0700371Reconstruir la persona. Ensayos personalistas

Juan Manuel Burgos

Ediciones Palabra, Madrid, 2009

Alasdair MacIntyre recordó en Tras la virtud que la inteligibilidad de una realidad humana se deriva de su inserción en una narración. El último libro de Juan Manuel Burgos, una colección de textos titulada Reconstruir la persona. Ensayos personalistas, podrí­a ser contemplada como el mero agrupamiento de unos trabajos académicos, dirigidos a poner a disposición de un público especializado unas propuestas personales, al mismo tiempo que se consiguen unos bienes pragmáticos tí­picos en el mundo académico; pero más allá de esta caracterización, también podrí­a constituir un acontecimiento en una narración, tal como lo explica Paul Ricoeur: venimos a conocer el carácter de acontecimiento de una realidad por el avance sustantivo que imprime en la trama de la historia en la que se inserta. La historia de la que estamos hablando, esa narración que genera sentido, es la de esa empresa intelectual llamada filosofí­a personalista que, si volvemos a los conceptos de MacIntyre, está configurada dinámicamente como una tradición, y sustentada por instituciones concretas. Una empresa viva. Y creo que el mayor logro del libro de Burgos es -será- contribuir significativamente a esa vida.

Toda filosofí­a necesita continuidad, tradición, y esto es labor de personas concretas, de recursos, de instituciones: no es posible entender la filosofí­a platónica sin la Academia y sus continuadores (Espeusipo, Xenócrates, Polémon…); ni la aristotélica sin el Liceo y su gestores (Teofrasto, que presidió la escuela peripatética durante treinta y cinco años, y bajo su dirección llegó a contar con más de 2000 estudiantes); ni la de filosofí­as de la modernidad -curiosamente convertidas en tradiciones- como la cartesiana, sin el apoyo de algunos miembros de la Escuela de Port Royal (Antoine Arnauld y Pierre Nicole), continuadores (como Sylvain Régis, y Jacques Rohault) y objetores (GassendiHobbes, Voét o Schockius), o como la kantiana, sin su papel en una disputa mediática encuadrada ya en el marco cultural del inmediato Romanticismo -y en buena medida propiciado por el propio Kant-, en la que Karl Leonhard Reinhold hizo valer la teorí­a de su maestro. Y podrí­amos seguir. Si esa filosofí­a es joven, esa labor es especialmente trascendental. Quizás las crí­ticas no sean nada más que lo normal, lo habitual, lo que pide la vida, las inclemencias que aseguran el vigor del esqueje que apunta teleológicamente a ser árbol futuro. Por todo esto, me parece tan natural que la filosofí­a del personalismo tenga abanderados con nombres y apellidos, pensadores que contribuyen con sus trabajos a su presencia cultural, que promueva instituciones, se entienda mejor con determinadas editoriales, se adapte con inteligencia a los modos de cobrar visibilidad social y cultural, y tenga que contestar objeciones concretas de otras filosofí­as concretas. Y que todo esto aparezca reflejado y vehiculado por/en un libro. Nihil novum sub sole.

Desde estas premisas no me sorprende la heterogeneidad de temas abordados por el libro de Burgos, Presidente de la Asociación Española de Personalismo: si bien refleja los variados intereses del autor, también viene motivada por la diversidad de frentes que no puede dejar de atender la tradición personalista, y en los que ha de fortalecerse para afirmar una vocación filosófica en sentido fuerte y comprehensivo: antropologí­a, ética, pensamiento polí­tico, estética, metafí­sica, gnoseologí­a, filosofí­a de la religión, historia de la filosofí­a… Así­, encontramos los capí­tulos: “El personalismo hoy”, “Varón y mujer, la persona como ser sexuado”, “Persona versus ser humano: un debate bioético”, “Praxis personalista y el personalismo como praxis”, “Los lí­mites de la analogí­a”, “Principios del personalismo social”, “La filosofí­a personalista de Karol Wojtyla”, “Humanismo cristiano y personalismo”, “Las convicciones religiosas en la argumentación bioética”, “Dos visiones del proceso de secularización. Un análisis a partir de la obra de Jacques Maritain”.

Uno estarí­a tentado de racionalizar el aparente desorden de los capí­tulos, como si obedecieran a una simple secuencia episódica, al trote de las contingencias intelectuales del individuo Juan Manuel Burgos. Pero si uno cae en la tentación se empieza a descubrir una razón en medio del aparente caos: todo está profundamente relacionado metodológica y temáticamente con algo más, percibimos constantes cruzamientos que refuerzan la percepción de la inseparabilidad de las distintas dimensiones filosóficas: la ética que no puede estar al margen de una antropologí­a concreta; ni una gnoseologí­a igualmente en referencia a una antropologí­a y una metafí­sica; ni una filosofí­a social y polí­tica que no respire desde una antropologí­a, sociologí­a y metafí­sica concretas; ni una bioética que, además de optar metafí­sicamente, no responda de un modo u otro a la cuestión del peso de las convicciones religiosas -o de su ausencia- en los cientí­ficos. Ni, por poner un punto final en algún momento, se puede dejar de abarcar cualquier ámbito sin tener en cuenta la dimensión histórica, la verdad situada -volvamos a MacIntyre- de los desarrollos teóricos.

Y atendiendo a la estructura retórica del libro, hay que indicar que no es ociosa la adjudicación del primer capí­tulo al trabajo “El personalismo hoy”: es la clave hermenéutica para entender con profundidad el resto del libro. Allí­ se hace la narración del personalismo -algo ejercitado repetidamente por Burgos en diversos foros-, y allí­ se presentan sus porqués y sus paraqués. Esta esencia recurre, bajo un aspecto u otro, en los siguientes capí­tulos, como la sí­ntesis que se presenta en “Praxis personalista y el personalismo como praxis”: El personalismo privilegia las dimensiones existenciales y dinámicas de la vida: la libertad, la temporalidad, el carácter  narrativo o biográfico de la persona; la dinamicidad del ser y, sobre todo, del sujeto, que se va dando forma a sí­ mismo y a cuanto le rodea, etc. Como se desprende de la lectura de todo el libro, privilegiar no significa atacar o negar otras dimensiones, ni olvidar, ni dejar de asumir: simplemente es una opción de enfoque, de estudio, de mirada, de interés. Esto -sobre todo en la forma de escarmiento- el personalismo lo ha aprendido de la historia de la filosofí­a, sobre todo de tantas experiencias reductoras de la modernidad. Y allí­, en esa modernidad sanada, y en esa tradición asumida, se desarrolla esta empresa viva que tiene la osadí­a de aspirar a ser una praxis cultural: una vocación a la altura de nuestros tiempos, impostergable.

José Manuel Mora Fandos

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Escritor. Colegio El Vedat