(Comunicación presentada en las VIII Jornadas de la AEP:
Bioética personalista:
fundamentación, práctica, perspectivas

Universidad Católica de Valencia
Valencia, 3-5 de mayo de 2012)

Índice:

1.   Introducción

2.      El modelo relacional de articulación del binomio sexo-género

3.   La relación interpersonal de género en la familia

3.1       El género en la relación conyugal: análisis en la sociedad actual

3.2       El género en la relación paterno-filial: análisis en la sociedad actual

4.   El «personalismo relacional de género» para la «sociedad de lo humano»

5.   Bibliografía

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1.  Introducción

La sociedad contemporánea ha introducido el debate de género también en la familia. Es decir, ya no se da por supuesto el hecho de que la familia se fundamenta en la constitución de una relación de complementariedad y reciprocidad entre los sexos. Por supuesto, se cuestiona la tradicional división funcional del trabajo, que atribuía al hombre la función de trabajar para proporcionar el sustento económico y a la mujer el cuidado de la casa y de los hijos, pero la actual revolución va mucho más allá: se cuestiona la diferencia de género en sí  misma, hasta mantener que resulta indiferente, que lo masculino y lo femenino puede ser indistintamente aplicado y conmutado en todas las dimensiones existenciales.

Esta situación puede modificar profundamente el sentido de la familia como relación de género, pues lo masculino y lo femenino se convierte en cuestión de gustos, en algo subjetivo. El género es pensado como pura construcción social.

El presente trabajo analiza, al hilo de la sociología relacional de Pierpaolo Donati, en primer lugar el modelo de articulación social del binomio sexo-género, y posteriormente la realidad de la relación intergenérica en la familia, con algunas observaciones y un breve análisis de la situación en la sociedad actual.

El análisis concluye con la observación de que en la familia no hay cabida para la «indiferencia» de género. La familia es, en la sociedad actual, el reducto de lo humano, la relación en la que la diferencia de género tiene sentido por referencia a la identidad de lo humano.

2.      El modelo relacional de articulación del binomio sexo-género

La articulación social del binomio sexo-género remite a la relación entre la tan denostada en nuestros días «naturaleza» y la cultura. Desde la perspectiva de la sociología relacional, sexo y género no son idénticos, pero tampoco completamente independientes. El modelo relacional se opone tanto al código naturalista, propio de las sociedades premodernas, como al código moderno y postmoderno, culturalista, en el que género y sexo se separan poco a poco hasta desvincularse de modo radical.

En ambos extremos se pone de manifiesto una tensión, un conflicto en la relación entre el hombre y la mujer. Tanto desde el modelo naturalista como desde el culturalista, se ve a «el otro» como un obstáculo, o como una amenaza. Por un lado, el código naturalista, de carácter machista, plantea una relación de dominación, una superioridad del varón y lo masculino sobre la mujer y lo femenino. Bajo este código, por tanto, se impide el ascenso cultural de la mujer porque es visto como una amenaza para el hombre. Por otro lado, el código culturalista, llevado al extremo por la ideología de género, propugna la radical desvinculación sexo-género, en aras a alcanzar la pretendida «igualdad». El argumento de base es la teoría marxista de la lucha de clases, aplicado a la lucha entre el hombre y la mujer, cuya relación es vista como un conflicto en el que «el otro» es el enemigo. El varón es visto como el explotador de la mujer, el que controla sus «medios de reproducción» [1] y se apropia de la plusvalía [2] (el hijo). Según esta ideología, la mujer se debe «liberar» tanto del varón como de los condicionamientos biológicos de la maternidad. La ideología de género busca principalmente eliminar aquello que impide a la mujer ser como el hombre: la maternidad y la familia.

Ninguno de estos dos modelos responde a la relación interpersonal real entre el hombre y la mujer.

El modelo relacional es el de la relación entre sexo y género, pero no identidad. Es el modelo de «igualdad en la diferencia» [3]. Se trata de un modelo personalista, que plantea que, existiendo diferencias entre el varón y la mujer, estas no son obstáculo para el desarrollo personal, sino más bien una oportunidad de lograr una interdependencia y corresponsabilidad en el desarrollo de funciones y roles sociales. Se trata no tanto de conseguir el pretendido igualitarismo de la ideología de género, sino una igualdad más ajustada a la realidad.

El modelo relacional [4], de carácter personalista, reclama una presencia tanto del varón como de la mujer en la vida pública y privada. Considera necesaria una mayor presencia de la mujer en lo público, a la vez que reclama una mayor presencia del varón en los asuntos domésticos y en la educación de los hijos. No es justo, por ejemplo, ni biológicamente cierto, que el cuidado de los hijos deba recaer exclusivamente sobre la mujer. La maternidad y la paternidad están relacionadas de manera recíproca. Este modelo necesita un respaldo jurídico porque significa un cambio estructural en la sociedad: se trata de contemplar los géneros en términos de relación y de reciprocidad.

Para el modelo relacional, la solución al dilema de la mujer [5] ante la procreación o la vida laboral, que es el problema de la conciliación familia-trabajo, se soluciona con una readaptación de la sociedad, de la legislación y el mercado laboral, a la realidad familiar de reciprocidad entre los sexos. Esto supone un cambio considerable: los valores que priman en el mercado de eficiencia, competitividad, productividad y utilitarismo (considerados típicamente masculinos) deben dejar sitio al reconocimiento como valor social a la procreación, la maternidad y la paternidad, valores por tanto que deben ser apoyados por toda la sociedad, así como a valores considerados típicamente femeninos, como la comprensión, la ternura, la capacidad de servicio, etc. Como bien indica Burggraf: “Probablemente, nunca será posible determinar con exactitud científica lo que es «típicamente masculino» o «típicamente femenino», pues la naturaleza y la cultura, las dos grandes modeladoras, están entrelazadas, desde el principio, muy estrechamente” [6]. En justicia, todos estos valores son simplemente humanos, y en este sentido la equidad genérica es un reto a alcanzar para la consecución de una sociedad más humana.

En este modelo no se establece una identidad ni una separación absoluta entre sexo y género, porque se reconoce que, así como hay funciones y estereotipos sociales completamente intercambiables entre los sexos, también hay otras que están conectadas a una diferenciación biológica y que no son transferibles, o al menos, no totalmente, al otro sexo. Así por ejemplo, respecto a los hijos, existe una función de madre y una de padre, y ambas son complementarias y no intercambiables. En palabras de Jutta Burggraf:

El niño necesita de un padre y una madre. Encuentra junto a su padre otro tipo de seguridad, protección y refugio que junto a su madre. Los resultados en la  psicología del desarrollo muestran claramente que la inteligencia, la capacidad de amar y el comportamiento social del niño se ven influidos de distinta manera por el padre que por la madre. La cooperación de ambas partes es la mejor garantía para el desarrollo del niño [7].

Este modelo, al que también podríamos llamar, con Donati [8], de la «interdependencia relacional», tiene por tanto un fundamento biológico, y así, está demostrado que el varón y la mujer nacen con unas condiciones innatas para desarrollar determinadas funciones y con capacidad para desarrollar todas las funciones complementarias mediante el aprendizaje. Natalia López-Moratalla [9] describe con precisión cómo desde las primeras etapas de la vida las hormonas sexuales, al enviar sus señales a los genes, dejan en el cerebro «impronta de varón o de mujer», es decir, la llegada de las hormonas a las neuronas cerebrales induce la feminización o masculinización del cerebro. Esta diferenciación es tanto anatómica como funcional: hay dos modos de procesar la información, uno femenino y otro masculino. Sin embargo, nada de esto es determinante, ya que el ser humano es libre, y puede aceptar o rechazar, inhibir o potenciar los impulsos y las tendencias y puede desarrollar capacidades para las que cuenta con una predisposición innata así como otras capacidades para las que necesita un mayor esfuerzo de aprendizaje.

Desde esta perspectiva, las propuestas del feminismo radical de liberarse de lo biológico se presentan como una ingenuidad que conduce a una patología al intentar negar la realidad: la riqueza social de la reciprocidad en la relación familiar intergenérica. En palabras de Burggraf: “La ruptura con la biología no libera a la mujer ni al varón; es más bien un camino que conduce a lo patológico” [10].

En el modelo relacional personalista, «el otro» deja de ser una amenaza, y es visto como una persona con la que compartir tareas, responsabilidades, funciones y roles. Hombre y mujer no son enemigos, sino necesarios e interdependientes. El hecho diferencial es, en definitiva, lo que facilita el encuentro y la donación.

3.  La relación interpersonal de género en la familia

La familia, entendida desde la sociología relacional como un nexo de relaciones y vínculos afectivo-generativos en el que destaca el carácter esencial irremplazable de las relaciones funcionales y de sentido, constituye el fundamento primario en el que se adquiere la identidad sexual y personal, y donde se viven las experiencias más profundas y duraderas de la persona. Para Donati y Di Nicola, la familia

… tanto para el individuo como para la sociedad es un vínculo simbólico que va más allá de la naturaleza (biológica) e instala el orden de la cultura entendida como “orden significativo del mundo”, en el cual los individuos (con dificultades, distorsiones y fallos) encuentran su identidad y su posición, en el espacio y tiempo social, con referencia particular al género y a la edad [11].

Podemos decir que la familia realiza un proceso de humanización, socialización y personación del individuo. Con palabras de Donati, la familia “hace del individuo una persona humana, un ser-en-relación” [12].

3.1       El género en la relación conyugal: análisis en la sociedad actual

En la relación actual entre marido y mujer se han producido, respecto al pasado, considerables cambios, aunque de modo desigual en los diferentes estratos sociales. Donati indica que se han aproximado los recíprocos derechos y deberes de ambos cónyuges, aunque los comportamientos, en general, están marcados más por la ayuda mutua y la complementariedad más que por la reciprocidad [13], ya que esta última exige un alto nivel de reflexividad poco común: “En la reciprocidad, dos sujetos, que son en sí personas autónomas, se intercambian de manera sinérgica y solidaria aquello que les caracteriza” [14].

La organización familiar ha sido modificada especialmente en las parejas de población de clase medio-alta con un elevado nivel educativo. A nivel societario general, algo ha cambiado, pero no tanto, y en general, si la mujer trabaja fuera de casa, es a ella a la que se le duplica la carga de trabajo con dos tareas, una dentro y otra fuera de casa. Es indudable que el hombre ha obtenido siempre, en la familia y en la sociedad en general, más ventajas sistémicas que la mujer, de modo que permanece un déficit estructural importante. En la pareja joven, sucede a menudo que comienzan con igualdad de planteamientos y aspiraciones, pero con el tiempo, los jóvenes descubren que la sociedad y la cultura no los ha preparado para gestionar y realizar esos planes a lo largo del desarrollo de la vida conyugal y familiar, de manera que se ven obligados a redefinir sus objetivos reafirmando la diferencia. En los comportamientos de hecho, coincidimos con Donati en que el discurso de la igualdad no puede avanzar si se mantiene en el marco de una antropología individualista y no relacional.

Un genérico igualitarismo solo crea en la práctica decepciones y fracasos. Las tensiones se acrecientan en los momentos de tránsito familiar, como es por ejemplo la llegada del primer hijo. Es un momento crítico y para el cual puede decirse que la organización social no solo no ayuda, sino parece estar organizada contra la familia: la jornada laboral, horarios y calendario escolar… Parece que presuponen un individuo abstracto que carece de familia. Es como si la sociedad no contemplara la dimensión relacional familiar de la persona. Los cónyuges se ven obligados a buscar soluciones que dependen de los recursos económicos de que dispongan, las ayudas disponibles de parientes, sobre todo de los abuelos, los recursos legislativos de su país, las asociaciones y las nuevas comunidades interfamiliares, como las generadas por los «bancos de tiempo» [15].

Un fenómeno actual que, como apunta Donati, invita a repensar el género desde una perspectiva relacional, es la creciente ausencia del padre. Los motivos van más allá de las separaciones y divorcios: la abrumadora irrupción de la mujer en la vida laboral, pública y social, junto a la influencia de los movimientos feministas ha provocado una crisis de identidad masculina. El varón ha empobrecido la paternidad: muchas horas de trabajo, poca implicación en la educación de los hijos, falta de autoridad… se limita al juego y a hacer de «el bueno», cambiando así los papeles tradicionales con la madre. Se dice que hay una crisis de paternidad. En el Quinto Informe Cisf [16] sobre la familia en Italia, dirigido por Pierpaolo Donati se analiza esta situación, como recoge Castilla [17].

3.2       El género en la relación paterno-filial: análisis en la sociedad actual

En la sociedad actual, parece que en general, se ha alcanzado la igualdad de género en la relación con los hijos y con las hijas en lo que se refiere a la permisividad por parte de los padres. Sin embargo, la comunicación del padre con los hijos varones es distinta a la que se da entre la madre con las hijas.

En general, el padre está más atento a la iniciativa, la fuerza y la competición, mientras que la madre se ocupa más de los aspectos de salud, asistencia y las relaciones afectivas.

Se observa en general una mayor comunicación de los hijos de ambos sexos con la madre, y este proceso se acompaña de una feminización creciente de los hijos varones, en el sentido de un mayor emotivismo y tendencia al consumismo.

4.      El «personalismo relacional de género» para la «sociedad de lo humano» [18]

Como conclusión, en la actualidad se observa, en general, una mayor uniformidad de género entre los cónyuges y entre los hijos de distinto sexo, consecuencia del proceso general de homogeneización de los géneros, favorecido por el Estado, el mercado y los movimientos ideológicos de género. Sin embargo, este proceso que sucede sin duda para el hombre y para la mujer antes de formar familia, se encuentra después con la realidad social y con los condicionamientos estructurales de la sociedad  que obliga a la familia a redefinir y renegociar las relaciones interpersonales internas de género. Este juego de fuerzas va produciendo la propia morfogénesis familiar de género, es decir, la familia produce su propia identidad de género, que es distinta a la de otras esferas como el trabajo, el ocio, la política… Aunque en apariencia el género en la familia se adapta a la forma igualitaria de su entorno, en la realidad no sucede así, y no puede suceder así, porque la familia permanece como el lugar privilegiado de la unión conyugal de amor y procreación.

Además, el pretendido intercambio o reversibilidad de roles del hombre y la mujer en la familia topa con un límite básico y fundamental: la diferenciación biológica, que resulta innegable. También hay límites sociales, que se acentúan a medida que se interactúa en el tiempo. Esto es así porque es en la familia donde la sexualidad tiene un especial significado de encuentro y donación, de fecundidad. No se puede vivir en familia prescindiendo de la diferencia de género. Si el género se vuelve irrelevante, entonces tenemos otro tipo de relación, pero no una familia.

Como indica Donati [19], de todas las grandes religiones, la cristiana es la que más defiende la reciprocidad entre los sexos. Existe una dualidad originaria, dualidad que como subraya Donati, es relación. El hombre, desde el principio, es creado varón y mujer (con diferenciación sexual), pero no en términos antagónicos, sino como condición de relacionalidad en la que se despliega lo humano. La dualidad originaria es vínculo y también riqueza. El hombre no puede eliminar dicha dualidad.

La sexualidad, en sentido amplio, es expresión de que la persona humana está orientada, desde su origen, a la relación. Como expresa López Moratalla [20], a diferencia del resto de animales, lo específico del cuerpo humano es la capacidad de ««apertura» y la capacidad de ««relacionarse». Apertura en dos sentidos: hacia dentro, hacia su interioridad e intimidad [21], y hacia fuera, en relación hacia el mundo, con los demás seres humanos y hacia Dios. La sexualidad humana no es algo que se limite exclusivamente a lo físico o biológico, ni vinculado exclusivamente a la procreación. La sexualidad impregna la persona en todas sus dimensiones, física, psíquica, espiritual y también en su dimensión social (relacional). Puesto que el cuerpo del varón y de la mujer son diferentes, también difiere el modo de relacionarse, el modo de habitar el mundo y el modo de procrear: se trata en definitiva de una «co-tarea» a la que están llamados el varón y la mujer.

Como indica Jutta Burggraf [22], la diferencia sexual no es ni irrelevante ni adicional; no es algo accidental o accesorio a la persona, no es algo que podría faltar, ni tampoco un producto social ni algo limitado al cuerpo. En palabras de Burggraf: “Varón y mujer tienen la misma naturaleza humana, pero la tienen de modos distintos” [23]. Hay pues una única naturaleza humana con dos modos de manifestarse y expresarse. Desde la sociología relacional, Donati lo expresa del siguiente modo:

Las características socioculturales que se han añadido al sexo no son del orden ontológico más profundo. Son determinaciones existenciales. La dualidad de género es del orden de la existencia, no del ser humano en cuanto tal. (…) varones y mujeres se completan recíprocamente en el hacer, en el actuar, por tanto, en el relacionarse, no en el ser sujetos-personas. Sean varones o mujeres, los seres humanos tienen en sí la plenitud de la naturaleza (ontológica) humana [24].

El varón y la mujer se relacionan, según algunos de modo complementario, aunque aquí preferimos hablar, con Scola, de reciprocidad. Así lo expresa Ángelo Scola:

La experiencia humana elemental muestra que reciprocidad no es igual a complementariedad. No se trata de la búsqueda de una unidad andrógina, como sugiere la mítica visión de Aristófanes en El Banquete [25]. (…) Ya a nivel de las relaciones primarias se ve que la reciprocidad se expresa en una pluralidad de relaciones interpersonales, como las de la maternidad, la paternidad, la filiación, la fraternidad, etcétera, que interesan contemporáneamente a cada individuo. La reciprocidad en cuestión es, por tanto, asimétrica, no puede significar una mera complementariedad [26].

La extendida idea de la complementariedad en la diferencia de género entre el hombre y la mujer a modo de dos medias naranjas, por tanto, no es exacta. Lo humano es tanto de la mujer como del varón, aunque de forma diferente, con distintas formas de manifestarse, de relacionarse. La diferencia de género tiene sentido por referencia a la identidad de lo humano.

Desde el personalismo relacional de Donati, la diferencia de género en la unión conyugal de la familia supone un intercambio recíproco y una donación para la creación de un bien común relacional [27] (la misma familia, como fenómeno emergente, y el hijo como símbolo y expresión viva y concreta de ese bien) que es «producido» y disfrutado conjuntamente.

Donati señala que, antropológica e históricamente, “la alianza de los sexos para la sociedad de lo humano tiene un nombre: matrimonio” [28]. La familia hace crecer lo humano y se convierte en el lugar de la nueva gestión relacional de las diferencias de género: el lugar en el que pueden intercambiarse determinadas funciones, pero también el lugar donde la diferencia de género debe ser redefinida. En la familia como relación de la diferencia de género, cada uno, hombre y mujer, dona al otro su especifidad, su alteridad. La familia emerge como bien relacional, y la diferencia de género deja de ser conflicto para convertirse en enriquecimiento mutuo.

5. Bibliografía

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Trillo-Figueroa, J. (2009).  La ideología de género.  Madrid: Libroslibres.

 


[1] Para la ideología de género de raíces marxistas, del mismo modo que el patrón controla los medios de producción, el varón controla los «medios de reproducción», el útero de la mujer.

[2] Este término es una de las categorías marxistas utilizadas por la feminista Juliet Mitchell, según indica Trillo-Figueroa, J. (2009).  La ideología de género.  Madrid: Libroslibres.

[3] Este es el nombre que le asigna Elósegui, M. (2002). Diez temas de género: hombre y mujer ante los derechos productivos y reproductivos. Madrid: Ediciones Internacionales Universitarias.

[4] Utilizamos aquí la terminología donatiana.

[5] En términos relacionales estos problemas no son exclusivos de la mujer, sino problemas que el hombre debe hacer suyos también. Tan perjudicial puede resultar para un niño la desatención de la madre por excesiva dedicación a su trabajo fuera del hogar como la ausencia del padre por el mismo motivo.

[6] Burggraf, J. (2004).  Género («gender»).  En Consejo Pontificio para la Familia, Lexicón: términos ambiguos y discutidos sobre familia, vida y cuestiones éticas.  Madrid: Palabra,  p. 515.

[7] Burggraf, J. (1999).  Mujer y hombre frente a los nuevos desafíos de la vida en común. Pamplona: Eunsa,  p. 103.

[8] Donati, P. (2003).  Manual de sociología de la familia. Pamplona: Eunsa.

[9] López Moratalla, N. (2007).  Cerebro de mujer y cerebro de varón.  Madrid: Rialp.

[10] Burggraf, J. (2004).  Op. cit., p. 517.

[11] Donati, P. y Di Nicola, P. (1989). Lineamenti di sociología della famiglia: un aproccio relacionale all’indagine sociologica. Roma: NIS, 13-23.

[12] Donati, P. (2003).  Op cit., p. 101.

[13] Reciprocidad no es lo mismo que complementariedad. Donati quiere decir aquí que la complementariedad en la relación entre cónyuges es más común en los comportamientos «de hecho». A nivel ontológico, hombre y mujer están orientados hacia una relación de «reciprocidad asimétrica», expresión utilizada por Scola, A. (1999).  Diferencia sexual y procreación. En A. Scola (Coord.), ¿Qué es la vida?: la bioética a debate (pp. 123-150). Madrid: Encuentro.

[14] Donati, P. (2003).  Op cit., p.137.

[15] Los «bancos de tiempo» son  formas asociativas contractuales de intercambio instrumental de tiempo dedicado a servicios entre los socios. Donati  observa cómo, a partir de estos fenómenos de asociacionismo contractual entre personas extrañas, se genera una comunidad, con relaciones de tipo comunitario. Donati, P. (2006).  Repensar la sociedad: el enfoque relacional. Madrid: Eiunsa.

[16] Centro Internazionale Studi Famiglia.

[17] Castilla de Cortázar, B. (1998). Rehabilitar la paternidad,  http://www.aceprensa.com/articles/rehabilitar-la-paternidad/ , publicado el 22 de julio.

[18] La expresión «sociedad de lo humano» es utilizada por Donati en varios de sus trabajos, por ejemplo, en Donati, P.  (2001) Ciudadanía lib/lab («Tercera Vía») versus ciudadanía societaria (civilización). En J. Pérez Adán (Ed.) Las Terceras Vías (pp. 49-82).  Madrid: Ediciones Internacionales Universitarias. Junto a ella encontramos también la expresión «personalismo relacional de género» en Donati, P. (2003).  Op. cit., p. 166. Nosotros hemos unido aquí las dos expresiones.

[19] Donati, P. (2003).  Op cit.

[20] López Moratalla, N. (2007).  Op.cit.

[21] La intimidad, o el mundo interior, es, en palabras de Burggraf, el «santuario de lo humano», es lo más propio de uno mismo,  donde uno es dueño de sí mismo, donde uno es libre. Sin embargo, el descubrimiento de la libertad interior debe llevar a la persona a la apertura hacia los demás y hacia Dios, ya que el hombre está llamado a la comunión para poder alcanzar la felicidad. Burggraf, J. (2002). Bases antropológicas de la medicina: antropología cristiana.  En M.A. Monge (Ed.), Medicina Pastoral (2ª ed.) (pp. 23-63). Pamplona: Eunsa.

[22] Ibídem.

[23] Burggraf , J. (2004).  Op. cit., p. 516.

[24] Donati, P. (2003).  Op. cit., pp. 159/60 (La cursiva es nuestra). Coincidimos con Donati en que el acto de relacionarse pertenece al orden de la existencia, sin embargo, entendemos que el carácter relacional, la apertura y  orientación al otro, es constitutivo de la persona, y está directamente anclado en la diferencia sexual, como argumentamos en este trabajo. Sin la pretensión de entrar en un debate filosófico, la persona es, a nuestro juicio, ontológicamente relacional.

[25] Platón.  El Banquete, 189 d. [versión electrónica]. Consultado en www.filosofia.org el 30 de agosto de 2011.

[26] Scola, A.  Hombre-Mujer: el Misterio Nupcial.  Madrid: Encuentro, pp. 165/6. Para Scola, la reciprocidad debe ser calificada inmediatamente como asimétrica. Scola, A. (2004), Identidad y diferencia sexual. En Consejo Pontificio para la  Familia, Lexicón, pp. 572/3.

[27] La categoría de «bien relacional» fue introducida en sociología por Donati, P. (1986). Introduzione alla sociologia relazionale. Milán: Franco Angeli.

[28] Donati, P. (2003).  Op. cit., p. 166.