(Comunicación presentada en el Congreso Internacional: “¿Quién es Dios? La percepción contemporánea de la religión”. Asociación Española de Personalismo, año 2010)

 

            Hace ya unos años que ha fallecido Julián Marías. Rápidas noticias en los telediarios y en los periódicos: unas breves notas sobre su vida, su relación con Ortega y Gasset y algo, muy poco, sobre su pensamiento. Y a otra cosa, que este mundo de la información y de las nuevas tecnologías no puede detenerse a valorar la importancia de nuestros intelectuales. Al fin y al cabo, qué es eso hoy, cuál es su utilidad.

            Los que hemos leído su obra, esperando ansiosamente la aparición de sus libros y comprando a primera hora de la mañana el periódico para ver con qué articulo nos sorprendía, echamos mucho de menos su pensamiento, su rigor intelectual y su espíritu de concordia. Hay numerosos asuntos de estos últimos años sobre los que quisiéramos saber su opinión, entre otras cosas, para orientarnos o darnos pistas sobre el derrotero que está tomando nuestra sociedad española, europea y occidental.

            Sí, porque una de sus preocupaciones intelectuales era el estudio y análisis de la sociedad, los peligros que la acechan y los errores de pensamiento que pueden llevarla por caminos que no llevan a ningún sitio habitable. En algunos de sus artículos, especialmente de los últimos años, mostraba con insistencia su preocupación por la posibilidad de que nuestra sociedad entrara en una decadencia, y avisaba de que aún era una decadencia evitable[1]. En mi opinión, no se ha evitado entrar en ella y nos estamos deslizando por una cuesta que aún no sabemos a qué situación nos podrá llevar. Como advierte Marías, es difícil salir de las decadencias “porque consisten precisamente en un descenso de la vida en su conjunto, que pierde intensidad, lucidez y rigor”[2], señala a la politización como causante de ella y muestra la desmoralización que engloba a nuestra sociedad.

            Marías, en su labor filosófica, se ha ocupado extensamente del concepto “persona”[3], y así lo han señalado algunos estudiosos de su obra, como por ejemplo Helio Carpintero[4]. Después de haber meditado profundamente sobre la vida humana, Marías da un paso más allá y habla de una realidad, que Ortega no había mencionado muchas veces y, generalmente, de forma tangencial. Tratando el asunto de la muerte dice nuestro filósofo: “Pero no se puede soslayar el hecho de que la vida humana termina con la muerte. ¿Qué significa esto? Ese final, ¿equivale a una extinción? ¿Podría serlo de la realidad radical? Hay que buscar algo más; pero precisamente no puede ser ‘algo’, sino una realidad bien distinta, irreductible, de otro orden: lo que llamamos alguien, y que la lengua distingue espontánea y radicalmente. […] La necesidad de comprender esto llevaba a plantear una cuestión nueva y particularmente espinosa, casi siempre eludida por toda la tradición filosófica: la forma de realidad que pertenece a ese alguien, a ese yo inseparable de su circunstancia –sea esta cualquiera–; esto es, lo que llamamos persona.”[5]

            Marías nos va a mostrar en sus escritos numerosas características de esta, en cierta medida, redescubierta realidad. Indicará la definición de Boecio para señalarnos su insuficiencia y, a partir de ahí, hacer una disección de un concepto eludido en alto grado por la historia de la filosofía. Pero como todo lo humano es una realidad escalar y, además, siempre va acompañado de la inseguridad, a la realidad persona le ocurre que se ve acechada por el riesgo consiguiente de la “despersonalización”. Y sobre este asunto Marías ha ido dejando en sus escritos algunas pistas que se pueden ir recopilando para entender bien qué significa tal concepto.

            Esto es lo que quiero mostrar de forma breve, espigando algunas de sus características. Qué se entiende por despersonalización, cuándo ha comenzado ese proceso y sus consecuencias. Además, creo que uno de los males de nuestra época y de la crisis social y humana que padecemos es el abandono de la realidad personal de los hombres y mujeres. Cuando una persona no es vista como tal sino que su realidad se ve suplantada por otras interpretaciones, cuando el hombre es visto no en su individualidad y dignidad, sino como un miembro más de una extensa masa, es que hemos cosificado al ser humano y le hemos rebajado de categoría. Y, una vez cosificado, nada nos impide tratarlo como un simple objeto más, una cosa a la que utilizar o someter o explotar o despreciar. Pienso que ése es uno de los orígenes de nuestra crisis actual: se ha olvidado el carácter sagrado de la persona y esta sociedad materialista y hedonista en que se ha convertido Occidente nos ha degradado en nuestra realidad. Porque veremos que Julián Marías nos va a señalar el origen religioso del concepto persona, creada a imagen y semejanza de Dios, y cómo él ve que de forma paralela a este proceso se produce en nuestra sociedad una eliminación de la dimensión religiosa[6]. Como ha señalado otro estudioso de Julián Marías, “el olvido de la condición personal del hombre sólo puede conducir a su envilecimiento y a la barbarie”[7]. Es decir, podemos añadir, a la decadencia en la que estamos inmersos.

            La persona se caracteriza para Julián Marías por su unicidad e insustituibilidad, por su libertad, lo que conlleva el sentido de la responsabilidad individual y el carácter futurizo que hace que la persona sea una realidad extraña porque no tiene un ser fijo e inmutable sino que está abierta al cambio y a la modificación. Este cambio se puede producir porque la persona posee la cualidad de la imaginación, es decir, puede pensar posibilidades humanas no existentes todavía pero hacia las cuales se puede tender. Y esto llevaría a la felicidad de la persona, por cuanto habría realizado sus proyectos en diversas trayectorias, conceptos fundamentales para entender la vida humana. Y nos encontramos en palabras de Marías con que “Hay un proyecto que constituye el argumento último y radical de la vida: el de ser alguien determinado, un quién insustituible que nos sentimos llamados a ser. Ese proyecto es más o menos explícito y articulado, se va descubriendo, a veces trabajosamente y con extraordinaria lentitud, en otras ocasiones súbitamente y como una revelación, que puede ser deslumbradora”[8]. En definitiva, la persona es esa realidad humana que se individualiza frente a las demás –por eso tiene nombre propio–, que adquiere conciencia de su unicidad e independencia, que debe luchar por mantener sus criterios, sus gustos, sus opiniones, que se ha ido formando a través de experiencias radicales a lo largo del tiempo; y que, en caso extremo, tiene vocación, intereses propios, voluntad de dirigir su propia vida, de desarrollar sus proyectos imaginados.

            Esta concepción filosófica de la persona la enlaza Marías con el Cristianismo: “El cristianismo consiste en la visión del hombre como persona. No se lo ha ‘pensado’ así, solamente se ha empezado a hacerlo, todavía de manera muy insuficiente, porque es extrañamente escaso lo que se ha pensado sobre esa realidad que somos; pero el cristianismo lo ha vivido siempre que ha sido fiel a sí mismo, y cada cristiano, aun el menos ‘teórico’ o ‘intelectual’, vive personalmente su religión si esta es sincera y forma parte de su vida”[9]. Y, a continuación, añade más notas que muestran la absoluta relación entre el concepto persona y la religión cristiana: “El cristiano se ve a sí mismo como alguien inconfundible, no ‘algo’, un ‘quién’ distinto de todo ‘qué’, con nombre propio, creado y amado por Dios, no solo y aislado, sino en convivencia con los que, por ser hijos del mismo Padre, son hermanos. Se siente libre y, por tanto, responsable, capaz de elección y decisión con una realidad recibida, de la que no es autor, pero propia. Se sabe capaz de arrepentimiento, de volver sobre la propia realidad, aceptarla o rechazarla y corregirla. Y esa realidad es proyectiva, consiste en anticipación del futuro, de lo que va a hacer, de quién pretende ser, y es amorosa, definida por la afección hacia algunas personas y el deber de que se extienda a las demás. Y aspira a la pervivencia, a seguir viviendo después de la muerte inevitable, no aislada sino con los demás”[10].

            Ésta es la situación que nos ha mostrado Marías: las características de esa realidad diferente a todas las demás, a las cosas, que llamamos persona y cómo el Cristianismo nos muestra eso mismo como procedente de Dios por el acto de creación, de manera que el hombre está hecho a su imagen: no cosificado sino abierto hacia el futuro y ser amoroso porque, en definitiva, Dios es amor. Toda criatura, desde el origen de su vida, empieza por ser persona, pero  a lo largo de sus años de existencia irán apareciendo fuerzas, agentes que intentarán hacerle perder esa condición personal. Podríamos decir que la vida humana es una tensión entre la realidad personal y los peligros de la despersonalización. Al final de la vida, el hombre o la mujer puede hacer un balance en el que vea si ha predominado una u otra fuerza, la dignificadora o la degradante, la que tiende hacia el desarrollo personal o la que nos acerca a la mera animalidad.

            Marías va señalando en sus escritos algunas de esas fuerzas despersonalizadoras, que voy a señalar brevemente, pero cuya filiación y análisis requeriría un estudio detenido. Hay, igualmente, una confluencia temporal en que empieza la interpretación no personal del hombre con la descristianización, lógicamente no casual. Si el hombre deja de ver a los demás como seres creados por Dios porque se lo anula, estos otros hombres pierden su dignidad y por tanto pasan a ser vistos como cosas. Marías señala el origen de este proceso en el siglo XVIII, incluso en sus antecedentes ideológicos: “Desde el siglo XVIII se va deslizando una interpretación no personal del hombre. Creo que en ello convergen dos motivos bien distintos y de muy desigual significación. Por una parte, el prodigioso avance de las ciencias de la naturaleza provocó un justificado entusiasmo por ellas […] La maravilla de la naturaleza y la posibilidad de descubrirla y comprenderla es el germen de algo distinto: el ‘naturalismo’, la voluntad de reducir a ella toda realidad.”[11] A renglón seguido, nos expone el segundo motivo: “la hostilidad a la religión, absolutamente ajena a los creadores de la ciencia moderna en el siglo XVII, pero dominante en muchos continuadores en el siglo siguiente, motor principal de los philosophes que ocuparán el primer plano, sobre todo desde mediados del siglo XVIII”. Y algo más adelante: “Se llevan dos siglos de despersonalización, acaso más, si se toman las cosas desde su origen en el empirismo, tan influyente desde fines del siglo XVII. Creo que la democracia y el liberalismo han tenido un infortunio original: sus fundadores –empiristas y sus continuadores ‘ilustrados’– creían en la libertad política, pero no demasiado en la humana, en la que constituye al hombre por ser persona; el olvido de Leibniz fue funesto.”[12]

            Este naturalismo ha supuesto el considerar al hombre como un mero organismo, lo que conlleva que la persona pierde el concepto de intimidad y libertad, y por tanto queda sujeto a toda una serie de determinismos de diverso tipo: biológico, social, económico, etc. Por otra parte, al considerar el aspecto religioso, debemos tener en cuenta que a lo largo del siglo XIX se van formando como reacción a la incipiente industrialización los movimientos obreros, tanto el marxismo como el anarquismo. Ambos son antirreligiosos y, al menos el marxismo, profesa el ateísmo declarado. Debe añadirse la influencia de pensadores como Nietzsche, que declara la muerte de Dios y Freud, que en buena medida reduce al hombre a sus mecanismos psicológicos. Todo ello hace que la marea despersonalizadora se vaya extendiendo a lo largo de Europa. Y aún más cuando se produzcan los movimientos totalitarios del siglo XX. Primero la revolución rusa y la implantación del sistema comunista. con la exaltación del Estado y la consiguiente anulación del individuo y la pérdida de su libertad. Y, segundo, el Nacionalsocialismo alemán, que sustituyó la idea de individuo por conceptos genéricos como la nación, la raza, la lengua[13].

            Pero no se trata sólo, nos expone Julián Marías, de un proceso de descristianización a lo largo de estos últimos siglos. El fenómeno es aún más grave: “Se trata de algo más amplio y de mayores consecuencias: la eliminación de la dimensión religiosa del hombre. Que esta empresa se haya concentrado sobre el cristianismo es mera consecuencia de que era la religión con la que había de habérselas, la que tenía realidad, vigencia, vigor, la forma concreta en que acontecía la religiosidad.”[14] Es decir, se trata de vaciar al hombre de una de sus dimensiones básicas como persona, puesto que la religión es propia de la vida personal, que enlaza al hombre con el sentido de trascendencia y de vida perdurable. Si se consigue suprimir esta dimensión de la persona, ésta queda a disposición de los mecanismo de manipulación para ser guiada como un animal en un rebaño. Se trata de que los hombres dejen de ver su realidad de seres individuales, personales y queden reducidos o rebajados en su dignidad. Así despersonalizado, el ser humano pierde el concepto de responsabilidad y cuando esto ocurre nos encontramos nuevamente con lo mismo: el hombre sin responsabilidad se convierte en cosa o en algo meramente biológico[15]. Por tanto, pasamos a no ser nadie, a ser intercambiables, en consecuencia, y dejamos de ser únicos[16].

            En nuestro mundo actual, el enorme poder e influjo de los medios de comunicación audiovisuales se ha convertido en una tremenda fuerza para extender la despersonalización por la sociedad. Proceden estos medios de comunicación de masas, en especial la televisión, a una despersonalización de la verdad y la mentira, es decir, a una relativización que conduce a la desorientación; el mundo sentimental, lo más personal que tiene el hombre, queda reducido por lo general a la mera sexualidad despersonalizada y exhibida sin rubor porque ya se ha perdido el sentido de la intimidad, lo que se exhibe como muestra de libertad y de liberación de prejuicios generalmente religiosos. Comenta Marías sobre esta situación: “El resultado inevitable es el descenso del nivel social, de la calidad de las personas, y la eliminación de las mejores posibilidades[17]”.

            Otra fuerza de nuestra época que destaca Marías por su influjo en la sociedad son las organizaciones[18]: sindicatos, partidos políticos, colegios profesionales, etc. Estas organizaciones no hablan al individuo sino a públicos colectivos, con lo cual se pierde ese sentido de tratar con las personas individuales. Hoy todo son estadísticas, todo es al por mayor, masificado. Esto parece un adelanto por su rapidez, gran influencia, y se acepta y se da por bueno. Pero no se ven las pérdidas: la pasividad que todo ello provoca en los hombres y mujeres, la resignación a formar parte de un grupo en el que las individualidades desaparecen. Al final ya ni siquiera se sabe qué es la persona y nos encontramos de nuevo con la desorientación tan característica de nuestra época. Se produce una homogeneización de la vida humana.

            Una consecuencia especialmente grave de este panorama nos lo presenta Marías en los siguientes términos: “Consecuencia previsible de la visión naturalista de lo humano es la insistencia en el igualitarismo, llevado más allá de su sentido justificado”[19]. Este igualitarismo, que anula las diferencias entre las personas acaba llevando a la desorientación, a confundir el Norte con el Sur y, por tanto, a estar perdidos, lo que desemboca en que al hombre actual acabe llegando bien sea a sectas u organizaciones similares donde pueda encontrar un rumbo, bien sea al alcoholismo o la drogadicción, convertidos ya en costumbre habitual –ritual– entre nuestros jóvenes. Esto muestra ya una total pérdida de la dignidad humana y la búsqueda de paraísos artificiales y utópicos porque la desorientación ha llevado a perder el sentido de la realidad a muchas personas. Son formas de entrar en algo impersonal, deshumanizado, en su caso, masificado.

            Y de eso se trata en nuestra sociedad. Una sociedad que ha exaltado por encima de toda otra consideración el valor del dinero, el enriquecimiento. Lo explica así Marías: “La homogeneidad está promovida por los que quieren manejar económica o políticamente a los hombres. En nuestra época, tan fuertemente condicionada por los intereses económicos –y más aún por lo que podríamos llamar el interés en la economía, que no es propiamente económico–, hay que buscar el negocio que se oculta tras la mayoría de los fenómenos actuales, desde el deporte o la música hasta el tratamiento de la sexualidad en los medios de comunicación”[20].

            También dentro de la religión hay fenómenos despersonalizadores. Nociones frecuentes hasta hace unos años, que se aprendían en la infancia y funcionaban ya para siempre en la vida de una persona, han ido desapareciendo: culpa, pecado, arrepentimiento, reconciliación, gracia. Y con ello llega Marías a un asunto crucial, definidor de una época: “El caso más notorio y más grave de la variación que estoy intentado describir es la frecuencia de la aceptación social del aborto, de la muerte voluntaria del niño antes de su nacimiento. En esa actitud, cuya difusión es inverosímilmente amplia, y hasta ahora creciente, convergen casi todos los factores que he señalado, desde los estrictamente políticos hasta los que proceden del ingente esfuerzo por imponer la despersonalización del hombre y de las relaciones humanas, su reducción a lo orgánico y meramente biológico”[21]. Si pensamos en el interés actual por la sexualidad no reproductiva y el hedonismo social, podemos entender perfectamente que el concepto de persona se haya despojado hasta extremos peligrosos de su vigencia. Y la moda, la imitación de actos que una sociedad toma como ejemplares o modélicos o modernos, hace que se extiendan los procesos despersonalizadores.

            ¿Se puede revertir el fenómeno de la despersonalización y comenzar un proceso de personalización?  La respuesta tiene que ser afirmativa. Estamos en una época de decadencia y lo que debemos hacer es luchar para salir de ella. Cada uno debe aportar su granito. En el asunto que estamos tratando, es primordial que cada persona tome conciencia de su realidad, que tratemos a cada ser humano como persona, que aprendamos a respetar a los demás y a verlos con su dignidad. Que comprendamos el carácter sagrado y único de la persona, realidad tan diferente a todas que nos permite ser libres y optar por el camino que queremos elegir y rectificarlo cuando sea equivocado. El papel de Dios en nuestra sociedad ha ido perdiendo peso; el proceso de despersonalización e individuación ha llegado muy lejos y en buena medida ha alcanzado sus objetivos. Urge recolocar cada realidad en nuestra vida para que todo vuelva al lugar que le corresponda; el hombre debe conocer perfectamente cuál es el Bien y cuál es el Mal, dónde está la Belleza y la Armonía y dónde la Monstruosidad y la Discordancia. Si Dios es amor y el ser humano es amoroso, hay que esperar que, en el fondo, toda ser humano conserva una parte personal que le haga tender hacia lo mejor, empezando por recuperar su propia realidad.

 


[1]  Uno de sus artículos lleva precisamente ese título, “La decadencia evitable”, publicado en el diario ABC el 29 de septiembre de 1993. En él anuncia que está organizando un curso con ese tema.

[2] Artículo citado.

[3]  El asunto de si es posible incluir a Julián Marías entre los pensadores personalistas ha sido tratado por Juan Manuel Burgos en su estudio “¿Es Marías personalista?”, publicado en El vuelo del alción, Madrid, Páginas de Espuma, 2009. En la p. 162 habla de dos etapas en nuestro autor.

[4] “su esfuerzo como teorizador ha tendido, desde sus inicios hasta sus últimas obras, a elaborar una visión del hombre como persona desde la filosofía orteguiana de la razón vital. Partiendo de la filosofía de la vida, dentro de cuyo espacio intelectual se mueve toda su obra, hay, sobre todo en los últimos tiempos, una creciente insistencia en el carácter central y singular de la idea de persona, idea que habría venido a determinar un giro en el pensamiento filosófico contemporáneo.”, Helio Carpintero, “Persona y sustancia. Una nota en torno a la obra de Marías”, publicado en el libro homenaje Un siglo de España, Madrid, Alianza Editorial, 2002, p. 69.

[5]  Julián Marías, Persona, Madrid, Alianza Editorial, 1996, p. 14.

[6]  Con gran acierto señala el Cardenal Rouco Varela en su trabajo “Un pensamiento al servicio de la persona humana”, en Un siglo de España, op. cit., que “El pensador español […] advirtió con envidiable clarividencia que la ‘persona humana’ –el hombre y la mujer– está amenazada si deja en el olvido el alcance y la exigencia que encierran la realidad personal, el significado ineludible de la categoría ‘persona’” (p. 328), y más adelante, p. 329: “no dejó de advertir que la recuperación de la dignidad del contenido del término ‘persona’ equivalía a traer a la memoria una de las más decisivas y originales aportaciones del cristianismo a la humanidad: el significado nuevo de ‘persona humana’ a la luz de la revelación del Dios personal, de Dios Padre e Hijo y Espíritu Santo como personas. Ya no es posible hablar de ‘persona humana’ sin pensar en el rostro personal de Dios. La ‘persona humana’ se legitima como ‘persona’ porque Dios es persona. Es desde la revelación, desde la encarnación del Verbo, como se aplica al hombre el concepto de ‘persona’. La concepción de toda criatura humana como ‘persona’ referida a Dios Creador, Redentor y Salvador, es la más importante respuesta a la búsqueda del hombre.” Y finalmente, pp. 330-331: “Es mérito del pensador español el alertar, sin dubitación alguna, sobre los peligros que conlleva el fenómeno de la ‘despersonalización’, que vacía lo más propio, inconfundible e intransferible de la ‘persona humana’”. En estos textos, añade el Cardenal algunas notas en las que cita Encíclicas del Papa Juan Pablo II. No debemos olvidar que Julián Marías fue durante años miembro del Consejo Pontificio para la Cultura con este Papa.

[7]  Ignacio Sánchez Cámara, “Persona y vida perdurable”, en el libro La huella de Julián Marías: un pensador para la libertad, Madrid, Comunidad de Madrid, 2006, p. 258.

[8]  Julián Marías, Tratado de lo mejor. La moral y las formas de la vida, Madrid, Alianza Editorial, 1995, p. 165.

[9]  Julián Marías, La perspectiva cristiana, Madrid, Alianza Editorial, 1999, p. 119.

[10] Ibid. p. 120.

[11] Julián Marías, Tratado de lo mejor, op. cit., p. 137.

[12] Ibid., p. 139.

[13] Cf. J. Marías, “La historia: construcción o destrucción”, ABC, 12 Agosto 2000.

[14]  Julián Marías, La perspectiva cristiana, op. cit., p. 122.

[15]  Cf. J. Marías, “Responsabilidad”, ABC, 16 Noviembre 2000.

[16]  Cf. J. Marías, “Premios y personas”, ABC, 26 Octubre 2002.

[17]  Cf. J. Marías, “Mestureros”, ABC, 29 Agosto 1996.

[18]  Cf. J. Marías, “Organizaciones y personas”, ABC, 22 Enero 1988.

[19]  Julián Marías, Tratado de lo mejor, op. cit., p. 142.

[20]  Ibid., p. 146.

[21]  Ibid, p. 127.