, la existencia es superficial, sin contenido, mediocre, y se llega al conformismo.

2.3. El asombro nos lleva al encuentro con el misterio que es “el otro”

      Con el asombro, nos damos cuenta de que nuestra atención crece tanto que podemos darnos cuenta de muchos detalles que antes pasaban desapercibidos, pero que al tenerlos presentes van construyendo una percepción mucho más profunda de la realidad, llevándonos al encuentro con el misterio que son los demás. Dice Ugarte (2006) que la capacidad de admiración facilita notablemente la relación con los demás, porque genera en nosotros la inclinación a descubrir toda la riqueza que hay dentro de ellas, sus cualidades y valores, y favorece la comprensión que es visión objetiva de la riqueza que hay en una persona, pues se ven los defectos y limitaciones, sin producir nungún  rechazo sino afán de ayudar al otro a superarlos.

      Esa total apertura a la realidad que se plasma en la bioética enfocado en el más frágil y vulnerable, es en el fondo el reflejo de una apertura al misterio que es “el otro”. Existe algo en la vida misma que es motivo de asombro y que no nos ha sido fácil de explicar a lo largo de la historia. Albert Einstein, con palabras muy sencillas y claras se refería a la realidad del misterio, muy probablemente fruto de una desarrollada capacidad de asombro:

“La más bella y profunda emoción que podemos probar es el sentido del misterio. En él se encuentra la semilla de todo arte y de toda ciencia verdadera. El hombre para el cual no resulta familiar el sentimiento del misterio, que ha perdido la facultad de maravillarse y humillarse ante la creación, es como un hombre muerto, o al menos ciego (…) Nadie puede sustraerse a un sentimiento de reverente conmoción contemplando los misterios de la eternidad y de la estupenda estructura de la realidad. Es suficiente que el hombre intente comprender sólo un poco de estos misterios día a día sin desistir jamás, sin perder nunca esta sagrada curiosidad.”

      De igual manera, Francesco Redi[7], tocado en su interior por la grandeza de las cosas que observaba en la naturaleza, decía que el asombro en él proviene del reconocimiento de un orden divino en el mundo, mientras que hoy se tiende a considerar al mundo como una materia prima puesta a nuestra disposición (Bersanelli y Gargantini 2006).

      Es curioso que hayamos podamos incluir en esta reflexión sobre el asombro, varias citas de científicos, quienes comúnmente son tildados de “duros de corazón”, pragmáticos, insensibles y cerrados a la realidad. Los hemos incluido porque en muchos de ellos, el desarrollo de la observación, la reverencia, la humildad, su afán por encontrar la verdad y su sentido de responsabilidad es lo que los ha llevado a estar más sensibles con sus hallazgos y sus consecuencias. ¿Será quizá esta misma actitud la que deberían adoptar muchas personas dedicadas a la bioética o en el área de la salud que terminan viendo lo que quieren ver y no se abren a lo que la realidad les presenta?

Conclusión

      Para Platón y Aristóteles (citados por Ferrater 1978) la filosofía nace de la admiración y de la extrañeza. Todo hombre es por naturaleza filósofo, como dicen Guiu (2000) y otros filósofos; así que podríamos asegurar que el asombro es pieza clave en todo ser humano para conocer y apreciar la realidad que lo rodea. Sin embargo, independientemente de que se nos pueda llamar filósofos o no, sí podemos resaltar la necesidad del asombro que tiene toda persona para poder conocer, entrar en contacto con la realidad e interactuar con ella. Decía Hegel que el hombre sale de la condición natural o animal por la admiración, y que el hombre que todavía no se admira de nada, vive en el estado de estupidez e imbecilidad, en el cual nada le interesa, porque vive para sí mismo, sin haberse separado y desligado aún de los objetos y de su existencia inmediata (Cruz 2009).

      Podemos concluir que el verdadero asombro no sólo va en la misma línea del pensamiento filosófico como fue concebido desde sus inicios, sino que está basado en elementos que permiten aproximarse de una manera detallada a la vida del débil, del que sufre y del indefenso, que son: la observación; la atención a la existencia de la realidad, pues no se desentiende ni huye de ella; requiere de la humildad para darle cabida a la realidad antes que prejuicios propios, gustos o disgustos; y el compromiso con su propio asombro.

      El verdadero asombro tiene más que ver con una actitud guerrera, combativa, proactiva, que enfrenta, que lucha por encontrar la belleza, la verdad y el misterio, que son parte de la búsqueda de cualquier ser humano sea cual sea su condición, oficio o actividad. El verdadero asombro responde, es responsable; no tiene nada que ver con una actitud pasiva, idílica, irenista, que vuela por las nubes y se desentiende de la realidad; por el contrario, remite constantemente al hombre a una actitud de apertura de mente y de corazón, que le permite interactuar con la realidad, y no deja que ésta lo atropelle.

      El profesional en bioética y todo trabajador en el área de la salud, tiene que estar atento a una gran cantidad de datos que sólo con el asombro podrá evitar que pasen de largo, obviamente siendo plenamente consciente de la complejidad de la vida humana, que se deja asombrar por lo compleja y a la vez frágil que es la vida. Quisiéramos terminar con las palabras de José Luis del Barco (2000) en su artículo Bioética como asombro: “¡Ah, la vida! ¡El gran misterio de esfinge colocada en los caminos por donde los hombres pasan como una interrogación recabando una respuesta! ¡Manantial del asombro y semillero del pasmo! ¡Madre de la admiración! ¡Destino del homenaje y objetivo del respeto! ¡La a la vez débil y fuerte!»

Literatura citada

  1. Abadí , José Eduardo. La palabra inicial. La mitología del poeta en la obra de Heidegger. Madrid: Trotta, 1997.
  2. Ayala-Fuentes, Miguel. Relativismo y dogmatismo. Causas y consecuencias. Persona y bioética. 12, (2008): 118-131.
  3. Bersanelli, M. y Gargantini, M. Sólo el Asombro Conoce. Madrid: Encuentro, 2006. 358 pp.
  4. Cruz Cruz, Juan. Intelecto y razón: las coordenadas del pensamiento según Santo Tomás, Eunsa, Pamplona, 2009, capítulo VIII «El intelecto y la contemplación», pp. 235-272.
  5. De Velasco JM. La bioética y el principio de la solidaridad. Bilbao: Universidad de Deusto; 2003. p. 338.
  6. Del Barco, José Luis. Bioética como asombro. En La Vida Frágil. Buenos Aires: EDUCA, 2000.
  7. Ferrater, José. Diccionario de filosofía abreviado. Sudamericana Argentina. 1978.
  8. Figueroa C Gustavo. Bioética ¿la Circe de la Medicina?. Rev. méd. Chile  [revista en la Internet]. 2001  Feb [citado  2010  Mar  19] ;  129(2): 209-217. Disponible en: http://www.scielo.cl/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S0034-98872001000200014&lng=es.  doi: 10.4067/S0034-98872001000200014.
  9. Figueroa G. ¿Un intruso junto al lecho del enfermo?: La bioética cumple treinta años. Rev. chil. neuro-psiquiatr. [revista en Internet]. 2003 Abr [citado 28 Nov 2011]; 41(2): 89-94. Disponible en: URL: http://www.scielo.cl/scielo.php?pid=S0717-92272003000200001&script=sci_arttext
  10. Guardini, Romano. Los sentidos y el conocimiento religioso. Madrid: Cristiandad, 1965.
  11. Guiu, Ignacio. El asombro como principio del libre saber del ser. Convivium. 13, (2000): 129-147.
  12. Held, Klaus. Asombro, tiempo, idealización. Estudios de filosofía 26, (2002): 63-74.
  13. Irízar, Liliana Beatriz. En busca de nosotros mismos. Saberes. Revista de estudios jurídicos, económicos y sociales. 3 (2005)
  14. Millán-Puelles, Antonio. La fe como condición de la posibilidad del asombro. Thémata. 10, (1992): 561-570.
  15. Ortega y Gasset, José. La rebelión de las masas. Madrid: Austral, 2006.
  16. Outomuro D. Algunas observaciones sobre el estado actual de la bioética en Argentina. Acta Bioethica Cuadernos del Programa Regional de Bioética OPS/OMS 2003; Año IX(2):229-238.
  17. Pieper, Josef. El Ocio y la vida intelectual. Madrid: Rialp, 2003.
  18. Rosas, C.A. La solidaridad como un valor bioético. Persona y bioética 15, (2011): 10-15.
  19. Sánchez León, Alberto. Hildebrand: hacia una ética fenomenológica más cristiana y realista. 11 agosto 2011. http://www.mercaba.org/Filosofia/Valores/hildebrand_hacia_una_etica_fenom.htm
  20. Ugarte Corcuera, Francisco. En busca de la realidad. Madrid: Rialp, 2006.
  21. Valverde Carlos. Génesis, estructura y crisis de la modernidad. Madrid: BAC, 1996.
  22. Von Hildebrand, Dietrich y Alice von Hildebrand. Actitudes morales fundamentales. Madrid: Ediciones Palabra, 2003. 186 pp.

———————————————————————————————

[1]  Biólogo. Universidad de Los Andes, Bogotá, Colombia.

[2]  Montuenga, L. El profesional de la biología. En: López M, Natalia, editora. Deontología Biológica. Pamplona: Facultad de Ciencias, Universidad de Navarra; 1987. p. 97-104.

[3]  Licenciado en medicina (1873-1944). Se dedicó a la investigación en cirugía vascular. En 1912 ganó el Premio Nobel de Medicina y Fisiología.

[4]  Físico estadounidense. (1918-1988). Fue uno de los fundadores de la electrodinámica cuántica. Por sus investigaciones en este campo recibió el Premio Einstein en 1954 y el Nobel de Física en 1965.

[5]  Biólogo británico (1915-1987). Sus estudios impulsaron las investigaciones en la inmunología del trasplante.  Recibió el Premio Nobel de Medicina y Fisiología en 1960.

[6]      Físico alemán (1901-1976) alumno de Niels Bohr. Fue uno de los fundadores de la mecánica cuántica. Recibió el Premio Nobel de Física en 1932.

[7]  Francesco Redi. Médico y literato italiano. (1626-1697). Sus trabajos revistieron gran importancia tanto por sus resultados en la demolición de algunas teorías aritstotélicas (sobre la generación espontánea, el veneno de serpiente, etc) gracias a una inteligente labor experimental.