Publicado en Persona 19 (2012), pp. 9-11.

El personalismo vive hoy un momento singular. Después del lejano éxito alcanzado en los años 40 y 50 bajo el impulso de Mounier; Maritain y otros, le llegó el momento de la decadencia entorno a los años 70 por una compleja conjunción de factores que determinaron su progresiva desaparición de la escena pública y filosófica: mayo del 68, la revolución sexual, las turbulencias del posconcilio, la potencia cultural del eurocomunismo, la debilitación del proyecto mounieriano, etc. El proyecto personalista parecía agotado, exprimido. Había aportado a la sociedad todo aquello de que era capaz, y la fuente se había secado. Asunto concluido.

Los años 90, sin embargo, trajeron un cambio de aires y de rumbo ligado, a su vez, a otro agotamiento: el del difuso movimiento que había dado al traste con el personalismo. Con la caída del muro de Berlín, la cultura marxista no solo perdió su predominio sino que prácticamente desapareció–al menos en Europa- como si nunca hubiera existido; las turbulencias del Concilio se calmaron gracias a la acción firme pero abierta de Juan Pablo II; la revolución sexual murió de éxito, una vez que la sociedad occidental internalizó la mayor parte de sus propuestas; y la caída de las ideologías dejó un vacío que, a pesar de la prohibición posmoderna de los grandes relatos, apelaba a ser colmado. Algunos deseaban una nueva antropología, con una perspectiva integradora, que postulase un sentido para la existencia.

En ese marco el personalismo comenzó a reaparecer tímidamente al advertirse, desde diversas instancias, que parecía estar en condiciones de proporcionar las bases para la antropología que algunos deseaban o, más precisamente, que podía proporcionar esa antropología puesto que ya la había elaborado. En efecto, Maritain, Mounier, Wojtyla, Buber, Marcel, von Hildebrand, Marías y otros personalistas habían formulado en el siglo XX una antropología poderosa y moderna. Bastaba, por tanto, con redescubrirla y difundirla. La activación de esta intuición es la que ha conducido, en los últimos 20 años a un poderoso renacimiento del personalismo manifestado de múltiples modos: la aparición de nuevas asociaciones, entre las que destacan las vinculadas al Instituto Emmanuel Mounier o a la Asociación Española de Personalismo; la publicación de numerosos escritos de autores personalistas, agotados o inéditos; el notable aumento de de tesis doctorales sobre los filósofos personalistas; de revistas como Persona (Argentina), Acontecimiento (España), ProspettivaPersona (Italia), Personalism (Polonia) o Notes et Documents (Italia), etc.

Este poderoso renacimiento del personalismo debe ser objeto de una atenta reflexión. ¿Qué camino debemos seguir los pensadores personalistas ante esta coyuntura? Hago notar, aunque resulte obvio, que remar contra corriente es meritorio pero muy cansado y si los flujos de la historia nos permiten navegar a favor de corriente, la oportunidad no habría que desaprovecharla: se va más rápido, con menos esfuerzo y se llega mucho más lejos.

Como es sabido, el personalismo es plural y tiene diferentes almas, al menos dos. Y creo que las dos instituciones matrices a las que he hecho referencia, el Instituto Emmanuel Mounier y la Asociación Española de Personalismo, las representan adecuadamente, así como dos posibles actitudes en el momento presente. El Instituto Emmanuel Mounier –sobre todo el de España- apuesta por una re-proposición de la mística mounieriana configurada a través de un personalismo militante crítico de los sistemas de poder, anticapitalista, comprometido con el débil y el oprimido y atento a cambiar el “desorden establecido“ instalado en las sociedades opulentas en las que habitamos. Su sustrato ideológico es, fundamentalmente, el de Mounier, más o menos enriquecido según los casos con las aportaciones de otros personalistas. Pero el impulso, el anima y el animus son, esencial y profundamente mounierianos. Retoman la radical y “revolucionaria” actitud mounieriana con la sociedad burguesa en la que vivió y la trasladan al momento presente.

La Asociación que yo he fundado tiene un alma diferente, menos épica y más pragmática y, en este sentido, quizás a primera vista, menos atractiva. Yo entiendo, aunque les duela a mis amigos mounierianos, que el proyecto de Mounier, en los términos en que él lo planteó –y concuerdo en esto con Ricoeur- está, en gran medida, concluido. Entiéndase bien lo que quiero decir. Concluido no equivale a fracasado. Al contrario, Mounier alcanzó un éxito notable pues logró algo que no es dado a muchos: crear un movimiento filosófico de relevancia social e internacional. Y concluido tampoco equivale a agotado, pues sus brillantes intuiciones y sus fervorosas denuncias seguirán golpeando nuestra conciencia y nuestra mente ahora y en los próximos decenios. Pero, y este es el punto, ya no con la misma fuerza que cuando fueron proclamados en los albores de la revista Esprit hace 80 años. El mensaje de Mounier ya no posee capacidad de generar movimientos intelectuales o sociales de calado, como la tuvo en sus inicios. Ese momento pasó y ya no volverá, porque la flecha mounieriano llegó al máximo de su recorrido y ya no puede de nuevo ser lanzada. Por lo tanto, si buscamos un relanzamiento del personalismo, este no puede transcurrir por una vía estrictamente mounieriana.

Hay dos barreras insuperables. Sus análisis son limitados. Destacan por su fuerza creadora pero la precisión de las propuestas es insuficiente. Mounier no profundizó en los conceptos –no tuvo tiempo- y ese defecto de origen es irresoluble cuando se pretende retomar su obra –tal cual- en nuestro tiempo. Además, la sociedad que procuró transformar ya no es la nuestra, al menos en Europa, desde donde yo –con las limitaciones que esto supone- hablo. Las clases proletarias han desaparecido, el capitalismo se ha transformado en una economía de mercado –con defectos, sin duda, pero muy alejada del capitalismo salvaje criticado por Mounier-, el existencialismo y el marxismo, sus elementos ideológicos de referencia, se han convertido en páginas de la historia de la filosofía…. En definitiva, estamos en un mundo diferente y no se puede confrontar, por tanto, desde unos presupuestos similares. Quien se considere estrictamente mounieriano estará probablemente en desacuerdo con mi análisis y pensará que, en realidad, sucede lo contrario: el mundo apenas ha cambiado: la explotación del pobre continúa, los excesos del capitalismo se mantienen, como acabamos de comprobar en la reciente crisis financiera mundial, etc. El desorden establecido, en definitiva, continúa y, por tanto, el proyecto mounieriano mantiene toda su vigencia.

Respeto esta opinión, pero no la comparto. El mundo ha cambiado notablemente y los problemas y los instrumentos necesarios para resolverlos deben ser, por tanto, diferentes. La “revolución”, incluso en sentido mounieriano, es hoy en día un término anticuado que no motivará ni a los jóvenes consumistas ni a los intelectuales posmodernos. En nuestro mundo complejo y sofisticado, la sociedad solo está dispuesta a tomar en consideración proyectos estructurados, resultados de análisis y estudios profundos, conscientes tanto de sus capacidades como de sus límites. Y Mounier no ofrece esto. Me temo que no es buen momento para la épica sino para la pragmática y el personalismo debería asumirlo.

Creo que existe hoy una demanda de personalismo, de pensamiento personalista, de filosofía personalista. Es decir, de una antropología sólida, respetuosa con la dignidad de la persona que pueda servir de base para construir proyectos en muchas otras áreas: la pedagogía, la psicología, los recursos humanos, la bioética, la economía, etc. Y a esa demanda sólo se puede responder con una praxis que, con la modestia del conocimiento de los propios límites y de la propia ignorancia, se proponga avanzar poco a poco en la construcción de una antropología consistente y articulada. El avance, es inevitable, será difícil y quizás oscuro. No habrá banderas que se enarbolen en nuestro camino cuando precisemos un concepto ni masas que nos aplaudan cuando implementemos un grupo de investigación. Pero esa pragmática, si el trabajo es conjunto y sostenido, puede dar sus frutos y convertirse, a su vez en épica. El trabajo conjunto y coordinado –al menos parcialmente- en la fundamentación de un personalismo sólido puede ir generando, poco a poco, un reconocimiento científico que facilite su inserción en el mundo académico y, a partir de ahí, encuentre el camino para formar masivamente a las nuevas generaciones de intelectuales.

También aquí la herencia mounieriana presenta algún problema. Mounier huyó del academicismo y transmitió esta sensibilidad a sus seguidores. Pero si bien esta opción podía estar justificada en su momento –y probablemente lo estaba-, hoy conduce a un callejón sin salida. La fuerza naciente del personalismo ya ha caducado y la única vía que queda es la de la academia, en el honroso sentido del término, que también lo tiene: la excelencia y la profundidad en el conocimiento. El futuro del personalismo, a mi juicio, transcurre por este camino. Las actitudes de reivindicación o crítica social que no lleven detrás un trabajo a la altura del tiempo presente pueden aportar un importante valor testimonial pero están condenadas a ser actores secundarios en un contexto social que pide soluciones concretas y profesionales a los problemas. Y el personalismo, evidentemente, no está en condiciones de proporcionar esas respuestas. Además, y sin descartar el valor que puede tener estas actitudes en determinados contextos, no se puede infravalorar tampoco la posibilidad de que conduzcan, en ocasiones a un descrédito de la teoría que la sostiene si es advertida como insuficiente o genérica.

La vía hoy en día factible es la de una pragmática que se transforme en épica. La de un trabajo colectivo de fundamentación que genere un sistema de conocimiento capaz de consolidar una antropología defensora de la persona y, como expansión natural, una economía, una pedagogía, una psicología y una bioética que también lo hagan. Si esta es la vía correcta, el tiempo lo dirá. Quede claro, en cualquier caso, que es compatible con la vía mounieriana o con otras vías posibles dentro de la familia personalista. Pero, por las razones que acabo de plantear muy brevemente, esta es la vía por la que apuesto y por la que apostamos con convicción en la Asociación Española de Personalismo.


 

[1] Presidente de la Asociación Española de Personalismo. Presidente de la Asociación Iberoamericana de Personalismo.