(Comunicación presentada en las VIII Jornadas de la AEP:

Bioética personalista: fundamentación, práctica, perspectivas

Universidad Católica de Valencia Valencia, 3-5 de mayo de 2012)

Sandra RUIZ GROS*

1. Introducción

a) El hombre

 Gabriel Marcel, hijo de Henri Marcel y Laura Meyer, nació  en París en 1889. Próximo a cumplir los cuatro años de edad, su madre enfermó repentinamente, falleciendo a los dos días. Esta pérdida tan temprana de un ser  amado en la vida de Gabriel Marcel supuso, como él mismo indicó años más tarde, el motivo que le llevó a indagar sobre qué sucede con quienes ya no están entre nosotros. A esta última se le sumarían otras inquietudes que expresó a través  de la composición de piezas musicales así como numerosas obras filosóficas y de teatro. Esta es una característica singular de nuestro autor, porque para él la filosofía y el teatro eran inseparables. En sus piezas dramáticas los personajes manifestaban las propias reflexiones del autor a cerca de aquello que más le intrigaba.

La búsqueda de respuestas y la necesidad de pensar por sí mismo le condujeron a estudiar Filosofía en la Sorbona. Pero allí tampoco obtuvo lo que necesitaba. A pesar de que el idealismo era la corriente con más influencia del momento y Marcel la asumió en sus tiempos de estudiante, en un momento determinado empezó a alejarse para acabar por separarse de dicha corriente de forma definitiva. Como él mismo indicó, el idealismo no ofrecía cabida a las experiencias cotidianas, a las vivencias personales, concretas. ¿Qué impulsó a Gabriel Marcel a tomar esta decisión? Fue precisamente una vivencia, la de la I Guerra Mundial la que llevó a este autor a introducir el giro característico de su pensamiento.

 El mundo cómodo en el que hasta entonces habían vivido muchos como él, se vendría abajo con el desencadenamiento del primer conflicto bélico a escala mundial del siglo XX. Marcel quiso alistarse como combatiente, pero las circunstancias de su salud no se lo permitieron. Sin embargo los acontecimientos lo llevaron a desempeñar la labor clave de su vida y de su pensamiento. Su amigo Xavier Léon, director de la Revue de Métaphysique et de Moral, le propuso participar en un servicio de de Cruz Roja francesa; en él atendería, cada día junto a otros compañeros, a los cientos de personas que buscaban información sobre los familiares que combatían como soldados. Las noticias que por regla general debía dar eran trágicas. A partir de ahí, Marcel se abriría hacia las múltiples vías de exploración que marcaron durante su intensa existencia su pensamiento.

Pero como sabemos, la humanidad fue capaz de enfrentarse a sí misma años más tarde en la II Guerra Mundial. En estos años, Gabriel  Marcel entraba en la madurez de su vida, y hubo de hacer frente a la huida de su ciudad invadida por las tropas nazis así como a la aparición de la enfermedad que terminaría con la muerte de su esposa poco después del final de dicho conflicto. A pesar de las dificultades, siempre reaccionó ante las atrocidades que se cometían en cualquier parte del mundo, y advirtió sin descanso del mal uso de las tecnologías que estaban desarrollándose a una velocidad vertiginosa en aquel entonces y que hoy en día continúan en la misma línea.

b) Misterio y problema

Una de las que podríamos considerar las claves del pensamiento marceliano es la distinción entre problema y misterio. Antes de desarrollar esta parte consideramos importante recordar, como lo hizo el propio Marcel, que el término no es empleado con el mismo significado que el de las novelas de este género ni tampoco se entiende  como en el ámbito de la ciencia. Tampoco es una laguna de conocimiento sino que por el contrario es plenitud, aunque el lenguaje humano no sea capaz de expresarlo. Forman parte del misterio desde la perspectiva marceliana el nacimiento de un niño, la vida en sí misma, la propia muerte, así como el dolor o el sufrimiento, la esperanza, la amistad, la presencia, el amor… El misterio es aquello que nos rodea y sobrepasa al mismo tiempo, lo que no puede ser considerado como objeto y que tampoco puede ser tangible, y que sin embargo, formamos parte de él. Es así mismo lo que escapa al dominio de las técnicas. No hay obviamente, impedimento alguno para degradar el misterio en problema pero nos advierte el autor parisino que no se obtendrán los resultados esperados.

Por su parte el problema sí puede contar con las técnicas para ser resuelto. Al problema corresponde aquello que se puede medir, pesar, calcular o cuantificar. Es a lo que tiene solución, una solución que además supone un bien para toda la humanidad. Así es como lo reflejó en sus escritos en 1932: “Distinción de lo misterioso y lo problemático. El problema es algo que se encuentra, algo que interrumpe el camino. Está en su totalidad ante mí. Por el contrario,  el misterio es algo en lo que me estoy comprometido y cuya esencia, por consiguiente, no se encuentra en su totalidad ante mí. Es como si en ese registro la distinción del en mí y ante mí perdiese su significación” [1].

c) Nuestro mundo es un “mundo roto”

¿Qué es lo que ha acontecido entonces? Como sabemos, Marcel fue testigo  de una Europa en concreto y de un mundo en general que se había destrozado a sí mismo en un corto período de tiempo. De todos es más que conocida la angustia y oscuridad que supuso el final de la II Guerra Mundial. Las atrocidades cometidas tanto dentro como fuera de los campos de concentración se manifestaron como la capacidad más terrorífica de anular cualquier atisbo de humanidad. Podemos incluso recordar las escalofriantes prácticas que se cometieron entonces y que años más tarde harían que el germen de esta disciplina tan importante como es la Bioética comenzara a tomar forma.

 La  situación que atraviesa una humanidad es realmente desoladora porque ha perdido su fe,  se ha desorientado,  se ha dejado engañar por el falso esplendor de las técnicas. Hemos de señalar que Gabriel Marcel nunca se opuso a las mismas. Decir que  estaba en contra de cualquier técnica, avance o descubrimiento sería incurrir en un error en la lectura e interpretación de sus obras. Pero lo que sí se puede comprobar es que  no  dejó de advertir del mal uso que de las mismas se hacía en muchas ocasiones. A esto último lo denominó “técnicas de envilecimiento” [2], porque su finalidad sería controlar, manipular y someter.

Por otra parte, la conocida y mal interpretada “muerte de Dios” con la que parece que todo está permitido se puede ver reflejada  en lo que Gabriel Marcel  calificó como “desorbitación de la idea de función” [3], donde los seres humanos son vistos desde el prisma de la producción, sujetos y ligados a las funciones biológicas, psicológicas y sociales de las que no es posible escapar. Se desintegran los lazos familiares, los comunitarios, se pierde el horizonte de sacralidad de la vida humana y también el sentimiento de plenitud y de trascendencia. Por ello no hay remordimiento alguno si se abandona al anciano, al discapacitado, al enfermo e incluso al moribundo. Estos son quienes ya no rinden, aquellos de quienes no cabe esperar nada, quienes ya no son productivos y por ello son molestos. En una de las más conocidas obras, Marcel lo expresó de esta manera: “notemos, además, que una representación instrumentalista del ser humano conlleva inevitablemente, a la larga, consecuencias extremas tales como la supresión pura y simple de los enfermos y los incurables; ya no <<sirven para nada>>, y por ello ya sólo hay que ponerlos a la cola: ¿para qué tomarse la molestia de mantener y alimentar máquinas en desuso?” [4].

 De este modo, el mundo que aparece ahora es un mundo vacío, donde el propio ser humano contempla al que había sido su prójimo como un extraño que acaba de convertirse para sí mismo y para los demás en un “hombre problemático” que no puede dar forma a su propia identidad y que casi no es capaz de responder a la pregunta de “¿quién soy yo?”  La propia sabiduría de la humanidad, que ha ido pasando de generación en generación se ve ahora desplazada de forma irremediable. No tiene cabida lo que nuestros mayores puedan transmitirnos porque son palabras huecas, vacías.

c) El peligro de deshumanización de la medicina

Acabamos de ver que la percepción del mundo en el momento histórico que Gabriel Marcel vivió era un tanto desalentadora. Es obvio que siempre ha habido quienes han luchado por aportar con más o menos éxito algo positivo. Pero también es evidente que la visión de este autor no deja de ser certera en muchas ocasiones.

 Vamos a ver entonces cómo afectan las cuestiones que acabamos de abordar en un ámbito concreto, el de la medicina, porque incluso en esta disciplina va adquiriendo cada vez más peso la visión de la funcionalización. De esta manera expresaba su visión Marcel: “citemos, por ejemplo, a la enfermera que trabaja para el Estado, que funciona tantas horas al día, como un ascensor, y que cuando termina su turno no duda en abandonar a su enfermo con el pretexto de que no le debe ni cinco minutos más al Estado-patrón. Es funcionaria hasta la médula. No ha descubierto que en el hecho de cuidar a un enfermo hay algo que va más allá de toda función definible como tal” [5].

Más en concreto fue en un artículo [6], donde junto a otros autores centró su atención en lo que significaba la creciente funcionarización de la medicina. El efecto sería  la automatización de la actividad médica que a su vez se traduciría en la despersonalización tanto del profesional como de la persona que recibe sus cuidados y atenciones. Debido a esa despersonalización el paciente queda degradado a un simple cuerpo, quedando restringida la labor del especialista a poco más que la de un mecánico o un técnico que lleva a cabo aquellos  ajustes que más urgen. Aquí es donde Marcel nos hace ver la señal que está lanzando. No somos, no soy un simple cuerpo  reducido a unas funciones biológicas que se pueden controlar, revisar o verificar. Soy un cuerpo, claro está, pero soy también más que eso. También soy mi vida. Tan breve frase contiene un gran mensaje, y es que es posible tener presente que la enfermedad no es una simple avería a la que se busca una solución, sino que más bien es parte de la existencia, forma parte de nuestra condición humana y por ello el paciente puede decidir qué actitud va a tomar frente a ella. Respecto al profesional, Marcel indica que es necesario que se recupere la vocación, la llamada que en algún momento hizo que alguien decidiera responder a ella, vocación que además va acompañada de riesgo. Cuando la atención y la práctica médica se ven limitadas, cuando el profesional olvida qué llevó a ejercer esta actividad, entonces esa maravillosa y admirable disciplina se esclerotiza, se endurece, pierde su capacidad de dinamismo y plasticidad.

2. Elementos para superar un “mundo roto”

Si recordamos, la visión que nos ofrece Marcel es la de un mundo en el que todo, incluso la  muerte, el dolor, el sufrimiento o la enfermedad, queda reducido a unas categorías que se pueden manipular y controlar. Es por ello un mundo roto, un mundo en el que el concepto de sagrado se pierde de vista, se degrada y donde la vida deja de ser un don. Pero, ¿es realmente esta la visión con la que hemos de contar? ¿Hay alguna posibilidad de que no sea tan trágica? ¿Qué se puede hacer? ¿Cómo se puede afrontar el peligro de despersonalización del paciente en la práctica médica? En el caso que nos ocupa en estas líneas contamos concretamente con cuatro de entre los múltiples elementos presentes también en la obra de Gabriel Marcel. En primer lugar conoceremos de qué manera concibe a la persona y en segundo  la relación que puede establecer el paciente con su enfermedad. Situamos en tercer lugar el tiempo abierto de la esperanza frente al cerrado de la desesperación, mientras que la disponibilidad  será  el cuarto factor con los que concluiremos estas líneas.

Comenzaremos señalando que Marcel recoge la expresión “la persona es vocación” [7] y que respalda decididamente cuando esa vocación sea una llamada que a su vez obtiene una respuesta. El modo en que esto se consigue es construyendo una relación que mantenga vivo el resultado beneficioso que de ella se deriva. Cuando no se mantiene el esfuerzo de conexión la vocación está condenada a un rápido fracaso. Quizá por ello la cita que a continuación presentamos resulta tan impactante: “sólo se invoca constantemente a la persona cuando ya está en vías de desaparecer” [8].

Por otra parte para este autor la persona posee conciencia de existir, pero cuenta igualmente con otro rasgo fundamental que es la pretensión de hacerse reconocer por el otro. Sin embargo, eso no significa que se ha de tratar a los demás como el medio para incrementar el propio ego. Sabemos que es relativamente fácil que cualquier sujeto se sitúe a sí mismo dotado de tales privilegios que se considera el centro de todo, de lo que resulta que no hay lugar para el prójimo. En situaciones similares será más bien visto como un obstáculo a superar o bien como una maquinaria de la que sólo interesa el rendimiento que pueda ofrecer, con lo cual se le degrada de forma directa y absoluta, se le despoja de todo atisbo de dignidad. Pero es posible, nos recuerda el autor parisino, introducir un giro en esta situación cuando al conocimiento que tenemos de la otra persona le añadimos el trato desde el amor o la caridad, cuando lo considero alguien único.

En el caso concreto del profesional de la medicina, cuando se encuentra ante un paciente recibe la llamada de un ser que sufre, alguien un frágil y vulnerable. Si recordamos más arriba, decíamos que quien desarrolla su trabajo en el ámbito sanitario debía para Marcel responder a la vocación, sin perder de vista que al mismo tiempo va acompañada de riesgo. ¿Qué tipo de riesgo? Podríamos apuntar por ejemplo la posibilidad de manipular y controlar a quien se encuentra débil, indefenso o desvalido, pero por ello mismo podemos entender que aunque “(…) está desarmado, porque está a nuestra merced, resulta invulnerable, sagrado” [9]. Es para Marcel recuperar una capacidad para la que estamos dotados: la hospitalidad. Ella significa acoger al desprotegido, hacer presente los dones de los que este autor dice que no somos dueños sino depositarios [10].

En segundo lugar señalamos la propuesta, podría calificarse de audaz, de permitir que el paciente adquiera y asuma una postura frente a su malestar. Por supuesto que puede encerrarse en sí mismo, aislarse y abandonarse. El padecimiento y la dolencia cambian el ritmo de vida en la mayoría de los casos. La persona puede sentirse limitada y cautiva incluso. No se sabe la razón ni hay motivo alguno para que se encuentre así. Ante la pregunta de ¿por qué me pasa a mí? el silencio y la angustia son muchas veces las únicas respuestas. Pero también puede posicionarse respecto a su enfermedad como algo que le hace crecer, que le permite aportar algo a los demás, o también recibir de los otros que le rodean. Incluso es posible mantener la esperanza hasta en los momentos en los que parece que ya no hay lugar para ella. Es posible, nos dice Marcel, esperar contra todo pronóstico, cuando no quedan motivos o incluso cuando todos han abandonado. La fuerza de la esperanza es que posee un calado especial, es, nos dice este autor, “el arma de los desarmados o más exactamente, todo lo contrario a un arma, y es ahí donde reside, misteriosamente su eficacia” (…), es el tejido del que está hecha el alma” [11].  El tiempo de la esperanza es además un tiempo abierto, que da paso a la creatividad, a la comunicación, al contacto con los demás. Es un tiempo de superación y continuidad que hace frente al tiempo cerrado de la desesperación, en el que la soledad se impone, en el que todo parece perdido y la persona cae irremediablemente en las redes del pesimismo y el sinsentido.

La esperanza también está ligada al último elemento que ocupaba el cuarto y último lugar de la lista que hemos propuesto más arriba, que es la disponibilidad. ¿De qué modo es esto posible? Para Marcel, la esperanza hace que la persona esté disponible y al mismo tiempo presente. Cuando la persona está disponible evita caer en la angustia,  el miedo y la soledad, mientras que si es al contrario, la sensación que transmite al otro es la de que no existe y lo rechaza. Siguiendo con la disponibilidad, el autor parisino advierte varias cosas sobre la misma. Una de ellas es que no significa en absoluto resolver los problemas de los más necesitados ni cargar con las situaciones difíciles de  otros, sino que más bien es una actitud y una aptitud. Sabemos que estamos disponibles porque estamos atentos y respondemos a la llamada que nos lanza la vida, porque somos capaces de estar plenamente, con todos los sentidos, sin ninguna condición, junto a quien necesita ayuda, colaboración o tener la seguridad de que estamos ahí, de que somos ambos una presencia y no un simple objeto.

3. Conclusiones

  El sufrimiento, el dolor, la finitud, la fragilidad, la enfermedad, la vulnerabilidad…, forman parte de nuestra existencia. Consideramos que el modelo de Bioética personalista se presenta entonces como un nuevo paradigma que está al tanto de los desafíos que aparecen diariamente y a todos los niveles  en el ámbito médico. ¿Significa esto que con ello está  todo resuelto? Es evidente que no. Como sabemos, los profesionales de la medicina no dejan de enfrentarse a retos en muchas ocasiones difíciles. Pero es posible abrirse a la presencia, al nosotros, a la persona en su conjunto para desarrollar lazos y redes fuertes que impidan que nos rindamos y eviten que caigamos en el derrotismo y el pesimismo. La esperanza entonces puede enraizarse y estar presente. Ella ofrece un tiempo abierto que ayuda a no detenerse. Por su parte la vocación encuentra una herramienta valiosa como son las técnicas, de modo que conjuntamente podemos recomponer y dar vida a un mundo que parecía roto. Y toda persona está invitada y llamada a aportar los dones que Gabriel Marcel nos recordó  que somos nosotros sus depositarios.

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*Doctoranda en la Universidad de Valencia. Proyecto de tesis: «Sufrimiento y comunicación en Gabriel Marcel, Viktor Frankl y Elisabeth Kübler-Ross»

[1] G. MARCEL, El misterio del ser, en Obras selectas I, BAC, Madrid 2002,  p. 190

[2] Cfr., G. MARCEL, Las técnicas de envilecimiento en  Los hombres contra lo humano, Madrid 2001, pp.  41-64

[3] Cfr., G.MARCEL, Posición y aproximaciones concretas  al misterio ontológico, Ediciones Encuentro, Madrid 1987, pp. 23, 27 y 29

[4] G.MARCEL, Homo viator. Prolegómenos a una metafísica de la esperanza  , Sígueme, Salamanca  2005,  p. 138

[5] G. MARCEL, El misterio del Ser, cit., p. 229

[6] G. MARCEL, Remarques sur la dépersonnalisation de la médecin, en AA.VV, « Qu´attendez-vous du Médecin ? », Plon, París 1953, pp. 17-28

[7] G. MARCEL, Homo viator. Prolegómenos a una metafísica de la esperanza, cit.,  p. 35

[8] G. MARCEL, Los hombres contra lo humano, Caparrós Editores, Madrid  2001,  p. 130

 [9] G. MARCEL, El misterio del ser, cit, p. 195

[10] G. MARCEL, Homo viator. Prolegómenos a una metafísica de la esperanza, cit., p. 31

[11] G. MARCEL, Ser y tener,  Caparrós, Madrid 2003, pp., 72 y 76