(Comunicación presentada en las VIII Jornadas de la AEP:
Bioética personalista:
fundamentación, práctica, perspectivas

Universidad Católica de Valencia
Valencia, 3-5 de mayo de 2012)

            Esta comunicación muestra cómo es necesario fundamentar el saber sobre la persona desde la Filosofía, y en qué sentido se pueden encontrar argumentos antropológicos –no científicos ni religiosos- que apoyen el valor de cada vida humana desde su origen, uno de los temas más candentes en la Bioética actual.

La necesidad de la Filosofía

            El progreso tecnológico que hemos experimentado en los últimos años no implica, bien lo sabemos, necesariamente un progreso humano. Éste tiene que ser conquistado, alcanzado en cada época, porque como bien dijo el filósofo Ortega y Gasset, todo lo humano admite grados.

¿Cómo alcanzar un grado humano que sea parejo a la revolución técnica de la cual todos hemos sido testigos en las últimas décadas? Parece que el hombre, una vez más, siente tambalearse el suelo de creencias en el que su vida se ha apoyado, y se siente abocado a hacer uso del pensamiento para saber a qué atenerse: vuelve a nacer entonces la necesidad de la Filosofía, de un saber que nos ayude a hacernos cargo de nuestra situación [1]. En este sentido, es de inapreciable valor la obra del filósofo español Julián Marías, un discípulo del propio Ortega y Gasset.

En 1970 escribió su obra Antropología metafísica, fruto de 20 años de pensamiento, y sobre todo, de una vida intensa, como profesor y escritor en España y América. Esta obra será considerada una de sus cumbres filosóficas, y a partir de ella surgen toda esa serie de obras magníficas de indagación en el ser personal: Mapa del mundo personal, Persona, La mujer en el s. XX, La mujer y su sombra, Breve tratado de la ilusión, La felicidad humana; títulos todos ellos bien significativos por sí mismos cuando se trata de alcanzar un nivel humano a la altura de los tiempos.

Innovación radical de la realidad

La persona, ha expresado este pensador en múltiples ocasiones, es distinta a toda cosa y por ello puede afirmar que, ante un nuevo ser, nos encontramos ante una “innovación radical de la realidad” [2]. Cada persona es un “quién”, distinto de sus progenitores, aunque venga de ellos, capaz de decir “yo” y de saberse único: “Todo el mundo, en todas las lenguas que conozco, distingue, sin la menor posibilidad de confusión, entre qué y quién, algo y alguien, nada y nadie. Si entro en una habitación donde no está ninguna persona, diré: “no hay nadie”, pero no se me ocurrirá decir: “no hay nada”, porque puede estar llena de muebles, libros, lámparas, cuadros. Si se oye un gran ruido extraño, me alarmaré y preguntaré: “¿qué pasa?” o “¿qué es eso?”. Pero si oigo el golpe de unos nudillos que llaman a la puerta, nunca preguntaré: “¿qué es?”, sino “¿quién es?” [3].

Y la persona, por ser una realidad irreductible a toda otra, lo es en todo momento, en cada momento de la vida humana. Marías ha vivido desde el convulso año 1914 hasta el 2005 y por ello es un testigo de excepción de los cambios de mentalidad que se han producido durante el s. XX.

Ha sido consciente, por ello, del profundo error en el que cae el hombre contemporáneo, cuando es capaz de multiplicar sus recursos materiales de todo tipo, pero no es capaz de valorar el mejor recurso de todos: la persona. De este modo, dirá que se prefiere más y mejor de todo, pero, paradójicamente, no se valora el más y el mejor de la vida humana. Se valora que haya mejores carreteras, mejores medios de comunicación, mejor tecnología, pero parecemos inmunes a la excelencia de la persona: a que haya más personas y a que estas alcancen el nivel personal que les corresponde.

Y los parámetros se vuelven aún más confusos cuando se trata de los orígenes de la persona, cuando se trata de una realidad personal latente.

Una consideración antropológica del aborto

Hay una serie de escritos, que desarrollan diferentes puntos de vista de la Antropología metafísica, en los que el filósofo ha reflexionado sobre la realidad del aborto. Estos escritos son sobre todo artículos periodísticos, ya que es bien sabido que el pensador ha estado bien atento a los asuntos de su tiempo, incluso se puede decir que ha sido, con sus escritos, un orientador de sus contemporáneos.

En uno de ellos, publicado con ocasión del debate ocasionado en España por la primera ley del aborto en 1982 y por la visita de Juan Pablo II a la Península este mismo año, Marías expresa claramente que no se trata de consideraciones teológicas o religiosas –en todo caso, estas pueden ser un argumento más que apoyen el valor de cada vida humana-, sino que ante todo se trata de un mero razonamiento lógico, de razones antropológicas que a cualquier persona le harían deducir que toda otra vida humana tiene el derecho a ser respetada. “Nunca se puede legitimar la muerte de un inocente –había dicho Juan Pablo en este discurso, que el filósofo español considera como “las palabras más enérgicas” que pronunciase el Papa polaco en ese intenso viaje a España-. Se minaría el fundamento mismo de la sociedad. ¿Qué sentido tendría hablar de la dignidad del hombre, de sus derechos fundamentales, si no se protege a un inocente o se llega incluso a facilitar los medios o servicios, privados o públicos, para destruir vidas humanas indefensas?” [4].

Lo importante, hace notar Marías, es que en esta cuestión no se trata de argumentos científicos, ni tampoco religiosos, sino que se trata de antropología y que incluso podemos decir que Juan Pablo II estaba hablando entonces más como Karol Wojtyla que como Juan Pablo II, es decir, como hombre hablando a otros hombres y apelando a argumentos capaces de ser entendidos por cualquiera. En este sentido escribió, en uno de esos artículos que son hoy para nosotros un eco fiel de ese tiempo: “Creo que es un grave error plantear esta cuestión desde una perspectiva religiosa: se está difundiendo la actitud de que “para los cristianos” (o acaso “para los católicos”) el aborto es reprochable. Con lo cual se supone que para los que no lo son puede ser aceptable y lícito. Pero la ilicitud del aborto nada tiene que ver con la fe religiosa, ni aun con la mera creencia en Dios; se funda en meras razones antropológicas. Los cristianos pueden tener un par de razones más para rechazar el aborto; pueden pensar que, además de un crimen, es un pecado. En el mundo en que vivimos hay que dejar esto –por importante que sea- en segundo lugar, y atenerse por lo pronto a lo que es válido para todos, sea cualquiera su religión o irreligión” [5].

En este sentido, considera una puerilidad –además de una muestra de escaso espíritu científico- la actitud de pensar que un feto de x semanas o meses puede ser definido como persona mientras que el que tenga menos puede ser eliminado tranquilamente sin más discusiones. Habría que dejar de considerar persona, entonces, por el mismo razonamiento (ausencia de vida consciente) al hombre adulto durante el sueño profundo, cuando es anestesiado, en estado de extrema senilidad o de coma.

Marías es claro cuando considera esta actitud como una hipocresía social, actitud que puede ser comparada a la de considerar un asesinato el hecho de matar a una persona cuando se encuentra a dos metros de mí pero no si la disparo cuando está a uno o uno y medio. Hipocresía que comienza con la manipulación del lenguaje: se dice que el aborto no es más que la “interrupción voluntaria del embarazo”. En este caso, afirma el filósofo con cierta ironía fina, que “los partidarios de la pena de muerte tienen resueltas sus dificultades. La horca o el garrote pueden llamarse “interrupción de la respiración”, y con un par de minutos basta” [6].

Y aún hay otra forma más de manipular la mentalidad a través del lenguaje, señala Marías, y es cuando se dice que la mujer puede decidir porque el feto es una parte de su cuerpo. Sobre ello dirá el pensador que “se dice una insigne falsedad, porque no es parte: está “alojado” en ella, implantado en ella (en ella, y no meramente en su cuerpo). Una mujer dirá: “estoy embarazada”, nunca “mi cuerpo está embarazado”. Es un asunto personal por parte de la madre. Una mujer dice: “voy a tener un niño; no dice “tengo un tumor”” [7]. Finalmente, se da otro aspecto más, no poco importante, sobre el que Marías llama la atención: la escasa voz y voto del hombre, como si no fuera responsabilidad masculina el destino de tantas vidas humanas: “Y es curioso cómo se prescinde enteramente del padre. Se atribuye la decisión exclusiva a la madre (más adecuado sería hablar de la “hembra embarazada”), sin que el padre tenga nada que decir sobre si se debe matar o no a su hijo. Esto, por supuesto, no se dice, se pasa por alto” [8].

El filósofo cree por ello que la aceptación social del aborto es uno de los grandes males del s. XX, más grave incluso que el desprecio hacia el valor de la vida humana que significó la matanza de judíos en los campos de concentración nazis, la cual todos hoy día consideramos una locura colectiva, y reconocemos apoyada por una ideología profundamente perversa. Porque es, como aquella, el intento de una minoría ideológica muy poderosa de destruir el carácter personal de lo humano.

Si consideramos la cuestión ateniéndonos a la realidad, el niño es, justamente, una realidad que va a llegar, una realidad viniente; no querer admitirlo sin prejuicios es una consecuencia de esa actitud que Marías ha denominado en otra de sus obras –Introducción a la filosofía– con la expresión “vivir de espaldas a la verdad” [9]. Esta actitud, además, está unida con otra curiosa tendencia contemporánea, que es el miedo a no ser actual, la cual significa en el fondo una gran inautenticidad.

Así, el filósofo llama la atención sobre la cantidad de personas que, por pura inercia, han considerado como indiferente la eliminación en masa de tantas vidas humanas sólo porque ser proabortista está de moda [10].

La persona es un proyecto vital

El hombre contemporáneo se ha acostumbrado, como sabemos, a pensar con tópicos, y uno de los más fuertes es considerar que ciertas realidades son opinables. Pero ¿lo son? ¿Es opinable que una persona haya sido algo así como pre- persona, que lo hayamos sido cualquiera de nosotros, y que pasados ciertos meses, incluso en el propio (y mismo) útero materno, hemos “empezado” a ser personas?

Una vez más, se desliza en el pensamiento la tendencia, tan común en la historia de la filosofía, de considerar a la persona como una especie de cosa; muy especial, pero cosa al fin y al cabo. Sin embargo, acercarse a la Antropología metafísica revela precisamente que hay que arriesgarse a hacer una antropología distinta a la que ha sido la imperante durante mucho tiempo, y que hay que sustituir o completar las categorías aristotélicas que hemos utilizado hasta el s. XX para una tarea tan delicada; en primer lugar, entonces, hay que tomar como punto de partida la evidencia de la realidad personal: el hecho de que la persona sea el resultado de la condición amorosa, su carácter proyectivo, sus formas de instalación, su razón vital, su capacidad de habitar y de ser habitado por otras personas, la inclusión de la temporalidad y de las edades en su comprensión, etc., categorías todas bien distintas a las de sustancia y accidentes, materia y forma, cuerpo y alma, que durante siglos se han utilizado para definir a la persona –o para intentarlo- [11].

Marías, por tanto, se ha atrevido a definir a la persona como “criatura amorosa”, más que “ser racional” o “zoon politikon”, y lo ha hecho con todas las consecuencias. Precisamente porque ha desarrollado este saber sobre el hombre ateniéndose a la evidencia es por lo que considera un profundo error la eliminación de la persona, incluso con justificante médico.

Si tomamos una de estas notas, el carácter proyectivo de la persona, podemos entender por qué razón antropológica no es aceptable que el niño viniente sólo pueda ser persona cuando haya alcanzado un cierto grado biológico de maduración (cuando su corazón sea capaz de latir, o cuando sus órganos vitales estén formados). ¿Se considera entonces, desde el punto de vista científico, que la persona es un conjunto de células en cierto grado de desarrollo, es decir, sólo algo biológico? En este sentido, entendemos por qué es necesario hoy día volver a la filosofía,  ya que el problema está precisamente aquí, en el hecho de considerar a la persona “algo”. Digamos entonces que la persona es un “alguien biológico”, pero esta expresión ya pide ser completada, porque con el término “alguien”, como decíamos más arriba, comprendemos una realidad mucho más compleja. Pero si la persona es más que una realidad “biológica”, ¿de qué se trata?

La persona es proyecto desde el momento mismo de su concepción –quién sabe si antes-, y llegará a su desarrollo pleno, dice Marías, si le dejamos, si no lo eliminamos por el camino.

Y es proyecto vital incluso en el caso de los famosos supuestos, bajo los cuales se han cometidos verdaderas hipocresías: en el caso de que existan malformaciones, en el caso de que haya incluso riesgo para la madre, en el caso de violación. Si se piensa bien sobre ello –y Marías lo ha hecho- no se puede dejar de considerar que existen grandes intereses, sin duda económicos, cuando se habla de este tema: “Con frecuencia se afirma la licitud del aborto cuando se juzga que probablemente el que va a nacer (el que iba a nacer) sería anormal, física o psíquicamente. Pero esto implica que el que es anormal “no debe vivir”, ya que esa condición no es probable, sino segura. Y habría que extender la misma norma al que llega a ser anormal por accidente, enfermedad o vejez. Y si se tiene esa convicción, hay que mantenerla con todas las consecuencias; otra cosa es actuar como Hamlet en el drama de Shakespeare, que hiere a Polonio con su espada cuando está oculto detrás de la cortina. Hay quienes no se atreven a herir al niño más que cuando está oculto –se pensaría que protegido- en el seno materno” [12].

Desde su punto de vista, la antropología puede ofrecer una visión personal del origen de la persona: “Intentemos pensar personalmente la generación humana. Psicofísicamente, la cosa es clara (al menos todo lo clara que puede ser la explicación científica, a la cual falta el elemento personal de la “comprensión”). La realidad psicofísica del hijo –cuerpo, funciones biológicas, psiquismo, carácter, etc.- se “deriva” de la de los padres, y en este sentido, es “reductible” a ella. Su realidad psicofísica, sí, pero el hijo no. Es decir, “lo que” el hijo es, su “qué”, sí; pero no “quien” es. El hijo que es y dice ‘yo’ es absolutamente irreductible al yo del padre y al yo de la madre, igualmente irreductibles, por supuesto, entre sí. No tiene el menor sentido controlable decir que “viene” de ellos, porque yo no puedo venir de otro yo, sino que éste es un ‘tú’ irreductible. Decir ‘yo’ es formar una oposición polar con toda otra realidad posible o imaginable, y esta polaridad, en forma bilateralmente personal, es precisamente la dualidad yo-tú. […] Lo evidente es […] que cada persona significa una radical novedad, imposible de reducir a ninguna realidad dada” [13].

Desde este punto de vista, se puede comprender que la eliminación veleidosa de la persona que es radical novedad, que es un proyecto, sea un motivo de reflexión.

Hacia una bioética centrada en el valor de la persona

¿Por qué no es ético el aborto? No se trata de un asunto de opinión particular, ni tampoco de que sea legal o no (en muchos países ha sido o es un acto legal, pero no por ello va a ser nunca ético), sino como vemos, de uno de los asuntos más decisivos para alcanzar el nivel personal de la existencia humana. No podemos eliminar a otras vidas humanas porque son realidades irreductibles a toda otra. Al practicar el aborto, se está introduciendo en las sociedades supuestamente desarrolladas una mentalidad cosificadora hacia la persona.

Desde la filosofía se comprende que el reconocimiento de esta realidad única es progresiva, y que es necesario encontrar el lenguaje adecuado que nos permita acercarnos a su absoluta novedad: “El tema de la persona es uno de los más difíciles y elusivos de toda la historia de la filosofía, y ello por razones nada casuales: en torno a él ha acontecido quizás la transformación más radical de toda esa historia –o está aconteciendo-, y en rigor se trata, más que de las diferentes maneras de estudiar o interpretar una realidad, de la emergencia de esa misma realidad, de su constitución como tal en el horizonte mental de Occidente” [14].

Podemos concluir, entonces, que partiendo de una antropología centrada en el valor de la persona, podemos deducir que estamos tratando con un tipo de realidad distinta a toda cosa, la cual podemos considerar como un “quién”, esto es, como una realidad irreductible, innovación radical de la novedad.

Al ser esta realidad totalmente irreductible a toda otra (incluso a sus progenitores), la filosofía puede dilucidar cuáles son los caracteres que le corresponden, y en qué sentido es una realidad no susceptible de cosificación.

Si la persona es, en sentido pleno, un proyecto, una realidad futuriza y todavía no hecha, podemos también entender que su perfeccionamiento no depende exclusivamente de un desarrollo biológico, sino que hemos de acudir a categorías personales, que tienen que ver con la capacidad de habitar y ser habitado por otras personas, con categorías realmente nuevas, como la de autenticidad.

Las realidades humanas pueden ser analizadas desde diversos puntos de vista; creo que es interesante hacerlo desde una perspectiva radicalmente filosófica, esto es, desde el punto de vista de la felicidad de una de las personas implicadas en la situación. Si hablamos de la felicidad de la mujer, ¿es cierto que el aborto sea un hecho humano capaz de aumentar la felicidad (no el bienestar, ni la autoestima, ni la realización propia), la felicidad de la mujer? [15]

Marías definió a la filosofía como “la visión responsable”, y es evidente que en un asunto de este tipo, por mucho que se crucen intereses particulares, muchos de ellos económicos, es un saber que puede salvar la dimensión humana de la persona.

Una bioética centrada en el valor único de la persona ha de empezar por afirmar las rotundas razones antropológicas que nos llevan a considerar toda vida humana valiosa, por ser una innovación radical de la realidad.

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[1] Cfr. José Ortega y Gasset: ¿Qué es filosofía? Revista de Occidente en Alianza Editorial, 2ª ed. Revisada, Madrid 1989.

[2] Cfr. J. Marías: Obras X, pp. 31-32.

[3] J. Marías: El curso del tiempo 2. Alianza Editorial, Madrid 1998, p. 20.

[4] Discurso de Juan Pablo II en su viaje a España (2 noviembre 1982). Cfr. J. Marías: El curso del tiempo 2, p. 15.

[5] J. Marías: El curso del tiempo 2, p. 16.

[6] J. Marías: El curso del tiempo 2, p. 247.

[7] J. Marías: El curso del tiempo 2, p. 246.

[8] J. Marías: El curso del tiempo 2, p. 247.

[9] J. Marías: Introducción a la filosofía, Alianza Universidad Textos, 3ª ed, Madrid 1985, p. 103.

[10] Dice así el filósofo: “Vivo angustiado desde hace varios años al saber que todos los días se mata, fría y metódicamente, a miles de niños aún no nacidos, se les impide llegar a ver la luz, se los expulsa del seno materno –la más íntima y profunda de todas las casas del hombre-, se los echa a morir. Me angustia todavía más el ver a tantas personas que hace muy pocos años se hubiesen horrorizado de esto –mejor dicho que se horrorizaban, aceptarlo sin pestañear. ¿Por qué? Por muy varias causas, que valdría la pena analizar; pero ante todo por miedo. Por miedo a no estar al día, a ser descalificados por los que hacen la opinión superficial, a ser llamados “reaccionarios”, lo cual ha venido a ser el pecado nefando. Poco importa que el aceptar el aborto sea lo más reaccionario que puedo imaginar, la regresión a formas de barbarie prehistóricas o de los albores de la Historia, en la que la exposición de niños (a veces de las niñas solamente) era un uso aceptado” (J. Marías: El curso del tiempo 2, p 16).

[11] En su Antropología metafísica, Marías ha señalado que la filosofía aristotélica y, sobre todo la famosa definición de Boecio aplican un esquema mental a la persona que está pensado primariamente para las cosas, y no es suficiente para hacerse cargo de que aquélla es una realidad radical e irreductible: “La famosa definición de Boecio, tan influyente –persona est rationalis naturae individua substantia– ha partido de la noción aristotélica de ousía o substantia, pensada primariamente para las cosas, explicada siempre con los eternos ejemplos de la estatua y la cama, fundada en el viejo ideal griego de lo “independiente” o suficiente, de lo “separable”. El que esa sustancia o cosa que llamamos “persona” sea racional, será sin duda importante, pero no lo suficiente, para reobrar sobre ese carácter de la ousía y modificar su modo de ser, su realidad. La persona es una hypóstasis o suppositum como los demás, sólo que de naturaleza racional. […] Es decir, la persona es simplemente una cosa con alguna mayor dignidad y excelencia que las demás. Pero ¿y si hubiera en todo ello un error? ¿Y si el “modelo” de realidad con que se han pensado las cosas no fuera aplicable a la persona, fuese enteramente inadecuado?” (J. Marías: Obras X, p. 34).

[12] J. Marías: El curso del tiempo 2, p. 247.

[13] J. Marías: Obras X, pp. 31-32.

[14] J. Marías: Obras X, p. 33.

[15] Se puede consultar para ello mi artículo ¿Aborto y felicidad?, disponible en: https://www.personalismo.org/recursos/articulos/gomez-alvarez-nieves-aborto-y-felicidad/ o http://www.personalismo.net/persona/%C2%BFaborto-y-felicidad